31 de marzo, 2019
Entonces el sacerdote
Esdras escogió a algunos jefes de los grupos familiares y los nombró para
investigar cada caso. Comenzaron su tarea el día primero del mes de Tébet, y el
día primero del mes de Abib del año siguiente, terminaron de examinar los casos
de hombres casados con mujeres extranjeras. Esdras 10.16-17, TLA
La primera parte del
libro de Esdras y Nehemías concluye con la dramática decisión de separar a
algunos matrimonios mixtos a partir de la propuesta hecha por Secanías a Esdras
para resolver de esa manera la “contaminación” de la “semilla santa” del pueblo
de Israel y Judá. Con todo, este episodio se desarrolla en diversos momentos
para dar paso a los acontecimientos posteriores. En primer lugar, Esdras
exhortó al pueblo en una asamblea a reconocer el pecado de exogamia con mujeres
idólatras y a obedecer a Yahvé (10.10-11); a continuación, el pueblo respondió
en voz alta aceptando la invitación y solicitando tiempo para definir la
situación completamente (12-14), a fin de evitar el castigo divino; luego, hubo
acuerdo al respecto, con algunas excepciones (15); y Esdras procedió a nombrar
jefes de familias “para investigar cada caso” (16); finalmente, éstos
trabajaron durante un mes, aproximadamente, para revisar los casos uno por uno
(17). El texto enlista, entonces. por nombre y familia, a quienes habían
incurrido en la falta señalada: sacerdotes (18-22), ayudantes (23) y cantores
(24). Después de ellos, otros grupos de 11 familias (25-43). Todos ellos
prometieron separarse de sus esposas e hijos (44).
“‘Los hombres de Judá
y Benjamín’ (v. 9), que representaban a todo el pueblo, se reunieron en la
plaza del Templo para escuchar las decisiones de Esdras. La asamblea se celebró
en el mes noveno, conocido como Kislev [parte de los meses de noviembre y diciembre],
en una época de lluvias de invierno en Palestina (v. 9). El tema a discutirse
en la asamblea, unido a las inclemencias del tiempo, hicieron que el pueblo
temblara”.[1]
Este estado de preocupación y ansiedad por lo que estaba a punto de suceder y a
lo que el pueblo ya se había comprometido (“Haremos lo que tú nos ordenas”, v.
12), propició un ambiente de tensión que mostraría los alcances de la
influencia del escriba y sacerdote, quien impondría su criterio sobre el resto
de la comunidad, tal como comenta la exegeta judía estadunidense Tikva
Frymer-Kensky (1943-2006):
Animado por su grupo inicial, Esdras puso en
práctica su nueva definición de Israel invitando a su asamblea a todos los
hombres, miembros de la gôlah (diáspora).
El mismo término indica que fueron los que habían regresado del exilio, galût. Los otros judíos y los hombres
israelitas no fueron invitados: eran parte de los “pueblos de la tierra”. En la
asamblea, convenció a los repatriados de que sus nuevas esposas eran cananeas
de los tiempos recientes y rompió sus matrimonios.[2]
Esdras estaba preocupado
por las esposas extranjeras, concretamente, dado que las mujeres repatriadas que
se casaron aparte, con miembros de “los pueblos de la tierra” ya no eran parte
de Israel. Pero las mujeres casadas con algunos retornados estaban adulterando a
la diáspora, que Esdras consideraba una “semilla santa” (9.2). Esto último
obligó a expulsarlas junto con sus hijos, lo que constituyó “una desviación del
patrón de divorcio normal del mundo antiguo en el que la mujer se iba y los
niños, que eran el linaje y la posteridad de su padre, se quedaban con él.
Esdras no quiso a estos niños, a pesar de que sus padres eran de la ‘semilla
pura’”.[3]
Un factor fundamental en el relato es el carácter genuino del arrepentimiento
del pueblo que fue capaz de “ablandarlo” a tal grado de que aceptara la ruptura
de matrimonios y familias. Si el arrepentimiento no exigía esta ruptura es otro
asunto, puesto que el ofrecimiento de Secanías acerca de ello fue lo que vino,
en segundo lugar, a complicar la situación y desencadenó el final conocido. Lo único
que aligera la gravedad del asunto fue el hecho de que cada caso se analizó por
separado, prestando atención específica (v. 16), de ahí la duración del examen
detallado (v. 17).
