15 de noviembre, 2020
Debes defender mi inocencia, oh Dios,
ya que nadie más se levantará en mi favor
Job 17.3, Nueva Traducción Viviente
El libro de Job me devolvía siempre al dolor de los hombres, con la experiencia de un mundo de tormentas y animales extraños (onagro, avestruz, cabra montés…) y otros más imaginarios como Behemot y Leviatán, con la certeza de que Dios no se demuestra, ni se impone, sino que está (se revela) en cada instante, en el silencio atronador de la tormenta y el estallido brutal de Leviatán, diciendo que vivamos.
Xabier Pikaza, Los
caminos adversos de Dios. Lectura de Job
La gran oración ampliada de Job 16 que se extiende hasta el cap. 17 sigue siendo una cadena de afirmaciones acerca de su situación moral y anímica dominada por una agonía que parece interminable: “Mi espíritu está destrozado, / y mi vida está casi extinguida. / La tumba está lista para recibirme” (v. 1). “Lo explico en una paráfrasis: no me queda nada y he tenido que empeñar el aliento, el plazo es breve y está por vencer, el sepulcro va a reclamar mi vida (o el sepulcro es mi única propiedad); para salir del empeño, sal tú fiador por mí”.[1] Expone su situación trágica frente a su enemigo, describe las acciones de quienes lo afrentan (2) y únicamente en Dios ve la posibilidad de un apoyo remoto definido con una enérgica solicitud de tipo imprecatorio que resuena en todo el pasaje: “Debes defender mi inocencia, oh Dios, / ya que nadie más se levantará en mi favor” (3). A su vez, Gustavo Gutiérrez resume lo que acontece al interior de Job:
Se trata de un dolor profundo que hiere su espíritu y su carne. Con lo que le queda de vida mantiene firmemente su inocencia (“vivía yo tranquilo”; “en mis manos no hay violencia y es sincera mi oración”). ¿Por qué le hace Dios esto? No obstante, en medio de su confusión y contra los amigos que lo acusan de blasfemo, en medio de su pobreza y desdicha y a pesar de sentirse perseguido y herido por “la mano de Dios”, Job vislumbra la presencia de un testigo y un defensor. El punto es importante para él porque se sitúa en la consideración de su disputa con Dios como un pleito judicial.[2]
Los íntegros consideran que es culpable y “se horrorizan” al verlo (8a) y “los inocentes se levantan contra los que no tienen a Dios” (8) en medio de un auténtico debate moral. “Maldecir a Job todos juntos es realizar una obra divina, puesto que equivale a reforzar la armonía del grupo, aplicar un bálsamo soberano a las llagas de la comunidad. Esto es lo que hacen los tres amigos. Así, el pasaje anterior debe entenderse como comentario sobre el comportamiento de las ‘gentes de bien’”.[5]
En ese debate, los justos y los de manos limpias tienen el camino allanado y se fortalecen (9). Pero los amigos de Job no logran alcanzar la sabiduría (10). Sus días terminan y sus esperanzas se desvanecen (11) mientras se invierten las afirmaciones humanas para ver la realidad como es (12). El tiempo se acaba y la cercanía de la tumba complica las cosas (13-14). ¿Dónde se ubicará ahora la esperanza de Job? (15a). ¿Podrá desaparecer? (15b). El toque final afirma que su esperanza lo acompañará al sepulcro. ¡Ambos descansarán en el polvo!
Al asomarse a la posibilidad de que la vida concluya abruptamente, Job como ser humano consciente de su finitud, encontró la dualidad de posibilidades en Dios mismo. Si lo veía como juez absoluto, también adivinaba en él la veta profunda de la compasión para que, desde ahí pudiera comenzar a remontarse para mejorar su situación. Dios
es finalmente el único amigo ante el que un desventurado puede llorar sin avergonzarse (6.20), y Job comienza a albergar esperanza en el momento mismo en que acepta mirar “hacia Eloah”, Incluso antes de que su sufrimiento haya recibido la más pequeña explicación. Sin embargo, la paradoja sigue en pie: Eloah es a la vez para Job el testigo y el Juez, y Job tiene que ir a Dios a pesar de Dios. […]
Seguramente la llamada que aquí se lanza supone todavía en Job un desdoblamiento de la imagen de Dios, Eloah será a la vez el que da y el que recibe la fianza, el Dios que libera y el Dios que podría encerrar, pero Job vislumbra que estas dos imágenes podrían muy bien coincidir. En ausencia de todo fiador humano, se le pide a Dios que haga de mediador entre Job y él mismo.[6]
Ante esta experiencia dialéctica de la vida y el sufrimiento, resuenan las voces de Elifaz en 5.18: “Dios hiere, pero cura la herida; / Dios golpea, pero alivia el dolor” y de Deuteronomio 32.39b: “Yo doy la vida, y yo la quito; / yo hiero de muerte, y yo devuelvo la vida, / y no hay nadie que pueda evitarlo”. Dios sería su Go’El (“rescatador”) absoluto, pues no podría mirar hacia otra parte. Así, Job se encontraba ya en el camino de la lenta recuperación de la esperanza y de la maduración de su fe, a pesar de los signos ominosos de su alrededor. Por ello afirmaría la vida por encima de todas las cosas y seguiría viendo en Dios la razón de ser de todo, con sus constantes claroscuros.
[1] L. Alonso Schökel
y J.L. Sicre, Job: comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones
Cristiandad, 1983, p. 265.
[2] G. Gutiérrez, Hablar de Dios
desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 1986 (Pedal, 183), p. 119. Énfasis agregado.
[3] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op. cit., p.
266.
[4] Jorge Pixley, Job; comentario bíblico
latinoamericano. San José, Seminario Bíblico Latinoamericano, 1982, p. .96.
[5] René Girard, “El tophet público”,
en La ruta antigua de los hombres perversos. Barcelona, Anagrama, 1989
(Argumentos, 104), p. 89.
[6] Jean Lévêque, Job: el libro y su
mensaje. 2ª ed. Estella, Verbo Divino, 1987 (Cuadernos bíblicos, 53), pp. 30,
31.
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