sábado, 23 de noviembre de 2019

El futuro incierto del pueblo reconstruido en las sabias manos de Dios, L. Cervantes-O.



24 de noviembre, 2019

Entonces reprendí así a los jefes de Judá: “¡Está muy mal lo que hacen! ¡No están respetando el día sábado! Acuérdense de que, cuando sus antepasados hicieron lo mismo, Dios nos castigó a nosotros y también a esta ciudad. Si ustedes no descansan y adoran a Dios el día sábado, él nos castigará aún más. Nehemías 13.17-18, TLA

La última sección del capítulo final de Nehemías muestra al dirigente y reconstructor del pueblo judío sumamente preocupado por el destino que tendrían sus reformas y su actuación completa al frente de todo el proceso. Debido a ello aparece ejerciendo su autoridad moral y sociopolítica hasta el último momento. La historia seguiría su marcha ya sin él presente y el rumbo del pueblo estaría a expensas de los vaivenes externos, comenzando con la voluntad del imperio persa que duraría todavía, al menos un siglo más. Además, se agudizaría el conflicto con Samaria, el cual se extendería durante mucho tiempo, incluso hasta la época de Jesús de Nazaret. Los episodios referidos en Neh 13.15-31 demuestran que, a pesar del empeño de los líderes que tuvo el pueblo durante el tiempo de la reedificación, las nuevas normas establecidas por ellos debieron abrirse paso con enormes dificultades y resistencias, al grado de que, como es muy palpable en este relato, el propio Nehemías debió actuar con mano dura. El perfil futuro del pueblo había sido trazado con energía para cubrir todas las áreas de la existencia religiosa, moral y sociopolítica de la comunidad, aun cuando la oposición a los cambios consiguió rechazar o modificar algunos de ellos. El enfático retorno a respetar la autoridad de la Ley debió aplicarse mediante el apoyo efectivo del sacerdocio, que fue reinstalado en medio de las dudas de algunos sectores y de las advertencias de los profetas. El culto, enmarcado en las obligaciones de la renovación de la alianza antigua, debía estar, una vez más, centralizado en el templo de Jerusalén, lo que puso nuevamente en riesgo la viabilidad de la religión yahvista, especialmente en el contexto del mestizaje y del sincretismo que avanzaron fuertemente.

Si el destierro fue entendido como “la sanción de los compromisos de los reyes y de los sacerdotes con la idolatría, consecuencia a su vez de las alianzas con el extranjero”, se esperaba que, desde entonces en adelante, “los sacerdotes deberían dar ejemplo de renuncia a esos compromisos, especialmente por una segregación radical en sus alianzas matrimoniales (Ez 44.22; Esd 10.18-44; Neh 13.28-30)”.[1] La estricta reingeniería que se aplicó para cambiar el rostro de la comunidad tuvo que ver, en primer lugar, con la celosa observancia del sábado como día de descanso para todos/as (13.15-22a). “Esta práctica iba acompañada de una elevada espiritualidad: observar el sábado era imitar a Dios mismo (Gn 2.2-3) Y significar la libertad inalienable de su pueblo dentro incluso de la opresión”.[2] No obstante, para los profetas (especialmente Is III, 58.3-8; 13-14), “el sábado y el ayuno no significan nada sin la justicia social que exigen los mandamientos”.[3] Este tono profético, que en absoluto era nuevo en medio del pueblo, marcó para siempre la espiritualidad comunitaria y obligó a no dejarla nunca de lado, aun cuando en Esd/Neh no se insiste demasiado en la actuación de los profetas que, por cierto, estaban en los dos bandos.

Por otro lado, los grandes peligros religiosos y culturales de la mezcla racial son señalados en la realidad misma de que buena parte de las nuevas generaciones de judíos ya no hablaban el idioma propio sino el de la vertiente materna extranjera: Asdos, Amón y Moab (13.23-24), especialmente el de los dos últimos pueblos, cuya inserción en el judaísmo estaba expresamente prohibida por la ley antigua, como se recuerda al inicio del cap.13. Esa situación hizo que Nehemías enfureciera, literalmente, y que los confrontara duramente (25a) para luego agredir físicamente y maldecir a algunos de ellos (25b). Esta medida tan desesperada se puede explicar porque el reformador y reconstructor percibió claramente los alcances de semejantes irregularidades y desobediencias. Para fortalecer sus advertencias recurrió al pasado y trajo a colación las acciones nefastas de Salomón en ese sentido, a quien sus muchas esposas extranjeras hicieron pecar (26), para luego anunciar solemnemente que ese tipo de “traición” no se iba a permitir a partir de entonces (27).

