Más allá de Nietzsche, está Job,
porque no es sobre la “muerte de Dios” sino que el dilema de Job
está entre la resignación y la fe, o la rebelión y la apostasía; entre bendecir
o maldecir a Dios como esperaba el Satán: “Tócalo y te maldecirá en la
cara”, le dice a Dios. Pero esto no lo hace… aunque se queja.
Para Adán el castigo es
la muerte. Para Job es la vida. El Génesis no
dejaba espacio para el Caos, pues todo era cosmos,
armonía y belleza. El mejor de los mundos posibles…
En Job, por el contrario, el mundo está lejos de ser
perfecto y Caos reina omnipresente con sus monstruos primordiales y apocalípticos
Al
contrario de las lamentaciones de los salmos, Job no dirige a nadie su lamento,
ni a Dios ni a sus adversarios; tampoco muestra signos de esperanza o de acción
de gracias por la esperada liberación.
Por eso doy rienda suelta a mi queja; / desahogo la amargura de mi
alma.
Job habla tal como piensa y siente, como sentiría probablemente cualquier hombre en su situación; sus amigos, por el contrario, hablan como si se sintiesen espiados en secreto Dios acerca de cuya causa entienden, y como si al decidir sobre ella, les preocupara más ganarse su favor que servir a la verdad (Cf. Kant, Sobre el fracaso de todo ensayo filosófico en la Teodicea)
2 Le he dicho a Dios: No me condenes. / Dime
qué es lo que tienes contra mí.
Job, expulsado de su paraíso de felicidad patriarcal y condenado a la intemperie de la lepra, la miseria y el desprecio de su mujer, desea retornar al polvo y que el universo regrese al Caos o a la nada. Pero Job, a diferencia de Adán y Caín, se siente y se proclama inocente ante sus amigos y Dios.
Por lo que su sufrimiento también los entiende como
parte del “todo plan de Dios”. Pero en este caso es un Dios que está contra él,
no es un Dios que ha abandonada a su criatura, es el Dios que lo acecha: “¿Qué
tienes contra mí?”.
No es la angustia ante la carencia del ser, sino la
pregunta del por qué hay mal y por qué lo vivo yo siendo inocente. Pero
especialmente el sentir que el mal le viene de Dios, un Dios calculador que
acecha a su criatura.
En este relato, Job busca un culpable. Mantiene el
esquema de que el sufrimiento tiene siempre una causa humana o divina, no es
fruto del azar. Nada ocurre accidentalmente en la naturaleza, sino que todo
remite a una causa divina. Como si una mala acción moral fuera suficiente para
explicar las injusticias y sufrimiento del ser humano. Por eso Kant calificaba
a Job como la primera visión moralista del mundo: Alguien tiene que ser
culpable Job o Dios. (Cf. J.A. Estrada, Imposible
teodicea)
3 ¿Te parece bien el oprimirme / y
despreciar la obra de tus manos / mientras te muestras complaciente / ante los
planes del malvado?
Ahora llega la “queja” o “protesta”, esto es, cuando ya no preguntamos simplemente por qué hay mal, sino que preguntamos por qué he de sufrirlo precisamente yo y no otros, ya que no todos lo sufren (especialmente los malvados). Aquí ya no basta con relatar el comienzo del mundo o de los tiempos: es preciso argumentar, pues se pide una explicación que de cuenta de una diferencia o asimetría en la distribución del sufrimiento.
Y la primera y más persistente explicación ofrecida a este respecto por la “sabiduría” es la de la retribución: “todo sufrimiento es merecido porque es el castigo de un pecado
individual o colectivo, conocido o desconocido”.
