sábado, 2 de noviembre de 2019

Letra 643, 3 de noviembre de 2019


LA RECONSTRUCCIÓN INTEGRAL DEL PUEBLO DE DIOS
EL PROFETA ZACARÍAS (VII)
Samuel Amsler
Los últimos profetas. Ageo, Zacarías, Malaquías y algunos otros
Estella, Verbo Divino, 1996 (Cuadernos bíblicos, 90).

La cuestión del ayuno (7.1-7; 8.18-19)
Resultado de imagen para ayuno que dios quiere7.1-7. Desde la catástrofe del 587, se observaba una jornada anual de ayuno el 5º mes (julio-agosto) para conmemorar la destrucción del templo (cf. 2 Re 25.8s). Ahora que se celebraba de nuevo el culto regularmente en Jerusalén, ¿seguía en pie esta observancia? Ésta es la cuestión que plantea una delegación enviada por los desterrados a los sacerdotes y a los profetas, al mismo tiempo que presentaban su ofrenda al templo. Zacarías aprovecha esta ocasión para intervenir de parte del Señor. Invita a los sacerdotes y a todo el pueblo a cuestionar su práctica del ayuno (v. 4-7): cuando ayunan o cuando comen, ¿lo hacen por el honor de Dios o por su propio provecho?
Ya los profetas anteriores habían denunciado este ayuno puramente egoísta (cf. Is 58.3-6). 8.18-19: La verdadera respuesta de Zacarías es ésta: sea cual sea su frecuencia, los días de ayuno están desfasados respecto a la actualidad. Desde ahora habrán de ser días de fiesta y de alegría, sin olvidar la solidaridad social, basada en la verdad y que garantice la felicidad para todos.

Últimas llamadas y últimas promesas (7.8-8.23)
La última sección de la colección reúne algunas palabras y oráculos característicos de las perspectivas salvíficas abiertas por el mensaje de Zacarías. El orden parece obedecer a un esquema de inclusión: para abrir y para cerrar se escucha una llamada  a  practicar  la  verdad  y  la  justicia (7.8-14 y 8.14-17). Entre estas dos llamadas se inscribe una serie de oráculos (8,1-13) que forman con la promesa relativa al ayuno (8,19) una cadena de siete palabras de salvación, haciendo eco a los siete relatos de visión de la primera sección. Parece ser que esta colección se completó ulteriormente con otros dos oráculos finales (8.20-22.23).
7.8-14: Breve catálogo de las exigencias de la justicia social, tal como las enseñan los profetas. Pero los padres no las practicaron; por eso cayó sobre ellos la cólera del Señor, que los dispersó entre las naciones, convirtiéndose en desierto su hermoso país. ¡Qué lección para nuestros días!
8.1-2: El Señor hace su declaración de amor a Jerusalén.
8.3: Jerusalén recibe nombres nuevos, a imagen de lo que su Señor espera de ella.
8.4-5: La ciudad recobra su seguridad: sus habitantes envejecerán en paz y los niños jugarán en las plazas.
8.6: Lo que parece irrealizable a los hombres no lo es para Dios.
8.7-8: Los desterrados del este y los del oeste se reunirán en Jerusalén para formar el pueblo de Dios. Repetición de la fórmula de alianza mutua.
8.9-13: El profeta invita a sus oyentes a comparar dos periodos: el que precedió a la fundación del nuevo templo, días de penuria y de inseguridad; y el periodo actual, cuando empieza a manifestarse la bendición. Por tanto, ¡que nadie se desaliente en la reconstrucción del templo! Esta exhortación renueva las llamadas del profeta Hageo.
8.14-17: El Señor sigue siendo libre en sus decisiones: si antes decidió castigar el pecado de los padres, ahora ha decidido perdonar. Con tal que el pueblo practique la solidaridad social.
Y para terminar, dos oráculos que ensanchan más todavía las perspectivas universales del profeta:
8.20-22: Numerosos pueblos harán una peregrinación a Jerusalén para adorar al Señor y gozar de sus favores.
8.23: Extranjeros que hablan toda clase de lenguas suplicarán a los judíos fieles permiso para compartir su existencia, sabiendo que Dios está con ellos.
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CALVINO INDOCUMENTADO: REFORMADOR/REFUGIADO/RESIDENTE EXTRANJERO (Lc 18.9-14)
Rubén Rosario-Rodríguez

