sábado, 9 de noviembre de 2019

La dedicación del muro reconstruido: una auténtica obra de fe (2019)

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10 de noviembre de 2019

Yo, Nehemías, les pedí a los líderes de Judá que se subieran al muro, y que formaran dos grandes grupos para que marcharan por el muro dando gracias a Dios.

Nehemías 12.31a, TLA

La segunda parte de Nehemías 12 describe los detalles con los que se celebró la dedicación del muro reconstruido de Jerusalén. Ese gran motivo de alegría mostró al pueblo que, con la participación colectiva, fue posible alcanzar ese objetivo dentro del proceso de reconstrucción integral de la vida social y espiritual de la comunidad que ahora tendría un nuevo futuro por delante. Para ello, debía consolidar lo logrado y establecer nuevas bases de convivencia. Luego de la obligada ceremonia de purificación en la que se buscaba que Dios recibiera con agrado los trabajos realizados en el muro y las puertas de la ciudad (v. 30), Nehemías pidió “a los líderes de Judá que se subieran al muro, y que formaran dos grandes grupos para que marcharan por el muro dando gracias a Dios” (31a). Además, organizó dos coros para que marcharan y así, en procesión, caminar hasta continuar por las escaleras de la ciudad (37) y otros lugares de alrededor del muro señalados puntualmente (38-39), y encontrarse en el templo (40). Se destaca el carácter litúrgico de la celebración con la presencia de los líderes acompañados por los sacerdotes.

El ambiente era de una gran alegría y el festejo estuvo lleno de música y cantos en el espíritu de David (35-36). Delante de los sacerdotes que tocaban instrumentos iba “el maestro Esdras” (36b), lo que sin duda fue una presencia relevante para hacer sentir la unidad de los liderazgos que habían encabezado los grandes trabajos en todos sus aspectos. Es de imaginarse la satisfacción que debió sentir este dirigente al ver consumados sus desvelos. En un momento de la celebración, los laicos debieron separarse del grupo para permitir que los sacerdotes hicieran la labor relacionada con los sacrificios (41-42). El estruendo del júbilo era notorio pues, como se afirma a continuación, “Dios había dado esa enorme alegría al pueblo” (43b), incluyendo a las mujeres y los niños.
La participación de los dos grupos tuvo una estructura claramente definida:

1. Dos coros (vv. 31 y 38).
2. La presencia de un laico importante en cada grupo; Osaías (v. 32) y Nehemías (v. 40).
3. Cada grupo contaba con la mitad de los príncipes de Juda (v. 32) o con la mitad de los oficiales (v. 40).
4. Había siete sacerdotes con trompetas en cada grupo (vv. 33-34 y 41)
5. Cada grupo contaba con un director musical: Zacarías (v. 35) e Izrahías (v. 42).
6. Cada grupo tenía ocho músicos levitas (vv. 36 y 42).[1]

El acto de dedicación del muro fue “un evento solemne, entusiasta y participativo. […] Para el autor-cronista el futuro de la ciudad estaba estrechamente relacionado con el de la comunidad. El bienestar de uno era el bienestar del otro. La dedicación de los muros no era un evento aislado, sino la continuación del trabajo físico de reconstrucción, y la culminación de la labor educativa y formativa en el pueblo”.[2] Con la presencia renovada del templo debía garantizarse la existencia permanente de un espacio litúrgico, celebrativo y formativo al alcance del pueblo, a fin de reeducar la conciencia de esas nuevas generaciones en todos los planos que establecía la tradición de fe. La preservación de la memoria de la alianza con Yahvé, la lectura e interpretación de la Torá y la interpretación de los sucesos históricos y antiguos serían parte esencial de este proceso formativo.

La narración concluye con algunos de los aspectos prácticos derivados de la consecución final de los trabajos de reconstrucción, todo ello descrito con una visión muy positiva de las responsabilidades de cada sector. Primeramente, el acopio de provisiones para las bodegas del templo que llegaban “de los campos de cada ciudad” (44) y que correspondían a los sacerdotes y sus ayudantes. Estos grupos cumplirían esa labor adecuadamente, pues “junto con los cantores y los vigilantes de las entradas, celebraban el culto a Dios y la ceremonia de la purificación, siguiendo las instrucciones que habían dado David y su hijo Salomón” (45). En segundo lugar, se menciona la parte musical, con la referencia antigua de los reyes citados (46). Finalmente, se subraya la circunstancia del momento: en la época de Zorobabel y de Nehemías, “todos los israelitas daban ofrendas para los cantores y los vigilantes de las entradas” (47) y contribuían para el sostenimiento de los encargados del templo y su trabajo litúrgico y sacerdotal. Con ello se cerraba el círculo que mostraba todo lo acontecido como un conjunto de logros que la fe yahvista había permitido alcanzar en medio de dudas, conflictos, resistencias y esperanzas.

La estrategia de Nehemías había sido efectiva y resultó en un nuevo perfil de la conducción espiritual y litúrgica del pueblo. El papel de los sacerdotes y levitas había quedado bien claro:

No fue en los sacerdotes donde Nehemías apoyó sus reformas, sino, como buen político, en los levitas. Tal como exigía Ez 44.10-14, éstos se habían visto relegados a funciones subalternas, no sacerdotales, enumeradas en Esd 2.40-58, pero Nehemías revaloró su papel litúrgico (presidencia de la plegaria: Neh 9.4), veló por asegurar sus derechos (12.44-47; 13.5) Y les confió cargos estratégicos (13.22). A él se debe el haber promovido la situación social de los levitas y haber favorecido así una espiritualidad muy rica que se expresa en el libro de los salmos (especialmente en los salmos de confianza). Pero, ante Nehemías, los sacerdotes no habían representado ningún papel especial.[3]

La gran transformación y reconstrucción del pueblo debió pasar, entonces, como un proceso dirigido hacia la desclericalización progresiva de la vida social, en camino hacia nuevas etapas de la historia que vendrían con otros retos y exigencias. El énfasis está puesto en la participación masiva de los diferentes sectores del pueblo guiados por la visión de los dirigentes que consideraron necesario horizontalizar la responsabilidad y conseguir que las obras se sintieran como propias y no ajenas, o únicamente del interés de los líderes. Esta decisión fue crucial para la buena marcha del trabajo y su conclusión, con lo que sus resultados se consolidarían plenamente. La gran gesta de fe de la reconstrucción dejaría una huella indeleble para los tiempos que vendrían.




[1] S. Pagán, op. cit., p. 193.
[2] Ibíd., p. 191.
[3] Claude Tassin, El judaísmo desde el destierro hasta el tiempo de Jesús. Estella, Verbo Divino, 1987 (Cuadernos bíblicos, 55), p. 48.

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