sábado, 26 de septiembre de 2020

Zofar acusa a Job de arrogancia, L. Cervantes-O.


27 de septiembre, 2020


¿Crees que puedes llegar a conocer

los secretos del Dios todopoderoso?

Job 11.72, TLA

 

Después de Elifaz y Bildad, el tercer amigo de Job, Zofar (“gorrión”, originario probablemente de una región del noroeste de Arabia) se presenta ante él para exponer sus razones. Job ha reprobado el comportamiento de sus amigos (“consoladores inoportunos”, los llama el teólogo católico peruano Gustavo Gutiérrez: “Se trata de teólogos competentes, aunque equivocados; convencidos de su doctrina, pero inconscientes de que ella no tiene nada que decir al sufrimiento humano”[1]) y sus planteamientos teológicos y morales. Está desilusionado de esa amistad: “No siguen a Job en la desesperación, no aceptan su punto de partida […], sino que pretenden obligarlo a renegar de su propia existencia. Las respuestas que dan están por eso mismo fuera de lugar. Son las respuestas que dan los ricos a los pobres, los sanos a los enfermos: posiblemente verdaderas, mas para otra situación”.[2]

Ahora debe escuchar las palabras de alguien que, nuevamente, lo recrimina, primero, por su exceso de palabras (v. 2) y encima calificadas de vanas o falaces (3). Al asegurar estar en lo correcto Job (4), éste se expone a que Dios mismo lo acuse (5) y le enseñe sabiduría (6). Lo experimentado por él es parte de un justo castigo del Señor (6b) y no otra cosa, argumentó Zofar. Cuestionar la doctrina y la realidad de la retribución es cuestionar a Dios mismo y, más aún, pretender “conocer sus secretos” (7), algo completamente imposible para un ser humano. Nadie podrá alcanzar semejante conocimiento (8-9). Los vv. 10-11 subrayan que la conducta divina justa al administrar su voluntad pues distingue a la perfección quiénes son los tontos y los malvados, así como quién no merece su perdón. Si Dios llama a alguien a cuentas, nada podrá impedir que aplique su justicia. La sabiduría no se obtiene tan fácilmente (12), es difícil de lograr. De modo que Job debe aceptar que, si es piadoso, y se encuentra en una sana dinámica espiritual, debe dejar de hacer el mal y pedir perdón a Dios a fin de vivir sin ningún temor (13-15). Finalmente, para Zofar, ésa es la ruta para salir de su situación de sufrimiento y recuperar la felicidad (16-19). Pero mientras eso no suceda, prácticamente Job se encuentra en el camino de los malvados, que “no podrán escapar: / sus ojos se irán apagando, / hasta que les llegue la muerte” (20).

Todo lo expuesto por Zofar se mueve en el terreno de la retribución: la segunda parte del capítulo contiene una serie de diez bendiciones prometidas a la persona honrada y fiel a Dios. las bendiciones están condicionadas.[3] “Al recoger la idea de Elifaz (5.21s), acusa implícitamente a Job”. La distancia infranqueable entre Dios y la humanidad hace que la supuesta arrogancia de Job sea insostenible, pues el ser humano, tal como sugiere Zofar “ni comprende a Dios ni se conoce a sí mismo”.[4] Al ser imposible pleitear con Dios, el único camino que resta es la conversión, pero el problema planteado es, por así, decirlo, la “envoltura” o el “ambiente” de esa conversión. Rodeada del hálito de la retribución, la conversión puede ser profundamente interesada, por lo que esa doctrina tiene que ser revisada para adecuarla a quienes sufren sin motivo (como fue el caso del ciego de nacimiento en Juan 9).

Gutiérrez (Perú, 1928), quien hace dialogar magníficamente al personaje bíblico con la poesía de César Vallejo, encontró algunas preguntas esenciales a propósito de Job:

 

…¿cómo en esa situación hablará Job de Dios?, ¿lo rechazará?, ¿su piedad y justicia estaban acaso basadas en el bienestar material? […]

El asunto supera, evidentemente, el caso de una persona. La cuestión es ancha y radical: ¿cómo encontrar un lenguaje sobre Dios desde el sufrimiento del inocente? Éste es, con todas sus consecuencias sobre la comprensión de la justicia y la gratuidad de Dios, el gran tema de la obra. […]

La cuestión que preocupa al autor es la posibilidad de una religión desinteresada, de un creer por nada; para él sólo una fe y un comportamiento de esta naturaleza puede dirigirse a un Dios que ama libre y gratuitamente.[5]

 

Con este amigo de Job en el escenario termina la primera sección del libro. Ante tantas personas que experimentan esto en nuestro contexto, las palabras de Zofar sobre la aparente arrogancia de Job nos deben hacer reflexionar sobre los Jobs anónimos que nos rodean y están ahí, elevando éstas y otras preguntas más al Creador y Sustentador de la vida.



[1] G. Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1986, p. 71.

[2] Bruno Maggioni, Job y Cohélet. La contestación sapiencial en la Biblia. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1993, p. 31

[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, Job: comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1983, p. 198.

[4] Ídem.

[5] G. Gutiérrez, op. cit., p. 49.

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