sábado, 19 de septiembre de 2020

Letra, núm. 687, 13 de septiembre de 2020

 JOB: PROBLEMA Y SOLUCIÓN (II)

Gregorio del Olmo



A

partir de este lamento personal comienza un diálogo incesante, aunque hecho vehículo de prolongadas expansiones líricas, entre personajes de escena: estamos ante una representación, como decíamos, puro teatro. Son tres series de una misma argumentación (4-14 // 15-21 // 22-27; esta última tanda se ha conservado deficientemente), que quiere ser compasión y reproche, siempre sobre la insinuación de la responsabilidad que la situación de desgracia supone: al fondo de esta desgracia / castigo tiene que haber un pecado, que debe reconocerse como paso previo a la restauración de la situación. Y frente a este “prejuicio” dogmático, la persuasión inconmovible de Job acerca de su inocencia. El amigo Elifaz abre el turno de réplicas:

 

¿Recuerdas un inocente que haya perecido? ¿Dónde se ha visto un justo exterminado? Yo solo he visto a los que aran maldad y siembran miseria, cosecharlas (4.7-8)

¿Puede el hombre llevar razón contra Dios? (4.17)

Yo vi un insensato echar raíces y al momento se secó su dehesa (5.3)

Yo que tú acudiría a Dios para poner mi causa en sus manos (5.8)

Dichoso el hombre a quien dios corrige: no rechaces el escarmiento del Todopoderoso, porque él hiere y venda la herida, golpea y cura con su mano (5.17-18)

Todo esto lo hemos indagado y es cierto, escúchalo y aplícatelo (5.27)

 

Job responde, como lo hará en lo sucesivo, desde su propia experiencia hecha de un insoportable penar y conciencia de su inocencia, para la que pide el respeto de sus amigos:

Llevo clavadas las flechas del Todopoderoso y siento como absorbo su veneno, Los terrores de Dios se han desplegado contra mí (6.4)

Ojalá se cumpla lo que pido… que Dios se digne… cortar de un tirón mi trama (6.9)

Para el enfermo está la lealtad de los amigos, aunque olvidase el temor del Todopoderoso. Pero mis hermanos me traicionan… (6.14-15)

Ahora miradme atentamente, juro no mentir en vuestra cara. Sigamos, por favor, pero sin maldad, sigamos, que está en juego mi inocencia (6.28-29).

 Job se permite incluso recordar a Dios ‘la insoportable levedad’ de la vida humana e insiste en la descripción de su desgracia insufrible, en un horizonte cerrado de muerte total, sin un más allá compensador (“el que baja a la tumba ya no sube”; 7.7-10). Este es el horizonte de la Biblia Hebrea que reclama, por tanto, el premio del justo aquí y ya. Entonces, ¿por qué preocuparse tanto por el hombre, un ser efímero y sin importancia que desaparecerá en breve sin dejar rastro?… Se cuestiona toda la teología y la religión, la relación del hombre con dios: “si he pecado, ¿qué te he hecho?…”, ¿por qué no perdonas, si muy pronto ya no existiré?” (7.20-21…). No hay construcción lógica que resista el envite de su dolor. Ningún escriba babilonio había osado llegar tan lejos.

Su segundo amigo vuelve a la carga: “dios no rechaza al hombre justo, ni da la mano a los malvados” (8.20); “esto lo sabemos desde siempre” (8.8ss.); “sé bueno y dios te restaurará” (8:6). Es decir, lo que te pasa tiene una premisa de pecado, como les ha pasado a tus hijos (4.4). Ya sé, asume Job, que con dios no puedo entrar en pleito: es todopoderoso y su obra refleja su poder de manera irrefutable (9.2ss.) y puede apabullar a cualquiera de manera irrefutable.

 Aunque tuviera yo razón me condenaría,

aunque fuera inocente, me declararía perverso.

Pues sí, soy inocente, no me importa la vida,

desprecio la existencia.

Pero es lo mismo – os lo juro –,

Dios acaba con inocentes y culpables.

Si una calamidad siembra muerte repentina,

Él se burla de la desgracia del inocente.

