13 de septiembre, 2020
Ciertamente yo sé que es así;
¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?
Job 9.2, RVR 1960
Luego de la apasionada defensa de la justicia de Dios por parte de su
amigo Bildad, Job no se quedó atrás y respondió con una cada vez mayor
intensidad en su argumentación, en esta ocasión aceptando sin ningún margen de
duda la superioridad divina y su grandeza inconmensurable, algo que no dejó de
hacer incluso cuando la amargura estaba a punto de someterlo. Ante la realidad
incontrovertible de la justicia del Creador nada puede sostenerse en pie en el
ámbito de lo humano. Ésa es la premisa básica de sus palabras en el cap. 9,
pues la pregunta retórica que lanzó: “¿Cómo se justificará el ser humano ante
Dios?” (v. 2), que puede sondearse en diversas traducciones para valorar los
alcances de semejante propuesta [“ante Dios
/ nadie puede alegar inocencia” (TLA); ¿cómo puede una persona ser
declarada inocente a los ojos de Dios? (NTV); ¿cómo puede un
mortal justificarse ante Dios? (NVI)], abrió el debate acerca
de las consecuencias de esa realidad absoluta en el terreno cenagoso de lo
humano.
La consecuencia más inmediata consiste en que, ante este
hecho irrefutable, es imposible “litigar” o “contender con él” por la
abundancia de razones que salen al paso (3). Su sabiduría absoluta es
incontestable (4a) y “endurecerse” con él no conduce a nada bueno (4b; “¿Quién puede desafiar a Dios / y
esperar salir victorioso?”). Su poder genuinamente cósmico va más allá de
cualquier delirio de la imaginación: “arranca los montes con su furor” (5), “remueve la tierra de su
lugar” (6), “extendió los cielos” (8) e hizo las grandes constelaciones
(9). Sus obras son “grandes, incomprensibles, maravillosas y sin número”
(10). Adondequiera que se voltee, la magnificencia divina lo llena todo.
Avanzando luego de
enumerar esta grandiosidad abrumadora, Job retoma el tono existencial y metafísico
en la diferenciación abismal con Dios, en el contraste brutal del Creador y la
criatura, pero con un sabor personal ineludible: “He aquí que él pasará delante
de mí, y yo no lo veré; / Pasará, y no lo entenderé” (11). Ni siquiera
antes de desear entablar un diálogo con Él es posible que la conciencia humana
se sostenga ante esas dimensiones de lo divino.
Cuando la mano de
Dios arrebata, ¿quién podría reponer o sustituir lo que él ha hecho? (12a). Nadie,
en su sano juicio, puede exigirle cuentas o interrogarlo sobre las causas de
sus acciones (12b). Su furia sostenida es capaz de dominar a los soberbios (13).
Ante todo ello, la pequeñez que sume Job es proverbial y pretender alternar con
él es una gran insensatez. Los vv. 14-20 se extienden en este punto, al grado de
que cualquier cosa que saliera de su boca, incluso “palabras escogidas” (14),
resultarían ociosas. Incluso “siendo justo”, él no respondería (15). Y, en el
caso de que lo hiciera, costaría trabajo creer que haya escuchado esta voz tan
ínfima (16). El quebranto de que ha sido objeto de su parte ha sido escandaloso
(17) y ha reducido su aliento al mínimo (18a) por lo que está lleno de amargura
(18b). hablar otra vez de su poder es ya reiterativo (19) y afirmar su justicia
sería completamente superfluo, inútil y perjudicial (20). La TLA es
particularmente precisa: “Si de comparar fuerzas se trata, / ¡Dios es
más poderoso! / Y si le abriera un juicio, / ¿quién podría
obligarlo a presentarse? / ¡Aunque no he hecho nada malo, / mi
boca me condena y resulto culpable!”.
Toda esta cadena de reconocimientos condujo a Job a un callejón sin salida en la que sus quejas interminables (vv. 21-31) desembocaron en una conclusión no por diáfana, menos terrible y exacta: “¿Cómo puedo atreverme / a citar a Dios ante un tribunal, / si soy un simple mortal? / ¿Qué juez en este mundo / podría dictar sentencia entre nosotros?” (32-33). Ante eso, únicamente se imponía el silencio dominado por el temor por causa de todo lo experimentado en carne propia: “Quite de sobre mí su vara, / Y su terror no me espante. / Entonces hablaré, y no le temeré; / Porque en este estado no estoy en mí” (34-35). Sólo así podría restaurarse el diálogo.
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