LA REFORMA
PROTESTANTE Y LA FE INDIVIDUAL
Clase unida
1. Las
bases bíblicas
Antiguo Testamento
- Dios anuncia que cada persona se salvará o se perderá individualmente: “Todas las personas me pertenecen, lo mismo un padre que su hijo. Y la persona que peque, morirá. [..] La persona que peque, morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre ni este cargará con la culpa del hijo. La persona honrada será tratada como honrada, y la persona malvada será responsable de su maldad” (Ezequiel 18.4, 20).
- Su trato con la humanidad pondrá en equilibrio lo comunitario, lo familiar y lo individual: “Dejen a un lado la conducta rebelde que han llevado y procúrense un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué han de morir, pueblo de Israel? ¿No ven que no me complace la muerte de nadie? —oráculo del Señor Dios—. Conviértanse y vivirán” (Ez 18.31-32).
Nuevo Testamento
- La justificación por la fe (Ro 5.1-2) conduce, inevitablemente a la libertad, la libertad de los hijos e hijas de Dios (I Co 9.19) que genera, a su vez, por la orientación del Espíritu, una conciencia individual en relación con la salvación.
- El lugar central para el nuevo trato con Dios es la conciencia individual (I Co 4.4), la cual se relaciona con la comunitaria en busca del equilibrio adecuado.
2. Reforma
Protestante e individuo
- Al eliminar las instancias intermedias (papa, Iglesia, párroco, magisterio), cada creyente queda frente a Dios para tratar con Él y definir, con la dirección del Espíritu, el rumbo de su salvación y de su espiritualidad. I Juan 3.19-20: “Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas”.
- De la adecuada comprensión del individualismo protestante se desprenden tres principios fundamentales: a) la responsabilidad de cada creyente para cultivar su espiritualidad mediante una sana relación con su Salvador; b) la libre interpretación de las Escrituras bajo la guía del Espíritu Santo, pero con la obligación de respetar el contenido de la Palabra divina revelada; y c) la doctrina del sacerdocio universal de cada creyente, puesto que se eliminan las falsas barreras entre clero y laicado para que cada integrante de la Iglesia glorifique a Dios en todo lo que hace.
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DE LA
SEPARACIÓN INEVITABLE A LA UNIDAD
IMPRESCINDIBLE
(II)
Zwinglio M. Dias
Tiempo y Presencia (1983), Lupa Protestante, 14 de
diciembre de 2011
En medio de ese juego político que confrontó intereses encontrados y
donde triunfaron quienes tenían el poder, había algunas razones de fondo que
fueron determinantes, a mi modo de ver, y que no sé si ya fueron superadas o
encaminadas hacia una nueva propuesta teológico-pastoral: a) la cuestión sobre el papel de la Iglesia al interior de la
sociedad brasileña; b) lo relativo a
la suficiencia teológica de la propuesta eclesial del presbiterianismo vigente
entre vosotros. En lo que concierne a la ipb,
es evidente que, en cuanto institución global, no logró superar la propuesta
teológica de los misioneros y sentar raíces profundas en la cultura nacional.
¿Esto será diferente en otras institucionalidades eclesiásticas presbiterianas?
y c) la incapacidad de las
estructuras eclesiásticas, hasta ahora en vigor, para percibir sus límites y
reconocer la legitimidad eclesial del catolicismo y, en muchos casos, de las
demás denominaciones evangélicas, cerrándose así a la práctica ecuménica real.
Estas tres razones de orden
pastoral o misionológico, teológico y eclesiológico, me parecen fundamentales
para el futuro de la Iglesia que nos proponemos ser.
La fragilidad estructural de
la ipb, revelada en su inseguridad
teológica, su aprisionamiento en los valores y aspiraciones de clase media y su
actitud combativa en relación con el catolicismo y, en menor grado, hacia
algunas demostraciones evangélicas, la llevó a un encerramiento ante la
sociedad, en una actitud de autoprotección que eliminó las posibilidades de
discusión interna. De ahí las purgas, las actitudes represivas contra cualquier
muestra de desviación del rumbo trazado por la propuesta mal aprendida de los
misioneros. El ejercicio del poder justificado por la defensa de la estructura
sólo podía llevar a lo que llevó y ustedes saben bien lo que sucedió y sigue
sucediendo.