Otra de las razones para esta decisión tan
polémica bien pudo ser económica, pues la separación estricta entre los
repatriados y los “pueblos de la tierra” podía reflejar las luchas sobre la
propiedad de las tierras abandonadas por aquellos, que fueron trabajadas por
quienes vivieron allí. Las instrucciones de Esdras no fueron aceptadas por
completo, pues el texto refiere la resistencia de algunos judíos a la
determinación tomada. Fue el caso de “Jonatán hijo de Asael y Jahazías hijo de
Ticvá, apoyados por Mesulam y Sabtai, de la tribu de Leví” (10.15). Eso quizá
fue un signo “de tensión entre algunos ambientes laicos y un radicalismo
hierocrático con el que parece estar ligado el ‘sacerdote’ Esdras (cf. Esd 8.33;
10.6), a diferencia del ‘laico’ Nehemías”.[4]
Teológicamente, fue el profeta Malaquías quien se opuso a este divorcio masivo.
“Su lenguaje es oscuro, pero claramente se opone a rechazar a la esposa de su
juventud para buscar ‘la semilla de Dios’ (Mal 2.15)”.[5]
Además, el libro de Ruth no es en absoluto ambiguo sobre este tema y su recitación
en los tiempos de Esdras fue una refutación directa de su idea sobre que las
esposas extranjeras diluían la semilla sagrada. Pero la gran refutación vino por
parte de la gente, que continuó casándose con mujeres extranjeras.[6]
Las resonancias del
pasaje en el Nuevo Testamento son diversas: por un lado, en el Cuarto Evangelio
(sin paralelo alguno, y en donde los samaritanos seguían siendo muy mal vistos:
Jn 8.48) Jesús debate amplia y apasionadamente con una samaritana (finalmente “convertida”
por él), acerca del lugar de culto, mostrándose claramente como un judío
ortodoxo, aun cuando agrega elementos novedosos (Jn 4.21-24: se supera la
cuestión del lugar para referirse a una “adoración del espíritu”). En Mateo,
por el contrario, se prohíbe a los discípulos entrar a ciudades samaritanas a
predicar (10.5, acaso para evitar conflictos). En Lucas los seguidores de Jesús
entraron a una aldea samaritana para preparar su camino a Jerusalén, pero
fueron rechazados (Lc 9.51-56) y, paradójicamente, el maestro galileo toma a un
samaritano como ejemplo en la conocida parábola (Lc 10.25-37), que debió causar
enorme estupor entre los oyentes. También, un leproso samaritano (calificado
como “extranjero”), de los 10 sanados por él, fue el único que agradeció el
servicio (Lc 17.15-19). En el libro de los Hechos, Samaria aparece en el
programa mismo de la misión universal (Hch 1.8), como lugar de refugio (Hch 8.2)
y como territorio de evangelización (Hch 8.4-25), tan efectiva, que finalmente
los samaritanos seguidores de Jesús recibieron el Espíritu (Hch 8.14-16), un
auténtico Pentecostés exclusivamente para ellos.
Samuel Pagán
relaciona pastoralmente de forma sana el episodio histórico de Esdras 10 con la
famosa exhortación paulina: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” (II
Co 6.14a, RVR1960) y encuentra que “Pablo, al igual que Esdras, comprendió los
peligros de un matrimonio mixto: la influencia del incrédulo sobre el creyente,
y los peligros de una educación religiosa sincretista en la familia”.[7]
El consejo del apóstol debe estudiarse en relación con la exhortación de I Co
7.12-16, donde se reconoce la existencia de matrimonios mixtos en la comunidad de
fe y se afirma que “el marido incrédulo es santificado en la mujer [creyente] y
la mujer incrédula en el marido [creyente]”. La orientación busca que, de ser
posible, se evite este tipo de matrimonio, pero que, si el matrimonio ya existe
y hay algún acuerdo, no debe haber separación. Una de sus conclusiones es
sumamente atendible: “Una interpretación empobrecida del concepto de los
matrimonios mixtos solo atiende los aspectos religiosos de los contrayentes, e ignora
la madurez emocional, la educación y el trasfondo cultural de la pareja.
Tampoco toma en consideración sus valores morales, espirituales y éticos”.[8]
[1] S. Pagán, Esdras, Nehemías y
Ester. Miami, Caribe, 1990 (Comentario bíblico hispanoamericano), p. 107.
[2] T. Frymer-Kensky, “Outsider Women.
Exile and Ezra”, en Reading the women of the Bible. Nueva York, Schocken Books, 2002, p. 289. Versión:
LC-O.
[3] Ídem.
[4] P. Abadie, El libro de Esdras y Nehemías. Estella,
Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 98), p. 46.
[5] T. Frymer-Kensky, op. cit., p.
290.
[6] Ídem.
[7] S. Pagán, op. cit., p. 104.
[8] Ibíd., p. 105.
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