martes, 24 de noviembre de 2020

Letra núm. 697, 22 de noviembre de 2020

 LIBRO DE JOB. RECÓNDITA ARMONÍA. PRESENTACIÓN

Víctor Morla


E

l libro de Job es un canto a la dignidad del ser humano, que trata de superar el mero “estar” para llegar a “saber(se)” a cualquier precio, incluso contraviniendo convencionalismos sociales e ideologías religiosas. Solo quien se atreve a formular inusuales e incómodos porqués estará en el camino adecuado para encontrar respuestas. Y eso es lo que hicieron los poetas responsables de esta insuperable obra literaria que tenemos entre manos. […]

Puede que una persona o una determinada circunstancia “saquen” a alguien de su anodina subsistencia y le obliguen a hacerse preguntas, que lo conducirán a un mejor conocimiento de sí mismo y, al propio tiempo, a un estilo de vida digno de llamarse existencia. Eso es lo que le pasó a Job.

Nuestro hombre era honrado, cabal y religioso, a más de propietario de una inmensa cabaña ganadera. Tenía muchos hijos e hijas, lo que aseguraba la continuidad de su apellido. Nada le faltaba. Por otra parte, gozaba del amparo de su dios, que le había “rodeado de protección por todas partes” (1.10). ¿Pero realmente “existía”? ¿Le dejaba ver el exterior de su mundo la cerca protectora de Yahvé? De un dramático manotazo de su dios, la empalizada defensiva queda destruida y, con ella, sus riquezas materiales y humanas: su familia.

Arrojado a la intemperie y enfermo, Job trata de buscar la razón de tal aparente sinsentido. Al principio se mantiene en la sabiduría recibida y exculpa a su dios. Más tarde, sin embargo, estalla en improperios, maldiciendo su vida y acusando a su dios de injusticia e inmoralidad. Al final, después de numerosas preguntas y, sobre todo, después de las preguntas que le formula Yahvé en su intervención, nuestro hombre se va serenando. No sabemos qué pensaría Job en su interior, pero la impresión que saca el lector es que parece un hombre nuevo. ¿Qué descubrió? También lo ignoramos. Pero podemos pensar que su vida se sitúa en otro nivel: el de la existencia. Job había abandonado su ostracismo, había salido fuera de sí y había contemplado el dolor del mundo. Y el dolor, reflexionado y asumido, es fuente de madurez. […]

También el libro de Job se hace eco de esa permanente tensión, bien que en el plano religioso: ¿existe una creación, es decir, un diseño moral de la realidad? De ser así, ¿qué sentido tiene entonces la dispersión que siente el ser humano en sí mismo, su inclinación hacia el bien y hacia el mal, o la ruptura violenta entre las naciones? […]

En los discursos de Yahvé desde el torbellino (caps. 38–42) se aprecia claramente la contraposición entre armonía y caos. La composición de estos capítulos no es fruto de una sola pluma. En realidad, se trata de un poemario (véase comentario), pero con sus elementos didácticamente ensamblados por el redactor final de la obra. El primer discurso (caps. 38–39) se centra en el orden, en la armonía: cosmos y naturaleza animal palpitan al unísono siguiendo las pautas que imprimió en ellos el Creador. El segundo discurso divino (40,6–41,26) nos presenta la otra cara de la realidad: la existencia del caos y del mal, representados por la figura de Behemot-Leviatán, también creatura de Yahvé. El redactor nos ofrece así un llamativo cuadro impresionista, de trazos fugaces pero precisos, donde conviven caos y armonía en un todo indisoluble, pero de equilibrio inestable.

