sábado, 5 de septiembre de 2020

Diálogo existencial y teológico: Bildad y la justicia divina, L. Cervantes-O.

 


6 de septiembre, 2020

¿Acaso torcerá Dios el derecho,
O pervertirá el Todopoderoso la justicia?
Job 8.3, RVR 1960

Sin menoscabo de otras porciones de las Sagradas Escrituras en cuyas palabras es posible hallar el tratamiento más profundo y realista de las realidades humanas para colocarlas delante de Dios y, mediante ese encuentro tan desigual entre lo eterno y lo transitorio, presentar las bondades de la salvación, la justicia y la misericordia divinas, es en los libros sapienciales adonde aparecen algunas de las propuestas más complejas y enriquecedoras. No pueden olvidarse las enérgicas admoniciones dirigidas a controlar o someter los instintos humanos que se encuentran en los libros de la Ley, ni mucho menos el realismo brutal de tantos episodios referidos en los libros históricos, ni mucho menos las profundidades en las que hurgaron los profetas al tratar de actualizar la palabra divina para las circunstancias que vivieron. Cuando varios de ellos, como Jeremías o Isaías, debieron experimentar en su propia vida la intensidad apasionada con que Yahvé buscaba una y otra vez a su pueblo para reavivar las cenizas del pacto que en tantas ocasiones estuvo al borde del colapso, los lectores/as de hoy podemos ser testigos de la enorme capacidad expresiva de cada bloque de las Escrituras antiguas.

Pero si nos referimos a los libros sapienciales, concentrados como estuvieron desde su surgimiento mismo en la necesidad de aplicar la sabiduría divina y humana a las situaciones existenciales más complejas, hallaremos que, en los Proverbios, el Eclesiastés y el libro de Job, es adonde resplandece la búsqueda que en Occidente se impondría como reflexión filosófica. Por llo se puede afirmar, sin ningún temor, que estos documentos constituyen una auténtica filosofía primigenia que debe atenderse así, con gran seriedad y una sólida disposición de aprender acerca de la condición humana confrontada por Dios desde las matrices más hondas del pensamiento hebreo antiguo. Algo similar puede decirse sobre el pensamiento prehispánico rescatado en la tesis doctoral de Miguel León-Portilla, La filosofía náhuatl (1956), redactada cuando no predominaba la aceptación de que las ideas anteriores a la conquista tuvieran ese valor o esa altura. Pues, como lo reconoce la filósofa mexicana Isabel Cabrera, en su libro memorable, acercarse al libro de Job en particular es como tocar tímidamente las aguas de un océano inabarcable, pero cuyo contacto no deja igual a quien lo lee, con todo y sus peculiaridades: “Los religiosos, que convierten el contorno en manifestación de lo sagrado, viven lo que para otros es azar indiferente, como muestra de la voluntad de Dios. Job es uno más en el interminable coro de voces que buscan en Dios el sentido de la vida y el sentimiento del sufrimiento; es una voz bellísima que convierte en poesía estas preguntas y envuelve en misterio sus respuestas”.[1]

A cada paso que se da en el interior de esta portentosa obra poética y dramática, es posible hacer un alto y observar cómo, en medio de los diálogos y monólogos de Job y sus amigos, y finalmente, entre Dios y Job, se deslizan y se desdoblan continuamente los argumentos procedentes de la experiencia de la sabiduría que el antiguo Israel fue capaz de dejar como un legado que aún consume nuestro tiempo y nuestras energías. Harolb Bloom, el crítico judío estadounidense que exploró como pocos las características de la literatura sapiencial haciendo la pregunta obligada desde el título de una de sus obras, ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, afirma desde un punto de vista muy personal, muestra de la asimilación de sus análisis:

 

Durante más de medio siglo he estudiado y enseñado la literatura que emergió del monoteísmo y sus secularizaciones posteriores. ¿Dónde se encuentra la sabiduría? surge de una necesidad personal, que refleja la búsqueda de una sagacidad que pudiera consolarme y mitigar los traumas causados por el envejecimiento, por el hecho de recuperarme de una grave enfermedad y por el dolor de la pérdida de amigos queridos.

A lo que leo y enseño sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría. Las presiones sociales y las modas periodísticas pueden llegar a oscurecer estos criterios durante un tiempo, pero las obras con fecha de caducidad no perduran. La mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento. La mortalidad acecha, y todos aprendemos que el tiempo siempre triunfa. «Disponemos de un intervalo y luego nuestro lugar ya no nos conoce”. […]

Seamos devotos o no, todos aprendemos a anhelar la sabiduría allí donde pueda encontrarse.[2]

 

Bildad (“hijo de contienda”), el suhita, segundo amigo de Job, y quizá descendiente de Súa, el hijo de Abraham y Cetura (Gn 25.2), aparece en el escenario para presentar una fuerte diatriba en contra de las afirmaciones de inocencia que había escuchado hasta ese momento. En primer lugar, fustiga a Job por la supuesta violencia verbal con que se había expresado (8.2). la base de su argumentación está en el v. 3: “¿Acaso torcerá Dios el derecho, / O pervertirá el Todopoderoso la justicia?”, lo que se complementa con una observación concisa (“Si tus hijos pecaron contra Dios, / él les ha dado su merecido”, 4) y conclusión dura y directa: “” (Pero si tú eres inocente, / habla con él y pídele perdón; / él te protegerá y te recompensará / devolviéndote todo lo que tenías”, 5-6). Su razonamiento es simple: “…como Dios es justo, indujo el castigo final de tus hijos; a ti te ha castigado dejándote tiempo para pedir perdón y enmendarte”.[3] Dios no tuerce el derecho es su consigna máxima e irrefutable y, a partir de ella, desdobla el principio de la retribución para malos y buenos:

 Mientras los malos son árbol que se seca, como los hijos, el bueno puede disfrutar de nuevo del favor de Dios. es decir, está metiendo a su amigo en el camino de la religiosidad interesada, y así está colaborando inocentemente con el satán y con la mujer de Job. Si ésta decía, “maldice a Dios y muérete”, Bildad viene a decir: “suplica a Dios y alégrate”; ambos proceden por sendas paralelas en la misma dirección. […] va a resultar que la venerable doctrina tradicional sobre la justicia de Dios en forma de retribución está más cerca del satán que del verdadero Dios.[4]

 En ello, no se aparta de Elifaz, aunque razonando así, “para defender la justicia de Dios, pronuncia un juicio injusto contra los hijos y contra Job. Este simplismo dialéctico ya ha sido rechazado por Job en 6.25-29”.[5] Bildad apela a la sabiduría de los ancestros, pues después de todo se consideraba una persona imberbe (vv. 8-10). Los malvados, agrega, necesitan la sabiduría divina, como las plantas acuáticas el agua (11-13). Esta imagen funciona para cerrar la argumentación deseada, pero que lleva hacia un complejo laberinto humano: ¿cómo defender la justicia divina sin incurrir en insensibilidad y desapego hacia el sufrimiento verdadero de los inocentes? He ahí el gran dilema de Bildad, de Job y de todo lector, ahora y siempre.



[1] I. Cabrera, El lado oscuro de Dios. México, UNAM/FFL-Paidós, 1999, pp. 83-84.

[2] H. Bloom, ¿Dónde se encuentra la sabiduría? México, Taurus, 2005, pp. 13-14.

[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job: comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983, p. 167.

[4] Ibid., segundo énfasis agregado.

[5] Ídem.


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