sábado, 9 de marzo de 2019

La mirada espiritual para organizar y ejecutar el proyecto, L. Cervantes-O.


Esdras, el Escriba, www.chabad.org

10 de marzo, 2019


Después de esto nos reunimos junto al río de Ahavá, y allí mismo ordené que hiciéramos un ayuno para humillarnos ante nuestro Dios, y así pedirle que protegiera a nuestras familias y pertenencias durante el regreso a Jerusalén. Esdras 8.21, TLA

En Esdras 8 se despliega, primeramente, la lista de acompañantes de Esdras en su regreso a Jerusalén (vv. 1-14). El número total del grupo fue de aproximadamente 5 mil personas. Ello concuerda con lo que expresa el final del capítulo anterior, en el sentido de que el escriba convenció a “muchos jefes judíos” para que volvieran con él (7.28). El número de los jefes de familias laicas (12) que acompañaron a Esdras recuerda el símbolo tradicional de las doce tribus. plica Samuel Pagán: “Posiblemente la condición religiosa de los judíos que vivían en Judá requería unos refuerzos periódicos de población desde la diáspora. Estos grupos de exiliados, que llegaban a Jerusalén en números considerables y con un alto celo religioso, influían grandemente en la comunidad. Posiblemente su condición de exiliados les hacía conservar con esmero los ideales tradicionales del pueblo, y les movía a preservar la identidad nacional con diligencia”.[1] Debe destacarse el hecho de que, en Esd 7.25, “se atribuye la misma autoridad jurídica y los mismos efectos legales a la ley del Dios de Israel y a la del rey persa. En el trasfondo, se reconoce aquí la política del Imperio persa, conocida hoy por numerosos ejemplos, que intentan hacer que el Imperio sancione el derecho local y lo haga obligatorio”.[2]

El viaje comenzó con una reunión de tres días junto “al río que viene a Ahavá” (v. 15), de ubicación incierta, quizá al noroeste de Babilonia. El relato (ya en primera persona) indica que Esdras descubrió que en el grupo no había presencia de levitas, aunque se desconoce la razón. Algunos piensan que no había muchos levitas entre los exiliados a Babilonia o que algunos dejaron sus tareas religiosas y se dedicaron a otras actividades. Para superar esa crisis que se veía como muy exigente, Esdras envió una delegación de hombres “principales” y “doctos” (v. 16) a reclutar levitas en la ciudad de Casifia (v. 17, tal vez el centro religioso de los judíos babilonios, cerca del río Tigris), donde quizá vivía un buen grupo de levitas. Allí hablaron con un tal Iddo (v. 17), quien los ayudó a conseguir 38 levitas (vv. 18-19) y 220 sirvientes del Templo (v. 20, netineos, RVR 1909, que colaboraban con los levitas para los servicios humildes: Esd 2.43; 1 Cr 9.2). Este reclutamiento muestra el interés de Esdras por crear un conjunto sacerdotal representativo y autorizado por la tradición para las nuevas labores que se llevarían a cabo en Jerusalén. Es una auténtica reconstrucción integral, también, del sacerdocio.

El relato reafirma, una vez más, siguiendo la teología del Cronista que “la buena mano de Dios” estaba con ellos (vv. 18, 31). Los vv. 21-23 describen la preparación religiosa de Esdras para el viaje: el ayuno iba acompañado por la oración (v. 23; cf. 2 Cr. 20.3-12, donde el rey Josafat pidió al pueblo que ayunase) y tenía el objetivo de pedir la ayuda de Dios, además de que Esdras estaba preocupado por la seguridad del grupo que incluía niños y bastantes familias completas: “Después de esto nos reunimos junto al río de Ahavá, y allí mismo ordené que hiciéramos un ayuno para humillarnos ante nuestro Dios, y así pedirle que protegiera a nuestras familias y pertenencias durante el regreso a Jerusalén” (8.21). Pagán comenta el espíritu de este ayuno:

El ayuno, que era una práctica religiosa en Israel desde la época pre-exílica, cobró mayor importancia durante el periodo posexílico. En este caso era un símbolo de humillación y sumisión a la voluntad de Dios. Era un signo del arrepentimiento del pueblo. Además, era una forma de intensificar el fervor religioso, antes de llegar al templo de Jerusalén. El acto del ayuno fue un componente importante del viaje pues afirma et reconocimiento de la necesidad de Dios que tuvo el pueblo en momentos de crisis. El ayuno no fue un espectáculo para demostrar conocimiento de las prácticas religiosas, ni para abstenerse caprichosamente de alimentos. El objetivo era concentrarse en Dios, y en las tareas que comenzaban.[3]

