23 de diciembre, 2012
Augusto,
el emperador romano, publicó por aquellos días un decreto disponiendo que se
empadronaran todos los habitantes del Imperio. Este fue el primer censo que se
hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Todos tenían que ir a empadronarse,
cada uno a su ciudad de origen. Por esta razón, también José, que era
descendiente del rey David, se dirigió desde Nazaret, en la región de Galilea,
a Belén, la ciudad de David, en el territorio de Judea, para empadronarse allí
juntamente con su esposa María, que se hallaba embarazada. Y sucedió que,
mientras estaban en Belén, se cumplió el tiempo del alumbramiento.
Lucas 2.1-6, La Palabra, SBU
Afirmar que Dios
nació en un mundo conflictivo parece una repetición innecesaria, porque el
mundo siempre ha sido conflictivo, pues es un conjunto múltiple de fuerzas y
dinámicas en acción que cuesta mucho trabajo entender e interpretar. Esta combinación
de elementos teológicos e históricos para referirse a los actos divinos no es
nueva, pues forma parte de la manera en que muchas veces las Escrituras presentan
los acontecimientos. La introducción de Lucas 2, al menos hasta el v. 6 nos
coloca frente a un escenario donde la aparente normalidad de la época se había
establecido gracias a la fuerza de las armas del imperio romano, el cual, a su
vez, había sustituido a otro imperio, y así sucesivamente. Nadie discutía la pax romana, o al menos aparentemente,
pues detrás del disfraz de aceptación que trasluce la obediencia con que José y
su esposa acuden a Belén para empadronarse estaban los grupos opositores y de
resistencia que rechazaban rotundamente la presencia de los legionarios
romanos.
La intención del censo ordenado por el emperador, cuya legitimidad
cuando se expone este pasaje eclesiásticamente al parecer tampoco nadie
discute, obedeció al proyecto político de Roma, e implícitamente Lucas está
evidenciando esta oposición con los plantes divinos, con los cuales sin embargo
se entrelaza para proyectar no el suceso oficial como relevante o primordial,
sino aquel otro, el que estaba condenado a quedar en las orillas de la
historia, el nacimiento de un niño celebrado por ángeles y alabado por
pastores, es decir, lo más alto y lo más bajo en la escala simbólica y social. La
conflictividad política y religiosa es trabajada por el evangelista en una
clave capaz de producir fe y confianza en medio de las condiciones adversas
para los más desfavorecidos, encarnados por los pastores. Como explica José
Severino Croatto:
Según
el esquema lucano, los episodios del anuncio, nacimiento e infancia de Jesús
son paradigmáticos, apuntando a “realizaciones” en su vida pública y a
trans-significaciones en la vida de la comunidad de sus seguidores. Por eso, la
configuración mesiánica del Jesús resucitado (Hechos 2.36) es anticipada, casi
diríamos que esotéricamente (como anuncio y prefiguración), en el episodio del
nacimiento y de la epifanía angélica: “No temáis […] Os ha nacido hoy un
salvador, que es Mesías Señor, en la
ciudad de David” (Lucas 2,11).[1]
Podría decirse que “Dios le contesta al sistema” proponiendo una significación
intrínseca al tiempo, a la historia, a la vida humana, más allá de los
proyectos burocráticos de un imperio preocupado por ampliar las redes de su
poder y de su control sobre la vida de las personas. Ante ello, la acción
divina es profundamente intrahistórica y, en medio de los conflictos e
insatisfacciones, instala razones para la esperanza. El nacimiento de Jesús,
anuncia Lucas, cambiará literalmente la historia, pues se coloca en el plano que
supuestamente merecían los planes imperialistas. Así lo resume Darío Barolín:
…¿cómo
debemos entender la alegría y esperanzas que aparecen en los dos primeros
capítulos? Hay dos aspectos: a) por
un lado esta alegría y gozo que mostraban Zacarías, María, Isabel, Simeón, Ana,
los pastores y cuantos más se alegraban con ellos/as, es la respuesta adecuada
a la promesa de Dios y también a la presencia del Cristo Señor. Lucas ha
rescatado esa alegría, sabiduría y esperanza de la piedad judía popular pues la
considera válida para sus lectores/as. Una piedad muy distinta a la de la
dirigencia farisaica; b) por
otro lado, “cuando llegó [Jesús ] a la ciudad [Jerusalén] viéndola, lloró por
ella” (19.41; cf. también 23.28). Ésta es la respuesta de Jesús ante
Jerusalén y seguramente es la que Lucas espera de Teófilo para con el pueblo
judío. El lector por cierto, no puede dejar de sentir lástima ante tanta
esperanza, tanta alegría que no logra concretarse en plenitud por el rechazo de
los líderes. Sin embargo esta redención esperada no ha sido descartada por Dios
sino que es transportada hacia el futuro.[2]
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