Ello nos sitúa, como señala Ricoeur nuevamente en la primera “visión moral del mundo”. Pero, cuando, como tantas veces vemos, el dolor y el sufrimiento sin
límite se ceba con el más pequeño y más débil, con el inocente, con el más justo... ¿no se vuelve la ley de la retribución contra Dios mismo? ¿No ha de ser
recriminado Dios, en virtud de la misma ley por la que se justifica el
sufrimiento de los hombres, por la desproporción, arbitrariedad y
discriminación veleidosa con la que impone la pena? ¿No sería legítima, la queja del justo sufriente? Así llega a creerlo Job cuando interpela a
Dios (Cf. Paul Ricoeur, El mal: Un desafío a
la filosofía y a la teología).
Job se sabe inocente, pero busca
culpar a Dios. Antes de asumir la arbitrariedad del mal, es decir la
contrariedad trágica de la vida del ser humano que sufre o padece, asume que
todo mal tiene un agente y se presupone siempre que es un castigo.
4 ¿Son tus ojos los de un simple mortal? / ¿Ves las cosas como las vemos nosotros? (Otra versión: ¿Son
tus ojos de carne? ¿ves como ve un
mortal?)
5 ¿Son tus días como los
nuestros, / tus años
como los de un mortal, /
6
para que andes investigando mis faltas / y averiguándolo todo acerca de mi pecado?
Job se pregunta ¿Qué le importa la vida de un mortal? ¿Por qué se fija
en un polvo cósmico? ¿Qué placer tienes en castigarme, en perseguirme en
acecharme…)
7 ¡Tú bien sabes que no soy culpable
Así llagamos a la gran reflexión de Job, a la gran noción que nos pone
contra las cuerdas y nos lanza la pregunta por el mal, el sufrimiento y el
dolor. Job discurre sobre el sufrimiento del inocente. No maldice a Dios, pero
se niega a admitir que, puesto que sufre la ira de Dios, ha de ser culpable.
No es la existencia del mal o del sufrimiento el motivo de su protesta, sino el dolor de verse condenado sin motivo, de balde. No se rebela contra el sufrimiento, sino contra el desconocimiento de la causa de su desgracia. Pide explicaciones para no sentirse víctima de un Dios que ha transgredido su propia moralidad y que debería restablecer la justicia, devolviéndole cuanto antes a su anterior situación.
Es la respuesta a la teología de la retribución: ¡Si sufre es porque se lo merece!
Como
la respuesta que damos ante el sufrimiento de la mujer maltratada, del negro,
del esclavo, del indígena, del pobre, del migrante, del que es diferente, etcétera.
Nunca faltan los discursos para justificar el sufrimiento de las víctimas…
cuando no oyes, ni miras, ni hace nada contra su sufrimiento.
Por lo regular tratamos de “justificar” el dolor, lo
racionalizamos y buscamos una causa-efecto. Por otro lado, podemos encontrar
muchas “causas” y “razones” (muchas ideológicas) Y tocan a Dios ¿Por qué Dios
permite el sufrimiento del inocente?
El tema del libro, la apuesta de la historia de Job
es más bien cómo hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente y no es de
otra manera que protestando. (Cf.
G. Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del
inocente).
Job se resiste a aceptar que su sufrimiento “se lo
merece”, no puede concebir esta visión de Dios que “castiga” o “premia” y que
toda situación de vida (especialmente del dolor) es merecido. No, la verdad es
que hay dolor y hay quien sufre y lo padece sin merecerlo.
8 Tú me hiciste con tus
propias manos; / tú me diste forma. / ¿Vas ahora a cambiar de parecer / y a ponerle fin a mi vida?
9 Recuerda que tú me modelaste, como al barro; / ¿vas
ahora a devolverme al polvo?
10 ¿No
fuiste tú quien me derramó como leche, / quien me hizo cuajar como queso?
11 Fuiste tú quien me vistió de carne y piel, / quien me tejió con huesos y tendones.
12 Me diste vida, me favoreciste con
tu amor, / y tus cuidados me han infundido aliento.
