JOB: PROBLEMA Y SOLUCIÓN (II)
Gregorio del Olmo
A |
partir de este lamento personal comienza un diálogo incesante,
aunque hecho vehículo de prolongadas expansiones líricas, entre personajes de
escena: estamos ante una representación, como decíamos, puro teatro. Son tres
series de una misma argumentación (4-14 // 15-21 // 22-27; esta última tanda se
ha conservado deficientemente), que quiere ser compasión y reproche, siempre
sobre la insinuación de la responsabilidad que la situación de desgracia supone:
al fondo de esta desgracia / castigo tiene que haber un pecado, que debe
reconocerse como paso previo a la restauración de la situación. Y frente a este
“prejuicio” dogmático, la persuasión inconmovible de Job acerca de su
inocencia. El amigo Elifaz abre el turno de réplicas:
¿Recuerdas
un inocente que haya perecido? ¿Dónde se ha visto un justo exterminado? Yo solo
he visto a los que aran maldad y siembran miseria, cosecharlas (4.7-8)
¿Puede
el hombre llevar razón contra Dios? (4.17)
Yo
vi un insensato echar raíces y al momento se secó su dehesa (5.3)
Yo
que tú acudiría a Dios para poner mi causa en sus manos (5.8)
Dichoso
el hombre a quien dios corrige: no rechaces el escarmiento del Todopoderoso,
porque él hiere y venda la herida, golpea y cura con su mano (5.17-18)
Todo
esto lo hemos indagado y es cierto, escúchalo y aplícatelo (5.27)
Job responde, como lo hará en lo
sucesivo, desde su propia experiencia hecha de un insoportable penar y
conciencia de su inocencia, para la que pide el respeto de sus amigos:
Llevo clavadas las flechas del Todopoderoso y siento como absorbo su veneno, Los terrores de Dios se han desplegado contra mí (6.4)
Ojalá
se cumpla lo que pido… que Dios se digne… cortar de un tirón mi trama (6.9)
Para
el enfermo está la lealtad de los amigos, aunque olvidase el temor del
Todopoderoso. Pero mis hermanos me traicionan… (6.14-15)
Ahora
miradme atentamente, juro no mentir en vuestra cara. Sigamos, por favor, pero
sin maldad, sigamos, que está en juego mi inocencia (6.28-29).
Su segundo amigo vuelve a la
carga: “dios no rechaza al hombre justo, ni da la mano a los malvados” (8.20);
“esto lo sabemos desde siempre” (8.8ss.); “sé bueno y dios te restaurará”
(8:6). Es decir, lo que te pasa tiene una premisa de pecado, como les ha pasado
a tus hijos (4.4). Ya sé, asume Job, que con dios no puedo entrar en pleito: es
todopoderoso y su obra refleja su poder de manera irrefutable (9.2ss.) y puede
apabullar a cualquiera de manera irrefutable.
aunque
fuera inocente, me declararía perverso.
Pues
sí, soy inocente, no me importa la vida,
desprecio
la existencia.
Pero
es lo mismo – os lo juro –,
Dios
acaba con inocentes y culpables.
Si
una calamidad siembra muerte repentina,
Él
se burla de la desgracia del inocente.
Deja
la tierra en poder de los malvados
y
venda los ojos de sus gobernantes
¿Quién
si no él lo hace? (9.20-24)
Dios es todopoderoso e
inapelable; tanto si se eres inocente como culpable, no se le pueden pedir
cuentas. Job se siente impotente, atrapado entre su inocencia y su desgracia
ante un poder absoluto. Y desde este desconcierto es capaz, con todo, de
entonar un lamento-súplica que es a la vez increpación a dios, al que se
reconoce dueño de su destino: “no me condenes, hazme saber qué tienes contra
mí…” (10.2). Acabemos con esto, con una vida, técnicamente maravillosa, bendecida
con el favor divino. Pero fue una ilusión porque, “con todo, algo te guardabas”
(11.13), y tanto si era inocente como culpable me destrozarías. Acabemos de una
vez: a la tumba.