Esdras había rechazado la escolta militar del imperio, por lo que debía asegurarse de la buena marcha del grupo en territorios desconocidos, especialmente para no poner en riesgo los recursos que llevaban. “El relato enfatiza que el grupo viajó sin la escolta persa, como un acto de fe y confianza en Dios” (S. Pagán). El objetivo religioso del viaje de Esdras se habría puesto en duda, si llegaba a Jerusalén acompañado del ejército imperial y lo hecho por él debía ser una muestra del énfasis espiritual de la empresa. Las palabras de Esdras son elocuentes: “Me daba vergüenza pedirle al rey que mandara soldados de caballería para protegernos contra el enemigo en el camino. Le habíamos dicho al rey que Dios cuida a todos los que lo adoran, pero que los que se apartan de él tendrían que soportar todo su enojo” (22).

Semejante muestra de confianza en Dios debía aportar un testimonio sólido de la fe que los movía para hacer todas esas cosas. La respuesta de Dios fue positiva en el trayecto (23) y Esdras procedió a escoger sacerdotes (24), hacer un inventario de los recursos (25-27) y a dejar bien claro el uso litúrgico y religioso de los mismos: “Ustedes han sido apartados para servir sólo a Dios. También estos utensilios han sido apartados para el servicio del templo, porque el oro y la plata son ofrendas voluntarias para el Dios de Israel” (28). Esdras se manifestó entonces como un reformador y renovador religioso de su pueblo, con una clara conciencia de su tarea. Tal como resumió su actuación Elie Wiesel: “Utilizando todos los poderes que le habían sido conferidos por el rey, supo, sin embargo, no abusar. Teóricamente, tenía derecho de vida y muerte sobre los habitantes judíos. Pero Esdras prefería actuar por convencimiento, apelando a la inteligencia, a la solidaridad nacional, a la memoria religiosa”.[4]

Y así continuó el viaje, bien apercibidos y estimulados por la “mirada espiritual” con que debían actuar en todo momento para organizar y ejecutar el proyecto de restauración. Estamos, pues, ante los entretelones, es decir, aquellos preparativos espirituales que el resto del pueblo no vio ni imaginó, pero sin los cuales el esfuerzo colectivo no habría tenido las consecuencias que finalmente tuvo. En el primer mes del calendario lunar judío (Abib, 19 de abril) se levantó el campamento y el grupo se trasladó a Jerusalén (31-32). Al cuarto día fue al templo para entregar todo el tesoro al sacerdote Meremot (33-34), y así completar el trayecto, eminentemente espiritual, pues ese viaje fue una auténtica peregrinación al origen de la fe, al centro de la existencia creyente, al corazón de la alianza con Yahvé. La ceremonia realizada por los desterrados fue un acto litúrgico solemne, pues ellos presentaron su ofrenda “ofrenda para el perdón de los pecados de todo el pueblo” (35), abarcando incluso el pasado, finalizando con el acto político de entrega de la orden del rey a las autoridades de la tierra nombrados por el imperio persa (36).

Se cerraba, así, un círculo provisional que colocaba a Esdras en el centro mismo de todo el trabajo encaminado a la reconstrucción que ya estaba en marcha gracias a la intervención divina en la historia. Pagán sintetiza todo esto así:

En la obra de Esdras y Nehemías, Dios no es un testigo mudo de la historia, sino la fuerza que la guía y la mueve. Además, en su manifestación en medio de la historia, interviene con su pueblo, y hasta con los gobernantes persas. […]
Un aspecto fundamental en el estudio de la vida y obra de Esdras es el reconocimiento de que, además de ser un líder religioso, era un representante del gobierno y, por ende, una figura política En su capacidad de líder político se relacionó con el rey y recibió la carta que le daba las facultades necesarias para ejecutar, y aun para castigar a los que no acataran la orden real. […] Esdras utilizó su poder político para ejecutar sus funciones de escriba, y reorganizar la vida religiosa de los judíos alrededor de la ley de Moisés. […] (Pagán, pp. 96-97)




[1] S. Pagán, Esdras, Nehemías y Ester. Miami, Caribe, (Comentario bíblico hispanoamericano), p. 93.
[2] Frank Crüsemann, “Le Pentateuque, une Tora. Prolégomènes à l’interprétation de sa forme finale”, en A. de Pury, ed., Le monde de la Bible. Ginebra, Labor et Fides, 1991, p. 347, cit, por P. Abadie, El libro de Esdras y de Nehemías. Estella, Verbo Divino, 1998 (Cuadernos bíblicos, 98), p. 41.
[3] S. Pagán, op. cit., p. 99.
[4] E. Wiesel, Celebración profética. Personajes y leyendas del antiguo Israel. Salamanca, Sígueme, 2009 (El peso de los días, 73), pp. 292-293.

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