Predicación de Hageo, Gustavo Doré
17 de febrero, 2019
Cuando Zorobabel y
Josué oyeron el mensaje, reiniciaron la reconstrucción del templo de Dios, y
estos profetas los ayudaban.
Esdras 5.2, TLA
La iniciativa de
reconstruir el templo, el culto y la ciudad de Jerusalén se ve acompañada, a
partir de Esdras 5, por la predicación profética de Hageo y Zacarías. La
aparición de ambos profetas representa la incorporación de un elemento espiritual
e ideológico fundamental para el desarrollo de los acontecimientos en el
interior de la comunidad de repatriados judíos que debían afrontar el enorme
desafío de la reconstrucción. Seguía conformándose, así, el grupo de dirigentes
que estarían al frente del proyecto, por lo que la fuerza del mensaje profético
le daría solidez y profundidad, especialmente porque, en el caso de Hageo, su
crítica hacia la displicencia del pueblo surtiría muy buen efecto. Sus palabras
fueron directas y sin contemplaciones, tal como lo muestra la Nueva Traducción Viviente, que ubica
cronológicamente esta predicación: el 29 de agosto del segundo año del reinado
de Darío (520 a.C.), el mensaje dirigido a Zorobabel y a Josué (Jesúa) afirmaba
que, si el pueblo alegaba que aún no había llegado “el momento para reconstruir
la casa del Señor”, (Hag 1.2), resultaba inaceptable que muchos viviesen ya en
casas lujosas mientras el templo permanecía en ruinas (Hag 1.4, 9). Esa actitud
era la causa de que su trabajo esforzado no fructificara (Hag 1.6, 10-11). Debían,
pues, poner manos a la obra y retomar el plan original.
Zacarías, por su
parte, en los dos primeros capítulos de su libro anuncia el perdón de Dios a su
pueblo y su voluntad para la reconstrucción mediante palabras estremecedoras (Zac
1.14-16), su juicio contra los imperios (Zac 1.18-21; 2.8-9) y la reunión de
los cautivos (Zac 2.12). En el cap. 3 da un mensaje específico al sacerdote Josué
(vv. 7-10) y, en el siguiente, a Zorobabel (vv. 6-9), con un lenguaje
francamente mesiánico. Todo ello, mediante visiones simbólicas. En Zac 4.14,
ambos son definidos como “los dos ungidos que están delante del Señor de toda
la tierra”. En 6.10-14, Josué es coronado como sacerdote, y en el cap. 8
se afirma la promesa de restauración de Jerusalén.
La respuesta positiva
de Zorobabel y Josué es amplificada por Hageo, quien subraya el apoyo de Dios a
la empresa restauradora (1.13) y la reacción tan favorable de ambos líderes que
se pusieron en marcha el 21 de septiembre del año en cuestión (1.14-15). El segundo
mensaje de Hageo (2.1-9) de refirió al menor esplendor del nuevo templo. Allí mismo
anuncia una gran promesa para Zorobabel (2.20-23), luego de una feroz crítica
al comportamiento sacerdotal (2.10-19). El biblista puertorriqueño Samuel Pagán
explica las razones de la cautela de los dirigentes judíos: “Posiblemente les
inspiró el compromiso que tenían con Dios y la inestabilidad política causada
por la transición y crisis en el trono persa, luego de la muerte de Cambises y
la ascensión de Darío [que estuvo envuelta en acciones muy violentas]. La
lentitud en el proceso de reconstrucción posiblemente estaba relacionada con la
actitud de prudencia y cautela asumida por Zorobabel y Josué”.[1]
Con todo, el ambiente
de exaltación y ánimo resultaba siempre sospechoso a las autoridades persas
locales: el gobernador Tatenai y sus ayudantes interrogaron sobre quién los había
autorizado para retomar el trabajo (Esd 5.3-4). El breve inciso del v. 5: “Pero
el ojo de su Dios estaba sobre los ancianos de los judíos” da al relato una
tonalidad teológica cuya señal más recurrente será: “La mano de Dios” [está]
sobre los dirigentes judíos (Esd 7.9, 28; Neh 2.8, 18).[2]
Esto es, “Dios vela por la comunidad del retorno hasta hacerle encontrar el
favor ante sus dueños extranjeros, que anticipa el final del relato en 6.22: ‘cambiando
en su favor el corazón del rey de Persia’” (Ídem).