Job da la vuelta también a las imágenes de la creación del hombre, hecho de barro vivificado por el aliento de un Dios alfarero: Me hicieron tus manos; me modelaron / ahora me destruyes en redondo (Job 10,8). Tras moldear al hombre era de esperar que Dios soplara en él para infundirle vida, pero Job le acusa de causarle la muerte.
Job se ha remontado al tiempo misterioso de la
concepción y gestación, antes del nacimiento, y allí ha encontrado a
Dios solícito
y atareado; tal solicitud condena su conducta presente. Da otro paso audaz, se
remonta al tiempo anterior, cuando el hombre es proyecto en la mente de Dios. Allí se encuentra a
Dios como uno que está previendo
una serie de casos y decidiendo de antemano su conducta en cada uno de ellos.
La actitud es la de un soberano hostil a su vasallo y dispuesto a perderlo en
cualquiera de estos tres casos: si es culpable, si es inocente, si levanta la
cabeza.
Naturalmente es la pasión de Job, que se proyecta
audazmente hacia Dios por un raciocinio simple: yo soy obra de Dios, Dios
planea sus obras, por adelantado, lo que me sucede responde al plan de Dios, un
plan hostil. En otros términos, Dios deja libre al hombre para que decida su
conducta, pero sea cual sea su decisión, lo envuelve y lo aniquila.
13 Pero una cosa mantuviste en secreto, / y sé muy bien que la tuviste en mente
14 Que, si yo peco, tú me vigilas / y no pasas por alto mi pecado.
15 Si soy culpable, ¡ay de mí!
Como en la teología de la retribución.
16 Si soy inocente, no puedo dar la
cara. / ¡Lleno estoy de vergüenza, / y consciente de mi aflicción!
No hay circunstancia que nos ponga a mayor distancia de Dios que la experiencia del sufrimiento, sobre todo si este es injustificado, si es sobre los inocentes. Cuando el rico-piadoso Job deja de serlo y cae en desgracia, se introduce en el mundo de los miserables. Sus gritos aterradores por el dolor, y su protesta por la injusticia, hacen posible que la desconfianza de quienes sufren igual desaparezca.
Las víctimas, y los que sufren
siendo inocentes pueden por lo pronto “orar” de Otro modo y se revelarse,
cuando saben que no es el “plan de Dios” que ellos sufran. Pueden salir de “basurero”, y entonces se
vuelven rebeldes, y discurren entonces incluso contra el “dios” oficial, el de
la ideología, el de las “consecuencias” (como el de los amigos de Job), y
afirman, que no hay razón para que sufran y pueden dar un paso más, hablar de
Dios de otra manera, “desde el sufrimiento del inocente” que es los que en A.L.
ha dado pie a lo que se ha llamado la Teología de la liberación o las teologías
de la liberación.
Job invita a protestar por el sufrimiento de los
inocentes. Los gritos de Job exigiendo justicia son tan fuertes que quienes
sufren injustamente concentran toda su atención solo en la vida desgraciada y
abandonada de Job: los gritos de Job y de los excluidos de hoy.
Nuestra gente sabe cómo escuchar a Dios, cómo sentirlo a
pesar del sufrimiento. Si no lo supiera y lo sintiera ya hubieran desaparecido
las culturas de nuestros antepasados; nos hubiéramos
extinguido por la falta de fe y la incapacidad de resistir tanta injusticia y
mentira. Se espera en Dios de alguna forma y nunca se sabe cómo va a responder,
pero se tiene la certeza de que responderá.
(Cf. Elsa Tamez, “De padre de los huérfanos a hermano de chacales y
compañero de avestruces”).
Nosotros lo lectores del libro de
Job sabemos que él es inocente, que eso piensa Dios mismo de él. Así quedó
claro en el prólogo. A Job la convicción de que Dios conoce su verdadera
situación le viene de su fe. Por eso puede “levantarse del basurero” y hablar
de Dios desde el sufrimiento del inocente, protestando.
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