Iglesia Presbiteriana Westminster, San Luis, Missouri, 27 de octubre de 2019

Resultado de imagen para ruben rosario rodriguezEn la parábola del fariseo y el publicano, Jesús contrasta al hombre de fe que se considera justo con el humilde pecador, y presenta al segundo, hombre pecaminoso, como nuestro modelo espiritual a seguir. En muchos sentidos, esta es una historia de advertencia para la iglesia, que nos recuerda una de las principales ideas espirituales de la Reforma Protestante: simul iustus et peccator. Esta frase popularizada por el reformador del siglo XVI Martín Lutero, significa que un cristiano es al mismo tiempo justo y pecador. En consecuencia, es vital para nosotros los cristianos permanecer humildes y reconocer siempre que somos perdonados sin méritos o logros propios, sino únicamente por la compasión y la gracia de Dios.
Esta es la razón por la cual la teología reformada del siglo XVII vivió bajo el lema, Ecclesia reformata et semper reformanda est, “la iglesia reformada, siempre reformándose”. Una jerarquía corrupta y un sacerdocio moralmente laxo que había descuidado durante mucho tiempo la educación espiritual de sus laicos caracterizó a la iglesia medieval tardía. Lutero apareció, como el recaudador de impuestos que se golpea el pecho y dice: “¡Dios, ten piedad de mí, un pecador!” y expuso la hipocresía farisaica de la iglesia clavando sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Pero antes de que los protestantes nos esponjemos demasiado, no olvidemos que seguimos siendo pecadores y que siempre debemos trabajar para reformar la iglesia.
Karl Barth, quizá el teólogo más influyente del siglo XX, luchó por mantener el principio teológico reformado de semper reformanda, siempre siendo reformado, vivo. En 1965 fue invitado a asistir al Concilio Vaticano II como observador protestante, y después de las reformas implementadas por la Iglesia Católica Romana, comentó que la Iglesia Católica que emergía del Vaticano II tenía un espíritu más cercano a la iglesia de Martín Lutero y Juan Calvino que el protestantismo actual. En otras palabras, al igual que la Iglesia Católica medieval se había enredado en la corrupción y la hipocresía, el protestantismo moderno corre el riesgo de convertirse en el fariseo autosuficiente de la parábola de Jesús.
En 2016, 81 por ciento de los cristianos evangélicos blancos votaron por Donald Trump creyendo que estaban haciendo la voluntad de Dios al apoyar a un candidato “conservador” que prometía prohibir el aborto, incluso cuando su candidato haya actuado de manera contraria al Evangelio. El verano pasado, el mismo día en que la administración anunció que realizaría redadas en todo el país para detener a los inmigrantes indocumentados, nuestro presidente lanzó un ataque en Twitter contra cuatro  representantes  del  Con greso, todas ellas mujeres de color: Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley. Trump escribió: “¿Por qué no regresan y ayudan a arreglar los lugares totalmente desgarrados e infestados de crímenes de los que vinieron?”. Los colaboradores de Trump negaron que sus palabras fueran racistas mientras él continuaba su ataque en Twitter, acusando a las cuatro legisladoras, denominadas “La Escuadra” por los medios de comunicación, de ser “un grupo muy racista de alborotadoras que son jóvenes, inexpertas y no muy inteligentes”.
Como ciudadano estadounidense nacido en Puerto Rico, he escuchado estas palabras una y otra vez. Al igual que yo, tres de las cuatro mujeres nombradas en los tuits del presidente son ciudadanas nativas, y la cuarta, I. Omar, es una ciudadana naturalizada que vino a este país cuando era niña. Al cuestionar su ciudadanía y lealtades nacionales, el Presidente de EU no sólo revela su propio racismo profunda-mente arraigado, sino que también expone la descarada hipocresía de sus muchos partidarios cristianos. Como teólogo cristiano reformado, no sólo veo las políticas de inmigración de Trump, sus declaraciones públicas en Twitter y el apoyo incuestionable de su base electoral conservadora como el peor tipo de demagogia política, sino también como una afrenta para las verdades cristianas fundamentales.
Como cristianos reformados en el siglo XXI, somos herederos de los esfuerzos de reforma de Juan Calvino en la Ginebra del siglo XVI, que reconoció la dimensión cívica de la fe cristiana. Al centrarse en el ministerio de Calvino en Ginebra, un exiliado francés que ministró a refugiados de Francia, Polonia, España, Inglaterra e Italia, la tradición teológica reformada puede identificar y recuperar valiosos recursos para entablar el debate contemporáneo sobre cuestiones de inmigración y bienestar social.
La visión teológica de Calvino se basa en el axioma de que Dios es bueno y justo, por lo tanto, lo que Dios quiere es, por definición, bueno y justo. La doctrina de la providencia de Calvino afirma enfáticamente que todos los eventos en plan secreto de Dios porque “nada sucede excepto lo que él decreta a sabiendas y voluntariamente” (IRC, 1.16.3). Dios verdaderamente “gobierna todos los acontecimientos” y “dirige todo por su sabiduría incomprensible y lo dispone para su propio fin” (IRC, 1.16.4). Dado este supuesto fundamental, la creencia en una providencia benévola y orientadora se deriva del conocimiento de Dios recibido a través del poder del Espíritu Santo que confirma en nuestros corazones que Jesucristo es el único Salvador. En Cristo, por lo tanto, podemos confiar en que Dios reina sobre todos, que el mal está bajo el control providencial de Dios, y que, por ende, podemos dejar de lado toda ansiedad indebida cuando nos enfrentamos al sufrimiento y al mal en el mundo. Por lo tanto, Calvino exhorta al creyente a mostrar “gratitud mental por el resultado favorable de las cosas, paciencia en la adversidad y también una increíble libertad de preocupación por el futuro, todo necesariamente se deriva de este conocimiento” (IRC, 1.17.7). Sin embargo, tal tolerancia no es pasiva, sino que conlleva las correspondientes responsabilidades sociales. […]

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