LA RECONSTRUCCIÓN INTEGRAL DEL PUEBLO DE DIOS
EL PROFETA ZACARÍAS (VII)
Samuel Amsler
Los últimos profetas. Ageo, Zacarías, Malaquías y algunos
otros
Estella, Verbo Divino, 1996 (Cuadernos bíblicos,
90).
La
cuestión del ayuno (7.1-7; 8.18-19)
7.1-7. Desde la catástrofe del 587, se observaba una jornada
anual de ayuno el 5º mes (julio-agosto) para conmemorar la destrucción del
templo (cf. 2 Re 25.8s). Ahora que se celebraba de nuevo el culto regularmente en
Jerusalén, ¿seguía en pie esta observancia? Ésta es la cuestión que plantea una
delegación enviada por los desterrados a los sacerdotes y a los profetas, al
mismo tiempo que presentaban su ofrenda al templo. Zacarías aprovecha esta
ocasión para intervenir de parte del Señor. Invita a los sacerdotes y a todo el
pueblo a cuestionar su práctica del ayuno (v. 4-7): cuando ayunan o cuando comen,
¿lo hacen por el honor de Dios o por su propio provecho?
Ya los profetas anteriores habían
denunciado este ayuno puramente egoísta (cf. Is 58.3-6). 8.18-19: La verdadera
respuesta de Zacarías es ésta: sea cual sea su frecuencia, los días de ayuno están
desfasados respecto a la actualidad. Desde ahora habrán de ser días de fiesta y
de alegría, sin olvidar la solidaridad social, basada en la verdad y que garantice
la felicidad para todos.
Últimas
llamadas y últimas promesas (7.8-8.23)
La última sección de la colección reúne algunas palabras y
oráculos característicos de las perspectivas salvíficas abiertas por el mensaje
de Zacarías. El orden parece obedecer a un esquema de inclusión: para abrir y
para cerrar se escucha una llamada a practicar la verdad
y la justicia
(7.8-14 y 8.14-17). Entre estas dos llamadas se inscribe una serie de oráculos (8,1-13)
que forman con la promesa relativa al ayuno (8,19) una cadena de siete palabras
de salvación, haciendo eco a los siete relatos de visión de la primera sección.
Parece ser que esta colección se completó ulteriormente con otros dos oráculos
finales (8.20-22.23).
7.8-14: Breve catálogo de las
exigencias de la justicia social, tal como las enseñan los profetas. Pero los
padres no las practicaron; por eso cayó sobre ellos la cólera del Señor, que
los dispersó entre las naciones, convirtiéndose en desierto su hermoso país. ¡Qué
lección para nuestros días!
8.1-2: El Señor hace su
declaración de amor a Jerusalén.
8.3: Jerusalén recibe nombres
nuevos, a imagen de lo que su Señor espera de ella.
8.4-5: La ciudad recobra su
seguridad: sus habitantes envejecerán en paz y los niños jugarán en las plazas.
8.6: Lo que parece irrealizable a
los hombres no lo es para Dios.
8.7-8: Los desterrados del este y
los del oeste se reunirán en Jerusalén para formar el pueblo de Dios. Repetición
de la fórmula de alianza mutua.
8.9-13: El profeta invita a sus
oyentes a comparar dos periodos: el que precedió a la fundación del nuevo templo,
días de penuria y de inseguridad; y el periodo actual, cuando empieza a
manifestarse la bendición. Por tanto, ¡que nadie se desaliente en la reconstrucción
del templo! Esta exhortación renueva las llamadas del profeta Hageo.
8.14-17: El Señor sigue siendo
libre en sus decisiones: si antes decidió castigar el pecado de los padres, ahora
ha decidido perdonar. Con tal que el pueblo practique la solidaridad social.
Y para terminar, dos oráculos que
ensanchan más todavía las perspectivas universales del profeta:
8.20-22: Numerosos pueblos harán
una peregrinación a Jerusalén para adorar al Señor y gozar de sus favores.
8.23: Extranjeros que hablan toda
clase de lenguas suplicarán a los judíos fieles permiso para compartir su
existencia, sabiendo que Dios está con ellos.
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CALVINO INDOCUMENTADO: REFORMADOR/REFUGIADO/RESIDENTE
EXTRANJERO (Lc 18.9-14)
Rubén Rosario-Rodríguez
Iglesia Presbiteriana Westminster, San Luis, Missouri, 27 de
octubre de 2019
En la parábola del fariseo y el
publicano, Jesús contrasta al hombre de fe que se
considera justo con el humilde pecador, y presenta al segundo, hombre
pecaminoso, como nuestro modelo espiritual a seguir. En muchos sentidos, esta
es una historia de advertencia para la iglesia, que nos recuerda una de las
principales ideas espirituales de la Reforma Protestante: simul iustus et peccator. Esta frase popularizada por el reformador
del siglo XVI Martín Lutero, significa que un cristiano es al mismo tiempo
justo y pecador. En consecuencia, es vital para nosotros los cristianos
permanecer humildes y reconocer siempre que somos perdonados sin méritos o
logros propios, sino únicamente por la compasión y la gracia de Dios.
