AGUSTÍN DE CAZALLA (1510-1559)
100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017.
Protestante
español nacido en Valladolid y ejecutado por la Inquisición en esa misma ciudad el 21 de mayo de 1559. Fue alumno de
Bartolomé de Carranza y estudió en Valladolid y Alcalá. La influencia de su
padre, oficial de las finanzas reales, le abrió una brillante carrera
eclesiástica, obteniendo gran reputación como uno de los principales
predicadores en España. En 1545 fue capellán de Carlos V,
a quien acompañó a Alemania al estallido de la guerra de Esmalcalda. Allí se
preocupó de refutar a los luteranos, pero acabó aceptando sus doctrinas. Vuelto
a España en 1552, al principio fue cauto para expresar sus ideas, pero
finalmente la casa de su madre se convirtió en lugar de reunión en Valladolid,
siendo él la cabeza de esa congregación. En 1558 fue encarcelado con sus
hermanos y otras 75 personas. El 4 de marzo de 1559, bajo tortura, reconoció
que había aceptado las enseñanzas de Lutero, pero negó que las hubiera enseñado
a otros. Se negó a hacer otras confesiones. El auto de fe en el que pereció fue
el primero en su tipo: 16 personas, incluyendo un hermano y una hermana suyos,
fueron juzgadas al mismo tiempo y condenadas a cadena perpetua. Dos más,
incluyendo a su hermano Francisco, fueron quemados vivos y otros 12,
incluyéndolo a él, fueron estrangulados antes de ser quemados. Juan Cristóbal
Calvete de Estrella lo calificó como “excelentísimo teólogo y hombre de gran
doctrina y elocuencia”, y Gonzalo de Illescas dice de él que era “predicador
del emperador, de los más elocuentes en el púlpito, de cuantos predicaban en
España”.
Menéndez y
Pelayo menosprecia su criterio y se expresa de él como alguien que fue fácil de
convencer por alguien como Carlos de Seso. Es considerado como un mártir en el
ámbito religioso protestante, y especialmente como un precursor por los
protestantes españoles. En Valladolid, el terreno que ocupó su casa y el rótulo
infamatorio se conservaron dos siglos, hasta 1776, cuando fue cambiado por una
lápida con forma de rectángulo rematado en su lado superior por un triángulo o
semicírculo con una inscripción explicativa. Tras volver a construirse en el
terrenó que ocupó su casa, se nombró Calle del Rótulo de Cazalla, y en 1820,
con la llegada del régimen liberal, Calle del Doctor Cazalla.
Bibliografía
“Agustín de Cazalla”, en www.iglesiapueblonuevo.es/index.php?codigo=bio_cazalla;
Miguel Delibes, El hereje. Barcelona,
Ediciones Destino, 1998 (Áncora y Delfín, 827); Manuel Gutiérrez Marín, ed.,
“Los protestantes de Valladolid”, en Historia
de la Reforma en España. Barcelona, Publicaciones Editoriales del Nordeste,
1973, pp. 93-97; Maximiliaan Frederik van Lennep, La historia de la Reforma en España en el siglo XVI. Grand Rapids,
Subcomisión de Literatura Cristiana, 1984, pp. 101-119; José C. Nieto, “El Dr.
Agustín Cazalla, leyenda y enigma”, en El
Renacimiento y la otra España: visión cultural socio-espiritual. Ginebra,
Droz, 1997, pp. 415-419.
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ESCUELA DE FORMACIÓN CRISTIANA
TEMA SEMESTRAL
1. MARTÍN LUTERO, LAS
95 TESIS
INTRODUCCIÓN
Hans
Küng, Grandes pensadores cristianos. Una pequeña
introducción a la teología.
Madrid,
Trotta, 1995, pp. 132-133
La querella
de las indulgencias no fue la causa intrínseca
pero tampoco únicamente el casual motivo extrínseco de la Reforma, sino el
catalizador, el factor desencadenante. El papa ¿debe, puede, está autorizado a
conceder indulgencias? ¿Es decir, a conceder a los vivos e incluso a los
difuntos (del purgatorio) la remisión parcial o total de las penas temporales
que ellos merecieron por sus pecados, penas que Dios les impuso y que ellos
deben padecer antes de entrar en la vida eterna? En aquel entonces, una
cuestión de enorme relevancia, no sólo teológica sino también política. Lutero
abordó tal cuestión debido a una excepcional campaña de indulgencias que, por
orden del papa León X, había sido organizada en Alemania, para el nuevo
edificio de la basílica de San Pedro, con todos los medios propagandísticos
disponibles. El comisario general de la “indulgencia de San Pedro” fue el
arzobispo de Maguncia Alberto de Brandeburgo.
