30 de diciembre, 2012
Simeón
los bendijo y anunció a María, la madre del niño: — Mira, este niño va a ser
causa en Israel de que muchos caigan y otros muchos se levanten. Será también
signo de contradicción puesto para descubrir los pensamientos más íntimos de
mucha gente. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón.
Lucas 2.34-35, La Palabra, SBU
¿Por qué hablar
de “saldos” en relación con la Navidad si criticamos tanto la comercialización
y el consumismo en las fiestas cristianas? ¿No es más bien una falta de respeto
al genuino “espíritu navideño” basado en el reconocimiento, a través de la fe,
de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo? ¿Al hablar así no estaremos
reproduciendo la mentalidad superficial dominante en nuestros tiempos y eso nos
puede alejar de una sana reflexión cristiana? Pero al utilizar este término lo
hacemos en una acepción formalmente reconocida: “Resultado
final favorable o desfavorable, al dar por terminado un asunto” (Diccionario de la Real Academia Española).
De modo que es legítimo abordar estos resultados finales, favorables o desfavorables
de la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret a partir de una perspectiva
que nos traza el propio texto bíblico, en este caso, el evangelio de Lucas.
La “vuelta a la normalidad” relatada en 2.21-40, que conecta los días
iniciales de Jesús con su crecimiento y visita a Jerusalén, coloca a los
actores de la “primera Navidad” en circunstancias que difícilmente se podrían
calificar de rutinarias, aunque el cumplimiento de la ley al circuncidarlo era
una obligación de sus padres, lo mismo que otorgarle un nombre (ligado
profundamente a la historia de salvación de Israel: Josué-Oseas-Jesús, Yehoshua, nombre-programa) y pasar por los días de la
purificación (vv. 21-22). Al llevarlo a Jerusalén para presentarlo y ofrecer el
sacrificio correspondiente (23-24) se encuentran con dos personajes de edad casi
salidos de una leyenda: Simeón (su nombre: “Yahvé escuchó”; “hombre justo y
piadoso que esperaba la liberación de Israel”) y Ana (su nombre: “bondad de
Yahvé”; quien “no se apartaba del Templo, sirviendo al Señor día y noche con
ayunos y oraciones”), representantes de la fe popular y que reciben al
niño de manera inesperada. Él, guiado por el Espíritu Santo (en consonancia con
la orientación teológica de Lucas-Hechos) para alabar a Dios por su venida y
anunciar su destino profético (25-35); y ella para alabar a Dios también y
hablar del niño a quienes también esperaban la liberación del pueblo. María y
José reaccionaron asombrados ante semejante recibimiento (33). Así lo resume el
brasileño Sandro Gallazzi, apuntando ya hacia la búsqueda de esos “saldos”, es
decir, implicaciones de la presencia del Niño en el mundo real, humano:
El
personal podía hasta ir a censarse, pero en su corazón, los pobres, ahora,
sabían que el Señor era otro. No era el César, ni, tampoco, el sumo sacerdote,
sino más bien el hijo de María. El pequeñito del pesebre.
El bebé de ocho días, hijo de gente pobre, recibirá el
nombre de Jesús = “Yahvé salva”. ¡En el nombre lleva su misión!
El pobre tiene el mirar profundo, conoce de las cosas,
sabe ver por detrás de lo que aparece. Simeón, un anciano justo y Ana, una
viuda de ochenta y cuatro años, se encuentran con esta gente andrajosa.
Las manos secas del viejo cargan a Jesús y proclama con alegría: “Ahora
ya puedo hasta morir, pues ¡he visto la salvación que mi pueblo esperaba hace
tanto tiempo! Este pequeño es ¡la luz de las naciones y la gloria de tu
pueblo!” (2,29-31). Después, en voz baja, este anciano lleno de
sabiduría alertó a la madre: “Tu vas a sufrir, por causa de este pequeño. Lo
que él va a realizar, va a ser bueno para los pobres, pero habrá gente que no
va pensar lo mismo”.
