9 de abril, 2017
Pero ya Dios les ha dicho qué es lo mejor que
pueden hacer y lo que espera de ustedes. Es muy sencillo: Dios quiere que
ustedes sean justos los unos con los otros, que sean bondadosos con los más
débiles, y que lo adoren como su único Dios.
Miqueas 6.8, Traducción en Lenguaje Actual
Evangelización y designio divino
Miqueas cap. 6 es un pasaje producido por un profeta del Antiguo Testamento
bastante incomprendido. Su nombre significa “¿Quién como Dios?”, y nació en
Moréset Gat, una aldea de Judá, pueblo fronterizo a unos 45 kilómetros de
Jerusalén. Se trata de un profeta eminentemente rural que debió aprender las
formas de la ciudad: “…venido de la aldea, encontró en la corte a otro profeta
extraordinario, llamado Isaías, y al parecer recibió su influjo literario”.[1]
Miqueas tenía un estilo incisivo, y a veces hasta brutal, con frases lapidarias.
“Aunque su actividad profética se mueve en la línea de Isaías, Oseas y Amós,
Miqueas descuella por la valentía de una denuncia sin paliativos, que le valió
el título de ‘profeta de mal agüero’. Nadie mejor que un campesino pobre, sin
conexiones con el templo o con la corte, para sentirse libre en desenmascarar y
poner en evidencia los vicios de una ciudad como Jerusalén que vivía ajena al
peligro que se acechaba contra ella, en una ilusoria sensación de seguridad”.[2]
El mensaje de este profeta
“afirma que el culto y los sacrificios del templo, si no se traducen en justicia
social, están vacíos de sentido. Arremete contra los políticos y sus sobornos;
contra los falsos profetas que predican a sueldo y adivinan por dinero; contra
la rapacidad de los administradores de justicia; contra la avaricia y la
acumulación injusta de riqueza de los mercaderes, a base de robar con balanzas
trucadas y bolsas de pesas falsas”.[3]
Ésa es su forma de “evangelizar” al pueblo, como un todo, en un ambiente de
seguridad religiosa (siglo VIII a.C.) que seguramente veía como una forma
tóxica de religiosidad que hacía creer a todos que la situación espiritual era
la adecuada, pero que dejaba de ver las realidades estructurales escondidas o
que no quería ver una mirada superficial.
“Miqueas emplaza a toda
una ciudad pecadora y corrompida ante el juicio y el inminente castigo de Dios.
Sin embargo, y también en la línea de los grandes profetas de su tiempo, ve en
lontananza la esperanza de la restauración del pueblo, gracias al poder y la
misericordia de Dios. El Señor será el rey de un nuevo pueblo, ‘no mantendrá
siempre la ira, porque ama la misericordia; volverá a compadecerse, destruirá
nuestras culpas, arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados’” (7.18s).
Evangelización y promoción
de la justicia
Una revisión general del contenido del libro de Miqueas permite advertir
los alcances de la protesta social de los campesinos de Israel en contra de la
ciudad de Jerusalén con la que simpatizó profundamente el profeta. En 2.10-11,
por ejemplo, se percibe claramente la inconformidad de Dios con el
comportamiento religioso del pueblo y con una labor profética bastante relajada
y hasta domesticada: “¡Vamos, largo de aquí!/ ¡Ustedes han hecho de mi templo/ una
sala de diversiones!/ ¡Por eso voy a destruirlo!/ Ustedes serían felices/ con
profetas mentirosos/ que sólo hablaran de vino y de licor”. Al anuncio del
perdón divino le acompaña la intensa denuncia de los males que aquejan al
pueblo. La tarea explícita de la evangelización debe ir acompañada de una clara
percepción de la situación para responder a ella con los recursos espirituales
adecuados. Al “sueño dorado” del cap. 4 acerca del reinado universal de Yahvé y
del favorable destino de Israel, así como la promesa del futuro rey mesiánico (5.1-6)
le corresponde una honda preocupación por la injusticia social presente. El
final del cap. 5 y parte del 6 se ocupan de atacar el mal, la corrupción de
medidas falsas, la violencia y la mentira.[4]
La querella (rîb) contra Israel, en la que se acusa
al pueblo de olvidar las obras salvíficas de Yavé y pretender con sacrificios
cubrir las injusticias (6.-18) es quizá la sección más conocida del profeta, pero quizá también de las más incomprendidas, pues frecuentemente
se le desconecta de su contexto:
Dios llama a juicio a su pueblo; Él es el juez y el
acusador, el acusado es el pueblo y los testigos son las montañas y las colinas
del país (1s). El juez, Dios, comienza pidiendo al acusado, Israel, que haga
memoria, que recuerde bien cuáles fueron las acciones de Dios contra el pueblo,
para que ahora se comporte como un enemigo que cobra venganza (3-5). […]
¿De qué le sirven al Señor tantos
sacrificios y holocaustos, si la perversión del corazón sigue intacta? Todo lo
que el Señor espera es la práctica de la justicia y fidelidad a sus mandatos;
lo que ya le había dado a conocer era lo que tenía que hacer (8).[5]
El versículo 9a es la respuesta de quien ha estado
equivocado y reconoce su error. “La segunda parte del capítulo (9b-12)
explicita con más detalle las acciones contrarias a la justicia que el pueblo
ha practicado. Es una manera de decirle al pueblo: “Cuando Dios esperaba de
Israel unos frutos acordes con los beneficios de la salvación y de la libertad,
miren lo que ha hecho”. De ahí que el destino de Israel sea cosechar lo que él
mismo sembró; sembró injusticia y pecado, ahora tendrá más injusticia y muerte
para sí mismo (13-16)”.
La proclamación del
Evangelio debe ir siempre aparejada con una sólida promoción de la justicia. Para
ello, la práctica evangelizadora debe ser entendida en sus diferentes niveles:
el personal y el social, el individual y el estructural, dado que los pecados
individuales impactan también en el pecado social o estructural y éste se
revierte en las personas y en las comunidades. La lucha por la justicia es un
proyecto que no pertenece solamente a quienes dirigen movimientos de
insurrección o de protesta, le pertenece al propio Dios. Evangelizar
continuamente es sumarse irrestrictamente al proyecto del Dios de Jesús, del
Dios de la vida.
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