Penitencia: ¿qué
cosa es penitencia? La respuesta de Lutero a esta pregunta es, desde un punto
de vista teológico, radical. La penitencia no está limitada, para el cristiano,
al sacramento de la penitencia, sino que ha de abarcar la vida entera. Y lo
decisivo es: el perdonar culpas es sólo asunto de Dios; el papa puede, todo lo
más, confirmar mediante una explicación ulterior que una culpa ya ha sido
perdonada por Dios. Y de todos modos los poderes del papa abarcan sólo esta
vida y acaban con la muerte. ¡Qué perversión del gran pensamiento de la gracia
gratuita de Dios para con el pecador es el querer comprarse la salvación del
alma con costosas papeletas de indulgencias para financiar una lujosa iglesia
papal!
Pero ese ataque significaba al mismo
tiempo que Lutero, de un golpe, no sólo había privado de toda legitimación
teológica el comercio de indulgencias, sino quebrantado a la vez la autoridad
de quienes habían montado tal negocio en provecho propio: el papa y los
obispos. En 95 tesis resume Lutero su posición, las envía al obispo competente,
Alberto de Maguncia, y las da a conocer al mismo tiempo al público
universitario.
EL
COMIENZO DE LA REFORMA: LA PROTESTA DE LUTERO CONTRA UN SISTEMA HEGEMÓNICO
Martin
Hoffmann, La locura de la cruz. La
teología de Martín Lutero. San José, DEI, 2015, pp. 23-24.
Las 95 Tesis de Martín Lutero no
sólo fueron una estocada en el corazón de la Iglesia católica romana sino
igualmente en el corazón del sistema de poder feudal en su conjunto.
Muchas veces se
ha minimizado la trascendencia del movimiento de la reforma: algunos lo ven
como una crítica necesaria a algunos problemas de la Iglesia romana de la Edad
Media. En este caso el concilio tridentino habría cumplido con las pretensiones de purificación
y renovación del movimiento. Otros ven esta
Reforma como una mera discusión teológico-académica sobre la correcta
comprensión del sacramento de la penitencia y de la doctrina de la
justificación. Estos temas habrían sido claves en el contexto de aquel
entonces, junto al miedo medieval al Juicio Final, pero se encontrarían
alejados de la problemática religiosa actual.
El mismo Lutero
probablemente no pudo prever por completo los alcances de sus tesis en 1517. Él
conservaba la esperanza de poder convencer al Papa del abuso de las prácticas
de la penitencia por medio de las indulgencias, basándose en la Sagrada
Escritura. Sin embargo, su protesta toca de manea inadvertida la fibra sensible
de todo un sistema. Con la creación de los bancos al comienzo del capitalismo
mercantilista, la lucha medieval por el predominio del poder papal sobre el
imperial adquiere una nueva dimensión. El Papa, los obispos, el Emperador, los
príncipes, los nobles y la recién surgida clase de los comerciantes y banqueros
se disputan el dominio de distintos aspectos de la vida, las cuestiones
sociales, económicas, políticas y eclesiástico-religiosas, y lo hacen siempre
en desmedro de la clase social baja, política, económica y religiosamente
dependiente.
La crítica de
Lutero al sistema de indulgencias tuvo sin dudas una base religiosa, esto es,
motivada en las Sagradas Escrituras, pero al mismo tiempo golpea a la
institución religiosa y sus conexiones con la situación económica, política y
social de aquellos tiempos. Las reacciones a su protesta a nivel político
(Emperador) y religioso (Papa) no se hicieron esperar: la proscripción y la
excomunión de Lutero testimonian la herida que sufre el sistema.
LAS 95 TESIS
1. Cuando
nuestro Señor y Maestro Jesucristo
dijo: “Haced penitencia...”, ha querido que
toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
2. Este término
no puede entenderse en el
sentido de la penitencia sacramental (es
decir,
de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el
ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo,
el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien,
una
penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de
la
carne.
4. En
consecuencia, subsiste la pena mientras
perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera
penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la
entrada en el
reino de los cielos.
