viernes, 28 de diciembre de 2012

"Saldos navideños": la búsqueda de la paz, L. Cervantes-O.


30 de diciembre, 2012

Simeón los bendijo y anunció a María, la madre del niño: — Mira, este niño va a ser causa en Israel de que muchos caigan y otros muchos se levanten. Será también signo de contradicción puesto para descubrir los pensamientos más íntimos de mucha gente. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón.
Lucas 2.34-35, La Palabra, SBU

¿Por qué hablar de “saldos” en relación con la Navidad si criticamos tanto la comercialización y el consumismo en las fiestas cristianas? ¿No es más bien una falta de respeto al genuino “espíritu navideño” basado en el reconocimiento, a través de la fe, de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo? ¿Al hablar así no estaremos reproduciendo la mentalidad superficial dominante en nuestros tiempos y eso nos puede alejar de una sana reflexión cristiana? Pero al utilizar este término lo hacemos en una acepción formalmente reconocida: “Resultado final favorable o desfavorable, al dar por terminado un asunto” (Diccionario de la Real Academia Española). De modo que es legítimo abordar estos resultados finales, favorables o desfavorables de la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret a partir de una perspectiva que nos traza el propio texto bíblico, en este caso, el evangelio de Lucas.
La “vuelta a la normalidad” relatada en 2.21-40, que conecta los días iniciales de Jesús con su crecimiento y visita a Jerusalén, coloca a los actores de la “primera Navidad” en circunstancias que difícilmente se podrían calificar de rutinarias, aunque el cumplimiento de la ley al circuncidarlo era una obligación de sus padres, lo mismo que otorgarle un nombre (ligado profundamente a la historia de salvación de Israel: Josué-Oseas-Jesús, Yehoshua, nombre-programa) y pasar por los días de la purificación (vv. 21-22). Al llevarlo a Jerusalén para presentarlo y ofrecer el sacrificio correspondiente (23-24) se encuentran con dos personajes de edad casi salidos de una leyenda: Simeón (su nombre: “Yahvé escuchó”; “hombre justo y piadoso que esperaba la liberación de Israel”) y Ana (su nombre: “bondad de Yahvé”; quien “no se apartaba del Templo, sirviendo al Señor día y noche con ayunos y oraciones”), representantes de la fe popular y que reciben al niño de manera inesperada. Él, guiado por el Espíritu Santo (en consonancia con la orientación teológica de Lucas-Hechos) para alabar a Dios por su venida y anunciar su destino profético (25-35); y ella para alabar a Dios también y hablar del niño a quienes también esperaban la liberación del pueblo. María y José reaccionaron asombrados ante semejante recibimiento (33). Así lo resume el brasileño Sandro Gallazzi, apuntando ya hacia la búsqueda de esos “saldos”, es decir, implicaciones de la presencia del Niño en el mundo real, humano:

El personal podía hasta ir a censarse, pero en su corazón, los pobres, ahora, sabían que el Señor era otro. No era el César, ni, tampoco, el sumo sacerdote, sino más bien el hijo de María. El pequeñito del pesebre.
El bebé de ocho días, hijo de gente pobre, recibirá el nombre de Jesús = “Yahvé salva”. ¡En el nombre lleva su misión!
El pobre tiene el mirar profundo, conoce de las cosas, sabe ver por detrás de lo que aparece. Simeón, un anciano justo y Ana, una viuda de ochenta y cuatro años, se encuentran con esta gente andrajosa. Las manos secas del viejo cargan a Jesús y proclama con alegría: “Ahora ya puedo hasta morir, pues ¡he visto la salvación que mi pueblo esperaba hace tanto tiempo! Este pequeño es ¡la luz de las naciones y la gloria de tu pueblo!” (2,29-31). Después, en voz baja, este anciano lleno de sabiduría alertó a la madre: “Tu vas a sufrir, por causa de este pequeño. Lo que él va a realizar, va a ser bueno para los pobres, pero habrá gente que no va pensar lo mismo”.
María quedó callada, no sabía que pensar, pero recibió la bendición del anciano, junto a José.[1]

Varias cosas saltan a la vista: primero, el procesamiento de la presencia del Hijo de Dios en el mundo pasa por el filtro de una fe popular, no impostada ni controlada por los poderes políticos o religiosos. La ausencia de sacerdotes es evidente, a pesar de que Zacarías formaba parte del personal religioso. Los hilos de la fe mesiánica y profética se van encaminando hacia rumbos completamente ajenos a la oficialidad y centrados en los designios divinos. Y segundo, el evangelista traza el derrotero de Jesús siempre en el marco de una cercanía con su pueblo para responder a su necesidad en todos los sentidos.
En esa línea, varias implicaciones (“saldos”) de la Navidad han sido planteados muy bien por el doctor René Krüger:

Creer que esa criatura es algo especial es realmente un acto heroico de fe; y aún más heroico es creer que se trata del enviado de Dios, el Mesías o Cristo, el Señor y Salvador. La oposición entre el poder visible, evidente y palpable de un imperio que pisa fuerte y la profundidad insondable y misteriosa de la fe da forma sustancial al relato de la escena navideña. La alegría en el cielo y su efecto sobre los humildes pastores de ovejas se basa en la obra puesta en marcha por Dios mismo y no sobre aquello que organiza el emperador de Roma.
Ubicar la llegada de la salvación en Belén, un rincón olvidado del mundo, significa polemizar frontalmente con las pretensiones divinas del emperador de Roma cuyo nombre de por sí ya era todo un programa: Augusto. Es polemizar con una política estatal que se encamina hacia la veneración religiosa de la máxima autoridad del imperio. Es afirmar una opción contracultural de Dios e invitar a la fe en ese Dios que llega a la humanidad en el niño Jesús, el Salvador que no aparenta serlo, el Mesías sin brillos ni esplendor. […]

Dios no se hizo ser humano “en general”. Se hizo ser humano pobre, marginado, excluido; en un lugar “imposible” y bajo circunstancias difíciles para su pueblo. Ahora ese Dios encarnado es rodeado por gente insignificante, pobre y despreciada. La historia de la Navidad contiene la semilla de la misión cristiana universal, que siempre ha de asumir una postura contraria a todo imperio de la historia, si es que quiere ser fiel a su Señor. […]

En el reconocimiento por Simeón y Ana se anuncia el problema del futuro de Israel, tematizado varias veces a lo largo de la doble obra lucana. Jesús tendrá un doble “efecto”: iluminará a los gentiles y será gloria de Israel; pero a la vez implicará caída y elevación de muchos en Israel y será señal de contradicción. Estas palabras evidencian que la línea divisoria no pasará entre Israel y los gentiles, sino entre creyentes y opositores. El EvLc desplegará esta división en el mismo Israel; Hch agregará luego la dimensión de los gentiles: hay judíos que llegan a creer; muchos rechazan la proclamación – y el evangelio va a los paganos, donde tampoco lo aceptarán todos. El relator deberá mostrar el porqué del carácter contradictorio del Niño como también qué significa la caída de unos y la elevación de otros.[2]

Los “saldos navideños”, como se ve, son muchos y sumamente comprometedores para todos/as, especialmente para quienes desean ser seguidores de Jesús.


[1] S. Gallazzi, “Javé es misericordia. Leyendo a Lucas 1-2 por la hermenéutica del conflicto”, en RIBLA, núm. 53, http://claiweb.org/ribla/ribla53/jave%20es%20misericordia.html.
[2] R. Krüger, “Una aproximación estructural a Lucas 1-4”, en RIBLA, núm. 53, http://claiweb.org/ribla/ribla53/una%20aproximacion.html.

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