Esta es la razón por la cual la
teología reformada del siglo XVII vivió bajo el lema, Ecclesia reformata et semper reformanda est, “la iglesia reformada,
siempre reformándose”. Una jerarquía corrupta y un sacerdocio moralmente laxo
que había descuidado durante mucho tiempo la educación espiritual de sus laicos
caracterizó a la iglesia medieval tardía. Lutero apareció, como el recaudador
de impuestos que se golpea el pecho y dice: “¡Dios, ten piedad de mí, un
pecador!” y expuso la hipocresía farisaica de la iglesia clavando sus 95 tesis
en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Pero antes de que los protestantes
nos esponjemos demasiado, no olvidemos que seguimos siendo pecadores y que
siempre debemos trabajar para reformar la iglesia.
Karl Barth, quizá el teólogo más
influyente del siglo XX, luchó por mantener el principio teológico reformado de
semper reformanda, siempre siendo reformado,
vivo. En 1965 fue invitado a asistir al Concilio Vaticano II como observador
protestante, y después de las reformas implementadas por la Iglesia Católica
Romana, comentó que la Iglesia Católica que emergía del Vaticano II tenía un
espíritu más cercano a la iglesia de Martín Lutero y Juan Calvino que el
protestantismo actual. En otras palabras, al igual que la Iglesia Católica
medieval se había enredado en la corrupción y la hipocresía, el protestantismo
moderno corre el riesgo de convertirse en el fariseo autosuficiente de la
parábola de Jesús.
En 2016, 81 por ciento de los cristianos evangélicos blancos
votaron por Donald Trump creyendo que estaban haciendo la voluntad de Dios al
apoyar a un candidato “conservador” que prometía prohibir el aborto, incluso
cuando su candidato haya actuado de manera contraria al Evangelio. El verano
pasado, el mismo día en que la administración anunció que realizaría redadas en
todo el país para detener a los inmigrantes indocumentados, nuestro presidente
lanzó un ataque en Twitter contra cuatro representantes del Con
greso, todas ellas mujeres de color: Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez,
Rashida Tlaib y Ayanna Pressley. Trump escribió: “¿Por qué no regresan y ayudan
a arreglar los lugares totalmente desgarrados e infestados de crímenes de los
que vinieron?”. Los colaboradores de Trump negaron que sus palabras fueran
racistas mientras él continuaba su ataque en Twitter, acusando a las cuatro
legisladoras, denominadas “La Escuadra” por los medios de comunicación, de ser
“un grupo muy racista de alborotadoras que son jóvenes, inexpertas y no muy
inteligentes”.
Como ciudadano estadounidense
nacido en Puerto Rico, he escuchado estas palabras una y otra vez. Al igual que
yo, tres de las cuatro mujeres nombradas en los tuits del presidente son ciudadanas
nativas, y la cuarta, I. Omar, es una ciudadana naturalizada que vino a este
país cuando era niña. Al cuestionar su ciudadanía y lealtades nacionales, el
Presidente de EU no sólo revela su propio racismo profunda-mente arraigado,
sino que también expone la descarada hipocresía de sus muchos partidarios cristianos.
Como teólogo cristiano reformado, no sólo veo las políticas de inmigración de
Trump, sus declaraciones públicas en Twitter y el apoyo incuestionable de su
base electoral conservadora como el peor tipo de demagogia política, sino
también como una afrenta para las verdades cristianas fundamentales.
Como cristianos reformados en el
siglo XXI, somos herederos de los esfuerzos de reforma de Juan Calvino en la
Ginebra del siglo XVI, que reconoció la dimensión cívica de la fe cristiana. Al
centrarse en el ministerio de Calvino en Ginebra, un exiliado francés que
ministró a refugiados de Francia, Polonia, España, Inglaterra e Italia, la
tradición teológica reformada puede identificar y recuperar valiosos recursos
para entablar el debate contemporáneo sobre cuestiones de inmigración y
bienestar social.
La visión teológica de Calvino se
basa en el axioma de que Dios es bueno y justo, por lo tanto, lo que Dios
quiere es, por definición, bueno y justo. La doctrina de la providencia de
Calvino afirma enfáticamente que todos los eventos en plan secreto de Dios
porque “nada sucede excepto lo que él decreta a sabiendas y voluntariamente” (IRC,
1.16.3). Dios verdaderamente “gobierna todos los acontecimientos” y “dirige
todo por su sabiduría incomprensible y lo dispone para su propio fin” (IRC,
1.16.4). Dado este supuesto fundamental, la creencia en una providencia
benévola y orientadora se deriva del conocimiento de Dios recibido a través del
poder del Espíritu Santo que confirma en nuestros corazones que Jesucristo es
el único Salvador. En Cristo, por lo tanto, podemos confiar en que Dios reina
sobre todos, que el mal está bajo el control providencial de Dios, y que, por
ende, podemos dejar de lado toda ansiedad indebida cuando nos enfrentamos al
sufrimiento y al mal en el mundo. Por lo tanto, Calvino exhorta al creyente a
mostrar “gratitud mental por el resultado favorable de las cosas, paciencia en
la adversidad y también una increíble libertad de preocupación por el futuro,
todo necesariamente se deriva de este conocimiento” (IRC, 1.17.7). Sin embargo,
tal tolerancia no es pasiva, sino que conlleva las correspondientes
responsabilidades sociales. […]
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