¿TIENE SALVACIÓN LA IGLESIA?
Leonardo Boff
Servicios Koinonía, 14 de septiembre de
2012
Esta pregunta ha sido formulada por uno de los más renombrados y fecundos
teólogos del área del catolicismo: el suizo-alemán Hans Küng en un libro
reciente que lleva este mismo título ¿Tiene
salvación la Iglesia? (2012). De forma entusiasta fomentó la renovación de
la Iglesia junto con su colega de la Universidad de Tubinga, Joseph Ratzinger.
Ha escrito una vasta obra sobre la Iglesia, el ecumenismo, las religiones y
otros temas relevantes. Debido a un libro suyo que cuestionaba la infalibilidad
papal fue duramente castigado por la ex-Inquisición. No abandonó la Iglesia,
sino que se empeñó como pocos en su reforma con libros, cartas abiertas y
llamamientos a obispos y a la comunidad cristiana para que se abriesen al
diálogo con el mundo moderno y con la nueva situación planetaria de la
humanidad. No se evangelizan personas, hijos e hijas de nuestro tiempo,
presentándoles un modelo de Iglesia, hecha bastión de conservadurismo y de
autoritarismo y sintiéndose una fortaleza asediada por la modernidad, que es
considerada responsable de todo tipo de relativismo. Digamos de paso que la
crítica feroz que el papa actual dirige contra el relativismo, la realiza a
partir de su polo opuesto, un invencible absolutismo. Esta es la tónica que
está siendo impuesta por los dos últimos papas, Juan Pablo I y Benedicto XVI:
un no a las reformas y una vuelta a la tradición y a la gran disciplina,
orquestadas por la jerarquía eclesiástica.
El presente libro: ¿Tiene salvación la Iglesia? (2012)
expresa un grito casi desesperado en pro de transformaciones y, al mismo
tiempo, una manifestación generosa de esperanza de que éstas son posibles y
necesarias, si no se quiere entrar en un lamentable colapso institucional.
Quede claro, para empezar,
que cuando Küng y yo mismo hablamos de Iglesia, entendemos la comunidad de
aquellos que se sienten comprometidos con la figura y la causa de Jesús, cuyo
foco reside en el amor incondicional, en la centralidad de los pobres e
invisibles, en la hermandad de todos los seres humanos y en la revelación de apropiada por la jerarquía (desde el papa a los curas); ella se identifica
como Iglesia tout court y se presenta
como la Iglesia.
Pues bien, lo que está en profunda crisis es
esta segunda concepción de Iglesia, que Küng llama “sistema romano”, o sea, “la
Iglesia institución-jerárquica” o “la estructura monárquico-absolutista de
mando”, cuya sede se encuentra en el Vaticano y se centra en la figura del papa
con el aparato que le rodea: la curia romana. Esta crisis se prolonga desde
hace siglos y el clamor por cambios atraviesa la historia de la Iglesia,
culminando en la Reforma del siglo XVI y en el Concilio Vaticano II (1962-1965)
de nuestros días. En términos estructurales, las reformas estructurales siempre
fueron superficiales o aplazadas o simplemente abortadas.
En los últimos tiempos, sin embargo, la crisis
ha adquirido una gravedad especial. La Iglesia institución (papa, cardenales,
obispos y curas), repito, no la gran comunidad de los fieles, ha sido alcanzada
en su corazón, en aquello que era su gran pretensión: la de ser “guía y maestra
de moral” para toda la humanidad. Algunos datos ya conocidos han puesto en
jaque tal pretensión y han llevado el descrédito a la Iglesia institución, lo
cual ha ocasionado gran emigración de fieles:
Los escándalos financieros involucrando al
Banco Vaticano (IOR), que se transformó en una especie de off-shore de lavado
de dinero; los documentos secretos sustraídos, quien sabe si hasta de la mesa
del papa, por su propio secretario y vendidos a los periódicos, revelando las
intrigas por el poder entre cardenales; y especialmente la cuestión de los
sacerdotes pedófilos, miles de casos en varios países, que involucran a padres,
obispos y hasta al cardenal de Viena, Hans Hermann Groer. Gravísima fue la
instrucción dada por el entonces cardenal Ratzinger a todos los obispos del
mundo de encubrir, bajo sigilo pontificio, los abusos sexuales a menores para
evitar que los curas pedófilos fuesen denunciados a las autoridades civiles.
Finalmente el papa tuvo que reconocer el carácter criminal de la pedofilia y
aceptar su enjuiciamiento por los tribunales civiles.
Küng muestra, con erudición histórica
irrefutable, los pasos dados por los papas al pasar de sucesores de Pedro a
vicarios de Cristo y a representantes de Dios en la Tierra. Los títulos que el
canon 331 confiere al papa son de tal magnitud que, en realidad, caben
solamente a Dios. Una monarquía papal absoluta con báculo dorado no concuerda
con el cayado de madera del Buen Pastor que cuida con amor de sus ovejas y las
confirma en la fe, como pidió el Maestro (Lc 22,32).
