FELIPE MELANCHTHON: LA MANO DERECHA DE LUTERO
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Felipe Melanchthon nació el 16 de febrero de 1497 en Bretten, Alemania.
Murió el 19 de abril de 1560 en Wittenberg. ¿Quién fue Melanchthon? Algunos
sostienen que fue un firme defensor de la fe luterana. Otros opinan que fue un
débil profesor cuyo grito de guerra era “¿Por qué no podemos llevarnos todos
bien?”. La respuesta puede ser que se tratara de ambas cosas. Todos coinciden en que fue un brillante académico y teólogo sistemático.
Melanchthon asistió a la Universidad de Heidelberg, obteniendo el
título de licenciatura en 1511. A los 17 años recibió un título de maestría en
la Universidad de Tübingen. Su tío abuelo Johann Reuchlin lo recomendó a
Federico el Sabio, que buscaba un profesor de griego para su recientemente
formada universidad en Wittenberg. Melanchthon llegó el 25 de agosto de 1518,
diez meses después de que Lutero clavara las 95 tesis. Melanchthon era un joven
de sólo 21 años, pequeño y de contextura delgada. No era una figura imponente,
pero un día el mundo llegaría a conocerlo como un gigante de la Reforma.
Lutero reconoció y admiró inmediatamente los dones del nuevo profesor.
Las clases de Melanchthon eran muy concurridas, no solo por estudiantes sino
por pueblerinos y nobles que colmaban la sala para escuchar al excepcional
orador. Él se resistió a las frecuentes solicitudes de Lutero para que
alcanzara un título de doctor en teología, pero sólo accedió a una licenciatura
en teología. Terminó ese grado en su primer año en Wittenberg.
A pesar de que Melanchthon permaneció siendo un laico, él y Lutero
fueron amigos muy cercanos por el resto de sus vidas. No estaban de acuerdo en
todo, pero eran mutuamente leales y admiraban y dependían de los dones que el
otro había recibido. Melanchthon fue el sistemático en la teología de Lutero.
Lutero una vez dijo: “nací para ir a la guerra y dar batalla a las sectas y
demonios. Es por ello que mis libros son tormentosos y belicosos… Pero el
maestro Felipe viene suave y pulcramente, cultiva y planta, siembra y riega con
placer, ya que Dios le ha dado en abundancia los talentos.”
Se le conoce como el Preceptor Germano por su papel en la formación del
sistema educativo de Alemania y también por su Loci Communes, un libro
de teología luterana organizado por contenidos. Lo más notorio es que él fue el autor de la
Confesión de Augsburgo, la explicación principal de la fe luterana y uno de los
documentos principales de la Reforma Luterana
En
la primavera de 1530 el emperador convocó una dieta que tendría lugar en
Augsburgo. Lutero, Melanchthon y su compañero reformador Juan Bugenhagen se
pusieron en camino hacia Augsburgo. Lutero no pudo asistir en persona porque el
Edicto de Worms lo había convertido en un bandido en esa parte del país. En vez
de ir allí, se quedó en Coburgo para sentarse y elucubrar mientras los demás
partieron viaje. El 25 de junio, el canciller Beyer leyó en voz alta la
Confesión de Augsburgo al emperador Carlos I en la Dieta de Augsburgo. Aquí,
los príncipes protestantes de Alemania jurarían lealtad a las Confesiones.
A
menudo, los historiadores hablan sobre el deseo de Melanchthon de unificación
tanto con católicos como con calvinistas. A veces es descrito como alguien de
carácter débil en su defensa a las enseñanzas de Lutero, con la esperanza de
encontrar un terreno en común con diferentes puntos de vista. Con el paso del
tiempo, modificó sus obras anteriores, incluyendo la Confesión de Augsburgo.
Esto provocó la ira de los que no estaban de acuerdo con sus alteraciones.
Hasta el día de hoy, congregaciones en la Iglesia Luterana—Sínodo de Misuri se
suscriben a la Confesión de Augsburgo Inalterada.
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LA HIJA DEL FARAÓN, MADRE ADOPTIVA
Margot Kässmann
Desconocemos su nombre. Es “la hija del faraón”, así era entonces a
menudo, así sigue siendo hoy en algunas culturas. Recoge al pequeño Moisés de
la cesta que flota en el agua. Y al hacerlo se convierte en una madre adoptiva
bíblica. ¿Se da cuenta de que se trata de un niño hebreo? ¿Sabe que es uno de
los niños que su mismo padre ha mandado matar? ¿Cómo se las arregla para
explicarle a su padre la situación? Parece que no tiene hijos propios. ¿Habría
querido un hijo desde hacía tiempo, o actuaba de forma espontánea? Quizá sea la
primera de la larga cadena de celebridades que son madres adoptivas, como
Madonna, que adoptó a un niño de Malawi, o Angelina Jolie, cuyos hijos
adoptivos proceden de Camboya, Vietnam y Etiopía. Esos hijos mostrados con orgullo
se convierten en una especie de campaña solidaria.
