sábado, 19 de septiembre de 2020

Letra núm. 688, 20 de septiembre de 2020

JOB: PROBLEMA Y SOLUCIÓN (III)

Gregorio del Olmo




L

a contrarréplica de Job no es menos actual y palmaria: a la caída del perverso, que supone la justicia retributiva y en la que confían los ‘buenos’, Job opone su evidente impunidad (21). El perverso vive feliz, esta es la realidad:

     Sus hogares en paz y sin temor,

la vara de dios no los azota…

Así consuman su vida dulcemente

y bajan serenamente al sepulcro… (21.9-13)

 

Se podrá decir: sus hijos lo pagarán (21.19). Pero Job se revuelve airado: “¡Que se lo cobre a él y que lo sienta!”. La experiencia universal es que el malvado se libra siempre. “No me vengáis con cuentos”, dirá Job (21.34). Queda claro el enfrentamiento dialéctico: una tesis apriorística con leve apoyo empírico frente a una experiencia abrumadora en su contra.

Lo que en el caso del tercer amigo en la segunda ronda era una acusación implícita en el del primero en la tercera es una imputación sin paliativos, las más depravadas acciones se le achacan a Job; él no quiere confesarlas, se las sacan ellos a luz (22.5-9; ¿o hay que leerlo en tono interrogativo, como una sospecha?):

 

¿No te reprende más bien (dios) por tu mucha maldad

y por tus innumerables culpas?

Exigías sin razón prendas a tu hermano,

arrancabas el vestido al desnudo;

no dabas agua al sediento,

y negabas el pan al hambriento.

Como hombre poderoso, dueño del país…

despedías a las viudas con las manos vacías… (22.3-9)

 

Tienes, pues, lo que merecías; te pensabas que Dios no le veía… Tu única salvación es abandonar tu mal camino, reconciliarte con Dios y él te otorgará su favor. “Porque él humilla a los arrogantes y salva a los que se humillan” (22.29).

Pero la acusación no hace cambiar a Job de convicción y propósito: quiere revisar su causa en el tribunal divino, saber de qué se le acusa y por qué se le castiga; que se explique Dios (23.3-9). Pero este no se deja ver:

 

¡Ojalá supiera cómo encontrarlo,

Cómo llegar a su tribunal!…

Yo discutiría lealmente con él

Y ganaría definitivamente mi causa (23.7)

Pero no se deja ver…

 

“De todos modos, dios me conoce, que me examine y aprobaré con nota”: Job está seguro de su inocencia. Si esta convicción fallara, todo el Libro carecería de argumento. Caso resuelto. La aporía se mantiene hasta el final. Y Job está aterrorizado ante un Dios que hace lo quiere, sin atenerse a normas fijas, a dogmas, al que hay que tolerarle todo. Un dios así le da miedo. Un Dios que tolera la impiedad de los malvados; entre otras cosas de total actualidad:

 

Los niños andan desnudos por falta de ropa,

cargan gavillas y pasan hambre… (24.10).

 

En el mundo reina la injusticia y la opresión del rico y del fuerte sobre el pobre y débil, y Dios lo tolera (24.1-25):

 

Si no es así, que alguien me desmienta

Y reduzca a nada mis palabras (24.25).

 

Las intervenciones de los otros amigos (Bildad y Sofar) y las contrarréplicas de Job están agrupadas en los cap. 25-27 de manera inconexa y se han propuesto diversas organizaciones del material, repartido en las invectivas de aquellos (Bildad: 25.1-6 + 26.5-14 + 1-4; Sofar 24.18-24 + 27.8-23). Al primero de estos respondería Job en 26.1-3 + 27.1-7, mientras la intervención del segundo parece cerrar la tercera ronda, pues la respuesta de Job se pospone. Es menester una pausa, un descanso ante el enervante hastío dialéctico. De hecho, estos amigos no han hecho más que repetir por tercera vez sus conocidas razones: a dios no se le puede cuestionar, al poderoso y sorprendente creador y organizador del cosmos, mientras el hombre es sin remedio un ser impuro a sus ojos. Por otro lado, es claro que al perverso todo le va / irá mal, aunque por momentos parezca que queda impune (24.18-24 + 27.8-23). Job está ya ahíto de escuchar este discursear que él bien conoce. ¿Pero es este el modo de compasión que unos supuestos amigos vienen a espetar a su desgraciado compañero, agravando su dolor con su culpa, negando fe en sus palabras e incitándole a mentir contra su conciencia?:

 

Hasta el último aliento mantendré mi honradez,

me aferraré a mi inocencia sin ceder.

