sábado, 28 de noviembre de 2020

Letra núm. 698, 29 de noviembre de 2020

 EL GOEL

Eduardo Arens Kuckelkorn


E

n el capítulo 19, Job se queja de que todos se avergüenzan de él. Recordemos que la vergüenza es la antítesis del honor. Sus amigos lo han “insultado hasta diez veces (es decir, muchísimas veces), sin pudor me han ultrajado” (v. 3). Sus hermanos y amigos, sus vecinos y parientes, sus siervas y su esclavo, su esposa y sus íntimos, todos le dan la espalda (19.13-19). Nadie de su entorno reconoce su justicia y rectitud. Por eso Job quiere que su reclamo de inocencia conste, y exclama: “¡Ojalá se escribiesen mis palabras, se grabasen en bronce [...] impresas para siempre en la roca!” (v. 23s). Ojalá fueran visibles para todos. El deseo, que suena a convicción, consiste en que “vive mi goel”, el que “se alzará el último sobre el polvo” (v. 25). El goel, sobre el cual volveremos, es el reivindicador del honor perdido o mancillado. […]

En 13.15ss Job expresa su confianza de reivindicarse ante quien es responsable de su situación, Dios, y en 16.19-22 afirma que “en el Cielo tengo mi testigo, no se insiste en las cantidades enormes de riquezas y siervos e hijos. Job no se queja de haber sido desposeído de bienes materiales: “¿He dicho acaso: ‘Denme algo, pongan a mi servicio sus bienes, líbrenme de manos del opresor?’” (6.22s). Pero sí lamenta ya no poder mandar y tener prestigio y poder (29.20) mi defensor habita en lo alto...”. Es en 19.25-27 cuando escuchamos la expresión más osada en boca de Job de su seguridad de que Dios lo reivindicará:[1] “Yo sé que existe mi reivindicador (goeli), que se alzará al último […]. Sí, seré yo quien lo veré; mis ojos lo verán”. La invocación de un goel es una clara referencia al honor mancillado: espera que se le reivindique su honor. Job confía que en el futuro su honor será restaurado. Por eso quiere que su inocencia y honor queden atestiguadas a perpetuidad escrita sobre roca (19.23). Obviamente está pensando en tiempos post mortem. Recordemos que las personas tenían su valía en relación con la sociedad, del reconocimiento público.

Goel era el vengador que rehabilita el honor mancillado —reivindicación que no descartaba el homicidio del agresor para limpiar la honra de la persona y del clan—, en este caso, por el Dios que “me ha despojado de mi honra (qebodi), [que] ha dejado mi frente sin corona” (19.9). Ese es el que luego se le aparecerá y el mismo que en 42.7 dirá que Job “ha hablado bien de mí” y lo reivindica. Se contraponen dos imágenes de Dios: la de los amigos, cuyo dios es el de la retribución infalible, y el de Job, que es el reivindicador de los justos, el goel. Era doctrina común que, si un goel humano fallaba, es decir, si un familiar no asumía su papel de vengador del honor, Dios mismo tomaría su lugar.

Al final, además de sus bienes, Dios reivindica a Job, es decir, le restituye la fuente de su honor: sus familiares y conocidos “comieron en su casa [...]; cada uno le regaló una moneda de plata y un anillo de oro” (42.11). Compartir la mesa con alguien era afirmar lazos de comunión, que asumen un tejido de obligaciones y derechos entre los comensales, nos recuerdan las cenas en 1.4ss. y el lamento en 19.13ss. Regalos son expresiones de pleitesía o reconocimiento de dignidad, simbolizado por el anillo de oro (recordemos el hijo pródigo, resarcido por su padre).

 

La víctima y los victimarios

Del lado de la víctima, Job destaca la firmeza y transparencia del justo, que defiende su dignidad humana y se aferra a su honor que injustamente ha sido pisoteado. El examen de conciencia de Job (cap. 31) es un último esfuerzo de hacer patente su honorabilidad. A pesar de las insinuaciones de que sufre por castigo de Dios, Job no pierde la esperanza en la justicia divina.

Contra el postulado de la retribución, apela a su experiencia y al hecho de que en el mundo se ve a muchos malvados vivir bien hasta el final; por tanto, contrario a la opinión tradicional, Dios no está sujeto a una suerte de ley invariable de retribución, como Elihú reconocerá (32.27; 34.33; 35.15; passim).