Por otro lado, permítanme
decirlo, no siempre los conflictos generados por posicionamientos teológicos,
prácticas eclesiales, propuestas políticas o gestos ecuménicos lo fueron por
motivos verdaderamente objetivos. Pero no piensen que, al afirmar esto, estoy
tratando de defender las actitudes inquisitoriales asumidas por los concilios y
grupos ligados al ejercicio discrecional del poder en la IPB. Lejos esté de mí.
Lo que deseo destacar con esta afirmación es que algunas actitudes y gestos que
muchos de nosotros asumimos —con la mejor de las intenciones, en el sentido de
renovar la Iglesia y crear condiciones para su efectiva encarnación en nuestra
sufrida realidad— fueron asumidos de forma pedagógicamente desastrosa, sin
tomar en cuenta la fragilidad de la formación de muchos pastores y miembros de
la iglesia, y que profundizaron más las divergencias y fortalecieron las
posiciones de los detentadores del poder, en lugar de abrir espacios para
realmente sanear el ambiente eclesiástico. Digo esto porque estamos creciendo
como institución y debemos aprender de los errores del pasado. Debemos
reconocer que muchas veces nos faltó una pedagogía de comunicación y un
análisis lúcido y sereno acerca de las posibilidades reales de avance del
conjunto de la Iglesia.
Entiendo que nos faltó, y
aún nos falta, como presbiterianos, una visión teológica más consistente de la
Iglesia en cuanto cuerpo de Cristo en el mundo. En este aspecto somos muy poco
calvinistas y más deudores del salvacionismo individualista puritano
estadunidense que de la eclesiología del reformador ginebrino. Además, el
filtro impuesto al desarrollo del presbiterianismo por las peculiares
condiciones de formación de las ideas religiosas en Estados Unidos sacrificó la
visión corporativa de la Iglesia, en cuanto comunidad, a favor del
individualismo puritano, lo que hizo que nuestra eclesiología siempre fuese
débil y, así, alimentamos una visión de Cristo independiente de la Iglesia en
cuanto communio sanctorum.
Para
una reconstrucción eclesiológica
La tradición calvinista no siempre fue fiel al pensamiento del
reformador. Por varias razones. Una de ellas, la que más interesa mencionar
aquí, fue el hecho de que el calvinismo se modificó en su práctica histórica,
como religión oficial de la ciudad de Ginebra y, posteriormente, al adaptarse a
las condiciones sociales y culturales de otros pueblos. Es cierto que los
elementos centrales de su pensamiento se consustanciaron en constituciones y
cuerpos doctrinales, pero también es verdad que no siempre fueron vividas en la
experiencia concreta de las iglesias.
En el tema de la Iglesia eso
fue muy significativo. Está muy claro que el tipo de predicación y el sentido
de la evangelización que predominó y predomina en las iglesias presbiterianas
casi no tiene nada que ver con la originalidad calviniana.
El énfasis salvacionista que
domina en nuestras iglesias es extraño a la mejor tradición del reformador. En
su perspectiva, la vida comunitaria era esencial para la manifestación y
realización de los dones de Cristo. La salvación, aunque es personal, se da a
través de la participación en el cuerpo de Cristo, de suerte que la Iglesia se
constituye en un instrumento salvífico fundamental. La palabra de orden del
cristianismo medieval —“fuera de la Iglesia no hay salvación”—, a través de
otra fundamentación bíblico-teológica, estaba perfectamente encuadrada en la
eclesiología calvinista. Su preocupación por restablecer los órdenes
ministeriales al interior de la comunidad local, lo que en la jerga
presbiteriana actual forma la triada pastor-anciano-diácono, revelaba un
esfuerzo de recuperación de una práctica de la Iglesia primitiva. Con eso,
Calvino buscó la recreación de una vida comunitaria en la que los fieles
pudiesen, de hecho, incorporarse, por la práctica eclesial, al cuerpo de
Cristo, mediante el compartir mutuo de todos los dones y carismas que se
desarrollaban en la práctica permanente de la experiencia comunitaria.
