3 de noviembre, 2013
Todos ellos te están esperando
para tener la comida a su tiempo.
Tú se la das y ellos la atrapan,
abres tu mano, los sacias de bienes.
Pero si ocultas tu rostro se aterran,
si les quitas el aliento agonizan
y regresan al polvo.
Les envías tu aliento y los creas,
renuevas la faz de la tierra.
Salmo 104.27-30, La Palabra (Latinoamérica)
Todos ellos te están esperando
para tener la comida a su tiempo.
Tú se la das y ellos la atrapan,
abres tu mano, los sacias de bienes.
Pero si ocultas tu rostro se aterran,
si les quitas el aliento agonizan
y regresan al polvo.
Les envías tu aliento y los creas,
renuevas la faz de la tierra.
Salmo 104.27-30, La Palabra (Latinoamérica)
El
salmo 104 es una de las celebraciones más notables, en la poesía bíblica, de
Dios como creador, origen y sustentador de la vida. Su capacidad lírica, el
aliento con que está escrito y la forma en que resume las líneas dominantes de
las creencias hebreas sobre la creación, lo colocan lado a lado con el Génesis en
cuanto a su valor expresivo sobre la doctrina de la creación. Escribe: Gerhard
von Rad: “El credo cultual primitivo no contenía nada sobre la creación. Israel
descubrió la justa relación teológica entre ambas tradiciones [creación e
intervenciones de Dios en la historia], cuando aprendió a considerar la
creación en el contexto teológico de la historia salvífica”.[1]
Con trazos ágiles y versos que gráficamente exponen las grandezas de la labor
creadora de Dios, el salmo celebra la presencia de la vida tal como ha brotado
de la mano divina y como ésta se encarga de mantenerla. Más de 70 versos y ocho
secciones componen este formidable cántico al poder creador y sustentador de
Dios que se despliega como un abanico de observaciones minuciosas en diversos
ámbitos naturales. Haroldo Reimer ha estudiado este salmo desde la perspectiva
de una “espiritualidad ecológica” a la que bien podríamos sumarnos:
“El salmo 104, considerado bajo el prisma de
su valor poético, está entre los más bellos del salterio. Este himno a la
naturaleza se presente como parágrafos que dan colorido al relato de la
creación de Gen 1, basado en líneas estrictamente precisas y trazadas con
sobriedad”. En términos de contenido es, de hecho, el salmo que mejor expresa
la dimensión de Yahveh como Dios creador de toda la creación. De una manera
bella y extremadamente poética se evidencia la concepción de una interrelación
de Dios y toda la creación. Aquí se manifiesta la conciencia de los antiguos
israelitas de la profunda relación vital de dependencia de la humanidad y de
toda la creación en relación con un poder originario, identificado y celebrado
como el propio Dios de Israel. La “Teología de la creación” aquí descrita
posiblemente toma elementos prestados del himno al sol del rey egipcio
Akhenaton, del siglo XIV a.C., debidamente reelaborado desde una perspectiva de
fe en Yahveh, como Señor y único Dios poderoso (v. 1).[2]
Como todo buen poema, en este caso
extenso y anónimo, exige valorar equilibradamente su expresión y su contenido.
Los
varios elementos constitutivos del cosmos son enumerados: cielo (v. 2-4),
tierra (v. 5-9), dinámica de la vida en la tierra (v. 10-18), luna y sol (v.
19-23), mar (v. 24-26). El tema apoteósico del salmo es la afirmación detallada
de que este Dios Yahveh es el dador y sostenedor de la vida. El Espíritu (ruah)
de Yahveh es entendido como el principio vital de todo el cosmos. “Envías tu
Espíritu y ellos son creados y así renuevas la faz de la tierra (v. 30). Esa
dimensión primordial de fuerza creadora de Yahveh es celebrada con toda la
carga poética. Pero, los autores también tienen conciencia del “elemento
terrorífico” de este Dios. “Si escondes la cara, ellos se aterran, si retiras
tu espíritu ellos mueren y vuelven a ser polvo” (v. 29 - Cf. V. 32). (Idem.)
La primera sección (vv. 1-4) introduce
el cántico en la esfera de la cosmovisión religiosa de Israel: “¡Bendice, alma
mía, al Señor!/ Señor, Dios mío, qué grande eres;/ de gloria y majestad te
vistes./ Como un manto te envuelve la luz,/ como un tapiz extiendes el cielo./ Alzas
tus aposentos sobre las aguas,/ haces de las nubes tu carroza,/ en alas del
viento caminas;/ a los vientos haces mensajeros tuyos,/ a las llamas ardientes,
tus servidores”. La manera en que se entendía el cosmos es el marco para ubicar
a Dios como un ser rodeado de luz y de magnificencia. Es un rey al estilo
humano pero su superioridad se manifiesta en las cosas que hace con las fuerzas
naturales.
