¡DIOS DE LA VIDA,
CONDÚCENOS A LA JUSTICIA Y LA PAZ!
Leopoldo
Cervantes-Ortiz
10 de noviembre, 2013
Yo te
instruiré y te enseñaré
el camino que
debes seguir,
te aconsejaré
y pondré mis ojos en ti.
Salmo 32.8, La Palabra (Latinoamérica)
En
su introducción, el Libro de culto de la X Asamblea del Consejo Mundial de
Iglesias (260 páginas, en cinco idiomas: alemán, coreano, español, francés e inglés,
un auténtico compendio de liturgia contextual), inspirado en el espíritu de los
salmos, se expresa en los siguientes términos:
El Señor que encontramos cuando nos unimos en
oración es el Dios de toda la vida y de toda la creación, merecedor de la
alabanza de “todo lo que respira”.
El Señor Dios al que nos
acercamos en el templo “siempre cumple su palabra; hace justicia a los
oprimidos, y da de comer a los que tienen hambre” (Salmos 146:6-7) y “mantiene
en paz tus fronteras” (Salmos 147:14).
Así que eso nos lleva a orar en esta Asamblea:
“Dios de vida, condúcenos a la justicia y la paz”.[1]
Este énfasis en la búsqueda del Dios de
la vida como fuente de justicia y paz, que aparece por doquier en las
Escrituras es la base de una espiritualidad ligada a la vida procedente del
creador y comprometida con los valores del Reino de Dios. Dicho material agrega,
al referirse a la oración común que “es parte esencial de cada asamblea del
Consejo Mundial de Iglesias, y esperamos que la colección de palabras y música
que presentamos aquí proporcione un contexto para la inspiración, la reflexión,
la iluminación y el regocijo” (Idem).
De ahí que brote otra oración en ese mismo espíritu:
Al alba, nuestro espíritu te busca, Oh Dios,
pues tus mandamientos son luz.
Enséñanos tu justicia
y haznos dignos de cumplir tus
mandamientos con todas nuestras fuerzas.
Disipa toda oscuridad de nuestros corazones.
Concédenos el sol de la justicia
y protege nuestras vidas de toda mala influencia
con el sello de tu más Santo Espíritu.
Conduce nuestros pasos hacia el camino de la paz
y haz que ésta sea una mañana apacible
para que podamos entonar los himnos matutinos
dirigidos a ti, el Padre y el Hijo y el Espíritu
Santo,
el único Dios,
más allá de todo comienzo
y creador de todas las cosas. Amén. (p. 46)
Esta “espiritualidad
sálmica” permea buena parte del Antiguo Testamento, pues brota del
reconocimiento de que el autor y sustentador de la existencia del cosmos es también
quien enseña a su pueblo a vivir con paz, justicia y amor. Así lo resume el
salmo 32, que en su forma es una “oración de confesión”, pero que en su
desarrollo es más que eso, un auténtico “itinerario espiritual” que muestra una
progresión desde el hecho de asumir la situación personal: “Dichoso aquel a
quien se perdona su falta,/ aquel a quien de su pecado se absuelve./ Dichoso
aquel a quien el Señor/ no le imputa culpa alguna,/ ni en su espíritu alberga
engaño” (vv. 1-2). Al reflexionar sobre el pasado, el hablante del salmo se
analiza a sí mismo y observa su deterioro físico, moral y espiritual: “Mientras
callaba, envejecían mis huesos/ de tanto gemir todo el día,/ pues noche y día
me abrumaba tu mano,/ se extinguía mi vigor entre intensos calores” (vv. 3-4).
Al reconocer sus fallas, atisba la luz que habrá de conducirlo por el sendero
de la reconciliación con su Dios: “Pero yo reconocí mi pecado, no te oculté mi
culpa;/ me dije: ‘Confesaré mi culpa ante el Señor’./ Y tú perdonaste la maldad
de mi pecado” (vv. 4-5). La garantía del perdón hace posible todo lo que viene:
“Por eso todo fiel te implora/ en los momentos de angustia;/ y aunque a
raudales se desborde el agua,/ no les podrá dar alcance” (v. 6). El bienestar
integral de la persona restaurada abre los cauces de la bendición y el
sentimiento de protección: “Tú eres para mí un refugio,/ tú me proteges de la
angustia/ y me rodeas de cantos de salvación” (v. 7).
Así llega
el momento de la instrucción divina de manera muy específica que, como una
intrusión en el salmo, aparece para marcar su necesidad y administración divina:
“Yo te instruiré y te enseñaré/ el camino que debes seguir,/ te aconsejaré y
pondré mis ojos en ti./ No sean como caballos o mulos que nada entienden:/ con
el freno y las riendas hay que dominar su brío,/ pues de otro modo no se
acercarán a ti” (vv. 8-9). La reflexión final es una expresión de sabiduría
acumulada mediante la experiencia: “Muchos son los sufrimientos del malvado,/
pero el amor rodea al que confía en el Señor./ Que se alegran en el Señor los
justos, que se regocijen,/ que griten de gozo los de corazón recto” (vv.
10-11).
El comentario
de Brueggemann es incisivo y contundente:
En Busan,
el CMI retomó este ánimo de confesión y el Libro de Culto y oraciones lo
condensa muy bien mediante la clave ecológica propia de estos tiempos, para
advertir la íntima relación entre vida, existencia plena, justicia y paz en
toda lo creación de Dios:
Escucha, Dios de la compasión:
Los clamores de la tierra se han
convertido en un desierto,
tierra estéril a causa de las prácticas
agrícolas corruptas,
la contaminación, la minería y la deforestación.
Los clamores de las islas se ahogan en
los mares crecientes,
océanos que crecen con el derretimiento de los
hielos.
Los clamores de la Madre Tierra —tormenta y sequía.
Dios de vida,
cura tu tierra herida,
danos el poder de elegir el camino que conduce a la
vida,
guíanos por los caminos de la justicia,
por amor de tu nombre,
para que podamos sentir una vez más
tu shalom en la tierra y en el mar.
Te lo pedimos en el nombre del que vino
para que tengamos vida en abundancia:
Tu Hijo, nuestro Salvador, Jesucristo. Amén. (p.
52)
Dios
permita que nos movamos en esa orientación espiritual de reconocimiento de las
bondades de la obra divina y de la necesidad de ser agentes de cambio en todas
las áreas de la existencia y acción.
[1] Hallelujah! Libro de
culto y oraciones. X Asamblea del Consejo
Mundial de Iglesias, 30 oct.-8 nov. de 2013. Ginebra, Consejo Mundial de
Iglesias, 2013, p. 18. Disponible en: www.wcc2013.info/en/resources/prayer/hallelujah.
[2] W. Brueggemann, El
mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998, p. 146.
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