sábado, 19 de septiembre de 2020

Job se lamenta ante Dios, Pbro. Dr. Israel Flores Olmos


20 de septiembre de 2020

Job pone en cuestión un tema más profundo que la muerte de Dios. No es “la muerte de Dios” sino la sinrazón, la no-justificación del sufrimiento del inocente. No es un problema metafísico sino de la vida y es social y económico y de salud y de relaciones interpersonales y fe, y de relación con el mundo (creación y cosmos). Las innumerables experiencias sufrimiento injusto vividas por personas inocentes, “constituyen un argumento existencialmente mucho más fuerte contra la creencia en Dios que todos los argumentos basados en la teoría del conocimiento, en las ciencias, en la crítica de la religión y de las ideologías y en cualquier tipo de razonamiento filosófico” (W. Kasper).

Más allá de Nietzsche, está Job, porque no es sobre la “muerte de Dios” sino que el dilema de Job está entre la resignación y la fe, o la rebelión y la apostasía; entre bendecir o maldecir a Dios como esperaba el Satán: “Tócalo y te maldecirá en la cara”, le dice a Dios. Pero esto no lo hace… aunque se queja.

 1 ¡Ya estoy harto de esta vida!

Para Adán el castigo es la muerte. Para Job es la vida. El Génesis no dejaba espacio para el Caos, pues todo era cosmos, armonía y belleza. El mejor de los mundos posibles…

En Job, por el contrario, el mundo está lejos de ser perfecto y Caos reina omnipresente con sus monstruos primordiales y apocalípticos

Al contrario de las lamentaciones de los salmos, Job no dirige a nadie su lamento, ni a Dios ni a sus adversarios; tampoco muestra signos de esperanza o de acción de gracias por la esperada liberación.

 

Por eso doy rienda suelta a mi queja; / desahogo la amargura de mi alma.

Job habla tal como piensa y siente, como sentiría probablemente cualquier hombre en su situación; sus amigos, por el contrario, hablan como si se sintiesen espiados en secreto Dios acerca de cuya causa entienden, y como si al decidir sobre ella, les preocupara más ganarse su favor que servir a la verdad (Cf. Kant, Sobre el fracaso de todo ensayo filosófico en la Teodicea)

 

Le he dicho a Dios: No me condenes. / Dime qué es lo que tienes contra mí.

Job, expulsado de su paraíso de felicidad patriarcal y condenado a la intemperie de la lepra, la miseria y el desprecio de su mujer, desea retornar al polvo y que el universo regrese al Caos o a la nada. Pero Job, a diferencia de Adán y Caín, se siente y se proclama inocente ante sus amigos y Dios.

Por lo que su sufrimiento también los entiende como parte del “todo plan de Dios”. Pero en este caso es un Dios que está contra él, no es un Dios que ha abandonada a su criatura, es el Dios que lo acecha: “¿Qué tienes contra mí?”.

No es la angustia ante la carencia del ser, sino la pregunta del por qué hay mal y por qué lo vivo yo siendo inocente. Pero especialmente el sentir que el mal le viene de Dios, un Dios calculador que acecha a su criatura.

En este relato, Job busca un culpable. Mantiene el esquema de que el sufrimiento tiene siempre una causa humana o divina, no es fruto del azar. Nada ocurre accidentalmente en la naturaleza, sino que todo remite a una causa divina. Como si una mala acción moral fuera suficiente para explicar las injusticias y sufrimiento del ser humano. Por eso Kant calificaba a Job como la primera visión moralista del mundo: Alguien tiene que ser culpable Job o Dios. (Cf. J.A. Estrada, Imposible teodicea)

 

3 ¿Te parece bien el oprimirme / y despreciar la obra de tus manos / mientras te muestras complaciente / ante los planes del malvado?

Ahora llega la queja” o protesta, esto es, cuando ya no preguntamos simplemente por qué hay mal, sino que preguntamos por qué he de sufrirlo precisamente yo y no otros, ya que no todos lo sufren (especialmente los malvados). Aquí ya no basta con relatar el comienzo del mundo o de los tiempos: es preciso argumentar, pues se pide una explicación que de cuenta de una diferencia o asimetría en la distribución del sufrimiento.

