sábado, 16 de noviembre de 2019

Reingeniería divina y reformas finales de Nehemías, L. Cervantes-O.



17 de noviembre de 2019

Luego de hacer eso, le dije a Dios: “¡Dios mío, toma en cuenta esto que acabo de hacer, y no te olvides de todo lo bueno que he hecho por tu templo y por el culto!”. Nehemías 13.14, TLA


El último capítulo del libro de Nehemías traza el panorama final de las reformas realizadas y coloca el proyecto realizado en un horizonte futuro sumamente preocupante por causa de la inestabilidad que refleja el relato. Ante la conclusión de los trabajos de reconstrucción y reedificación, era preciso redefinir el rumbo del pueblo en medio de una situación que, al menos aparentemente, había alcanzado cierto equilibrio. A la alegría del capítulo anterior, en el que se consagraron los trabajos terminados de las murallas y el templo, le seguiría ahora una etapa de transición que conectaría, posteriormente, con la nueva hegemonía de turno. Nehemías deseaba dejar como legado propio un ambiente lo más estable posible, a fin de continuar la marcha hacia adelante, al menos ya con la comunidad judía establecida en el añorado territorio antiguo, aun cuando seguirían sometidos a los designios de los imperios sucesivos. Con todo, se aseguró la continuidad de la tradición judía durante varios siglos sobre nuevas bases, que se mantuvieron bastante firmes en medio de los vaivenes sociopolíticos. El futuro más comprometedor sería valorar la continuidad (o discontinuidad) de todos estos procesos con el surgimiento de los asmoneos como una fuerza que resistió violentamente las agresiones de gobernantes posteriores. El imperio persa extendería su dominio hasta el año 333 a.C., cuando Alejandro Magno lo sometió e incluso visitó Palestina. A partir de entonces se consumaría la helenización del mundo conocido.

Lo primero que salta a la vista es la continuidad de la lectura pública de la ley antigua que, nuevamente, permitió recuperar algunos lineamientos relacionados con la pureza racial del pueblo. La ordenanza específica era en contra de incorporar a amonitas y moabitas (13.1; Dt 23.3). La razón de la prohibición era muy antigua: “…esa gente no les dio a los israelitas el pan y el agua que necesitaban, y en cambio le pagó a Balaam para que los maldijera” (13.2a; Nm 22-24). En aquella remota ocasión Dios transformó los malos augurios en algo bueno (2b). Inmediatamente, se procedió a expulsar a todos los que se habían mezclado con extranjeros (3). La marea nacionalista y purificadora nuevamente estaba en marcha para aplacar los impulsos integradores y más abiertos hacia otros pueblos.

La oportunidad por demostrar los males de estas relaciones raciales aparece a continuación, pues el sacerdote Eliasib, jefe de las bodegas del templo, había emparentado con Tobías, el gobernador amonita (4) y le había permitido ocupar una habitación dentro del mismo, lo cual fue visto como una auténtica profanación, dado que allí se guardaban ofrendas y utensilios para los sacerdotes, sus ayudantes, los cantores y los vigilantes de las entradas (5). Eso sucedió en ausencia de Nehemías, quien en el año 32 de Artajerjes estuvo en Babilonia con él (6a). Al volver, autorizado por el rey, se enteró de esas acciones (7) y reaccionó con enorme enojo, por lo que ordenó el desalojo y la purificación obligada de ese espacio (8-9), para luego retomar el uso original del lugar. Este episodio muestra la gran reacción del dirigente en contra de una decisión realista y relajada del nuevo sacerdocio de Jerusalén.

A la nueva imposición del criterio de pureza racial el teólogo español Xabier Pikaza (Las mujeres de la Biblia Judía) lo denominó “el triunfo de la endogamia”, es decir, el cierre de la posibilidad de un mestizaje que, aun cuando estaba en jarcha y resultaría imparable, fue un gran obstáculo para afianzar mucho de lo conseguido con la reconstrucción realizada hasta ese momento.

