Pero si nos referimos a los libros sapienciales, concentrados
como estuvieron desde su surgimiento mismo en la necesidad de aplicar la
sabiduría divina y humana a las situaciones existenciales más complejas,
hallaremos que, en los Proverbios, el Eclesiastés y el libro de Job, es adonde
resplandece la búsqueda que en Occidente se impondría como reflexión filosófica.
Por llo se puede afirmar, sin ningún temor, que estos documentos constituyen
una auténtica filosofía primigenia que debe atenderse así, con gran seriedad y
una sólida disposición de aprender acerca de la condición humana confrontada
por Dios desde las matrices más hondas del pensamiento hebreo antiguo. Algo similar
puede decirse sobre el pensamiento prehispánico rescatado en la tesis doctoral
de Miguel León-Portilla, La filosofía náhuatl (1956), redactada
cuando no predominaba la aceptación de que las ideas anteriores a la conquista
tuvieran ese valor o esa altura. Pues, como lo reconoce la filósofa mexicana Isabel
Cabrera, en su libro memorable, acercarse al libro de Job en particular es como
tocar tímidamente las aguas de un océano inabarcable, pero cuyo contacto no
deja igual a quien lo lee, con todo y sus peculiaridades: “Los religiosos, que
convierten el contorno en manifestación de lo sagrado, viven lo que para otros
es azar indiferente, como muestra de la voluntad de Dios. Job es uno más en el
interminable coro de voces que buscan en Dios el sentido de la vida y el
sentimiento del sufrimiento; es una voz bellísima que convierte en poesía estas
preguntas y envuelve en misterio sus respuestas”.[1]
A cada paso que se da en el interior de esta portentosa obra
poética y dramática, es posible hacer un alto y observar cómo, en medio de los
diálogos y monólogos de Job y sus amigos, y finalmente, entre Dios y Job, se
deslizan y se desdoblan continuamente los argumentos procedentes de la
experiencia de la sabiduría que el antiguo Israel fue capaz de dejar como un
legado que aún consume nuestro tiempo y nuestras energías. Harolb Bloom, el crítico
judío estadounidense que exploró como pocos las características de la
literatura sapiencial haciendo la pregunta obligada desde el título de una de
sus obras, ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, afirma desde un punto de vista
muy personal, muestra de la asimilación de sus análisis:
Durante más de medio siglo he estudiado y enseñado
la literatura que emergió del monoteísmo y sus secularizaciones posteriores. ¿Dónde
se encuentra la sabiduría? surge de una necesidad personal, que refleja la
búsqueda de una sagacidad que pudiera consolarme y mitigar los traumas causados
por el envejecimiento, por el hecho de recuperarme de una grave enfermedad y
por el dolor de la pérdida de amigos queridos.
A lo que leo y
enseño sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y
sabiduría. Las presiones sociales y las modas periodísticas pueden llegar a
oscurecer estos criterios durante un tiempo, pero las obras con fecha de
caducidad no perduran. La mente siempre retorna a su necesidad de belleza,
verdad, discernimiento. La mortalidad acecha, y todos aprendemos que el tiempo siempre
triunfa. «Disponemos de un intervalo y luego nuestro lugar ya no nos conoce”. […]
Seamos devotos o no, todos
aprendemos a anhelar la sabiduría allí donde pueda encontrarse.[2]
Bildad (“hijo de contienda”), el suhita, segundo amigo de Job,
y quizá descendiente de Súa, el hijo de Abraham y Cetura (Gn 25.2), aparece en
el escenario para presentar una fuerte diatriba en contra de las afirmaciones de
inocencia que había escuchado hasta ese momento. En primer lugar, fustiga a Job
por la supuesta violencia verbal con que se había expresado (8.2). la base de
su argumentación está en el v. 3: “¿Acaso torcerá Dios el derecho, / O
pervertirá el Todopoderoso la justicia?”, lo que se complementa con una observación
concisa (“Si tus hijos pecaron contra Dios, / él les ha dado su
merecido”, 4) y conclusión dura y directa: “” (Pero
si tú eres inocente, / habla con él y pídele perdón; / él te
protegerá y te recompensará / devolviéndote todo lo que tenías”, 5-6). Su razonamiento
es simple: “…como Dios es justo, indujo el castigo final de tus hijos; a ti te
ha castigado dejándote tiempo para pedir perdón y enmendarte”.[3] Dios no tuerce
el derecho es su consigna máxima e irrefutable y, a partir de ella,
desdobla el principio de la retribución para malos y buenos:
[1] I. Cabrera, El lado oscuro de Dios. México, UNAM/FFL-Paidós,
1999, pp. 83-84.
[2] H. Bloom, ¿Dónde se encuentra la sabiduría? México,
Taurus, 2005, pp. 13-14.
[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job: comentario
teológico y literario. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983, p. 167.
[4] Ibid., segundo énfasis agregado.
[5] Ídem.
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