¿RETORNO DEL EXILIO O EVOCACIÓN DEL ÉXODO? (III)
Philippe Abadie y Pierre de Martin de Viviès
Se busca con esta descripción el efecto
de masa y de unanimidad antes de comenzar la
rehabilitación del altar en el cap. 3. Veremos que las cifras serán más
realistas en Esd 8, al no exceder de un total global —ya enorme— de 5000 personas,
es decir, diez veces menos. El detalle de la lista muestra igualmente su
carácter compuesto, es decir, la fusión de materiales de procedencias diversas.
Entre las 17 fratrías enumeradas
en los vv. 2-19, 14 son mencionadas entre los firmantes de compromisos
comunitarios asumidos en Neh 10.11 son mencionadas en la caravana de Esd 8, y 6
en la lista de las personas que habían contraído un matrimonio mixto (Esd 10).
La mayoría tienen nombres yahvistas (Nehemías, Serayas, etcétera), pero ciertos
nombres suenan extranjeros (Elam, Azgad, Bigvay, Ater), lo que deja entrever
una población mucho más mestiza de lo que da a entender el relato de Esdras.
Los nombres de 22 localidades
dados en los vv. 20-25 diseñan un territorio bastante exiguo, limitando al
norte con Ay y Betel (v. 28), al este con Jericó (v. 34), al sur con Belén y
Netofá (vv. 21-22), y al oeste con Lod y Onó (v. 33); nótese la ausencia de
Jerusalén. Esta área geográfica corresponde, sin duda, a la realidad
territorial de Judá durante la época persa, excluyendo el Négueb, siempre
ocupado por los edomitas (Jr 13.19), que escapa a la esfera de influencia judea
(véase mapa, p. 10). Por comparación, la lista territorial dada en Neh 12.25-35
se corresponde con las antiguas fronteras del reino de Judá en tiempos de
Josías.
Obedeciendo a otros principios,
los vv. 36-39 mencionan las cuatro grandes familias sacerdotales, tres de las
cuales (Yedaías, Imer y Pasjur) aparecen también en tres las repatriadas en 1 Cr
9.10-13. A la cabeza se encuentra la casa de Josué, el sumo sacerdote testigo
de la reconstrucción del Templo. Notemos, por otra parte, que solo las dos
primeras familias mencionadas eran conocidas antes del exilio y que esta
división por «familias» parece más antigua que la organización en veinticuatro
clases que prevalecerá posteriormente (según 1 Cr 24 y el historiador judío
Flavio Josefo).
Este dato, unido a otros
indicios, es, sin duda, la prueba de una cierta antigüedad de la lista, aun
cuando denota evoluciones con respecto al período precedente al exilio. En este
punto es interesante ver que la lista demuestra, de este modo, un arcaísmo en
su descripción de los levitas, cantores y porteros (vv. 40-42): en contra de lo
que aparece en 1 Cr 23–26, estas tres funciones son distintas de todo oficio
sacerdotal; y posteriormente los cantores y los porteros serán contados entre
los levitas (Neh 11.15-19; véase también 1 Cr 9.33; 2 Cr 5.12; etcétera).
En la escala más baja de esta
jerarquía social los vv. 43-54 mencionan a los “donados” (netimîm), en referencia al estatus otrora otorgado por Josué a los
gabaonitas (Jos 9,27); a estos se añaden los prisioneros de guerra (Esd 8.20;
Nm 31.28). De hecho, este grupo parece estar compuesto por los descendientes de
extranjeros, como atestigua el gran número de nombres no israelitas y el
vínculo establecido en los vv. 55-57 con los “servidores de Salomón”, restos de
poblaciones cananeas no asimiladas y condenadas a trabajos forzados (1 Re 9.20-21).
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Dietrich Bonhoeffer
Lo extraordinario era algo simplemente
voluntario, una obra del hombre piadoso nacida
de su propio corazón. Era la rebelión de la libertad humana contra la simple
obediencia al mandamiento de Dios. Era la autojustificación del hombre, que la
ley nunca admite. Era la auto-santificación anárquica, que la ley debe
rechazar. Era la obra libre que se opone a la obediencia carente de libertad.
Era la destrucción de la comunidad de Dios, la negación de la fe, la blasfemia
contra la ley y contra Dios. Lo extraordinario enseñado por Jesús era, delante
de la ley, digno de la pena de muerte.
¿Qué dice Jesús a todo esto?
Dice: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser
vistos por ellos». La llamada a lo extraordinario es el peligro grande,
inevitable, del seguimiento. Por eso, tened cuidado con lo extraordinario, con
esta manifestación visible del seguimiento. Jesús opone un “¡alto!” a la alegría
alocada, ininterrumpida, rectilínea, que nos causa lo visible. Da un aguijonazo
a lo extraordinario. Jesús llama a la reflexión.