Este nuevo relato comienza con un intercambio epistolar entre la autoridad
persa local (5.6-17) y el rey Darío para informar acerca de lo sucedido. La respuesta
de los judíos, teológica y un tanto altanera, que se refiere, remite a la
historia de Israel y Judá (Esd 5.11-16). La solicitud expresa es buscar en los
archivos del imperio persa algunas referencias a esos acontecimientos anteriores.
La relectura de la
historia judía se centra en el templo a través de dos acontecimientos
importantes: su construcción por Salomón (“un gran rey de Israel”, 11) y su
destrucción por Nabucodonosor (12). “Tanto la destrucción del Templo (v. 12),
como su reconstrucción se relacionan con la voluntad del Dios de Israel”.[3]
La última parte de la respuesta judía es especialmente relevante: “Desde
entonces se ha estado reconstruyendo, y todavía no se termina” (16b). En ella se
aprecia la conciencia histórica (alentada por el mensaje profético) de estar
participando en el nuevo proyecto divino, aun cuando no se comprendieran del
todo sus alcances, puesto que las nuevas condiciones socio-políticas hacían
impredecible el rumbo de los sucesos, aun cuando la única esperanza consistía
en concluir el trabajo estrictamente arquitectónico del templo y la ciudad. El corazón
de esa respuesta manifiesta una magnífica asimilación, en la teología del
llamado Cronista (la tradición textual que va desde I y II de Crónicas hasta
Nehemías).
Hay diferencias de
acento entre los relatos paralelos de Hageo y Zacarías y los de Esdras y
Nehemías: “tras las grandes esperanzas de los profetas del siglo V y la antorcha
mesiánica que pudieron encender en algunos ambientes, llegó el momento de un
realismo político en la aceptación del presente, del que se hace eco el libro
de Esdras”.[4] Los
constantes ecos del “edicto de Darío” (Esd 1.2-4; 3.7; 4.3; 5.13-17; 6.1-5) y
la “respuesta de Darío” (6.6-12) se inscriben en esta representación de lealtad
de una comunidad que quería dar de sí misma una imagen tranquilizante, a pesar
del recelo y de las denuncias de sus adversarios (cf. Esd 4.6).
La intención
teológica de estos textos se acompaña de una aceptación realista de la dinámica
social y política que no siempre fue clara para todo el pueblo. Ahora, había
más certeza para afrontar lo que viniera después, con una conciencia bien
definida de lo que estaba pasando y de los obstáculos que seguirían presentes
para conseguir plenamente la reconstrucción en todos sus aspectos: “Zorobabel
no fue el ‘mesías’ esperado, y cualquier representación en este sentido no
podía menos de hacer que nacieran las sospechas de las autoridades locales,
tanto si éstas eran persas como griegas”.[5]
Un templo reconstruido mostraría la eficacia histórica de la palabra profética
como mensaje divino, a fin de restaurar la conciencia espiritual del pueblo.
[1] S. Pagán, Esdras, Nehemías y Ester. Miami, Caribe,
1992 (Comentario bíblico hispanoamericano), p. 77.
[2] P. Abadie y P. de
M. de Viviès, Los cuatro libros de Esdras.
Estella, Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 180), p. 14.
[3] S. Pagán, op. cit., p. 78.
[4] P. Abadie, El libro de Esdras y de Nehemías. Estella,
Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 95), p. 29.
[5] Ídem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario