24 de noviembre, 2019
Entonces reprendí así a
los jefes de Judá: “¡Está muy mal lo que hacen! ¡No están respetando el día
sábado! Acuérdense de que, cuando sus antepasados hicieron lo mismo, Dios nos
castigó a nosotros y también a esta ciudad. Si ustedes no descansan y adoran a
Dios el día sábado, él nos castigará aún más. Nehemías 13.17-18, TLA
La
última sección del capítulo final de Nehemías muestra al dirigente y
reconstructor del pueblo judío sumamente preocupado por el destino que tendrían
sus reformas y su actuación completa al frente de todo el proceso. Debido a
ello aparece ejerciendo su autoridad moral y sociopolítica hasta el último momento.
La historia seguiría su marcha ya sin él presente y el rumbo del pueblo estaría
a expensas de los vaivenes externos, comenzando con la voluntad del imperio
persa que duraría todavía, al menos un siglo más. Además, se agudizaría el
conflicto con Samaria, el cual se extendería durante mucho tiempo, incluso
hasta la época de Jesús de Nazaret. Los episodios referidos en Neh 13.15-31
demuestran que, a pesar del empeño de los líderes que tuvo el pueblo durante el
tiempo de la reedificación, las nuevas normas establecidas por ellos debieron
abrirse paso con enormes dificultades y resistencias, al grado de que, como es
muy palpable en este relato, el propio Nehemías debió actuar con mano dura. El
perfil futuro del pueblo había sido trazado con energía para cubrir todas las
áreas de la existencia religiosa, moral y sociopolítica de la comunidad, aun
cuando la oposición a los cambios consiguió rechazar o modificar algunos de
ellos. El enfático retorno a respetar la autoridad de la Ley debió aplicarse
mediante el apoyo efectivo del sacerdocio, que fue reinstalado en medio de las
dudas de algunos sectores y de las advertencias de los profetas. El culto,
enmarcado en las obligaciones de la renovación de la alianza antigua, debía
estar, una vez más, centralizado en el templo de Jerusalén, lo que puso
nuevamente en riesgo la viabilidad de la religión yahvista, especialmente en el
contexto del mestizaje y del sincretismo que avanzaron fuertemente.
Si el destierro fue entendido como “la sanción de los
compromisos de los reyes y de los sacerdotes con la idolatría, consecuencia a
su vez de las alianzas con el extranjero”, se esperaba que, desde entonces en
adelante, “los sacerdotes deberían dar ejemplo de renuncia a esos compromisos,
especialmente por una segregación radical en sus alianzas matrimoniales (Ez 44.22;
Esd 10.18-44; Neh 13.28-30)”.[1] La
estricta reingeniería que se aplicó para cambiar el rostro de la comunidad tuvo
que ver, en primer lugar, con la celosa observancia del sábado como día de
descanso para todos/as (13.15-22a). “Esta práctica iba acompañada de una
elevada espiritualidad: observar el sábado era imitar a Dios mismo (Gn 2.2-3) Y
significar la libertad inalienable de su pueblo dentro incluso de la opresión”.[2] No
obstante, para los profetas (especialmente Is III, 58.3-8; 13-14), “el sábado y el ayuno no significan nada sin la
justicia social que exigen los mandamientos”.[3] Este
tono profético, que en absoluto era nuevo en medio del pueblo, marcó para
siempre la espiritualidad comunitaria y obligó a no dejarla nunca de lado, aun
cuando en Esd/Neh no se insiste demasiado en la actuación de los profetas que,
por cierto, estaban en los dos bandos.
Por otro lado, los grandes peligros religiosos y
culturales de la mezcla racial son señalados en la realidad misma de que buena
parte de las nuevas generaciones de judíos ya no hablaban el idioma propio sino
el de la vertiente materna extranjera: Asdos, Amón y Moab (13.23-24),
especialmente el de los dos últimos pueblos, cuya inserción en el judaísmo
estaba expresamente prohibida por la ley antigua, como se recuerda al inicio
del cap.13. Esa situación hizo que Nehemías enfureciera, literalmente, y que los
confrontara duramente (25a) para luego agredir físicamente y maldecir a algunos
de ellos (25b). Esta medida tan desesperada se puede explicar porque el
reformador y reconstructor percibió claramente los alcances de semejantes
irregularidades y desobediencias. Para fortalecer sus advertencias recurrió al
pasado y trajo a colación las acciones nefastas de Salomón en ese sentido, a
quien sus muchas esposas extranjeras hicieron pecar (26), para luego anunciar
solemnemente que ese tipo de “traición” no se iba a permitir a partir de
entonces (27).
