II Timoteo 4.1-8
Desafío. Término puede entenderse en varios sentidos. En
primer lugar, como un reto, en una meta por alcanzar y que se torna en algo
prioritario. O también podríamos entenderlo como una situación difícil o
peligrosa con la que alguien se enfrenta. Un verbo que hace referencia a
competir, retar o provocar a alguien. Un desafío puede ser, por lo tanto, una
competencia donde una rivalidad queda en manifiesto.
Recuerdo aquella película que vi hace
más de veinte años, llamada Despertares,
la cual trataba de un médico que había hecho algunos descubrimientos con un
medicamento o unas sustancias que parecía ser, curaban el Alzheimer. No
obstante, así debía ponerlo en práctica con pacientes que estaban ya internados
por las etapas severas que sufrían, a los cuales les comenzó a aplicar estas
sustancias ya observar sus reacciones, para de esta forma dar seguimiento a los
procesos y resultados de ellas. Casi de inmediato se dio cuenta de que había
efectos positivos; algunos de ellos, sobre todo uno, comenzó a ser funcional y
este médico, cada vez más, le fue confiando algunas actividades, incluso
ambulatorias ya que su finalidad era ver si podrían incorporarse a la vida
funcional por si mismos. Pero como en todo proceso, siempre hay regresiones o
eventos secundarios con los cuales no contaba, y que tenía que ir atendiendo
conforme iban surgiendo, no obstante, esto no impidió que sus descubrimientos
si bien no fueron lo que él esperaba en la cura de dicho mal, si fueron
determinantes en la progresión de los estudios para combatirlo.
El
Apóstol Pablo, consciente de su pronta partida y preocupado por la Iglesia de
Efeso, le da instrucciones precisas a su discípulo, reconociendo ante todo, su
vocación al servicio de Dios y sus dones. Así que, partiendo de esta premisa,
veremos que la Iglesia de Cristo ante los desafíos presentes, debe seguir
instrucciones precisas esto es, si es que en realidad asume su vocación al
servicio de Dios y pone en práctica sus dones.
Nietzsche es probablemente el pensador
moderno que primero ha pensado esta situación. El ya ve al cristianismo como el
denominador común de toda modernidad anterior, inclusive el liberalismo y el socialismo.
Nietzsche no percibe —o no quiere percibir— la inversión del conjunto de
sentido, por la cual pasa el cristianismo al constituirse como cristianismo
desde el poder. Por tanto, hace arrancar el cristianismo imperial en Pablo,
mientras en realidad se deriva de Augustinus. Pero su confrontación es ésta: el
nihilismo activo frente al cristianismo de 2000 años. Nietzsche es a la vez un
antijudaico furioso. Pero lo es más bien porque ve en el judaísmo la verdadera
raíz del cristianismo. Por tanto, su confrontación es con un cristianismo que
para él es denominador común para el judaísmo, el cristianismo, el liberalismo
y el socialismo. Esta es la confrontación que ya trataba de llevar a cabo el
fascismo, pero es hoy la confrontación subyacente al capitalismo cínico y
nihilista de la globalización actual. Se trata de un anticristianismo
metafísico.
En este sentido, la crisis fue anunciada
y también provocada por el pensamiento de Nietzsche. El mundo se emancipa del
cristianismo del mundo. La modernidad de hoy se lanza en contra de sus orígenes.
No es posmoderna, sino poscristiana. Hay muchos fines que se anuncian. Fin de
la utopía, fin de la historia, fin de la ideología, fin del humanismo, fin de
los sueños. Lo que resume todo eso es: fin del cristianismo imperial, fin de la
sustentación del poder por el cristianismo desde el poder, por el cristianismo
del mundo, fin de cualquier cristianismo. Los fundamentalismos cristianos y sus
evangelios de la prosperidad no son más que la venta en baratillo de este cristianismo.
Pero este anticristianismo metafísico no
se lleva a cabo en las facultades de teología, que siguen siendo tranquilas.
Por eso para los teólogos es difícil captar la situación. Sin embargo, este
anticristianismo metafísico opera en las calles, en los medios de comunicación
y lleva la voz cantante de la opinión pública.
En esta situación hace falta repensar
nuestra propia historia. Pero este repensar tiene que empezar con repensar el
propio cristianismo. No se trata simplemente de salvar el cristianismo, sino
más bien de preguntarse si tiene sentido siquiera tratar de salvarlo.
Franz Hinkelammert, El grito del sujeto
1.
Instrucciones precisas - Dirección: La sana doctrina
vs. gnosticismo de la época.
1.1.
v. 2 : Anuncia
el Mensaje en todo momento. Aun cuando ese no parezca ser el mejor.
1.1.1.
Problemas políticos a nivel mundial que tienen desde
luego repercusiones de toda índole.
1.1.2.
Problemas a nivel nacional, que tal pareciera ya nos
hemos hasta acostumbrado a escucharlos y tal vez hasta a lidiar con ellos.
1.1.3.
Problemas internos de la misma Iglesia.
1.2.
v.2b: Muéstrale a la gente sus errores, corrígela y
anímala
1.2.1.
