ADVIENTO: TIEMPO DE VIGILANCIA,
COMPASIÓN Y ESPERANZA
Carlos Ayala Ramírez
Adital, 17 de diciembre de 2007
Velar, vigilar, es vivir cada instante
conscientemente. Es salir del estado de inconsciencia, de apatía, de
indolencia. La liturgia de la palabra propia del tiempo de Adviento, pone dos
voces (de fuerza profética) que invitan a despertar: Isaías y Juan Bautista.
Isaías proclama la esperanza de una realidad en la que reinarán plenamente la
misericordia y la justicia de Dios (Is 56.1; 65.17-19; 65.20). Juan, la voz que
clama en el desierto, preparaba y anunciaba la llegada de un Mesías liberador.
Pregonaba un bautismo en señal de arrepentimiento (Mc 1.3-4). Su predicación le
valió ser apresado por el rey Herodes, que veía en ella un cuestionamiento a su
poder y a sus privilegios.
Tanto en Isaías como en Juan Bautista, el llamado a despertar a la
realidad exige concreción: alegría y gozo porque la vida de los débiles y
oprimidos está protegida, porque el tiempo de Dios (su reino de amor y
justicia) ha entrado en la historia humana. Quien vigila está abierto a esa
misericordia y justicia de Dios. Está abierto al mundo (empatía), para
transformarlo; al otro (pobres y víctimas), para reaccionar con compasión.
Desde ellos podemos afirmar que el tiempo de Dios no es simplemente un
tiempo litúrgico retórico. Adviento no debe ser una liturgia sin historia, sino
una liturgia que ilumina realidades concretas. Tenemos, en ese sentido,
emblemáticos ejemplos: “¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan
letárgico dormidos?”. Esta pregunta interpeladora la hizo fray Antonio de
Montesinos en su famoso sermón del cuarto domingo de adviento de 1511, ante el
maltrato, explotación y muerte de los habitantes de las llamadas Indias
occidentales, por parte de quienes se consideraban “descubridores de América”.
La interpelación fue dirigida, precisamente, a los conquistadores y
colonizadores de la época. A los que se les exhortaba a despertar del sueño del
egocentrismo que deshumaniza.
Monseñor Romero en su homilía del segundo domingo de
adviento de 1977, a propósito de las situaciones que estorban para ver al
Cristo que viene, manifestó: “el vivir tan cómodo, tan instalado, tan rico, que
prácticamente son materialistas, no tienen tiempo, no les importa analizar la
situación dramática del país y de su propia conciencia, están muy a gusto en
sus jaulas de oro” (04.12.7).
Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino también nos han
hablado de la necesidad de estar atentos a ese momento especial de
manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. Concretamente eso significa
discernir los signos de los tiempos desde los pobres y las víctimas. Ellos y
ellas, según Ellacuría y Sobrino, nos interpelan a ser humanos, nos hacen ver
la verdad de la realidad y nos convocan a construir una civilización de la
pobreza. Pobres y víctimas pueden ayudarnos a despertar del sueño de cruel
inhumanidad, a pasar de la indolencia a la compasión. Pueden ayudarnos a
hacernos cargo de la verdadera realidad del mundo (tener no solo un
conocimiento que supera la ignorancia, sino llegar a la verdad que supere el
encubrimiento). Pueden ayudarnos a forjar una nueva civilización que humanice,
es decir, que no esté en función del capital, sino del ser humano, que pueda
ser universalizable porque posibilita una vida digna y sustentable para todos,
una civilización donde no haya lugar para lo superfluo, cuando las necesidades
básicas de las mayorías no están cubiertas.
2. La misericordia que genera esperanza es la que se
historiza
La misericordia que
se historiza toma en serio lo real del sufrimiento y la práctica que lo
transforme. Así lo visualizaba el profeta Isaías: “Pronto, muy pronto, el
Líbano se convertirá en jardín, y el jardín parecerá un bosque; aquel día oirán
los sordos las palabras del libro, sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de
los ciegos; los oprimidos volverán a festejar al Señor y los pobres se
alegrarán con el Santo de Israel, porque no quedarán tiranos, se acabarán los
cínicos y serán aniquilados los que se desviven por el mal” (Is 29, 17-20).
Leonardo Boff, en su libro El cuidado esencial, nos dice que la nota dominante del mundo
actual no es la misericordia, sino el descuido, la indiferencia y el abandono.
Hay descuido e indiferencia por la vida de los niños y niñas: en América Latina
tres de cada cinco niños trabajan, en África, uno de cada tres, en Asia, uno de
cada dos. A esos niños se les niega la infancia, la inocencia y la posibilidad
de soñar. Hay descuido y abandono por el destino de los pobres, castigados por
la muerte del hambre crónica y mil enfermedades erradicadas en los países
ricos. Hay descuido y perversión en los asuntos públicos: las sociedad se
organiza en contra de las mayorías empobrecidas y a favor de las minorías
privilegiadas. Hay un descuido y depredación de nuestra casa común (se
envenenan suelos, se contamina el aire y el agua, se exterminan especies de
seres vivos. Hay un descuido por la dimensión espiritual del ser humano, hay
poco interés por cultivar el espíritu de ternura y de misericordia como
actitudes fundamentales de convivencia humana.
