sábado, 9 de febrero de 2019

La oposición interna: estrategias para afrontar el conflicto, L. Cervantes-O



10 de febrero, 2019

Entonces la gente que vivía allí trataba de desanimar a los judíos y meterles miedo para que no reconstruyeran el templo. Además, les pagaron a algunos asistentes del gobierno para que no los dejaran continuar con la reconstrucción. Esdras 4.4-5a, TLA

El texto de Esdras no deja de registrar la conflictividad causada por la forma tan positiva con que los repatriados de Israel comenzaron los trabajos para reconstruir inicialmente, el altar y el templo de Jerusalén. Al transcurrir el tiempo y con el cambio de monarcas persas, la situación del principio, tan firme y bien determinada por el decreto del rey Ciro II, fue modificándose hasta el punto de que surgió una verdadera oposición a ese proyecto, disfrazada, como bien subraya Esdras 4, de una aparente disposición para apoyarlo. Se habla explícitamente de “los enemigos de Judá y de Benjamín” (v. 1a), quienes se presentaron ante Zorobabel y los jefes de las familias en un diálogo imposible. Se trataba de una población extranjera (pagana) que había sido llevada a Palestina por Esar-hadón rey de Asiria entre los años 681 y 669 a.C., hijo de Senaquerib. En esa “transmigración” forzada vio II Reyes 17.24-41 el origen de los samaritanos y de la implantación de cultos diferentes al yahvismo. De manera que se conjuntaron elementos raciales, religiosos y políticos para originar esta oposición que posteriormente daría frutos: “A esta primera oposición se añade otra: si los primeros apelan por dos veces a un soberano extranjero movido por el espíritu de Yahvé, que los ha hecho volver a su tierra, Ciro (3.7 y 4.3), los segundos están vinculados con el terrible soberano pagano Asaradón, rey de Asur, que los había deportado a una tierra que les seguía resultando extraña (4.2)”.[1]

La temática planteada anticipa el resto de la narración: la mención de los “enemigos” en Esd 4.1 se repite en Neh 4.5, y el intento de hacer que fracase el proyecto de los deportados (Esd 4.5) tiene su correspondiente inverso en Neh 4.15: “Y cuando oyeron nuestros enemigos que lo habíamos entendido, y que Dios había desbaratado el consejo de ellos, nos volvimos todos al muro, cada uno a su tarea”. Así, desde el principio el lector está informado: “el fracaso será tan sólo aparente y Dios dará la vuelta a la situación en favor de su pueblo” (Ídem). Los vv. 1-3 asimilan de manera polémica a los “enemigos de Judá y Benjamín” con las poblaciones extranjeras (“los pueblos de los países”) deportadas por los soberanos asirios. “Si la expresión es muy imprecisa, crea, no obstante, una tensión entre estos autóctonos extranjeros del país y ‘los hijos de la deportación’, es decir, los repatriados dirigidos por Josué y Zorobabel”.[2]

La argumentación del v. 2 oculta, en buena parte, la mezcla de creencias y prácticas descritas en II Reyes 17, presentada con el tono antipagano del momento: no necesariamente era verdad que esos grupos hubieran aceptado el yahvismo como creencia religiosa principal. La respuesta de Zorobabel y los demás líderes es directa y enérgica: solamente los judíos (factor racial y religioso) podían llevar a cabo las obras, debido a la orden de Ciro (v. 3). La reacción esperada, la manifestación abierta de la oposición al trabajo aparece inmediatamente (v. 4), con lo que se intentó desanimar a los reconstructores. Estamos ante una “una visión puramente teológica, centrada en una definición estricta de la identidad judía. Queda por identificar a estos ‘pueblos que habitan el país’ […]. Sin duda, más que referirse a los extranjeros en el país, apunta a los judíos no deportados que se mostraban reacios a las reivindicaciones de los antiguos propietarios para que les devolvieran sus tierras; algunos oráculos proféticos (Ez 11.14-21; 33.23-29) van en este sentido”.[3]

