22 de noviembre de 2020
Yo sé que mi Redentor (go’el) vive
y al fin se levantará del polvo
Job 17.3, TLA
Sólo recientemente, después de Auschwitz y Hiroshima y una vez que se puso en marcha el proceso de liberación de los pueblos colonizados, la teología amplió las consideraciones del libro de Job: en ellas problematiza la relación del hombre con Dios y muestra, como en la historia de Job, la alianza de Dios y de Satanás y el escándalo del “silencio” de Dios ante el sufrimiento del hombre.[1] Antonio Negri, Job: la fuerza del esclavo
En el mismo lugar que Karl Marx dijo que la religión el “opio del pueblo” afirmó que es también “el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, y el alma de condiciones desalmadas”.[2] No por nada esas palabras fueron retomadas por Rubem Alves, una y otra vez, para mostrar las alturas y la miseria de lo religioso. Y nada más exacto para definir las enormes ambigüedades que depara a la humanidad el trato con la religión en sus diferentes formas ni para acercarse, así sea por un momento, a exponer y revisar una vez más las que son las palabras más famosas de todo el libro de Job, cuando, en camino hacia su afirmación de la vida experimentando sus márgenes más trágicos desde el sufrimiento, fue capaz de afirmar como pocas veces se ha hecho, que su Redentor, su go’el, su Rescatador, su Vengador, estaba/está vivo y sería capaz de levantarlo del polvo, de las heces, de la cercanía de los gusanos. Si, como afirmó Elsa Tamez en su desgarradora carta a Job desde América Latina, los habitantes de este continente están/estamos esperando a Job en el basurero, el grito de este hombre que aprendió la grandeza de la existencia desde su pérdida casi absoluta reclama que se valore su capacidad de asimilación y de recuperación de la magnificencia de lo vivido y lo esperado por parte del Dios que, en vez de abandonarlo, lo entregó a la reflexión más exigente y poderosa.
¿Valle de lágrimas, viacrucis,
purificación, calvario…? De cuántas maneras más (con su correspondiente “acento
pre-cristológico”) podría expresarse lo vivido/padecido por Job para que
podamos calibrar bien el grito mayúsculo que atraviesa su libro y, como consecuencia,
buena parte de la historia de la humanidad sufriente. Antonio Negri, el autor
comunista italiano ya citado, no resistió la tentación de acercarse a este
personaje para extraer de él consecuencias que a veces desde la fe cuesta
trabajo y produce hasta un temor recalcitrante dominado por el rubor y el
riesgo de incurrir en los excesos a los que el propio libro nos conduce. De ahí
el énfasis que procede desde su título, al aludir a la fuerza (oculta, casi siempre)
del esclavo condenado a no salir de su situación sino únicamente merced a una “revolución
íntima” o interior que le permita participar de la realidad de una manera
completamente opuesta. Luego de citar a San Pablo y aplicar a Job sus grandiosas
palabras de: “Puesto que el mundo no conocía a Dios a través de la sabiduría,
Dios quiso salvar a quienes creen con las sinrazones de la predicación” (I Co
1.21), señala: “Pero se la repite en una perspectiva que no se contradice con
la idea de un reino de Dios desapegado, contemplativo e irónico y que
reivindica, por el contrario, la capacidad de la lucha para desafiar la misericordia
divina y obtener así su gracia”.[3] Algo así como la lucha de Jacob con el ángel que reclamó la bendición
como resultado de ella.
Afortunadamente, las coordenadas socio-religiosas
del texto son las que nos guían hacia el atajo liberador, el resquicio mínimo,
la grieta minúscula que se abrió en medio de la situación de Job para asomarse
a sus posibilidades de liberación desde la condición más distante de la misma. El
camino hacia la recuperación de la vida digna y la afirmación de la esperanza
transitó en ese instante por la lucidez de un hombre agonizante que, en el diferido
último minuto de su paso por la tierra, fue capaz de vislumbrar los horizontes
luminosos hacia los que Dios, si duda alguna, quería llevarlo (en otro
inquietante paralelo con su compañero galileo crucificado varios siglos después
en las afueras de Jerusalén). Incluso las enormes dificultades que plantea la
traducción de éste y tantos segmentos del libro obligan a “rellenar” con los
elementos del contexto de toda la obra el “faltante” de sentido que requerimos
hoy para comprenderlo mejor. Así lo han hecho, por ejemplo, las versiones Dios
habla hoy (“Yo sé que mi defensor vive, / y que él será mi abogado aquí en
la tierra”), la Palabra de Dios para Todos (“Pero yo conozco a mi
Defensor; / él vive y al final saldrá victorioso sobre los que son polvo”) y La
Palabra (“Yo sé que vive mi Vengador, / que se alzará el último sobre el
polvo,”), entre tantas más.
