1 Los enemigos de los judíos se dieron cuenta de que éstos habían regresado del exilio en Babilonia y estaban reconstruyendo el templo de su Dios. 2 Así que fueron a ver a Zorobabel y a los jefes judíos, y les dijeron: —Déjennos ayudarlos a reconstruir el templo de Dios. Nosotros adoramos al mismo Dios que ustedes. Desde que el rey Esarhadón de Asiria nos trajo a vivir aquí, hemos estado presentando ofrendas a Dios.
3 Pero Zorobabel, Josué y los otros jefes judíos contestaron: —No podemos aceptar la ayuda de ustedes. Sólo nosotros podemos reconstruir el templo de nuestro Dios, porque así nos lo ordenó el rey Ciro de Persia.
4 Entonces la gente que vivía allí trataba de desanimar a los judíos y meterles miedo para que no reconstruyeran el templo. 5 Además, les pagaron a algunos asistentes del gobierno para que no los dejaran continuar con la reconstrucción. Esto sucedió durante los reinados de Ciro y de Darío, reyes de Persia.
6 Cuando comenzó a reinar Asuero, el nuevo rey de Persia, los enemigos de los judíos le presentaron una acusación contra ellos. 7 Tiempo después hubo otro rey, llamado Artajerjes. Al principio de su reinado, Bislam, Mitrídates, Tabeel y sus demás compañeros le escribieron una carta en arameo que fue traducida al persa.
8-11 El comandante Rehúm y el secretario Simsai también le escribieron al rey Artajerjes una carta en contra de los judíos. La firmaron los gobernadores, los jueces y los consejeros de Persia, Érec, Babilonia y Susa. También la firmaron los asistentes de las naciones que habían sido expulsadas de sus territorios por el famoso y gran rey Asnapar en Babilonia y estaban reconstruyendo el templo de su Dios. 2 Así que fueron a ver a Zorobabel y a los jefes judíos, y les dijeron: —Déjennos ayudarlos a reconstruir el templo de Dios. Nosotros adoramos al mismo Dios que ustedes. Desde que el rey Esarhadón de Asiria nos trajo a vivir aquí, hemos estado presentando ofrendas a Dios.
3 Pero Zorobabel, Josué y los otros jefes judíos contestaron: —No podemos aceptar la ayuda de ustedes. Sólo nosotros podemos reconstruir el templo de nuestro Dios, porque así nos lo ordenó el rey Ciro de Persia.
4 Entonces la gente que vivía allí trataba de desanimar a los judíos y meterles miedo para que no reconstruyeran el templo. 5 Además, les pagaron a algunos asistentes del gobierno para que no los dejaran continuar con la reconstrucción. Esto sucedió durante los reinados de Ciro y de Darío, reyes de Persia.
6 Cuando comenzó a reinar Asuero, el nuevo rey de Persia, los enemigos de los judíos le presentaron una acusación contra ellos. 7 Tiempo después hubo otro rey, llamado Artajerjes. Al principio de su reinado, Bislam, Mitrídates, Tabeel y sus demás compañeros le escribieron una carta en arameo que fue traducida al persa.
8 El comandante Rehúm y el secretario Simsai también le escribieron al rey Artajerjes una carta en contra de los judíos. 9 La firmaron los gobernadores, los jueces y los consejeros de Persia, Érec, Babilonia y Susa. 10 También la firmaron los asistentes de las naciones que habían sido expulsadas de sus territorios por el famoso y gran rey Asnapar.
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1 Lo más importante de todo esto es que tenemos un Jefe de sacerdotes que está en el cielo, sentado a la derecha del trono de Dios.2 Ese sacerdote es Jesucristo, que actúa como sacerdote en el verdadero santuario, es decir, en el verdadero lugar de adoración, hecho por Dios y no por nosotros los humanos.
3 Aquí en la tierra, se nombra a cada jefe de los sacerdotes para presentar a Dios las ofrendas y sacrificios del pueblo. Por eso, también Jesucristo tiene algo que ofrecer a Dios. 4 Si él estuviera aquí, no sería sacerdote, pues ya tenemos sacerdotes que presentan a Dios las ofrendas que ordena la ley de Moisés. 5 Pero el trabajo de esos sacerdotes nos da apenas una ligera idea de lo que pasa en el cielo. Por eso, cuando Moisés iba a construir el santuario, Dios le dijo: "Pon mucho cuidado, porque debes hacerlo todo siguiendo el modelo que te mostré en la montaña". 6 Pero el trabajo que Dios le dio a Jesucristo, nuestro Jefe de sacerdotes, es mucho mejor, y por medio de él tenemos también un pacto mejor, porque en él Dios nos hace mejores promesas.
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