Jon Sobrino, en su libro Fuera de los pobres no hay salvación, nos dice que en el mundo
actual donde predomina no sólo el descuido sino la deshumanización; la
misericordia que se hace historia, que se hace carne, debe implicar la
salvación de la muerte (particularmente salvar al pobre de la muerte lenta de
la pobreza y de la muerte rápida de la violencia); salvar de la indignidad (con
frecuencia las víctimas de este mundo no solo han sido ignoradas, sino tenidas
por victimarias) buscando y comunicando verdad, sacando a la luz los males de
la realidad (profecía); salvar de la no existencia a la que han sido sometidas
pobres y víctimas, devolviéndoles la palabra, su nombre, su identidad, su
rostro.
Sólo la misericordia que se hace historia puede
desencadenar esperanza y salvación. Eso fue lo que ocurrió con Jesús de
Nazaret: en él se hizo presente El misericordioso (Dios), sanando, consolando,
liberando, dignificando a los pobres, enfermos, extranjeros, mujeres, niños,
pecadores.
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MENSAJE
DESAFIANTE DE LA COMUNIÓN REFORMADA MUNDIAL EN ESTE ADVIENTO
Entonces María dijo al ángel: "¿Cómo será
esto...? ...El ángel le dijo: "...porque nada hay imposible para
Dios." Entonces María dijo: "Aquí estoy, el siervo del Señor. Hágase
en mí según tu palabra" (Lc 1, Extractos de los vv. 26 al 38)
La joven, María,
debe haberse sentido abrumado por esta visita en particular - un extraño
visitante con un extraño mensaje que anunciaba que iba a ser la madre de un
bebé especial - el Hijo del Altísimo. Me gusta el regalo de los jóvenes a ser
sencillo. Así María se atrevió a preguntar: “¿Cómo puede ser esto?”. A cambio,
recibió una respuesta clara: “... nada hay imposible para Dios”. La respuesta
de María fue notable. No iba a ser fácil, pero ella se comprometió a cumplir
con su tarea a sabiendas de que con Dios nada es imposible.
María no tardó en enterarse de que, como mujer soltera
embarazada, su relación con su novia estaba en peligro y su reputación en
peligro de desgracia. Ella estaba a punto de hacer frente a la situación
imposible de viajar lejos de su zona de confort mientras ella estaba cargado de
niño y más tarde tiene que huir porque la vida de su hijo estaba en peligro -
el blanco de los poderes políticos de la época. Las palabras de María en
respuesta a su situación: "Aquí estoy, la sierva del Señor, hágase en mí
según tu palabra", no eran dóciles. Fueron palabras simples y poderosas
que indican su deseo de ser útil a Dios en hacer una diferencia en el mundo.
[…]
Le pido una cosa, querido lector, en este tiempo de
Adviento: haga su parte en la oración y en la vivencia de esta visión para que,
inspirado por la acción valiente de María, usted también puede ser el
instrumento de Dios para el cambio.
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SORPRESAS PAPALES
La Jornada, 14 de diciembre de 2012
Joseph Ratzinger,
como se sabe, es uno de los más importantes teólogos de la Iglesia católica.
Alguien que no duda en dejar sin sostén lo que se creía era verdad revelada en
directo por el Altísimo. De igual manera no se anda con rodeos en respaldar
asuntos de revelación terrenal, como los motivos por los cuales el sacerdocio
está negado a las mujeres: porque Jesús no escogió para apóstol a ninguna
mujer. Más claro, imposible.
Antes, en 2007, resucitó de nuevo la idea del
infierno, desestimada durante su reinado por Juan Pablo II, quien vinculó el
infierno no a un castigo físico sino a una situación espiritual metafórica en
la que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, fuente
de vida y de alegría.
Mas para Ratzinger, el infierno existe y es eterno.
Dejó así vivo el dilema de o te salvas o te condenas. Con las llamas esperando
a los últimos. Dante en todo su esplendor.
Tras años de intenso debate (según fuentes
generalmente bien informadas) el Vaticano, de la mano de Ratzinger, también
resolvió eliminar la idea del limbo. Ese inmenso lugar sin tormento pero
alejado de Dios, al que iban los niños recién nacidos que no tuvieron la
fortuna de recibir el sacramento del bautismo, de lavar la culpa del pecado
original del hombre en el Paraíso. Es decir, la inmensa mayoría de la
humanidad.
Y a principios del año pasado, Ratzinger aseguró que
el purgatorio no es un lugar del espacio, del universo, sino un fuego interior,
que purifica el alma del pecado. Nada entonces de tormentos. Ya no más rezos,
limosnas y misas para librar a las benditas almas del fuego que todo lo quema.
Por eso el Papa pidió a los católicos rezar por los difuntos para que puedan
gozar de la visión de Dios. De paso los invitó a prestar una mayor atención a
los pobres y más necesitados.
El teólogo convertido en pontífice contra su voluntad
(su ideal era pasar sus últimos años escribiendo, acompañado de sus gatos y la
música de Wolfgang Amadeus Mozart), acaba de sorprender con un nuevo libro
editado por Rizzoli: La infancia de
Jesús, cuyo tiraje en italiano consta de un millón de ejemplares a 220
pesos cada uno. Está lista su distribución en 70 países y 20 idiomas.
Y como ocurre con un best-seller, con la más avanzada mercadotecnia el Vaticano se
encargó de adelantar algunas revelaciones del libro. Por ejemplo, que Jesús no
nació en ningún portal de Belén, y menos acompañado de una mula y un buey. Y
que nació bajo la conjunción de Júpiter, Saturno y Marte seis o siete años
antes de lo que la propia Iglesia tiene establecido.
Tampoco la estrella que supuestamente guió a los magos
de Oriente era una supernova. Eso sí, reafirma el teólogo, el niño fue
concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen.
Espere más sorpresas papales.
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