El rechazo de la Diosa se refleja en la expulsión de las mujeres extranjeras, de tal forma que el nuevo judaísmo se constituye como un pueblo endogámicamente religioso. […]
La observancia del sábado y el rechazo del matrimonio con extranjeras constituyen los dos grandes signos del nuevo judaísmo. […]
El gesto de expulsar a las mujeres “extranjeras” (que estrictamente hablando no eran extranjeras, pues formaban parte de otras corrientes de vida israelita) constituye un signo de debilidad extrema: los dirigentes judíos temen las mujeres que tengan otra forma de entender la vida (otra manera de interpretar la cultura/religión, sobre todo porque ellas tienen en sus manos el cuidado de los hijos). Por eso, a fin de asegurar la fidelidad socio/religiosa de sus hijos, los jefes del nuevo judaísmo exigen que las mujeres de los judíos sean también judías de su misma tendencia. De esa manera, la experiencia más honda de trascendimiento y fidelidad ética del judaísmo se ha vinculado con un gesto ambiguo de separación: para ser religioso y judío fiel hay que expulsar a las mujeres extranjeras. De los derechos de esas mujeres no se dice nada.[1]

Pikaza profundiza en esta determinación mediante una lectura perspicaz sobre sus objetivos más profundos: el principio matrilineal (judío = hijo de judía) no estaba al servicio de la mujer sino al contrario. Se trataba de defender a los hombres, de evitar que ellos se contaminasen al casarse con mujeres impuras (que tendrían, a su vez, hijos impuros). “Esta ley sirve para proteger el carácter judío de un hombre y de sus hijos. Este principio (¡que no se case un judío con una no judía!) no se puede invertir, pues en el caso de una mujer judía que se casa con un no-judío, sus hijos pertenecen a la familia del marido (están fuera de Israel), de manera que no constituyen un riesgo de contaminación para el judaísmo”.[2]

El otro aspecto de la narración es la falta de obediencia a las determinaciones sobre el apoyo alimenticio a los ayudantes de los sacerdotes, quienes junto con los cantores decidieron irse al campo (10). Nehemías reprendió airadamente a los responsables por esa falta y reinstaló a las personas en cuestión (11), con lo que se retomó lo acordado sobre el acopio y el manejo de los recursos, especialmente los diezmos de trigo, vino y aceite (12). Luego nombró a otro encargado de las bodegas con sus ayudantes, con el fin de que la distribución fuese equitativa (13). Es en este punto en que reaparece otra de las oraciones breves de Nehemías referidas a su actuación: “Luego de hacer eso, le dije a Dios: ‘¡Dios mío, toma en cuenta esto que acabo de hacer, y no te olvides de todo lo bueno que he hecho por tu templo y por el culto!’” (14). Sigfried Herrmann apunta muy bien acerca de la minuciosidad de estos relatos: “Estos sucesos y estas medidas especiales cuadran claramente con la imagen compleja de la época; pero precisamente lo cotidiano necesitaba ser regulado hasta en sus detalles. Esdras y Nehemías debieron consolidar de forma decisiva para varias generaciones la situación postexílica de Jerusalén-Judá”.[3]

De modo que la reingeniería divina para reconstruir al pueblo atravesó por factores familiares, sociopolíticos y religiosos que, al entrar en juego de manera dinámica, obligó a dirigentes como Nehemías a actuar mediante la complicada implementación de sus últimas reformas, encaminadas a consolidar lo conseguido en el proceso de reconstrucción y reedificación física y de las instituciones sagradas. El proyecto divino se estableció, así, gracias a la conjunción de múltiples elementos que entraron en juego.


[1] X. Pikaza, Las mujeres de la Biblia Judía. Barcelona, CLIE, 2013. Énfasis agregado.
[2] Ídem.
[3] S. Herrmann, Historia de Israel en la época del Antiguo Testamento. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1985, p. 407.

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