CARTA AL HERMANO JOB (1982)
Elsa Tamez
H |
ermano Job:
Tus manos se
mueven en todas direcciones: nos señalan, nos golpean, nos piden, nos jalan,
nos acarician, nos empujan, ¿a dónde nos llevas amigo Job?
Tu olor a
muerto ha penetrado a nuestras narices, te olemos por todas partes. Tu cuerpo
huesudo nos aguijonea. Cuelgan de nuestra carne pedazos de tu carne corroída:
nos has contagia do hermano Job, nos has contagiado a nosotros, nuestra familia,
nuestro pueblo. Y tu mirada de sed de justicia y tu aliento saturado de furia
nos ha llenado de coraje, ternura y esperanza.
¡Qué
valiente eres, hermano! ¡Qué poder de resistencia el tuyo! Eres un espectro,
como nosotros, enfermo, abandonado, despreciado, oprimido. Das asco (¿daremos
asco nosotros?). Tus amigos, Elifaz, Bildad y zofar no cesan de torturarte y
mal aconsejarte. Dicen que es pecado que protestes y defiendas tu inocencia, que
Dios te ha castigado y que necesitas arrepentirte. Y tú, amigo, a pesar de
todo, no te rindes, gritas con más fuerza. No les crees y los combates.
Es más, te
atreves a pleitear contra Dios Todopoderoso, lo culpas de tus desgracias, de
guardar silencio ante tu sufrimiento. Luchas contra él, contra el que fue tu
amigo y te ha abandonado, y no entiendes por qué. Afirmas que has sido justo e
inocente; tienes todo el derecho de defenderte porque eres humano. Es derecho
del hombre y la mujer protestar por el sufrimiento injusto.
Tus amigos
han dejado de ser amigos porque has protestado y te has atrevido a tocar lo
intocable: a Dios. El Dios perfecto, el totalmente otro que ordena el mundo sin
error, el que castiga al malo y bendice al bueno. El Dios que reparte justicia
a diestra y siniestra pero que tú no la ves. Y lo que ves es el sufrimiento de
muchos justos e inocentes, y el gozo y placer de los injustos que amontonan
riquezas. Tus amigos, con hermosos discursos, afirman lo contrario, pero ante
ti deben callar porque tú sufres la injusticia y la vives en carne propia.
¡Que hable
Dios! ¡Que rinda cuenta de sus silencios; de esos silencios insoportables!
Qué
insoportables son los silencios de Dios. Su ausencia invoca la muerte.
¿Dios
nuestro, Dios nuestro, por qué nos has abandonado? Que hable ahora Dios y
callen los amigos, porque esta gritería no deja oír hablar a Dios.
¿Por qué no
se callan esos sabios?
Su sabiduría
no encaja con la vida. Dolor y miseria tienen enfrente y lo niegan con sus
palabras. Teología vacía, cerrada, que pretende defender a Dios con mentiras
increíbles (Job 13.7). Son abogados de Dios a costa del hombre, en lugar de ser
defensores del hombre por mandato de Dios.
¡Que se
callen!, mejor es que vuelvan a sentarse en el basurero con Job, lloren y se
rasguen el manto por otros siete días y siete noches, sin decirle una palabra,
solidarizándose con él en el dolor. Tal vez así se contagien y comprendan por
qué el inocente tiene derecho a la protesta, a la rebeldía. Tal vez así se
conviertan.
Pero
guardemos silencio también nosotros, compañero Job. No nos quejemos más. Ya nos
lamentamos suficiente. Tu sabio discurso tapó la boca de los sabios. Ya no
tienen argumentos, no hay un dios que los respalde. Cerremos la boca y
escuchemos. Dejemos que Dios comparezca ante nosotros y rinda cuenta de sus
silencios.
“¿Por qué no
se callan esos sabios?”. Su sabiduría no encaja con la vida. Dolor y miseria
tienen enfrente y lo niegan con sus palabras. Teología vacía, cerrada, que
pretende defender a Dios con mentiras increíbles (Job. 13. 7). Son abogados de
Dios a costa del hombre, en lugar de ser defensores del hombre por mandato de
Dios”
Los
silencios de Dios son misteriosos, a veces nos llenan de terror, nos paralizan
frente a la legión de diablos que exprimen la vida de los hombres. Pero sin
esos silencios misteriosos de Dios no podemos ser hombres. . Cuando Dios habla
mucho el hombre se vuelve sordo. No oye el clamor del pobre, del que sufre. Se
embrutece, no camina, no espera, nada puede, nada soporta. Dios calla para que
el hombre hable, proteste, luche. Dios guarda silencio porque quiere que el
hombre sea hombre. Cuando Dios calla y el hombre llora, Dios llora solidario
con él, pero no interviene, espera el grito de protesta. Entonces Dios vuelve a
hablar, pero en diálogo con nosotros… Nos enseña cómo la cabra montés echa fuera
sus crías en la hora del parto, crecen fuertes, salen al campo y no vuelven por
la leche. Nos enseña cómo el asno salvaje es libre y se ríe del bullicio de la
ciudad, no oye al arriero y él solo se busca la comida. El búfalo se rehúsa a
pasar las noches en el establo; la avestruz se burla del jinete que no la
alcanza en la carrera; el caballo relincha majestuosamente, no se vuelve ante
la espada de la guerra; y el águila vuela hasta el pico más alto para abarcar
con una mirada el mundo. A todos ellos Dios les dio esa fuerza y libertad.