Esta libertad de enjuiciamiento
teológico irrita a su tercer amigo que insiste por un lado en lo inalcanzable
del proceder divino y por otro en la obviedad de que si eres bueno te irá bien.
La respuesta de Job es irónica: “ya lo sabía, tanto como vosotros, ¿qué os
creéis?” (12.2): el poder es de dios, todo lo que sucede depende de él (12.10ss.).
Pero a diferencia de vosotros, que lo aceptáis sin más, yo lo quiero discutir
con dios (13.3): “¿o es que intentáis defender a dios con mentiras e
injusticias? (13.7). Yo he preparado mi defensa y sé que soy inocente” (13.18)…
Y dirigiéndose a dios, pues Job nunca le niega, le reta: “demuéstrame mis
delitos y pecados” (13.23). Y vuelve al gran ditirambo sobre la futilidad la
vida humana con la que dios juega: “¡déjalo y déjame en paz!” (14)
En el cap. 15 comienza el segundo
turno de réplicas por el conocido orden. En él encontramos la expresión quizá
más clara y llamativa de la justa o torneo argumental que enfrenta a Job con
sus amigos. Ahora el enfrentamiento personal adquiere el carácter claro de la
acusación, de la denuncia de la petulancia de Job, de su insoportable orgullo
que le lleva a declararse inocente ante dios y cuestionar su plan y su
realización comprobable: la suerte del malvado está echada (15.20ss.; véase más
tarde 18.5ss.: Job es el fiel retrato de ese destino del malvado). La respuesta
de Job otra vez se revuelve contra la insoportable crueldad de sus amigos, que
le zahieren sin cesar, sin aceptar su inocencia, aliados de dios contra él (16.7ss.).
De nuevo su mala suerte le reconcome (16.12ss.):
Vivía
yo tranquilo cuando me trituró.
Me
agarró por la nuca y me descuartizó… (16:12)
Aunque
en mis manos no hay violencia
y
es sincera mi plegaria (16.17)
¡Y
mi testigo está en el cielo…
que
juzgue entre un hombre y dios,
entre
un hombre y sus amigos! (16.19-21)
Unos amigos que le han fallado,
incapaces de afrontar su caso, llevados por una fácil ortodoxia. De nuevo la
muerte es su único horizonte, una muerte sin esperanza que nada resuelve. El
cap. 19, la respuesta al segundo amigo, nos ofrece la más compleja y completa
descripción de su desgracia, infringida, naturalmente, por dios. Y es precisamente
en este momento, como veíamos en el texto babilónico citado más arriba, en un
verso un tanto confuso (19.15-17, acaso una interpolación de alivio de la
tensión acumulada), cuando Job se sobrepone a su desesperación y enfrentamiento
con el propio dios, y grita su esperanza de que al final éste le dará la razón.
Su confianza en dios se manifiesta así más firme que su desesperación:
Yo mismo lo veré,
no de oídas,
Con mis propios
ojos.
Y vosotros
temed el castigo…
Pues habéis de
saber que se hará justicia. (19.25-29).
La réplica del tercer amigo en
esta segunda ronda resulta a su vez incisiva y directa. Hace una clara y dura
descripción del perverso: en realidad está describiendo a Job y su desgracia;
su antigua bienandanza era perversa. La descripción es una acusación (20); casi
un adelanto de lo que hoy en día nos descubre la justicia en “honorables”
ciudadanos a los que teníamos por tales:
Porque explotó
y desamparó a los pobres
y se apropió de
casas que no había construido,
porque no supo
calmar su codicia …
El cielo revela
su (del malvado, Job) culpa,
la tierra se
subleva contra él.
Arrolla su casa
una avenida,
los raudales
del día de la ira (20:19-28).
Historiae,
núm. 13, 2006
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