DE PADRE DE LOS HUÉRFANOS A HERMANO DE CHACALES Y COMPAÑERO DE AVESTRUCES. MEDITACIÓN SOBRE JOB (II)
Elsa Tamez
Q |
uienes sufren injustamente no desean el fin de los perversos
sino de la perversión, aunque a veces se hagan oraciones imprecatorias de
aniquilamiento para aliviar un poco el dolor. Si se cree que “otro mundo es
posible” es porque se sabe en el fondo que tanto Behemot como Leviatán son
creaturas como los humanos y “se alimentan de hierba, como los bueyes” (40.15),
es posible amaestrarlas y Dios, de alguna manera, las tiene controladas.
La experiencia de sufrimiento de Job le permitió hasta cierto punto entrar en el mundo de los miserables y conocer así el sufrimiento del otro. Esa experiencia inevitablemente le ayudó a cambiar de perspectiva. Su restablecimiento al final del libro le plantea disyuntivas que en el libro no aparecen pero que los pobres-abandonados-enfermos, no reestablecidos, siguen planteando hasta hoy.
Ahora, amigo Job, has conocido
realmente a Dios. Nunca serás el mismo después de esta experiencia de dolor. No
volverás a ser aquel hombre rico que todo lo recibió en la boca, que dio de lo
que le sobró al que no tiene. Has conocido la intimidad de los miserables, y
esta experiencia nadie la podrá borrar de tu historia. Ahora conoces mejor a
Dios. Dios te restableció porque luchaste contra él y con él hasta que te
bendijo. ¿Qué harás ahora? Dios te restableció ¿y a nosotros?
Te
esperamos en el basurero.
No es lo mismo ser padre y
protector de los pobres a ser “amigo de chacales y hermano de avestruces”. En aquel
lado hay seguridad, apariencia y pleitesía (29.1-29); en este lado hay
inseguridad, abandono y lucha por la sobrevivencia (30.1-14). Sin embargo, eso
es lo que se observa de lejos, sobre todo de aquel lado, del luminoso.
Cuando se vive en medio de los
pobres y miserables, la invisibilidad de la luz en la oscuridad, causada más
que todo por la luminosidad del otro lado, va desapareciendo a medida que los
ojos se van acostumbrando a ese mundo. A medida que uno convive, poco a poco va
entrando una luz en la oscuridad que permite ver de manera diferente los
rostros y la vida de los miserables; son menos monstruosos a como eran
imaginados a la distancia del otro lado; son rostros y vidas vividas de manera
mucho más humana, más libre y más solidaria; los vicios humanos, como la rivalidad
y la violencia, siempre están presentes, es cierto, pero no más que en el mundo
luminoso, donde reina más la apariencia y la mentira.
La experiencia de Dios es
diferente en ambos mundos. Los latinoamericanos, pobres y creyentes, se
solidarizan con Job, pero [se] hacen [de] la vista gorda cuando Job, con
nostalgia, recuerda su vida de antaño, de aquella gran abundancia placentera
para él, pero que marca los contrastes de una sociedad dividida y
discriminatoria. Se voltea la cabeza a otro lado cuando Job en su sufrimiento
añora la pleitesía que se le rendía cuando salía a la plaza de la ciudad y se
sentaba en la asamblea. Allí recuerda Job: “los jóvenes al verme se apartaban y
los viejos se ponían de pie; los notables interrumpían su discurso y guardaban
silencio; la voz de los jefes se apagaba y su lengua enmudecía... si yo les
sonreía les costaba creerlo, no dejaban perder ni un gesto favorable...” (cf.
29.7-25). Esas añoranzas de Job, incluyendo aquella de ser “padre de los
pobres”, no deja de recordarnos la pleitesía que se le rinde hoy día a los
gamonales latifundistas. Más dolorosas para nuestro pueblo son las palabras de
Job que se usan para contrastar su vida pasada con su estado miserable.
Pero ahora se ríen de mí
los que son más jóvenes que yo,
a cuyos padres ni siquiera
hubiera puesto
entre los perros que cuidaban mi
rebaño.
¿De
qué me habrían servido sus brazos si era gente sin vigor,
extenuada por el hambre y la
miseria?
Roían las raíces de la llanura
en tierra desierta y desolada;
recogían hierbas amargas entre
matorrales
y se alimentaban con las raíces
del ramaje.
Eran expulsados de la sociedad,
ahuyentados a gritos como
ladrones;
vivían en abruptos barrancos,
en las grietas del suelo y de las
rocas.
Rebuznaban entre los matorrales,
se acurrucaban bajo los espinos.
¡Gente vil y desprestigiada,
expulsada de su tierra a latigazos!
(30.1-8)
Escuchar de boca de Job estos
versos es doloroso. Por la solidaridad con su sufrimiento y la protesta por la
justicia se les evita. Pero de reojo se leen estas páginas y se sienten sus
palabras como pedrada: una traición para algunos o incomprensión de parte de
Job para otros.
Esos discursos hirientes de Job
comprueban que él cruzó el umbral a medias, en su cuerpo, pero no en su mente y
su visión. Tal vez por eso se burlan de él los de este mundo visto como oscuro;
porque reírse de él es como reírse de la decadencia de un mundo luminoso
distante de los miserables. En estos textos se toma distancia de Job, pues se quiere
un hermanamiento real, no sólo con los pobres que esperan en Dios sino con los
desharrapados y desarraigados, con los chacales y las avestruces. Que Job tome
en serio sus palabras y las asuma, cuando dice soy hermano de chacales y
compañero de avestruces.
Job usa el lenguaje del mundo de
aquel lado para referirse a los miserables de este lado, porque quizás no logró
conocer del todo este mundo. Roque Dalton [1935-1975], poeta salvadoreño, a
través de su “Poema de amor” le puede enseñar a Job que éstos son también sus
hermanos y compatriotas.
Los que ampliaron el Canal de
Panamá,
los que repararon la flota del
Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en las
cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por
contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos, […]
los que fueron cosidos a balazos
al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o
la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraron borrachos por el
himno nacional
bajo el ciclón del pacífico o la
nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los
marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran
puta,
los que apenitas pudieron
regresar,
los que tuvieron un poco más de
suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo,
los comelotodo,
los primeros en sacar el
cuchillo,
los tristes más tristes del
mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.
La carta a Job concluye con la
pregunta siempre presente: ¿cuándo cambiará la situación entre nosotros en esta
tierra? A Job lo siguen esperando en el basurero sus compatriotas y sus
hermanos.
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