sábado, 14 de noviembre de 2020

Letra núm. 696, 15 de noviembre de 2020

DE PADRE DE LOS HUÉRFANOS A HERMANO DE CHACALES Y COMPAÑERO DE AVESTRUCES. MEDITACIÓN SOBRE JOB (II)

Elsa Tamez



Q

uienes sufren injustamente no desean el fin de los perversos sino de la perversión, aunque a veces se hagan oraciones imprecatorias de aniquilamiento para aliviar un poco el dolor. Si se cree que “otro mundo es posible” es porque se sabe en el fondo que tanto Behemot como Leviatán son creaturas como los humanos y “se alimentan de hierba, como los bueyes” (40.15), es posible amaestrarlas y Dios, de alguna manera, las tiene controladas.

La experiencia de sufrimiento de Job le permitió hasta cierto punto entrar en el mundo de los miserables y conocer así el sufrimiento del otro. Esa experiencia inevitablemente le ayudó a cambiar de perspectiva. Su restablecimiento al final del libro le plantea disyuntivas que en el libro no aparecen pero que los pobres-abandonados-enfermos, no reestablecidos, siguen planteando hasta hoy. 

Ahora, amigo Job, has conocido realmente a Dios. Nunca serás el mismo después de esta experiencia de dolor. No volverás a ser aquel hombre rico que todo lo recibió en la boca, que dio de lo que le sobró al que no tiene. Has conocido la intimidad de los miserables, y esta experiencia nadie la podrá borrar de tu historia. Ahora conoces mejor a Dios. Dios te restableció porque luchaste contra él y con él hasta que te bendijo. ¿Qué harás ahora? Dios te restableció ¿y a nosotros?

Te esperamos en el basurero.

    Para nuestra gente, la experiencia de Job en el basurero le permitió conocer mejor a Dios. Ese lado que Job no conocía cuando todo poseía. Job cruzó, sin quererlo, esa barrera que divide un mundo luminoso y abundante de un mundo oscuro, desconocido y temible para quienes están del lado luminoso. Dos experiencias diferentes de Dios a la luz de realidades distintas.

No es lo mismo ser padre y protector de los pobres a ser “amigo de chacales y hermano de avestruces”. En aquel lado hay seguridad, apariencia y pleitesía (29.1-29); en este lado hay inseguridad, abandono y lucha por la sobrevivencia (30.1-14). Sin embargo, eso es lo que se observa de lejos, sobre todo de aquel lado, del luminoso.

Cuando se vive en medio de los pobres y miserables, la invisibilidad de la luz en la oscuridad, causada más que todo por la luminosidad del otro lado, va desapareciendo a medida que los ojos se van acostumbrando a ese mundo. A medida que uno convive, poco a poco va entrando una luz en la oscuridad que permite ver de manera diferente los rostros y la vida de los miserables; son menos monstruosos a como eran imaginados a la distancia del otro lado; son rostros y vidas vividas de manera mucho más humana, más libre y más solidaria; los vicios humanos, como la rivalidad y la violencia, siempre están presentes, es cierto, pero no más que en el mundo luminoso, donde reina más la apariencia y la mentira.

La experiencia de Dios es diferente en ambos mundos. Los latinoamericanos, pobres y creyentes, se solidarizan con Job, pero [se] hacen [de] la vista gorda cuando Job, con nostalgia, recuerda su vida de antaño, de aquella gran abundancia placentera para él, pero que marca los contrastes de una sociedad dividida y discriminatoria. Se voltea la cabeza a otro lado cuando Job en su sufrimiento añora la pleitesía que se le rendía cuando salía a la plaza de la ciudad y se sentaba en la asamblea. Allí recuerda Job: “los jóvenes al verme se apartaban y los viejos se ponían de pie; los notables interrumpían su discurso y guardaban silencio; la voz de los jefes se apagaba y su lengua enmudecía... si yo les sonreía les costaba creerlo, no dejaban perder ni un gesto favorable...” (cf. 29.7-25). Esas añoranzas de Job, incluyendo aquella de ser “padre de los pobres”, no deja de recordarnos la pleitesía que se le rinde hoy día a los gamonales latifundistas. Más dolorosas para nuestro pueblo son las palabras de Job que se usan para contrastar su vida pasada con su estado miserable.

 

Pero ahora se ríen de mí

los que son más jóvenes que yo,

a cuyos padres ni siquiera hubiera puesto

entre los perros que cuidaban mi rebaño.

¿De qué me habrían servido sus brazos si era gente sin vigor,

extenuada por el hambre y la miseria?

Roían las raíces de la llanura

en tierra desierta y desolada;

recogían hierbas amargas entre matorrales

y se alimentaban con las raíces del ramaje.

Eran expulsados de la sociedad,

ahuyentados a gritos como ladrones;

vivían en abruptos barrancos,

en las grietas del suelo y de las rocas.

Rebuznaban entre los matorrales,

se acurrucaban bajo los espinos.

¡Gente vil y desprestigiada,

expulsada de su tierra a latigazos! (30.1-8)

 

Escuchar de boca de Job estos versos es doloroso. Por la solidaridad con su sufrimiento y la protesta por la justicia se les evita. Pero de reojo se leen estas páginas y se sienten sus palabras como pedrada: una traición para algunos o incomprensión de parte de Job para otros.

Esos discursos hirientes de Job comprueban que él cruzó el umbral a medias, en su cuerpo, pero no en su mente y su visión. Tal vez por eso se burlan de él los de este mundo visto como oscuro; porque reírse de él es como reírse de la decadencia de un mundo luminoso distante de los miserables. En estos textos se toma distancia de Job, pues se quiere un hermanamiento real, no sólo con los pobres que esperan en Dios sino con los desharrapados y desarraigados, con los chacales y las avestruces. Que Job tome en serio sus palabras y las asuma, cuando dice soy hermano de chacales y compañero de avestruces.

Job usa el lenguaje del mundo de aquel lado para referirse a los miserables de este lado, porque quizás no logró conocer del todo este mundo. Roque Dalton [1935-1975], poeta salvadoreño, a través de su “Poema de amor” le puede enseñar a Job que éstos son también sus hermanos y compatriotas.

 

Los que ampliaron el Canal de Panamá,

los que repararon la flota del Pacífico

en las bases de California,

los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala,

México, Honduras, Nicaragua,

por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,

por hambrientos, […]

los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,

los que murieron de paludismo

o de las picadas del escorpión o la barba amarilla

en el infierno de las bananeras,

los que lloraron borrachos por el himno nacional

bajo el ciclón del pacífico o la nieve del norte,

los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,

los guanacos hijos de la gran puta,

los que apenitas pudieron regresar,

los que tuvieron un poco más de suerte,

los eternos indocumentados,

los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,

los primeros en sacar el cuchillo,

los tristes más tristes del mundo,

mis compatriotas,

mis hermanos.

 

La carta a Job concluye con la pregunta siempre presente: ¿cuándo cambiará la situación entre nosotros en esta tierra? A Job lo siguen esperando en el basurero sus compatriotas y sus hermanos.

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