LA RECONSTRUCCIÓN INTEGRAL DEL PUEBLO DE DIOS
EL PROFETA MALAQUÍAS (I)
Samuel Amsler
Los últimos profetas. Ageo, Zacarías, Malaquías y algunos otros
Estella, Verbo Divino, 1996 (Cuadernos bíblicos,
90).
La última sección del rollo de los Doce
profetas menores está puesta bajo el nombre de Malaquías (1.1), que
significa “mi mensajero”. ¡Bonito nombre para un profeta! Pero, como no se nos
da ninguna otra precisión sobre él, podría tratarse tan sólo de un apodo dado
por la tradición a un profeta anónimo, debido al título de “mi mensajero” que
da el Señor a los que envía a preparar su venida (3.1). Por otra parte, los traductores
griegos tradujeron simplemente “su mensajero” (angelou autou).
Si no se sabe nada más del
profeta que pronunció estos oráculos, la época de su intervención se deduce de
su mensaje. Pasaron ya los tiempos de la reconstrucción del templo, que ahora
se encuentra en servicio (1.7ss; 3.10). Su crítica virulenta de los sacerdotes (2.1-9)
muestra que el profeta no forma parte del clero, aun cuando su mensaje está muy
cerca de la tradición levítica. Denuncia el matrimonio con mujeres extranjeras
como una traición religiosa (2.11), pero su discurso no tiene la virulencia de
las críticas de Nehemías ni sobre todo de Esdras. Su polémica se refiere
también a la práctica del repudio (2.14). La relajación que afecta al servicio
litúrgico y a la vida social señala un periodo de crisis, provocada por el
retraso en el cumplimiento de las promesas que anunciaban la intervención
inminente del Señor.
Este profeta parece ejercer su
ministerio en Jerusalén a lo largo del siglo v, quizás por el 450. Así pues, su
mensaje se inscribe entre el de Zacarías 1-8, ligado a los acontecimientos de
los años 520-518, y las dos secciones más tardías de Zac 9-14. En estos
capítulos se encuentra una forma más corriente de la profecía: la de los
oráculos pronunciados por Dios mismo. Pero el profeta los introduce a veces
mediante un diálogo con sus oyentes, bien sea haciéndoles una pregunta que los
lleva a reflexionar, bien respondiendo a una cuestión que ellos se plantean.
En estos capítulos se encuentra
una forma más corriente de la profecía: la de los oráculos pronunciados por
Dios mismo. Pero el profeta los introduce a veces mediante un diálogo con sus
oyentes, bien sea haciéndoles una pregunta que los lleva a reflexionar, bien
respondiendo a una cuestión que ellos se plantean. Por ejemplo: “Si yo soy
Padre, ¿dónde está el honor que me pertenece?” (1.6), o al revés: “¿En qué hemos
despreciado tu nombre?” (1.6b), o también: “¿Cómo hemos de volver?” (3.7). Esto
indica la vivacidad retórica de este discurso. Esta forma literaria de las “palabras
de disputa” es un buen criterio para averiguar dónde empieza y dónde acaba cada
una de las predicaciones.
El
amor del señor a Jacob (1.2-5)
Una forma bonita de entrar en materia: el Señor hace una
declaración de amor. El tema no es nuevo; aparece por primera vez en Oseas (Os
3.1; 11.1), luego en Jeremías (Jr 31.3, 20), Y encuentra su expresión clásica
en el Deuteronomio (Dt 7.8, 13; 10.15; 23.6). Esta declaración de amor había
tomado un acento patético en el mensaje que el Déutero-Isaías dirige a los desterrados,
que se creían abandonados por el Señor (Is 49.13-15). Sí Malaquías relanza este
tema, es porque sus oyentes no acaban de creer en él: las promesas del Señor
tardan demasiado en cumplirse, no ha cambiado nada desde la reconstrucción del
templo y la reanudación del culto. Jerusalén sigue viviendo en la postración.
De ahí el tono de reproche con que los interlocutores del profeta se dirigen a
Dios: “¿Qué haces para mostrarnos que nos amas?”.
En la respuesta de Dios no hay el
menor reproche, ya que le gusta que los hombres le pregunten para conocerlo mejor.
Pues bien, para conocer al Señor no hay más camino que interrogar a los
acontecimientos de la historia en los que él ha intervenido. Tal es la historia
de Jacob y de Esaú, cuyo destino se reveló tan diferente, a pesar de que eran
hermanos (Gn 25-27): Esaú no fue tan “amado” como Jacob. Los edomitas, descendientes
de Esaú, han visto su país arruinado y reducido al estado de desierto: es la
región árida que se extiende al sureste del mar Muerto. ¿Intentan acaso levantar
sus ruinas? Nuevas destrucciones manifiestan la reprobación del Señor que
planea sobre su territorio. ¡Qué diferencia de trato, cuando se le compara con
la prosperidad del territorio que han heredado los descendientes de Jacob-Israel!
¿No es eso una prueba del amor del Señor a su pueblo?