Deja la tierra en poder de los malvados

y venda los ojos de sus gobernantes

¿Quién si no él lo hace? (9.20-24)

 

Dios es todopoderoso e inapelable; tanto si se eres inocente como culpable, no se le pueden pedir cuentas. Job se siente impotente, atrapado entre su inocencia y su desgracia ante un poder absoluto. Y desde este desconcierto es capaz, con todo, de entonar un lamento-súplica que es a la vez increpación a dios, al que se reconoce dueño de su destino: “no me condenes, hazme saber qué tienes contra mí…” (10.2). Acabemos con esto, con una vida, técnicamente maravillosa, bendecida con el favor divino. Pero fue una ilusión porque, “con todo, algo te guardabas” (11.13), y tanto si era inocente como culpable me destrozarías. Acabemos de una vez: a la tumba.

Esta libertad de enjuiciamiento teológico irrita a su tercer amigo que insiste por un lado en lo inalcanzable del proceder divino y por otro en la obviedad de que si eres bueno te irá bien. La respuesta de Job es irónica: “ya lo sabía, tanto como vosotros, ¿qué os creéis?” (12.2): el poder es de dios, todo lo que sucede depende de él (12.10ss.). Pero a diferencia de vosotros, que lo aceptáis sin más, yo lo quiero discutir con dios (13.3): “¿o es que intentáis defender a dios con mentiras e injusticias? (13.7). Yo he preparado mi defensa y sé que soy inocente” (13.18)… Y dirigiéndose a dios, pues Job nunca le niega, le reta: “demuéstrame mis delitos y pecados” (13.23). Y vuelve al gran ditirambo sobre la futilidad la vida humana con la que dios juega: “¡déjalo y déjame en paz!” (14)

En el cap. 15 comienza el segundo turno de réplicas por el conocido orden. En él encontramos la expresión quizá más clara y llamativa de la justa o torneo argumental que enfrenta a Job con sus amigos. Ahora el enfrentamiento personal adquiere el carácter claro de la acusación, de la denuncia de la petulancia de Job, de su insoportable orgullo que le lleva a declararse inocente ante dios y cuestionar su plan y su realización comprobable: la suerte del malvado está echada (15.20ss.; véase más tarde 18.5ss.: Job es el fiel retrato de ese destino del malvado). La respuesta de Job otra vez se revuelve contra la insoportable crueldad de sus amigos, que le zahieren sin cesar, sin aceptar su inocencia, aliados de dios contra él (16.7ss.). De nuevo su mala suerte le reconcome (16.12ss.):

Vivía yo tranquilo cuando me trituró.

Me agarró por la nuca y me descuartizó… (16:12)

Aunque en mis manos no hay violencia

y es sincera mi plegaria (16.17)

¡Y mi testigo está en el cielo…

que juzgue entre un hombre y dios,

entre un hombre y sus amigos! (16.19-21)

 

Unos amigos que le han fallado, incapaces de afrontar su caso, llevados por una fácil ortodoxia. De nuevo la muerte es su único horizonte, una muerte sin esperanza que nada resuelve. El cap. 19, la respuesta al segundo amigo, nos ofrece la más compleja y completa descripción de su desgracia, infringida, naturalmente, por dios. Y es precisamente en este momento, como veíamos en el texto babilónico citado más arriba, en un verso un tanto confuso (19.15-17, acaso una interpolación de alivio de la tensión acumulada), cuando Job se sobrepone a su desesperación y enfrentamiento con el propio dios, y grita su esperanza de que al final éste le dará la razón. Su confianza en dios se manifiesta así más firme que su desesperación:

 Pero yo sé que mi defensor con su rescate (gōˀēl) está vivo…

Yo mismo lo veré, no de oídas,

Con mis propios ojos.

Y vosotros temed el castigo…

Pues habéis de saber que se hará justicia. (19.25-29).

 

La réplica del tercer amigo en esta segunda ronda resulta a su vez incisiva y directa. Hace una clara y dura descripción del perverso: en realidad está describiendo a Job y su desgracia; su antigua bienandanza era perversa. La descripción es una acusación (20); casi un adelanto de lo que hoy en día nos descubre la justicia en “honorables” ciudadanos a los que teníamos por tales:

 

Porque explotó y desamparó a los pobres

y se apropió de casas que no había construido,

porque no supo calmar su codicia …

El cielo revela su (del malvado, Job) culpa,

la tierra se subleva contra él.

Arrolla su casa una avenida,

los raudales del día de la ira (20:19-28).

Historiae, núm. 13, 2006

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...