Los discípulos deben tener esto
extraordinario sólo en la reflexión. Han de tener mucho cuidado en esto. Lo
extraordinario no debe realizarse para que sea visto, es decir, no debe hacerse
por sí mismo, la manifestación no debe producirse por sí misma. Esta justicia
mejor de los discípulos no debe ser un fin en sí misma. Es preciso que esto se
manifieste, es preciso que lo extraordinario se produzca, pero... cuidad de no
hacerlo para que sea visto.
Es verdad que el carácter visible
del seguimiento tiene un fundamento necesario: la llamada de Jesucristo; pero
nunca es un fin en sí misma; porque entonces se perdería de vista el mismo
seguimiento, intervendría un instante de reposo, se interrumpiría el seguimiento
y sería totalmente imposible continuarlo a partir del mismo lugar donde nos
hemos detenido a descansar, viéndonos obligados a comenzar de nuevo desde el
principio. Tendríamos que caer en la cuenta de que ya no seguimos a Cristo.
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GRACIA, MISTERIO, BELLEZA Y LIBERTAD: CUATRO
AFIRMACIONES DE LA TEOLOGÍA REFORMADA (III)
Cynthia Rigby
Esta integración es importante en
nuestro mundo actual, en parte, porque tiene en cuenta nuestras
capacidades y responsabilidades intelectuales y espirituales, al mismo tiempo
que respeta el hecho de que Dios puede hacer más de lo que podemos pedir o
imaginar (Efesios 3.20). Al igual que los religiosos de nuestra cultura que no
están afiliados a la religión (nones and dones), no queremos una fe que contribuya
a los problemas del mundo al dejar de criticar, analizar y reinterpretar.
Queremos una fe que piense y siga
pensando. Al mismo tiempo, también sabemos que necesitamos una ayuda que esté
más allá de nosotros mismos. Como un amigo mío, preocupado por el clima
político actual y el acto de violencia más reciente, comentó el otro día: “Creo
que todos estamos buscando algo de magia en este momento”. La teología
reformada tiene esa magia. La llamamos “misterio”. Podemos masticarlo, tragarlo
y hablar sobre él y, al hacerlo, recuperar el carácter sacramental de cada
elemento de la vida, incluidas nuestras preguntas y dudas.
Celebración
de la belleza
Las congregaciones que estudian teología reformada saben que
pueden celebrar la belleza incluso en medio de la fealdad que nos rodea.
Lamentamos la fealdad de los actos violentos y los crímenes de intolerancia, de
acusaciones y de pecado no confesado, del calentamiento global y otras formas
de destrucción ambiental. Nos arrepentimos de nuestros horribles pecados, incluida
nuestra complicidad para alimentar el consumismo desenfrenado.
En medio de toda esta fealdad, la tradición reformada insiste en
que —¡no obstante!— las obras maravillosas de Dios son evidentes y que, como
Calvino afirmó, este mundo es “el escenario de la gloria de Dios” compartido
para nuestro goce. En uno de sus sermones, en esta línea, Calvino fue más lejos
e insistió: “No hay una sola brizna de hierba, no hay un color en este mundo
que no tenga la intención de alegrarnos”.
Podríamos preguntarnos en estos
tiempos desagradables: ¿por qué es tan importante que veamos lo bello? ¿No es
más crítico que nos mantengamos enfocados en los problemas que nos rodean, para
que podamos abordarlos y resolverlos? La teología reformada enseña que ser
capaz de percibir los hermosos dones de Dios es en sí mismo un don
transformador de la gracia y un beneficio de la fe. Vivir con la percepción de
la belleza es algo que Dios desea para que podamos disfrutar de vidas plenas y
abundantes que se desborden al servicio de los demás.
Esto significa que nuestra
percepción de lo bello nunca es sólo por nuestro propio bien, sino también por
el bien de los demás. Las congregaciones que tienen el hábito de disfrutar los
hermosos dones de Dios tienen “rostros brillantes” para el mundo, señala Karl
Barth, que representan a la iglesia para el mundo como una “parábola y una
promesa del Reino de Dios”. Lejos de servir como un escape de las dificultades,
entonces, nuestra percepción de la belleza sólo debe profundizar nuestra
aversión a toda la fealdad, incitándonos a trabajar con energías renovadas para
la venida del hermoso Reino de Dios a la tierra como lo es en el cielo.
The Presbyterian Outlook, 7 de enero de 2019
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