Argumenta, dice la versión Hispanoamericana Traducción
Interconfesional. Trabajo arduo el de
este joven, ya que para argumentar, necesitaba prepararse lo suficiente.
1.2.2.
Animar y exhortar, equivalen a lo mismo, sólo que con
diferente contexto que no es regaño. Motivar: cualquier cosa que incita al
organismo a una acción, la sostiene y le da dirección.
1.3.
v.2c: Instruye con mucha paciencia. Nuevamente la
versión hispanoamericana nos dice: echando mano de toda tu paciencia y
competencia en enseñar.
1.3.1.
Aquí sí bien vale la pena la acotación y quiero
recordarles lo que al
inicio decía acerca de una de las acepciones en la
definición de la palabra desafío y es la situación difícil o peligrosa con la
que alguien se enfrenta.
1.3.2.
Cuando una Iglesia aprende a identificar sus problemas
internos, llámense afanes protagónicos, luchas de poder, complejos de
espiritualidad, búsquedas de identidad no adquiridas previamente en su entorno
social, puede decirse que es una Iglesia que está practicando la sana doctrina.
2.
La Iglesia de Cristo asume su vocación al servicio de
su Señor
2.1.
Buscarán halagadores del oído, toda clase de cuentos y
novelerías
2.2.
La gente no querrá escuchar la verdadera enseñanza, la
que tiene que ver con ese Jesús que acompañaba al pueblo, la que tiene que ver
con el compromiso.
Sin la proclamación de
Jesucristo como Señor no hay evangelio integral, y sin éste tampoco puede haber
misión integral. aquí radica el problema con versiones del mensaje cristiano
que restringen la acción de Jesucristo al ámbito de la religión privada, “lo
espiritual”, y excluyen toda referencia a su soberanía sobre otros ámbitos de
la vida humana. Si Jesucristo es el Señor de todo el universo, a quien le ha
sido dada autoridad en el cielo y en la tierra, su soberanía se extiende tanto
al ámbito económico como al político, tanto al ámbito social como al cultural,
aún al ámbito estético como al ecológico, tanto al ámbito personal como al
comunitario. Nada ni nadie queda excluido de su señorío.
Cuando la
Iglesia pierde de vista la centralidad del Señor Jesucristo, deja de ser
Iglesia y se constituye en una secta religiosa incapaz de relacionar el mensaje
con la vida práctica y la vida pública. La iglesia integral es aquella que
entiende que todos los ámbitos de la vida son “campos misioneros” y busca
maneras de afirmar la soberanía de Jesucristo en todos ellos”.
René
Padilla, “La Iglesia local, agente de transformación integral”
2.3.
Pero tú, haz bien tu trabajo. La versión
hispanoamericana dice “mantente siempre alerta, proclama el mensaje de
salvación, desempeña con esmero el ministerio”, esto es el servicio.
2.3.1.
Timoteo es convidado a mantener la calma en todo
momento.
2.3.2.
Soportar sufrimientos. Ap. 2:10
2.3.3.
Anunciar siempre la buena noticia
Si la iglesia es la comunidad que confiesa a Jesucristo
como Señor y vive a la luz de esa confesión, entonces la proclamación de
Jesucristo como Señor y la invitación, dirigida a todos, a someterse a su
soberanía son aspectos ineludibles de la misión de la iglesia. Como argumenta
Pablo.
No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor
es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan, porque a todo
el que invoque el nombre del Señor será salvo.
E insiste René Padilla:
Desde la perspectiva
bíblica, la ortopraxis (la obediencia a todo lo que Jesús mandó a sus
discípulos) es por lo menos tan importante como la ortodoxia, si no más, ya que
tiene como meta que los discípulos vivan en función del amor y sean así hijos
de su Padre que está en el cielo “perfectos, así como su Padre celestial es perfecto”
(Mt. 5,45,48). Los discípulos de Jesús no se distinguen por ser meros
adherentes de una religión (un culto a Jesús) sino por un estilo de vida que
refleja el amor y la justicia del Reino de Dios. Por lo tanto, anunciar el
evangelio del Reino no puede limitarse a “salvar almas”; su misión es “hacer
discípulos que aprendan a obedecer al Señor en todas las circunstancias de la
vida diaria, tanto en lo privado como en lo público, tanto en lo personal como
en lo social, tanto en lo espiritual como en lo material. El llamado del
evangelio es un llamado a una transformación integral que refleje el propósito
de Dios de redimir la vida humana en todas sus dimensiones. Un desafío entonces
para la iglesia es llevar una misión integral y ésa es posible solo cuando hay
discípulos que tienen la visión de lograr que la levadura de los valores del
Reino de Dios leude todas las esferas de la sociedad.
3.
La Iglesia de Cristo es incluyente
3.1.
Pablo reconocía los dones de su discípulo
3.2.
Pablo no se sentía agredido por el desarrollo de su
discípulo
3.3.
Una Iglesia verdaderamente carismática, es aquélla que
ejerce todos sus dones
Conclusión
Si podemos repensar de esta manera nuestro cristianismo,
seguramente estamos haciendo la misión al estilo de Jesús y seguramente
tendremos nuestros despertares.
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