Y la primera y más persistente explicación ofrecida a este respecto por la sabiduría” es la de la retribución: todo sufrimiento es merecido porque es el castigo de un pecado individual o colectivo, conocido o desconocido. 

Ello nos sitúa, como señala Ricoeur nuevamente en la primera visión moral del mundo”. Pero, cuando, como tantas veces vemos, el dolor y el sufrimiento sin límite se ceba con el más pequeño y más débil, con el inocente, con el más justo... ¿no se vuelve la ley de la retribución contra Dios mismo? ¿No ha de ser recriminado Dios, en virtud de la misma ley por la que se justifica el sufrimiento de los hombres, por la desproporción, arbitrariedad y discriminación veleidosa con la que impone la pena? ¿No sería legítima, la queja del justo sufriente? Así llega a creerlo Job cuando interpela a Dios (Cf. Paul Ricoeur, El mal: Un desafío a la filosofía y a la teología).

Job se sabe inocente, pero busca culpar a Dios. Antes de asumir la arbitrariedad del mal, es decir la contrariedad trágica de la vida del ser humano que sufre o padece, asume que todo mal tiene un agente y se presupone siempre que es un castigo.

 

4 ¿Son tus ojos los de un simple mortal? / ¿Ves las cosas como las vemos nosotros? (Otra versión: ¿Son tus ojos de carne?  ¿ves como ve un mortal?)

5 ¿Son tus días como los nuestros, / tus años como los de un mortal, /

6 para que andes investigando mis faltas /     y averiguándolo todo acerca de mi pecado?

Job se pregunta ¿Qué le importa la vida de un mortal? ¿Por qué se fija en un polvo cósmico? ¿Qué placer tienes en castigarme, en perseguirme en acecharme…)

 

7 ¡bien sabes que no soy culpable

Así llagamos a la gran reflexión de Job, a la gran noción que nos pone contra las cuerdas y nos lanza la pregunta por el mal, el sufrimiento y el dolor. Job discurre sobre el sufrimiento del inocente. No maldice a Dios, pero se niega a admitir que, puesto que sufre la ira de Dios, ha de ser culpable.

No es la existencia del mal o del sufrimiento el motivo de su protesta, sino el dolor de verse condenado sin motivo, de balde. No se rebela contra el sufrimiento, sino contra el desconocimiento de la causa de su desgracia. Pide explicaciones para no sentirse víctima de un Dios que ha transgredido su propia moralidad y que debería restablecer la justicia, devolviéndole cuanto antes a su anterior situación.

Es la respuesta a la teología de la retribución: ¡Si sufre es porque se lo merece!

Como la respuesta que damos ante el sufrimiento de la mujer maltratada, del negro, del esclavo, del indígena, del pobre, del migrante, del que es diferente, etcétera. Nunca faltan los discursos para justificar el sufrimiento de las víctimas… cuando no oyes, ni miras, ni hace nada contra su sufrimiento.

Por lo regular tratamos de “justificar” el dolor, lo racionalizamos y buscamos una causa-efecto. Por otro lado, podemos encontrar muchas “causas” y “razones” (muchas ideológicas) Y tocan a Dios ¿Por qué Dios permite el sufrimiento del inocente?

El tema del libro, la apuesta de la historia de Job es más bien cómo hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente y no es de otra manera que protestando. (Cf. G. Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente).

Job se resiste a aceptar que su sufrimiento “se lo merece”, no puede concebir esta visión de Dios que “castiga” o “premia” y que toda situación de vida (especialmente del dolor) es merecido. No, la verdad es que hay dolor y hay quien sufre y lo padece sin merecerlo.

 

8 Tú me hiciste con tus propias manos; / me diste forma. / ¿Vas ahora a cambiar de parecer / y a ponerle fin a mi vida?

9 Recuerda que tú me modelaste, como al barro; / ¿vas ahora a devolverme al polvo?

10 ¿No fuiste tú quien me derramó como leche, / quien me hizo cuajar como queso?