Job apela a la experiencia y exige repensar las tradiciones y teorías apriorísticas. Por eso retruca a los amigos: “Todo lo blanquean con mentiras; son médicos de apariencia […]. ¿Van a usar la mentira para defender a Dios? ¿Usarán el fraude en su favor?” (13.4, 7; cf. 40.8). En boca de Job el poeta critica todo intento de defender a Dios mancillando la dignidad e ignorando los sufrimientos humanos (13.7; 16.4), es decir, de imponer preconceptos ignorando las realidades concretas.

Del lado de los victimarios, el libro pone de relieve lo que estos son capaces de hacer en nombre de Dios: pisotear sin más el honor de otro, en nombre de su pretendida defensa del honor de Dios, sin la mínima compasión: no ven al hombre, sino tan sólo sus ideas. Como observó Ulrich Berges, “los amigos de Job son un ejemplo aleccionador contra la dogmatización de la realidad en nombre de Dios”. Perspicaz es la observación de Samuel Terrien: “En el fondo su creencia no es la fe [...]. No defienden a Dios sino su necesidad de seguridad”. ¡Son fundamentalistas! Lo que Job reclama a su entorno es compasión, no lecciones o discursos teológicos. Reclama que empiecen por verlo como persona, en su condición de sufriente.

Bruno Maggioni resumió bien el papel de los amigos:

No van al corazón del problema, al corazón del dolor de Job. ¿Simple incomprensión? No: ellos quieren quedarse tranquilos, tranquilos en su fe, en su tipo de Dios y de justicia, y el único modo de quedarse tranquilos es diciendo que Job está equivocado. Quieren salvar sus concepciones tradicionales, el horizonte mental en que se han acostumbrado a vivir [...]. Para ellos el sufrimiento de Job se reduce al caso general. Poseen demasiado la verdad como para correr el riesgo de buscarla aún.

En el fondo no defienden a Dios sino sus ideas sobre él, y por último, su propia seguridad. Por eso no permiten ser cuestionados, asumiendo una actitud inflexible y sorda, seguros de “su verdad” (conceptual, no existencial). El sistema religioso ha raptado la verdad y matado la sensibilidad. Como los fundamentalistas, defienden su idea de Dios al extremo de denigrar la dignidad humana. No ven a una persona, sino a un pecador. Tan fanatizados, son incapaces de meterse en el pellejo de su amigo, un hombre sufriente, desgarrado psíquica y moralmente.

Los amigos hacen lo que “piadosos” no han cesado de hacer: al que protesta acusarle de ser un rebelde impío, al pobre de ser responsable de su pobreza, y al marginado de ser él el culpable porque es un “pecador”; si sufre alguna desgracia es porque ha atraído sobre sí la ira de Dios debido a sus maldades o su impiedad... La culpa es suya. Recomiendan la conversión y confianza en Dios, el dios de la prosperidad y la bonanza, para así obtener “sus bendiciones”.

Vemos que la actitud condenatoria de los amigos, incluido Elihú, es para defender el supuesto honor de Dios: por defender el honor de Dios no vacilan en deshonrar al hombre... Para defender al Creador se destruye a la criatura. Es la postura de los “justos”, los que se tienen por guardianes del honor de Dios, de su dios […] —¡sin que Dios haya pedido (ni necesite) que “lo defiendan”!



[1] Dios como goel: Ex 6.6; 15.13; Is 43.1; 44.6, 24; 48.20; 52.9; Jr 50.34; Sal 103.4. El goel es Dios mismo, quien tiene la palabra final, como además se leerá al final del libro: Dios le da la razón a Job, no a los amigos (ver 42.7-8). Hay que tener presente que a menos de que entraran en el mundo de la mitología pagana, el poeta no podía pensar en un ser más supremo que Dios mismo; por tanto, el famoso goel que espera Job, el que lo reivindique ante Dios, que establezca justicia ante Dios, el vengador o reivindicador, no puede ser inferior a Dios, y no hay ser superior a Dios... como para imponerse ante Dios. Es decir, no queda más que pensar que sea Dios mismo, cosa que se afirma en el v. 26. Pero, encierra una ironía, como se encuentra a menudo en el libro de Job: el personaje de la obra actúa y habla como si pensara en un goel otro que Dios; el lector sabe que no puede haberlo, a menos que sea Dios mismo. Es ese el que se le aparecerá y el mismo que en 42.7 dirá que Job “ha hablado bien de mí” y lo reivindica.

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