Las acciones descritas en el v. 5 muestran la forma desleal (sobornos e intrigas) con que se buscó detener el proyecto de reconstrucción durante el reinado de Ciro y Darío. Pero la labor de zapa y rechazo no terminó ahí: ya en el reinado de Asuero (Jerjes I, 519-465 a.C.), hijo de Darío, presentaron una acusación contra los judíos (v. 6) y, mediante una argumentación estrictamente política, se dirigieron después a Artajerjes (465-424 a.C.) para denunciarlos también. Aquí aparecen los nombres de los dirigentes antijudíos, autoridades persas locales y sus esbirros (vv. 7-10). Más allá de la precisión cronológica, la carta, escrita en arameo y traducida al persa es una acusación frontal que señala el carácter “rebelde” de la ciudad (12b, 15b: antecedente para su destrucción) y el enorme riesgo posterior que implicaría su reconstrucción: “ También le hacemos saber que cuando ellos terminen de reparar esos muros y la ciudad esté reconstruida, no van a querer pagar ninguna clase de impuestos, y el tesoro del reino sufrirá pérdidas” (v. 13). Pero lo cierto es que entraban muchos factores en juego:

El texto dramatiza esta realidad, evocando un prolongado conflicto que termina con una interrupción de los trabajos “hasta el segundo año del reinado de Darío, rey de Persia” (4,24), en algún momento entre el 537 y el 520 a.C. En realidad, existían otros factores que explican las dificultades para la reconstrucción del Templo, algunos de tipo económico (Hag 1.5-11: 2.16-19; Zac 8.10), otros debidos a disensiones internas (Is 58.4), e incluso tal vez la presencia de movimientos hostiles a esta obra (Is 66.1-2). La reconstrucción de los hechos en Esdras enmascara estos diversos factores a favor de una imagen altamente apologética.[4]

La mención de las murallas manifiesta la preocupación político-económica de fondo en la carta que resalta con la advertencia final, en términos de la integridad del imperio en esa zona geográfica: “Queremos que Su Majestad sepa que, si se reconstruye esa ciudad y se terminan de reparar sus muros, usted ya no tendrá dominio sobre la provincia que está al oeste del río Éufrates” (v. 16). La misiva tuvo éxito y la respuesta del rey fue afirmativa para los intereses de los enemigos: ordenó detener la construcción (21) a fin de “no perjudicar más al reino” (22). La oposición se impuso provisionalmente, “con poder y violencia” (23) hasta el segundo año de Darío (24). La lectura teológica del pasado de Jerusalén (¡practicada también por sus adversarios!) se volvió en su contra al momento de tomar la determinación de detener las obras. Po ello, la actitud de aceptación de ese nuevo obstáculo debía pasar por un reconocimiento y un discernimiento espiritual de los judíos de las nuevas adversidades que debían enfrentar para llevar a cabo los proyectos de Dios en esos tiempos. La estrategia debía ser eminentemente religiosa para sobrellevar la oposición y recuperar el ánimo para seguir colaborando en los planes divinos.

Tal como resume Walter Brueggemann al hacer mención del horizonte espiritual de toda esta reconstrucción: “A Israel le quedaba planear y reconstruir la nueva vida que Yahvé le había concedido gracias a su perdón. Esta planificación y reconstrucción se convierte en la tarea permanente del judaísmo. Es obvio que la labor del judaísmo siempre tiene lugar después del exilio y se sitúa en el horizonte de la tendencia congregadora, sanadora, reconciliadora y amorosa de Yahvé”.[5]




[1] Philippe Abadie, El libro de Esdras y de Nehemías. Estella, Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 95), p. 22, www.mercaba.org/SANLUIS/CUADERNOS_BIBLICOS/095%20El%20libro%20de%20Esdras%20y%20de%20Nehemias%20(PHILIPPE%20ABADIE).pdf.
[2] Philippe Abadie y Pierre de Martin de Viviès, Los cuatro libros de Esdras. Estella, Verbo Divino, 2014 (Cuadernos bíblicos, 180), p. 12
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] W. Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento. Un juicio a Yahvé Testimonio. Disputa. Defensa. Salamanca, Sígueme, 2007 (Biblioteca de estudios bíblicos, 121), p. 472.

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