No volvemos a oír hablar de la hija del
faraón, pero sabemos que cuida de su hijo adoptivo. Al principio se lo entrega
a Miriam, que ha presenciado la escena, y a una nodriza, sin darse cuenta de
que se trata de la hermana y de la madre biológica del bebé. Con todo, ella
también lo cuidaría. Tuvo que surgir entre ellos un cariño inmediato cuando lo
recogió del agua.
Las madres adoptivas pasan a menudo por una
situación difícil. A veces quieren esconder que sus hijos son adoptados. Esto
se debe sobre todo a que enseguida se ven obligadas a enfrentarse a posibles
especulaciones: ¿quién era la madre? Seguro que procedía de un ambiente
complicado, quizá era criminal o la habían violado. Hay una especie de
estigmatización injustificada que afirma que los hijos adoptados son en principio
niños menos dotados, más amenazados y socialmente más expuestos.
Lo más extraordinario del caso es que las
madres adoptivas estén dispuestas a brindar un hogar al hijo de otra mujer, que
quieran recibir a ese hijo y así cumplir su deseo de ser madres. Seguramente se
preguntan a menudo: ¿qué pasa con este niño? ¿De dónde viene? Si presenta
cualidades negativas, les inquieta que pueda depender de los genes. ¿Y qué pasa
si un día ese hijo pregunta quiénes son sus padres biológicos? Con todo, está comprobado:
tanto las madres como los hijos adoptivos, si tienen el valor de tratarse con franqueza,
pueden vencer estas barreras que los alejan entre sí.
A menudo, las madres adoptivas son
especialmente abnegadas. Han esperado a su hijo durante mucho tiempo y se han
llevado muchos chascos. Por eso, su felicidad es inmensa cuando consiguen la
adopción. Normalmente, no tienen nueve meses para prepararse: de repente la
vida les sonríe.
Hace poco visité a una pareja que ha sido
bendecida con un pequeño. Se les había pronosticado un lento proceso de
adopción, pero finalmente todo se aceleró por una serie de circunstancias. Vi
el cariño con que el padre y la madre cuidaban de su hijo. Se notaba que este
se sentía protegido. Además, mantenían excelentes relaciones con la madre
biológica, que se había decantado a conciencia por la adopción.
A veces, en nuestra sociedad parece más
aceptable el aborto que el hecho de tener al hijo y darlo en adopción. Y es
cierto que cuesta entender que una mujer que ha sentido al niño en su interior
durante nueve meses quiera darlo en adopción. Sin embargo, puede haber
circunstancias en las que realmente esta sea la mejor opción, tanto para la
madre biológica y el hijo como para la madre adoptiva. Como en tiempos de Moisés.
Hay que respetarlo.
En 2001 fundamos en Hannover una red llamada
“Miriam”, en recuerdo de la hermana del pequeño Moisés. Con toda la intención,
llamamos “cesta de bebé” a lo que otros llaman “asilo”. La cesta es solo una
parte de la red. Contamos sobre todo con un teléfono de asistencia al que
pueden acudir para pedir consejo las mujeres que sufren conflictos relacionados
con el embarazo. En siete años, allí se recogió a ocho niños con vida. A tres
volvieron a buscarlos las madres. En otro caso, la madre se dio a conocer y lo
dio abiertamente en adopción. Los otros cuatro crecen felizmente con sus padres
adoptivos. Voy a verlos de vez en cuando.
También la madre que acoge, la adoptiva,
merece ante todo respeto. A veces quizá se sienta abrumada al contemplar a ese
pequeño ser, que tanto depende de ella, y la realidad que muestra el
cumplimiento de uno de sus más profundos deseos.
De ahí puede surgir un amor que abre
dimensiones completamente nuevas en la vida.
Gracias a esa nueva relación, se agudiza el sentido
de la vigilancia en la madre adoptiva, que percibe mucho antes que una madre
biológica la posible pérdida del hijo. La madre que acoge al niño sabe que este
es un regalo. Hay otra mujer que lo ha engendrado y dado a luz. Yo quiero darle
lo mejor a esta criatura. ¿Me seguirá aceptando cuando sepa que no soy su madre
biológica? ¿Cómo reacciono cuando lleguen las preguntas? ¿Qué heridas tendré
que soportar y qué heridas podré soportar? Creo que las madres adoptivas lo
tienen más difícil que las biológicas. Y al mismo tiempo experimentan una dicha
muy especial. A veces, también una necesidad especial.