En esta lección de la historia se
advertirá que no hay nada que explique la elección del Señor, ni siquiera el
comportamiento moral de los dos hermanos. Si la tradición se muestra severa con
Esaú, el glotón que vendió sus derechos de primogénito por un plato de lentejas
(Gn 25.29-34), tampoco oculta las mentiras de Jacob (Gn 27). Oseas se hace eco
de ellas (Os 12.3-5) y también las conoce Malaquías (Mal 3.6ss). Pero aquí no
se pronuncia el menor juicio, ni contra Jacob, ni contra los edomitas, a pesar
de que fueron enemigos de Israel desde siempre, sobre todo desde que se
aprovecharon de las desgracias de Judá, en el 598, para ocupar una parte de su
territorio (cf. Abdías 10ss). La opción del Señor sólo depende de él. Su amor
no está sometido a ninguna condición. Es gratuito. Y por tanto, el pueblo judío
lo tiene asegurado para siempre.
Contra
el culto y los sacerdotes indignos (1.6-2.9)
Este gran oráculo, el más largo de la colección, acumula las
acusaciones contra los sacerdotes denunciando la hipocresía del culto por el
que pretenden honrar al Señor.
vv. 6-10: El oráculo comienza
asentando una evidencia: es normal que un hijo honre a su padre y que un siervo
honre a su señor. ¿Qué decir entonces de la manera con que los sacerdotes
pretenden honrar al Señor?
El empleo de la analogía paternal
es inédito: si Dios llama con frecuencia a Israel su “hijo” (Éx 4.22; Os 11.1;
Dt 14.1), el título de “padre” sólo se le atribuye a Dios en fechas más tardías
en el testimonio bíblico, como si este título —corriente en las religiones del
Próximo Oriente antiguo— estuviera demasiado comprometido con las divinidades
paganas para poder aplicarse al Dios de Israel. Jeremías es el primero en
utilizarlo: se trata todavía de un deseo o de una esperanza que formula el
Señor (Jr 3.19; 31.9). Malaquías lo afirma aquí como una realidad actual. Más tarde,
el Trito-Isaías se servirá de él para rubricar una petición de ayuda (Is 63.16).
No es baladí que este título figure al frente del "Padre nuestro”, en donde
sirve para fundamentar cada una de las peticiones.
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CALVINO INDOCUMENTADO: REFORMADOR/REFUGIADO/RESIDENTE
EXTRANJERO
Rubén Rosario-Rodríguez
En su Institución de la Religión Cristiana,
Calvino argumenta que Dios ha establecido un gobierno civil para que “la
humanidad pueda mantenerse” en la convivencia humana (IRC, 4.20.3) y ve a los
magistrados como los protectores y guardianes del bienestar público divinamente
designados. “Un llamamiento, no solo legal ante Dios, sino también el más
sagrado y, con mucho, el más honorable de todos los llamamientos” (IRC, 4.20.6).
Según la tradición teológica reformada que celebramos y honramos este domingo,
Dios ha establecido gobiernos temporales “para formar nuestro comportamiento
social a la justicia civil, reconciliarnos unos con otros y promover la paz y
la tranquilidad en general” (IRC, 4.20.2)
Dado que todas las instituciones
humanas, incluida la iglesia, siempre necesitan reformas, las teologías
reformadas descendientes de Calvino también creen que Dios actúa en la historia
para establecer la justicia y la paz en la tierra. El llamado a ministrar a los
pobres, los enfermos, la viuda, el huérfano, el refugiado y el prisionero (Mt
25.34-40) es motivo de preocupación tanto para la iglesia como para el Estado
porque es ante todo una preocupación espiritual
para todos los cristianos: “Tomar una posición lo más fuerte posible contra el
mal. Esta orden se da a todos, no solo a los príncipes, magistrados y oficiales
de justicia, sino también a todas las personas por separado” (Sermones sobre 2
Sam 1-13, p. 419). Centrándose en temas de inmigración, especialmente la
reforma migratoria en el contexto de Estados Unidos, una perspectiva teológica
calvinista reformada trabaja para preservar la dignidad humana básica a través
de los diversos ministerios de la iglesia mientras aboga por políticas
igualmente compasivas en el ámbito político.
Tres puntos centran nuestra
discusión sobre Calvino como un recurso para la reflexión teológica reformada
contemporánea sobre la inmigración: 1) la experiencia de Calvino como
refugiado, exiliado y extranjero residente en Ginebra; 2) los ministerios de
compasión de Ginebra, específicamente los ministerios diaconales como el
Hospital General, cuyo objetivo principal era aliviar la pobreza entre los
nativos de Ginebra, y la Bourse française
(o Fondo francés), establecidos para abordar los graves problemas causados
por la inmigración; y 3) la discusión de Calvino sobre la vida cristiana en el
libro tres de la Institución, en el que esta vida se describe como una
peregrinación y la “tierra no es sino nuestro lugar de exilio” (IRC, 3.9.4).
Calvino huyó de París en 1536
bajo la amenaza de la pena de muerte, un exilio político obligado a debido a su
trabajo como reformador de la iglesia. Nunca regresó a su amada patria, y pasó
la mayor parte de sus años en Ginebra como extranjero residente, sin obtener la
ciudadanía hasta unos años antes de su muerte. Ginebra, bajo el liderazgo
pastoral de Calvino, se convirtió no solo en un refugio para los protestantes
perseguidos, sino también en un faro para los reformadores de toda Europa que
vinieron a Ginebra para aprender bajo su cátedra para replicar sus éxitos en
casa.
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