Inmediatamente después, se ofrece un ejemplo de tal
intransigencia, completamente justificada en el caso del sacerdote Joiada, cuyo
hijo estaba casado con una extranjera (28a), nada menos que hija de Sanbalat,
nativo de Horón, líder samaritano y funcionario del gobierno persa, opositor
recalcitrante al proyecto de reconstrucción (28b; 2.10, 19; 4.1). El
historiador Flavio Josefo registra este hecho en sus Antigüedades judías (XI, vii, 2). Tal unión ponía en riesgo la
pureza del sacerdocio y, por ello, Nehemías expulsó al hijo de Joiada (28c)
para evitarlo. Josefo agrega que, después de la expulsión de Manasés, Sanbalat
consiguió que se nombrase a éste como sumo sacerdote del culto samaritano en
Gerizim, cerca de Siquem (XI, viii, 2-4), pero hay serias dudas históricas
sobre el acontecimiento. A esto se le conoce como “el cisma samaritano”.[4]
La penúltima oración breve del dirigente surgió
precisamente por la desobediencia de los sacerdotes y reclama el castigo para
ellos (29). Esa acción condujo a la separación radical de los extranjeros del
sacerdocio (30), otra medida fundamental para mantener impecable la estirpe sacerdotal.
Finalmente, luego de organizar los turnos sacerdotales y las tareas necesarias para
el sacrificio, Nehemías concluye con una oración en la que ruega ser recordado
por Dios (31b), acaso porque su retorno a Persia sería definitivo y era seguro
que no volvería a Jerusalén. Isaías 56.6, en el inicio mismo de la tercera
parte del libro, parece contradecir toda esta orientación de cerrazón racial mediante
una afirmación completamente coherente con la obediencia a la ley judía por
parte de los extranjeros: “A los extranjeros que me adoran, / que respetan el
día de descanso, / y son fieles a mi pacto, / yo los traeré a mi monte santo / y
los haré dichosos / en mi casa de oración”.
La proyección futura del destino del pueblo se
proyectó en varios niveles, especialmente a partir de las afirmaciones de
Isaías 56-66, que plantea, por un lado, las exigencias éticas como resultado del
respecto por la Ley, el culto y el sábado, y por el otro, a través de la inclusión
de los extranjeros conversos ante la inevitable mezcla racial y cultural,
además de la visión hacia un futuro universal de paz y justicia, una nueva
creación, tal como se atisba en los capítulos finales (65-66). Is 59.9-15 y
63.15-64.12 (en paralelo con lo que después dirá el Salmo 74) exponen el
reconocimiento de los errores del pueblo, su arrepentimiento y su dolor por lo sucedido
en el templo ante la aparente inacción de Dios (“Nuestro grandioso santuario, /
donde nuestros padres te alababan, / ha sido destruido por el fuego. / ¡Todo lo
que tanto queríamos / ha quedado en ruinas! / Y ahora, Dios nuestro, / no te
quedes sin hacer nada; / no te quedes callado / ni nos humilles más”, 64.11-12),
razón por la que Dios anuncia que su pacto sigue adelante (59.21). prueba de ello
es la manera en que se habla del futuro glorioso de Jerusalén como parte de la
extensión pacífica de la fe yahvista en el mundo (60.6-9): “Vienen para
adorarme, / pues soy el Dios santo de Israel / que los llena de poder”. Incluso
las puertas no se cerrarán nunca (60.11), al revés de lo que hizo Nehemías (13.19).
Este magnífico horizonte tiene tintes escatológicos y cósmicos en la respuesta de Dios del
cap. 65.17-25, anunciando cielos y tierra nueva y, en el capítulo final, la
felicidad total de Israel, en completa armonía con el cosmos y con los demás
pueblos de la tierra (22) El futuro incierto del pueblo reconstruido en las sabias
manos de Dios aún depararía muchas sorpresas: “Toda la humanidad vendrá a
adorarme / semana tras semana / y mes tras mes” (23, RVR 1960).
[1] Claude Tassin, El judaísmo desde el destierro hasta el
tiempo de Jesús. Estella, Verbo Divino, 1987 (Cuadernos bíblicos, 55), p. 48.
[2] Ibíd.,
p. 32.
[3] Ibíd.,
p. 41.
[4] Cf. Paolo Sacchi, Historia del judaísmo en la época del Segundo Templo. Israel entre los
siglos VI a.C. y I d.C. Madrid, Trotta-Pontificia Universidad Católica del
Perú, 2004 (Estructuras y procesos, serie Religión), pp. 167-169.
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