domingo, 9 de diciembre de 2012

Las promesas mesiánicas en perspectiva, L. Cervantes-O.


9 de diciembre, 2012

No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que llegue aquel a quien le pertenece [Shiloh] y a quien obedecerán los pueblos.
Génesis 49.10, La Palabra, SBU

Las promesas mesiánicas que aparecen desde los tiempos más remotos y que registra el Antiguo Testamento se fueron desarrollando progresivamente con el tiempo y fueron el resultado de la manera en que las esperanzas del pueblo de Dios se consolidaron en la fe colectiva. Cuando mucha gente habla de lo que se denomina el “protoevangelio” de Génesis 3.15 o se buscan persistentemente “tipos” de la figura de Jesucristo en personajes o situaciones más antiguas, debería considerarse la magnífica lección de los Evangelios y del Nuevo Testamento en general: La presentación de la persona y el ministerio de Jesús va acompañada muchas veces de la frase ya clásica: “Para que se cumpliese la Escritura…”. Los autores del NT practicaron una selección muy rigurosa de citas, lo que implicó dejar fuera algunas, como Gn 3.15 y 49.10, entre muchas otras:

Es importante advertir que no todas las citas del Antiguo Testamento recogidas en el Nuevo son de igual importancia. Y también que no todas las profecías mesiánicas del AT son utilizadas en el Nuevo […] La Iglesias rechazó algunas profecías. ¿Por qué lo hizo? Porque la Iglesia se regía en la interpretación del NT por la historia misma de Jesús. Los evangelistas no se sintieron obligados a trazar una imagen mesiánica de Jesús circunscrita a los datos del AT, sino que se servían de éste para interpretar ciertos acontecimientos que a su juicio poseían un alcance mesiánico. […] Jesús tenía sus raíces en el AT, pero también rompió sus límites.[1]

Y es que resulta particularmente difícil leer esas promesas mesiánicas y aplicarlas a Jesús, por ejemplo, en la clave del Israel contemporáneo. Ese sería uno de los límites mencionados, el del nacionalismo ligado al etnocentrismo, razón por la cual es muy probable que las referencias del Génesis, ligadas en extremo a la construcción del pueblo histórico de Israel, que teológicamente dan pie para una sana comprensión del “linaje salvífico” de Jesús (cómo, si no, interpretar, y sobre todo en estos tiempos, la tipología de Jesús como “descendiente de la mujer” según Gn 3.15 para vencer a la serpiente, tipo a su vez del mal y del pecado en el nivel  incluso cósmico), hayan sido hechas a un lado.
Las palabras de Gn 49.10 forman parte de un documento muy valioso en el que Jacob, patriarca de la nación hebrea, señala los rumbos que habría de seguir cada una de las tribus en la bendición con que concluye su vida. Los paralelismos con Gn 27 (la bendición de Isaac) son evidentes: “…la bendición que Jacob recibe en Gn 27.28-29 es semejante a la que Judá recibe en Gn 49.8-12”.[2] Toda la historia de José y sus hermanos ha quedado atrás y la reconstrucción de esta familia peculiar (un padre, cuatro madres y 12 hermanos) representa el surgimiento de la nación israelita. Pero también es posible interpretar mesiánicamente (en el sentido davídico, todavía nacionalista) esta parte de la bendición, aunque no tanto en el sentido con que se ha traducido y ampliado el significado de la palabra Shiloh, “aquel a quien le pertenece el cetro”, pues el pasaje está estableciendo las bases para la preeminencia de la familia monárquica, sino también en el sentido de salvación, que es como fue tomado en el NT, especialmente en Juan 4.22c, en los labios del propio Jesús: “…porque la salvación viene de los judíos”. La mujer samaritana, en el diálogo con Jesús, da por sentado ese origen.[3]
Para apropiarnos hoy de esa promesa mesiánica hemos de hacer el esfuerzo por trascender las limitaciones culturales, históricas, geográficas e ideológicas a fin de superar los riesgos del “sionismo evangélico” y poder sumarnos a las esperanzas de un pueblo pobre que, en lontananza, avizoraba tiempos mejores. Para ese pueblo, como para nosotros hoy, la figura de un mesías, como David primero, y como lo que se esperaba vendría en su descendencia, ya desde la fe cristiana, en la figura y acción de Jesús, vendría a ser la concentración de la acción redentora de Dios en una persona que recuperaría y relanzaría las esperanzas acumuladas, tantas veces traicionadas, para ubicarlas en la perspectiva del reinado universal de Dios. La bendición de Judá anunció la preeminencia de una tribu sobre las demás en la realización de una monarquía fallida, pero también entre todo ello fue posible rescatar y canalizar los sueños de las tribus israelitas para que la promesa de un reino futuro les permitiera continuar su lucha cotidiana por la vida y el bienestar. Ése es el otro punto de contacto actual con un pasaje tan remoto: la recuperación y actualización viable de esperanzas que se han cumplido ya y se seguirán cumpliendo en la estela de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios en el mundo.


[1] W.D. Davies, Aproximación al Nuevo Testamento. Guía para una lectura ilustrada y creyente. Madrid, Cristiandad, 1979, pp. 157-158.
[2] José Ademar Kaefer, “La función de Génesis 49 en la narrativa del libro de Génesis”, en RIBLA, núm., 50, http://claiweb.org/ribla/ribla50/la%20funcion%20de%20genesis.html.
[3] Anthony Tyrrell Hanson, The Prophetic Gospel. A study of John and the Old Testament. Londres-Nueva York, T & T Clark, 1991, pp. 58-59.

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