Inmediatamente después, se ofrece un ejemplo de tal intransigencia, completamente justificada en el caso del sacerdote Joiada, cuyo hijo estaba casado con una extranjera (28a), nada menos que hija de Sanbalat, nativo de Horón, líder samaritano y funcionario del gobierno persa, opositor recalcitrante al proyecto de reconstrucción (28b; 2.10, 19; 4.1). El historiador Flavio Josefo registra este hecho en sus Antigüedades judías (XI, vii, 2). Tal unión ponía en riesgo la pureza del sacerdocio y, por ello, Nehemías expulsó al hijo de Joiada (28c) para evitarlo. Josefo agrega que, después de la expulsión de Manasés, Sanbalat consiguió que se nombrase a éste como sumo sacerdote del culto samaritano en Gerizim, cerca de Siquem (XI, viii, 2-4), pero hay serias dudas históricas sobre el acontecimiento. A esto se le conoce como “el cisma samaritano”.[4]

La penúltima oración breve del dirigente surgió precisamente por la desobediencia de los sacerdotes y reclama el castigo para ellos (29). Esa acción condujo a la separación radical de los extranjeros del sacerdocio (30), otra medida fundamental para mantener impecable la estirpe sacerdotal. Finalmente, luego de organizar los turnos sacerdotales y las tareas necesarias para el sacrificio, Nehemías concluye con una oración en la que ruega ser recordado por Dios (31b), acaso porque su retorno a Persia sería definitivo y era seguro que no volvería a Jerusalén. Isaías 56.6, en el inicio mismo de la tercera parte del libro, parece contradecir toda esta orientación de cerrazón racial mediante una afirmación completamente coherente con la obediencia a la ley judía por parte de los extranjeros: “A los extranjeros que me adoran, / que respetan el día de descanso, / y son fieles a mi pacto, / yo los traeré a mi monte santo / y los haré dichosos / en mi casa de oración”.

La proyección futura del destino del pueblo se proyectó en varios niveles, especialmente a partir de las afirmaciones de Isaías 56-66, que plantea, por un lado, las exigencias éticas como resultado del respecto por la Ley, el culto y el sábado, y por el otro, a través de la inclusión de los extranjeros conversos ante la inevitable mezcla racial y cultural, además de la visión hacia un futuro universal de paz y justicia, una nueva creación, tal como se atisba en los capítulos finales (65-66). Is 59.9-15 y 63.15-64.12 (en paralelo con lo que después dirá el Salmo 74) exponen el reconocimiento de los errores del pueblo, su arrepentimiento y su dolor por lo sucedido en el templo ante la aparente inacción de Dios (“Nuestro grandioso santuario, / donde nuestros padres te alababan, / ha sido destruido por el fuego. / ¡Todo lo que tanto queríamos / ha quedado en ruinas! / Y ahora, Dios nuestro, / no te quedes sin hacer nada; / no te quedes callado / ni nos humilles más”, 64.11-12), razón por la que Dios anuncia que su pacto sigue adelante (59.21). prueba de ello es la manera en que se habla del futuro glorioso de Jerusalén como parte de la extensión pacífica de la fe yahvista en el mundo (60.6-9): “Vienen para adorarme, / pues soy el Dios santo de Israel / que los llena de poder”. Incluso las puertas no se cerrarán nunca (60.11), al revés de lo que hizo Nehemías (13.19).

Este magnífico horizonte tiene tintes escatológicos y cósmicos en la respuesta de Dios del cap. 65.17-25, anunciando cielos y tierra nueva y, en el capítulo final, la felicidad total de Israel, en completa armonía con el cosmos y con los demás pueblos de la tierra (22) El futuro incierto del pueblo reconstruido en las sabias manos de Dios aún depararía muchas sorpresas: “Toda la humanidad vendrá a adorarme / semana tras semana / y mes tras mes” (23, RVR 1960).


[1] Claude Tassin, El judaísmo desde el destierro hasta el tiempo de Jesús. Estella, Verbo Divino, 1987 (Cuadernos bíblicos, 55), p. 48.
[2] Ibíd., p. 32.
[3] Ibíd., p. 41.
[4] Cf. Paolo Sacchi, Historia del judaísmo en la época del Segundo Templo. Israel entre los siglos VI a.C. y I d.C. Madrid, Trotta-Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004 (Estructuras y procesos, serie Religión), pp. 167-169.

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