5. El Papa no
quiere ni puede remitir culpa
alguna, salvo aquella que él ha impuesto,
sea por su arbitrio, sea por conformidad a
los cánones.
6. El Papa no
puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido
remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado.
Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
7. De ningún
modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo
someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
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LA MUJER CANANEA: MADRE DE UNA HIJA ENFERMA (II)
Margot Kässmann
De modo que las madres de hijos enfermos
se encuentran a menudo
muy solas, consigo mismas y con su
hijo enfermo. Además de compasión, esto puede producir agresiones: “Me has
arruinado la vida”. Una madre descarta todo el tiempo este tipo de pensamientos
interiormente, y nunca los pronuncia, lo que hace que su situación resulte más
difícil de sobrellevar. Lo mismo ocurre con los progenitores que, tanto
individualmente como juntos, tienen que afrontar la frustración de que su hijo
no sea como los demás niños. Pero, sobre todo, la mayoría de los progenitores
comprueba una y otra vez que el amor por un hijo enfermo y más frágil es
especialmente profundo y que ese niño ya ocupa una parte muy importante de sus
corazones.
Finalmente, está la experiencia de verse rechazada y
expuesta a las miradas de los demás: “¡Mira ese niño minusválido!”. “pobre
mujer, ¡qué horror!”. Una humillación suplementaria, que cada vez agota más el
esfuerzo físico y acrecienta la carga. Que anima a retirarse de la vida pública
con el hijo enfermo. Evidentemente, muchas personas tienen miedo al contacto
cuando se trata de un niño enfermo, se sienten inseguras y no saben cómo
acercarse al niño y a la madre.
En este sentido, la situación actual no ha cambiado
apenas. Además, hoy muchos conocen la carga económica que supone: se necesita
fisioterapia, aparatos especiales, tal vez una silla de ruedas. Quien quiera
ofrecer unos cuidados óptimos a su hijo tendrá que renunciar a muchas más
cosas. Cuando una madre se ocupa sola de su hijo enfermo, resulta mucho más
difícil desarrollar una actividad profesional; normalmente queda excluida. […]
La fe desempeña un papel crucial cuando las personas
tienen que convivir con una enfermedad. Dios nos garantiza que la vida tiene un
sentido, independientemente de la eficacia práctica de cada persona. En este
sentido, los creyentes sabemos y experimentamos que ninguna vida vale menos que
otra. La vida de una persona discapacitada no es, a los ojos de Dios, menos
valiosa que la de otra persona que rebosa de salud. La enfermedad no es un
castigo de Dios, ni una culpa, sino una carga vital que Dios quiere soportar
con nosotros. Quien nunca ha estado confrontado con la enfermedad habla de la
vida como un hombre que da clases magistrales sobre el inmenso mundo, pero que
nunca ha salido de su país. En último término, a la mujer cananea la ayudó su
fe. Una fe que no estaba nada clara, que Jesús no valoró tal vez adecuadamente
en un primer momento, pero que finalmente le mereció plena confianza. La
esperanza de esta mujer fue más fuerte que los obstáculos que encontró en el
camino.
La escritora estadunidense Pearl S. Buck narra en su
autobiografía una vivencia muy parecida como madre de un niño con discapacidad
mental. Cuenta cómo ella, poco a poco, se va dando cuenta de que su hijo no es
como los demás. Ella no quiere aceptar esa realidad, hasta que no tiene más
remedio: algo no va bien. Buck escribe: “Empezó entonces el largo viaje que los
padres de estos niños conocen muy bien. Desde aquel momento he hablado con
muchas personas y siempre ha sido lo mismo. Firmemente convencidos de que tenía
que haber alguien que pudiese curarlo, viajamos con nuestros hijos por toda la
Tierra buscando a alguien que nos ayudase”.
Esa mujer desconocida de la Biblia encontró a ese alguien
en Jesús. Tuvo que sentirse inmensamente feliz al ver que su hija se había
curado. Su alegría y alivio serían difíciles de disimular. Seguro que celebró
una fiesta, que no dejó de alegrarse ni de reírse, que se mostró orgullosa y
satisfecha de no haber cedido en su empeño, y de haberse mantenido firme y
haber encontrado una respuesta en el momento oportuno. La superación de una
enfermedad es una fiesta de liberación.
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