María quedó callada, no sabía que pensar, pero recibió
la bendición del anciano, junto a José.[1]
Varias cosas saltan a la vista: primero, el procesamiento de la
presencia del Hijo de Dios en el mundo pasa por el filtro de una fe popular, no
impostada ni controlada por los poderes políticos o religiosos. La ausencia de
sacerdotes es evidente, a pesar de que Zacarías formaba parte del personal
religioso. Los hilos de la fe mesiánica y profética se van encaminando hacia
rumbos completamente ajenos a la oficialidad y centrados en los designios
divinos. Y segundo, el evangelista traza el derrotero de Jesús siempre en el marco
de una cercanía con su pueblo para responder a su necesidad en todos los sentidos.
En esa línea, varias implicaciones (“saldos”) de la Navidad han sido
planteados muy bien por el doctor René Krüger:
Creer
que esa criatura es algo especial es realmente un acto heroico de fe; y aún más
heroico es creer que se trata del enviado de Dios, el Mesías o Cristo, el Señor
y Salvador. La oposición entre el poder visible, evidente y palpable de un
imperio que pisa fuerte y la profundidad insondable y misteriosa de la fe da
forma sustancial al relato de la escena navideña. La alegría en el cielo y su
efecto sobre los humildes pastores de ovejas se basa en la obra puesta en
marcha por Dios mismo y no sobre aquello que organiza el emperador de Roma.
Ubicar la llegada de la salvación en Belén, un rincón
olvidado del mundo, significa polemizar frontalmente con las pretensiones
divinas del emperador de Roma cuyo nombre de por sí ya era todo un programa: Augusto. Es polemizar con una política
estatal que se encamina hacia la veneración religiosa de la máxima autoridad
del imperio. Es afirmar una opción contracultural de Dios e invitar a la fe en
ese Dios que llega a la humanidad en el niño Jesús, el Salvador que no aparenta
serlo, el Mesías sin brillos ni esplendor. […]
Dios
no se hizo ser humano “en general”. Se hizo ser humano pobre, marginado,
excluido; en un lugar “imposible” y bajo circunstancias difíciles para su
pueblo. Ahora ese Dios encarnado es rodeado por gente insignificante, pobre y
despreciada. La historia de la Navidad contiene la semilla de la misión
cristiana universal, que siempre ha de asumir una postura contraria a todo
imperio de la historia, si es que quiere ser fiel a su Señor. […]
En
el reconocimiento por Simeón y Ana se anuncia el problema del futuro de Israel,
tematizado varias veces a lo largo de la doble obra lucana. Jesús tendrá un
doble “efecto”: iluminará a los gentiles y será gloria de Israel; pero a la vez
implicará caída y elevación de muchos en Israel y será señal de contradicción.
Estas palabras evidencian que la línea divisoria no pasará entre Israel y los
gentiles, sino entre creyentes y opositores. El EvLc desplegará esta división
en el mismo Israel; Hch agregará luego la dimensión de los gentiles: hay judíos
que llegan a creer; muchos rechazan la proclamación – y el evangelio va a los
paganos, donde tampoco lo aceptarán todos. El relator deberá mostrar el porqué
del carácter contradictorio del Niño como también qué significa la caída de
unos y la elevación de otros.[2]
Los “saldos navideños”, como se ve, son muchos y sumamente comprometedores
para todos/as, especialmente para quienes desean ser seguidores de Jesús.
[1] S. Gallazzi, “Javé es misericordia. Leyendo a Lucas
1-2 por la hermenéutica del conflicto”, en RIBLA,
núm. 53, http://claiweb.org/ribla/ribla53/jave%20es%20misericordia.html.
[2] R. Krüger, “Una aproximación estructural a Lucas 1-4”,
en RIBLA, núm. 53, http://claiweb.org/ribla/ribla53/una%20aproximacion.html.
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