La realidad histórica y cultural
del go’el, ese rescatador tan anhelado por los sectores más
desfavorecidos del antiguo Israel (como bien lo muestra Rut, la moabita viuda).
“El go’el o rescatador es una institución jurídica antigua. Un miembro
de la familia, del clan, de la tribu, por orden de parentesco, está obligado
a reivindicar a su prójimo. En caso de esclavitud, pagando la suma del
rescate” (Lv 25.47, 48, 54).[4] En caso de pobreza, para que no salga de la propiedad familiar o del clan
(Lv 25.23). En caso de asesinato, el rescatador debía vengar la sangre matando
al culpable, pues la legislación antigua no admitía compensación o indemnización.
Las remotas instituciones antiguas mostraban así su aspecto igualador y liberador,
a contracorriente de las tendencias explotadoras y abusivas. “Yhwh es el go’el de
los que ni siquiera tienen “pariente cercano”, ni ‘rescatador’. Yhwh es el ‘pariente
cercano’ de los empobrecidos y marginados” (Nm 5.8).[5] Todo ese trasfondo está detrás de la forma en que Job califica a su
Dios: el elemento central es la solidaridad. “La institución jurídica se usa
como símbolo aplicado a Dios en diversos contextos y con diversas
especificaciones”.[6] Se le reclama, en pocas palabras, a Dios su solidaridad mediante una
reivindicación absoluta.[7] Por eso la historia de la iglesia (Jerónimo, Gregorio Magno, Fray Luis
de León) está plagada de la cristificación de estas palabras resonantes.
Por todo ello, hoy podemos retomar
las palabras de Negri para asumir el destino, la experiencia y la esperanza
lentamente recuperada de Job, con la certeza de que el cielo no está vacío y de
que ese Redentor/Rescatador/Vengador/Defensor está más vivo que nunca y escucha
todo el tiempo nuestras palabras:
La realidad de nuestra miseria es la de Job, las preguntas y las respuestas que le hacemos y le damos al mundo son las mismas que hacía y que daba Job. Nos expresamos con la misma desesperación, pronunciando las mismas blasfemias. Conocimos la riqueza y la esperanza, tentamos a Dios con la razón, ahora sólo nos quedan el polvo y el desatino. ¿Podremos también nosotros guiar nuestra miseria a través de una analítica del Ser y del dolor y desde el fondo de esta profundidad ontológica, remontar hacia una teoría de la acción o, más precisamente, hacia una práctica de reconstrucción del mundo? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? Hasta poder decir —mediante esta práctica— “te he visto con mis ojos” […] Ésta es la hipótesis, la hipótesis muy humana de Job.[8]
[1] A. Negri, Job: la fuerza del esclavo. Buenos
Aires, Paidós, 2003 (Espacios del saber, 39), p. 42.
[2] K. Marx, Contribución a la crítica
de la filosofía del derecho de Hegel. Buenos Aires, Ediciones del Signo,
2005, p. 50. La cita completa dice: La miseria religiosa es, al mismo
tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra la
miseria real. La religión es el suspiro de la criatura atormentada, el alma de
un mundo desalmado, y también es el espíritu de situaciones carentes de
espíritu. La religión es el opio del pueblo. Renunciar a la religión en tanto dicha ilusoria del pueblo es
exigir para este una dicha verdadera. Exigir la renuncia a las ilusiones correspondientes a su
estado presente es exigir la renuncia a una situación que necesita de
ilusiones. Por lo tanto, la crítica de la religión es, en germen, la crítica
de este valle de lágrimas, rodeado de una aureola de religiosidad. Énfasis de esta edición.
[3] A, Negri, op. cit., pp. 42-43. Énfasis
agregado.
[4] L. Alonso Schökel
y J.L. Sicre, Job, comentario teológico y literario. Madrid, Ediciones
Cristiandad, 1983, p. 293.
[5] Rolando López, “Redención de la tierra y
del pueblo”, en RIBLA, núm. 18, 1994, p. 36.
[6] Ídem.
[7] Cf. RIBLA, núm. 18, 1994, íntegramente
dedicado al tema del go’el, especialmente los textos de Alicia Winters (“El
goel en el antiguo Israel”, pp. 19-29) y Florencio Mezzacasa (“Jesús, el go’el”,
pp. 65-86).
[8] A. Negri, op. cit., p. 45.
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