La conciencia no me reprocha ni uno de mis días (27.5-6).

 

Llegamos así al final programado en la estructura del diálogo dramático. Pero el razonamiento, su dialéctica, no ha avanzado apenas, quizá solo en la brusquedad de su planteamiento. Ahora Job deberá añadir a su dolor esta última pena: se ha quedado sin amigos; la ideología ortodoxa, la fe aceptada, se los ha arrebatado. Lo que está claro es que junto al misterio de dios tenemos aquí el misterio del justo Job sufriente. Ante los dos por igual hay que enmudecer, pero no defender uno a costa del otro.

Llegados a este punto se rompe, no podía ser menos como decíamos, la estructura formal de la pieza, se fractura y se nos ofrece en el cap. 28 una especie de poema amable, como para serenar el ambiente, en el que se canta (no sabemos por quién) el quehacer del hombre empeñado en desentrañar la tierra. En realidad, busca en el fondo entenderla desentrañándola, como formidable metáfora del esfuerzo histórico por conocer y dominar el mundo. Pero todos sus logros tecnológicos, de los que se traza un espléndido catálogo a comenzar por la actividad minera y metalúrgica (!), no le proporcionan la sabiduría que en el fondo él busca y necesita. Por encima de las riquezas y de leyes de la naturaleza, impuestas por Dios, está él, ante quien hay que postrarse.

La riqueza, la tecnología, la ciencia deben someterse a la teología / religión, al hacedor y fijador de todas ellas. Esa apertura al absoluto es la auténtica sabiduría del hombre, eso sí, acompañada de un recto comportamiento. El mayor sabio es el hombre recto. La ética es el ápice, la expresión suprema de la religión y así de la sabiduría.

 

Respetar al Señor es sabiduría

Apartarse del mal es prudencia.

 

Después de este interludio, fuera aparentemente de contexto, se nos ofrece la respuesta última de Job, larguísima, como si después de aquel descanso hubiera hecho acopio de energías y estuviera decidido a resumir todo el cansino diálogo mantenido con sus tozudos, en el fondo cortos de luces, y despiadados amigos, y poner punto final a la discusión (29-31). El monocorde diálogo va así lentamente logrando una mayor riqueza de matices. A la nostálgica rememoración de sus días felices, de dicha y bondad sin límites, de dignidad y prestigio reconocido y respetado (29), contrapone Job, en orden quiástico, su situación actual de pérdida de estima y respeto por parte de jovenzuelos desastrados (“¡chusma vil, prole sin nombre” [30.8]), objeto incluso de violencia física (30). Y, mientras tanto, dios calla y parece colaborar en la destrucción de Job. La descripción-lamento es de gran viveza e intensidad, contrastada con su de nuevo proclamada inocencia: “me hierven las entrañas y no se acallan, días de aflicción me salen al encuentro” (30.27). Tal proclamación se transforma abiertamente en un emplazamiento, en un reto a la justicia divina, testigo impasible de su inocencia y de su desgracia (juez y parte de su causa), en la más intensa y larga formulación de esta aporía que subyace y aflora a lo largo de toda la obra como su tesis básica. La exaltada conciencia de inocencia se transforma en imprecaciones que culminan en un solemne juramento de general inocencia (31.24-40):

 

Si alcé la mano contra el inocente

[…]

¡que se me desprenda del hombro la paletilla! (31.21-22).

Lo juro:

[…]

¡Aquí está mi firma! Que responda el Todopoderoso,

que me escriba su alegato

[…]

Fin de los discursos de Job (31.35-40)

 

Historiae, núm. 13, 2006

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