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EL TRASFONDO DE LA IGLESIA REFORMADA
Después de la muerte del emperador Maximiliano I, los príncipes
electores coronan emperador del Imperio Alemán a Carlos, el joven rey de
España, y no al rey francés Francisco I, el favorito de Roma. Entre los dos
monarcas estallan conflictos bélicos durante las siguientes décadas, porque el
nuevo emperador quiere restituir el imperio antiguo. La mayoría de las veces, Francia
sufre derrotas. En el sudeste de Europa, los turcos conquistan grandes
territorios, por lo que el emperador Carlos V está bastante más preocupado de
sus tareas militares que de la Reforma, que está dando sus primeros pasos en
Alemania. Esto a su vez afirma el poder de los príncipes electores quienes se
consideran a sí mismos como los verdaderos señores, ya que el emperador fue
designado por ellos. Por consecuencia, la Reforma alemana tiene “cara de
príncipe”: el débil poder central y la fuerza de los soberanos territoriales
llevan a que los últimos disponen sobre la confesión en sus países: o mantienen
la doctrina católico-romana, o introducen la Reforma luterana. La Reforma
alemana, por ende, es una “Reforma territorial”, porque cada reino o territorio
tiene su propia confesión. El término técnico para este hecho es cuius regio, eius religio - cada
soberano regional determina la religión de sus súbditos.
En la Confederación
Helvética, en ese entonces aún no llamada Suiza, la situación se presenta distinta.
Allí no hay príncipes, sino ciudades independientes (en alemán, Orte) con su entorno respectivo (Landschaften), que no aceptan ningún
poder superior a ellas. Los gobiernos de las ciudades son elegidos por los
ciudadanos que poseen el derecho de ciudadanía. Las distintas ciudades están
organizadas en la Confederación Helvética, en la que ninguna de ellas tiene la
hegemonía. Las decisiones comunes son tomadas en una especie de parlamento (Tagsatzung), pero no son vinculantes
para las ciudades. Cada ciudad decide por sí misma, también en asuntos
religiosos.
La situación de la iglesia católicorromana en la
primera mitad del siglo XVI
Los movimientos pre-reformistas que tratamos en la primera lección, por
su mera existencia han indicado una crisis latente en la iglesia católico-romana.
Los concilios de los siglos XIV y XV no pudieron realizar reformas de verdad, a
pesar de sus buenas intenciones. La práctica de la simonía, carencias en la
formación teológica, y sobre todo las indulgencias, son señales alarmantes.
Crece la crítica frente la iglesia; la oposición apunta sobre todo a las
costumbres morales dentro del clero y en los monasterios, y en el manejo del
dinero. Aparte de esto, sin embargo, se puede observar una cara muy distinta:
la espiritualidad popular y el anhelo religioso cobran muchísima fuerza,
especialmente en Alemania, palpable por
ejemplo en los numerosos peregrinajes. Aumenta la cantidad de misas por lo cual
se necesitan más curas. Si bien la iglesia católico-romana demuestra hacia
afuera una piedad inquebrantable, mirándola bien, se revela que existe una gran
necesidad de reformas. El tiempo para la Reforma ha llegado.
La Reforma no debe ser identificada con Lutero
En Alemania, cuando se habla de la Reforma, ésta suele asociarse
directamente con la persona de Martín Lutero, y es cierto, porque con él empezó.
Las 95 tesis que fijó en la puerta exterior de la iglesia del castillo de Wittenberg el 31 de octubre de 1517 son el mejor testimonio. Sin duda, Lutero
es el reformador más importante. Pero no es el único, no en Alemania y mucho
menos en otros países. Hay que prestar atención a dos cosas: Por un lado, la
Reforma no debe ser identificada con Lutero; justamente la Iglesia Reformada se
remonta a Zwinglio y Calvino sin poder ni querer cuestionar los méritos de
Lutero. Por otro lado, Lutero no puede ser la medida absoluta para lo que se
considera “reformado” o no. Esto significaría estrechar nuestro horizonte y no
poder valorar los conocimientos y descubrimientos de otros reformadores.
2.
Ulrico Zwinglio (1484 -1531)
Desde su nacimiento hasta el llamado a Zurich
Ulrico Zwinglio nace el 1 de enero de 1484 en Wildhaus (unos 50
kilómetros al sur de San Gall, en un valle del condado de Toggenburg). Tiene
nueve o diez hermanos de los que por lo menos dos mueren relativamente jóvenes;
dos de sus hermanas toman el hábito. Después de los años de colegio, entre
otras ciudades en Basilea y Berna, a partir de 1499 Zwinglio realiza sus
estudios superiores en Viena y Basilea (1502), donde se gradúa como magister en
1506. Su maestro más importante en Basilea es Tomás Wyttenbach. Después de sus
estudios de las “artes liberales”, Zwinglio sigue medio año de teología y, a
partir del verano 1506, ocupa el cargo de pastor en Glaris, no lejos de su
pueblo natal de Wildhaus.
Desde temprano, Zwinglio
toma posición en un asunto político situado en el contexto de las tropas
mercenarias, comunes en esa época en la Confederación Helvética. El negocio
mercenario es lucrativo para las ciudades: Si ponen una parte de sus jóvenes a
disposición de estos ejércitos, reciben sumas considerables para las arcas
municipales. Alrededor de 1506, en la ciudad de Glaris se delibera sobre el
destino de los mercenarios locales: Habsburgo, Francia o el Papa son
alternativas posibles. Zwinglio toma partido por el Papa; para él, los soldados
son el arma del crucificado contra los enemigos de la iglesia - se trata de una
especie de Guerra Santa. En 1513, Zwinglio acompaña como capellán castrense a
unos 500 soldados de Glaris que forman parte del ejército papal. Sin embargo,
la experiencia de la guerra lo hace reflexionar. En 1515, el ejército papista
sufre una derrota, y en Glaris las simpatías cambian hacia los franceses
victoriosos. Esto es un serio problema para Zwinglio, quien es leal al Papa. Abandona
su ciudad y se va a Einsiedeln, un antiguo lugar de peregrinaje con un gran
monasterio. Allí, en 1516, empieza a trabajar como párroco.
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