11 Fuiste tú quien me vistió de carne y piel, / quien me tejió con huesos y tendones.

12 Me diste vida, me favoreciste con tu amor, / y tus cuidados me han infundido aliento.

Job da la vuelta también a las imágenes de la creación del hombre, hecho de barro vivificado por el aliento de un Dios alfarero: Me hicieron tus manos; me modelaron / ahora me destruyes en redondo (Job 10,8). Tras moldear al hombre era de esperar que Dios soplara en él para infundirle vida, pero Job le acusa de causarle la muerte.

Job se ha remontado al tiempo misterioso de la concepción y gestación, antes del nacimiento, y allí ha encontrado a Dios solícito y atareado; tal solicitud condena su conducta presente. Da otro paso audaz, se remonta al tiempo anterior, cuando el hombre es proyecto en la mente de Dios. Allí se encuentra a Dios como uno que está previendo una serie de casos y decidiendo de antemano su conducta en cada uno de ellos. La actitud es la de un soberano hostil a su vasallo y dispuesto a perderlo en cualquiera de estos tres casos: si es culpable, si es inocente, si levanta la cabeza.

Naturalmente es la pasión de Job, que se proyecta audazmente hacia Dios por un raciocinio simple: yo soy obra de Dios, Dios planea sus obras, por adelantado, lo que me sucede responde al plan de Dios, un plan hostil. En otros términos, Dios deja libre al hombre para que decida su conducta, pero sea cual sea su decisión, lo envuelve y lo aniquila.

 

13 Pero una cosa mantuviste en secreto, / y sé muy bien que la tuviste en mente

14 Que, si yo peco, tú me vigilas / y no pasas por alto mi pecado.

15 Si soy culpable, ¡ay de mí!

Como en la teología de la retribución.

 

16 Si soy inocente, no puedo dar la cara. / ¡Lleno estoy de vergüenza, / y consciente de mi aflicción!

No hay circunstancia que nos ponga a mayor distancia de Dios que la experiencia del sufrimiento, sobre todo si este es injustificado, si es sobre los inocentes. Cuando el rico-piadoso Job deja de serlo y cae en desgracia, se introduce en el mundo de los miserables. Sus gritos aterradores por el dolor, y su protesta por la injusticia, hacen posible que la desconfianza de quienes sufren igual desaparezca.

Las víctimas, y los que sufren siendo inocentes pueden por lo pronto “orar” de Otro modo y se revelarse, cuando saben que no es el “plan de Dios” que ellos sufran.  Pueden salir de “basurero”, y entonces se vuelven rebeldes, y discurren entonces incluso contra el “dios” oficial, el de la ideología, el de las “consecuencias” (como el de los amigos de Job), y afirman, que no hay razón para que sufran y pueden dar un paso más, hablar de Dios de otra manera, “desde el sufrimiento del inocente” que es los que en A.L. ha dado pie a lo que se ha llamado la Teología de la liberación o las teologías de la liberación.

Job invita a protestar por el sufrimiento de los inocentes. Los gritos de Job exigiendo justicia son tan fuertes que quienes sufren injustamente concentran toda su atención solo en la vida desgraciada y abandonada de Job: los gritos de Job y de los excluidos de hoy.

Nuestra gente sabe cómo escuchar a Dios, cómo sentirlo a pesar del sufrimiento. Si no lo supiera y lo sintiera ya hubieran desaparecido las culturas de nuestros antepasados; nos hubiéramos extinguido por la falta de fe y la incapacidad de resistir tanta injusticia y mentira. Se espera en Dios de alguna forma y nunca se sabe cómo va a responder, pero se tiene la certeza de que responderá. (Cf. Elsa Tamez, “De padre de los huérfanos a hermano de chacales y compañero de avestruces”).

Nosotros lo lectores del libro de Job sabemos que él es inocente, que eso piensa Dios mismo de él. Así quedó claro en el prólogo. A Job la convicción de que Dios conoce su verdadera situación le viene de su fe. Por eso puede “levantarse del basurero” y hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, protestando.





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