Para el reformador
ginebrino, la unión con Cristo implica necesariamente la con-vivencia de todos
los miembros. Esto es lo que constituye y manifiesta a la Iglesia. Por eso
afirma la dimensión comunitaria de la salvación cuando escribe que el ser
humano es justificado mediante la incorporación a Cristo. Dice: “Unirse a
Cristo por la fe significa convertirse en miembro de su cuerpo, de su
comunidad”. “Cuantos bienes recibimos proceden de la salvación, que Él ha comunicado
al cuerpo entero de
su Iglesia”. “En
efecto, Cristo no ha adquirido la salvación para éste o para aquél en
particular, sino para su pueblo; nosotros la recibimos cuando ingresamos al
pueblo mediante la fe”.
Para Calvino, la palabra
salvífica es eclesial: fue depositada en la Iglesia y se nos anuncia mediante
el ministerio; es, al mismo tiempo, promesa y vocación: ofrece la salvación y
convoca a la Iglesia. También la fe es eclesial, aquella con la cual aceptamos
a Cristo en la Palabra.
Si no estamos unidos en la
misma fe y somos miembros de la Iglesia, no podemos ser agradables a Dios [Is
8.7, CO 36, p. 327] ni obtener la reconciliación gratuita. En el Símbolo
confesamos nuestra fe en la Iglesia y en el perdón de los pecados porque fuera
del cuerpo de Cristo y de la “compañía de los fieles”, no hay reconciliación
con Dios… [Is 33.24, CO 36, p. 578]
…cuando confesamos la santa
Iglesia proclamamos su existencia; añadiendo la comunión de los santos
precisamos cómo es la Iglesia que creemos [IRC 1536, II. OS 1, p. 92].
Testificar su naturaleza es tan importante como creer su existencia [IRC 1539,
IV. CO 1, p. 541].
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EL TRASFONDO DE LA IGLESIA REFORMADA (III)
Curso de Historia y Teología Reformada, Lección 2
El 29 de enero de 1523 se realiza la Primera Disputa
de Zürich. Básicamente se trata de ver si hay argumentos en contra de la
prédica de Zwinglio; el concejo mismo quiere decidir sobre la base de la
Biblia. 600 participantes llegan a la municipalidad de Zürich. Desde Constanza
llega una delegación guiada por Juan Faber. Se supone que éste no participe en
el debate, sino que viene a protestar y a observar. El punto central del debate
es el problema de la autoridad: ¿Quién tiene la autoridad máxima en la tierra?
Ya al mediodía, el Concejo ha escuchado lo suficiente y razona que nadie puede
condenar a Zwinglio por herejía. Y más aún: todos los demás predicadores
deberán guiarse de ahora en adelante por la Santa Escritura. Para el debate,
Zwinglio ha formulado 67 artículos o "conclusiones" para los cuales
se consideran los siguientes lemas como resumen: solus Christus, sólo Cristo, y sola
Scriptura, sólo la Biblia.
Profundización
teológica y controversias
Para Ulrico Zwinglio, el año 1523 está marcado por una profundización
teológica de sus pensamientos. Estos se refieren, entre otro, a la distinción
precisa entre Dios y la criatura, la comprensión del pecado, la doctrina de la
iglesia, la importancia de la justicia y, por ende, la relación entre Estado e
iglesia. Se deja entrever un nuevo entendimiento de la Eucaristía - Zwinglio ya
no la considera como un medio salvífico.
En resumen, reconocemos que
Zwinglio está optando por un camino propio de la reforma. No es ni Lutero ni
Erasmo, sino alguien que desarrolla una teología autónoma, capaz de integrar
elementos de los dos reformadores.
Sobre
la fe y el perdón de los pecados
Pero yo he dicho que los pecados son perdonados por la fe; y no quería
decir otra cosa que tan sólo la fe puede asegurar al hombre de que sus pecados
son perdonados. Quien confía en Cristo, cuyos pecados son perdonados. Como
nadie sabe del otro si éste es creyente, así nadie sabe si le fueron perdonados
los pecados, aparte de uno mismo, ya que gracias a la luz y la firmeza de su fe
está seguro del perdón, sabiendo que Dios le ha perdonado en Cristo; y está tan
seguro de este perdón que no duda nunca del perdón por la gracia porque sabe
que Dios no puede engañar o mentir." De: Ulrico Zwinglio, Exposición de la fe, 1531.
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