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LUTERO O EL CRIADO DE DIOS, OBRA DE TEATRO DE FRANCISCO PRIETO (II)
Lo
cuestiona continuamente, aun cuando la obra se centra en los instantes últimos
de la vida Lutero, cuando incluso se mezclan situaciones pasadas con el
presente lleno de angustia ante la necesidad de evaluarse a sí mismo como parte
del proceso de ruptura, dispersión y disolución de la Cristiandad. En el primer
cuadro, dividido en 10 escenas, vemos cómo un Lutero agonizante visualiza sus
acciones pasadas como proyecciones de su mente. Sus dos hijos dialogan desde un
inicio sobre los alcances de su obra para Alemania y para el mundo. Ambos se
sienten impactados por el peso de su labor, aunque no dejan de percibir la
angustia que le produjo a su padre abrir el camino de la Reforma.
Así
se expresa Martín: “¡Ay, padre, cuánta admiración y cuánto miedo le tengo!
Cuando lo he visto atormentarse y atormentarnos, mi rabia hacia aquel Dios de
temor y de temblor era tan fuerte como el horror que todavía entonces sentía
por el infierno” (p. 12). Juan, a su vez, va expresando su fe como a
hurtadillas, sin dejar de afirmarla al lado de la incredulidad de su hermano.
La obra reconstruye el momento en que Lutero decidió hacerse monje en medio de
la oscuridad de la tormenta que cerca estuvo de acabar con él, así como las
tentaciones carnales a las que estuvo sujeto y que no hicieron más que aumentar
su angustia en relación con su salvación.
El
agonizante reformador se confiesa descarnadamente con sus hijos y les hace ver
cuán desgarradora fue su experiencia de fe, al sentirse consumido por la
carnalidad que lo atenazaba y que no sabía distinguir del verdadero llamado de
Dios para servirle. Incluso llega a compararse con Judas, pero su hijo Juan
intenta alejarlo de esa idea con energía. En la sexta escena del primer cuadro,
Lutero aparece con sus padres tratando de explicar las razones por que quiso
ser monje. Sus palabras lindan con la mística. “Me hinqué, permanecí hincado
mucho tiempo y daba gracias a Dios que me había elegido. Gocé luego el
silencio, que fue una experiencia nueva y sobrecogedora. Me supe en el núcleo
mismo de la conciencia del Eterno, yo ya no era yo y me sentí vaciado del
deseo” (p. 23). En la siguiente escena, Martín lleva a su padre al borde de la
incredulidad total, aun cuando le dice que lo único que desea es verlo morir en
paz.
Otro
momento climático es el encuentro del reformador con Cayetano en 1519, el
enviado papal, y Tetzel, promotor de la venta de indulgencias, a quien
desprecia profundamente. El diálogo con el cardenal roza los límites de la
heterodoxia que el prelado apenas puede soportar cuando Lutero ratifica sus
intuiciones teológicas con plena disposición de ánimo. A la orden explícita de
retractarse de sus escritos heréticos, el ex monje agustino responde con la
afirmación plena e inequívoca de la libertad cristiana: “Libertad para regir
por nosotros mismos nuestra vida” (p. 32). Su honda exclamación al escuchar un
comentario de su hijo Juan parte en dos el escenario. “¡Dios nos libre de los
teólogos!” (p. 33), para luego subrayar su estricto apego a la Escritura como
razón de ser del movimiento que encabezó. La primacía de la fe para la
obtención de la salvación es el centro de su argumentación. En medio de ese
debate histórico, sus hijos también discuten aspectos colaterales de la
teología: el auto-sacrificio divino, la revelación “tardía” de Dios, la
existencia del diablo… Lutero concluye afirmando la libertad que su nación ha
obtenido gracias a la Reforma: los alemanes ya no serían avasallados por Roma.
Las
dos últimas escenas del primer cuadro remiten a la angustia que le provocaba a
Lutero su sexualidad. Una oración profunda brota de sus labios al respecto:
“Dulce Señor, si fuera tu santa voluntad que yo viviese sin mujer, sosténme
contra las tentaciones. Señor, te lo pido llorando, desde el fondo de mi
corazón porque si fuera tu voluntad otra, mándame entonces una moza buena y
piadosa con quien pase dulcemente este tránsito. Te prometo, Padre, que me
entregaré a ella en fidelidad perfecta” (p. 41). (LC-O)
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