Levantémonos
compañero Job, que no se puede pescar al Leviatán con un anzuelo ni al monstruo
Behemot con una sonrisa. Son fuerzas poderosas que sólo la fuerza de Dios en
nuestras fuerzas puede vencerlos. El Señor nos desafía, respondámosle.
Ahora, amigo
Job, has conocido realmente a Dios. Nunca serás el mismo después de esta
experiencia de dolor. No volverás a ser aquel hombre rico que todo lo recibió
en la boca, que dio de lo que le sobró al que no tiene. Has conocido la intimidad
de los miserables, y esta experiencia nadie la podrá borrar de tu historia.
Ahora conoces mejor a Dios. Dios te restableció porque luchaste contra él y con
él hasta que te bendijo.
¿Qué harás
ahora? Dios te restableció, ¿y a nosotros?
Te esperamos
en el basurero.
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SOBRE EL SUFRIMIENTO Y SOBRE LA FELICIDAD
Rubem Alves
P |
ienso que la sabiduría consiste en saber
sufrir por las razones correctas. Quien no sufre, cuando hay razones para ello,
está enfermo. Si una persona querida muere y el corazón no sangra, si la vida
golpea con dureza a un ser amado y los ojos no lloran, si una desgracia cae
sobre el pueblo y el alma no se entristece, si el fuego consume los bosques y
el cuerpo no se quema también, algo anda mal en uno.
Quien es
feliz siempre y nunca sufre, padece una grave enfermedad y necesita tratarse
con el fin de aprender a sufrir. Sufrir por las razones correctas quiere decir
que estamos en contacto con la realidad, que el cuerpo y el alma sienten la
tristeza de las pérdidas y en nosotros existe el poder del amor. Los únicos que
no sufren, cuando hay razones para ello, son los que han perdido la capacidad
de amar. Toda experiencia de amor contiene en su vientre, la posibilidad de
sufrir. Por eso, la receta para no sufrir es muy simple: basta matar el amor.
Pero ¡qué enorme sería la pérdida si eso
sucediera! Porque el sufrimiento es lo que nos hace pensar. Pensamos, o para
encontrar formas de eliminar el sufrimiento, cuando eso es posible, o para
darle sentido al sufrimiento, cuando éste es inevitable. El pensamiento es,
pues, hijo del dolor, está al servicio de la alegría. Todas las conquistas más
hermosas del espíritu humano, desde la poesía hasta la ciencia, han nacido de
esta manera.
Pero hay
otros sufrimientos que no nacen de pérdidas reales. La felicidad puede
destruirse. También una enfermedad que sólo vive en nuestros ojos puede
destruir la felicidad. Ilustraré esto con esta pequeña historia que me gusta
contar.
Un hombre encontró, para su fortuna, una
botella donde vivía un genio. Liberado de su prisión, el genio le dijo: —Tengo
el poder de hacerte feliz. ¡Atenderé todas tus peticiones, sin ningún límite!
Lleno de
felicidad, el hombre comenzó a imaginar todas aquellas cosas que siempre había
soñado y nunca había siquiera imaginado que podría tener. ¡Cosas que lo harían
feliz para siempre! Y sus ojos brillaban al contemplar los objetos de sus
deseos: casas en lugares paradisíacos, viajes por países lejanos, banquetes con
platillos exóticos, carros, yates, aviones, lindas mujeres que lo amarían con
amor tierno y fiel, y un cuerpo eternamente joven, bello y potente... ¡Ah! Lo
que se imaginaba estaba más allá de todo lo que había soñado, y sus ojos
deslumbrados se deleitaban ya en los objetos que lo harían feliz. Estaba listo
para transformar sus sueños en realidad y felicidad.
—Te voy a
decir lo que quiero —le dijo al genio.
—Sólo hay un
pequeño detalle, insignificante, que es necesario aclarar —añadió el genio.
—¡Pues
dímelo! —replicó el hombre.
—Es que todo
lo que tú tengas también lo tendrá por duplicado tu peor enemigo.
Al escuchar
esas palabras, una perversa metamorfosis se operó en sus ojos. El deleite
tranquilo causado por los objetos de su deseo se convirtió en aflicción
producida por la comparación de lo que el genio le daría —mucho más de lo que
soñara tener y suficiente para su felicidad— y lo que le daría a su enemigo.
¡Cómo se sentía pobre desgraciado cuando sus ojos contemplaban lo que tendría!
La visión de la felicidad del otro había arruinado, para siempre, su propia
felicidad.
—Ya sé qué
quiero pedirte —le dijo finalmente al genio.
—¡Pues haz
tu petición! —respondió el genio.
—¡Perfórame
un ojo!
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