Se infiere de aquí que un comentario al libro de Job podría llevar como subtítulo “Caos y armonía”, donde la cópula reflejaría una tensión no resuelta, que va más allá del momento de la percepción de lo Uno y se prolonga necesariamente en la propia existencia y en la historia. Un hipotético subtítulo “Del caos a la armonía” implicaría no entender el libro de Job. El héroe, tras verse expulsado del (falso) orden que se había fabricado, se percibe a sí mismo y a la comunidad humana inmersos en la disarmonía y concibe el “cosmos” como una entidad amoral, y su funcionamiento como una traición a la dignidad humana. Sin embargo, a través del sufrimiento y de la «visión» parece que Job llega a encontrar sentido a la coexistencia (¿necesaria?) de orden y caos, que tendrá que aceptar también en su propia existencia.

Y esto parece ser la vida: la búsqueda de un equilibrio inestable asumido con libertad, la presencia de una tensión no resuelta que servirá de tema predilecto a todos los cantores de la historia.

Quien, tras haberlo leído, cierre el libro de Job y piense para sus adentros admirado: «¡Qué hermoso libro! ¡Qué renovador y lacerante mensaje!», solo a medias lo habrá entendido. Un lector que quiera dar con la clave del libro de Job y revisar a su luz su propia existencia deberá asumir el riesgo de morar para siempre entre sus versos, de habitar de forma permanente entre las palabras que lo tejen. […]

Y el libro de Job no es ajeno a este esquema. Nuestro héroe vivía feliz en su entorno, colmado de envidiables (aunque convencionales) virtudes y cultivando cómodamente una fe que le proporcionaba sustanciosos dividendos: “No hay nadie como él en la tierra” (1.8), le espetará orgulloso Yahvé al Satán. Job era un reconocible e imitable miembro del grex religioso. Bien es verdad que no escogió voluntariamente la intemperie y el ostracismo social, pero esta nueva situación le dio alas para emprender un viaje sin retorno, adoptando una actitud egregia desde la que cuestionó la doctrina recepta del pensamiento judío.

A su lado empalidecen las figuras de tres teólogos gregarios: Elifaz, Bildad y Sofar, que, con sus aporías doctrinales y su mal disimulada saña, intentaron en vano reconducir a Job al grex. Lamentablemente la actitud radical de Job ha sido culpablemente desatendida, si no secuestrada, por las iglesias a lo largo de la historia, hasta llegar a nuestros días. Desafortunadamente, siguen abundando teólogos gregarios, pensadores orgánicos adictos al órganon del poder religioso, que tratan de adormecer o, en el peor de los casos, amenazar con soflamas a quienes se toman la libertad de pensar al margen de convencionalismos doctrinarios que irremediable e intrínsecamente desembocan en insufribles aporías.

¿Cabe Dios en una metáfora? Al que haya leído el libro de Job fijándose solo en los trazos gruesos le recomendaría una o varias relecturas, hasta que descubriese un imperceptible hilo rojo que atraviesa intermitentemente la urdimbre del libro: el lenguaje religioso; más en concreto, sus posibilidades y límites. Porque el libro de Job sorprende al lector con una doble teo-logía o un doble modelo divino: un dios mudo y retributivo, maniatado por su insobornable pacto con la justicia (los tres amigos), y un dios atento que formula preguntas al ser humano (representado por Job) para que acabe descubriendo su propia verdad y la verdad de su hábitat mundano.

Y todo ello conduciendo al lector por un embravecido mar de metáforas, por una intrincada jungla de imágenes, que son aproximaciones educativas a la singularidad del ser divino, a quien solo descubriendo es capaz el ser humano de una satisfactoria autocomprensión religiosa. Pero en la Biblia no existe poema o relato que intente una definición teórica de la esencia divina, sencillamente porque no es posible. Ni siquiera desde una disposición apofática.

¿Hay alguien que pretenda saber y se sienta capaz de explicar lo que Dios no es? Valga de nuevo la paradoja de que solo desde el irracionalismo del símbolo (Dámaso Alonso dixit) seremos capaces de vislumbrar los tenues perfiles del ser de lo que no es. ¡Mejor que escuchemos a los grandes poetas del Antiguo Testamento! ¿Cabe hablar de Dios desde fuera de la metáfora?

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...