La segunda (5-9) ofrece detalles sobre
cómo la conciencia cósmica de Israel imaginaba la forma en que Dios había
diseñado y construida la tierra. No debe olvidarse que se le creía plana y rodeada
de abismos de agua: “Afirmaste
la tierra sobre sus cimientos/ y nunca jamás podrá derrumbarse./ Como
vestido le pusiste el océano,/ hasta los montes se alzaban las aguas;/
ante tu grito amenazante huían,/ ante tu voz tronante escapaban;/
subían a los montes, por los valles bajaban/ hasta el lugar que tú mismo
les fijaste./ Les fijaste una frontera que no cruzarán/ y no
volverán a cubrir la tierra”. La capacidad sustentadora de Dios se
fundamenta en la fuerza de su palabra y la afirmación de límites que no debían
rebasarse también aparece con claridad.
La tercera (10-13) manifiesta la manera
en que se percibía la presencia del agua por todas partes, para bien y para
mal, como razón de ser de la vida, aunque no se tuviera certeza “científica”
sobre ello: “Tú conviertes a
los manantiales en ríos/ que serpentean entre montañas,/ proporcionan
bebida a las bestias del campo/ y apagan la sed de los asnos salvajes;/
en sus orillas moran las aves del cielo/ que entre las ramas andan
trinando./ Desde tus aposentos riegas los montes,/ se sacia la
tierra del fruto de tus obras”. Los últimos versos hacen ver a Yahvé
como un surtidor inagotable de las aguas de los abismos superiores. Las obras
de Dios son eminentemente naturales, sin alusión explícita a sus acciones en la
historia. La manera en que el o la poeta se contiene para hablar de esto es
notable.
La cuarta (14-18) se inserta ya en el
ámbito del trabajo ganadero y agrícola, pues ubica a la humanidad ya como seres
que laboran con la autorización divina y ejercen una serie de transformaciones
sobre la naturaleza: “Tú haces
brotar la hierba para el ganado,/ y las plantas que cultiva el ser humano/
para sacar el pan de la tierra;/ y también el vino que alegra a los
humanos,/ dando a su rostro más brillo que el aceite,/ junto con
el alimento que los reconforta./ Reciben su riego los árboles del Señor,/
los cedros del Líbano que él plantó./ En ellos las aves ponen sus nidos/
mientras la cigüeña lo pone en los cipreses;/ los altos montes son de
los ciervos,/ las rocas, refugio de los tejones”. La observación
del comportamiento de las aves permite interpretar la variedad biológica como
un espacio de revelación continua de los actos creadores y recreadores de Dios.
La quinta (19-23) se detiene a hablar de
las luminarias como “marcadores cronológicos” de los ciclos vitales, así como el
papel de la luz y la oscuridad en la existencia de la creación y de cómo hasta
los animales más fieros se encuentran inmersos en esos ciclos: “Para marcar los tiempos hiciste la
luna/ y el sol que sabe cuándo ocultarse./ Dispones la oscuridad
y cae la noche:/ bullen en ella los seres del bosque,/ rugen los
leones ante la presa/ y piden a Dios su alimento./ Sale el sol y
ellos se esconden,/ descansan en sus madrigueras./ Entonces sale
el ser humano a su trabajo,/ a su labor que dura hasta la tarde”.
Las criaturas se relacionan con Dios según su propio lenguaje y la humanidad también
depende de la continuidad periodificada por los astros. El trabajo humano es
visto como un acto cíclico también, pero sujeto al ritmo impuesto por Dios.
La sexta (24-26) celebra nuevamente todo
este conjunto de acciones creadoras como muestra de la sabiduría divina. Tierra
y mar son objeto de su observación: variedad y anchura, pequeñas y grandes
dimensiones, la labor comercial en los mares, sin olvidar el componente tradicional
simbolizado en el Leviatán, enorme animal mitológico que simboliza el asombro
ante las ballenas y otros habitantes del mar, cuya presencia causaba furor y pánico
en la mente de quienes los veían: “¡Qué abundantes son tus obras, Señor!/ Con tu sabiduría las
hiciste todas,/ la tierra está llena de tus criaturas./ Aquí está
el inmenso y ancho mar,/ allí un sinfín de animales marinos,/ seres
pequeños y grandes;/ allí se deslizan los barcos/ y Leviatán, a
quien formaste para jugar con él”. Borges lo incluye en su nómina de
animales fantásticos.
La séptima (27-30) es una reflexión
sobre la dependencia de todas las criaturas hacia su creador. Esperar en él
para sobrevivir y ser saciados. El hambre y la muerte son enemigos de Dios,
quien renueva continuamente todo lo que ha brotado de sus manos: “Todos ellos te están esperando/
para tener la comida a su tiempo./ Tú se la das y ellos la atrapan,/
abres tu mano, los sacias de bienes./ Pero si ocultas tu rostro se
aterran,/ si les quitas el aliento agonizan/ y regresan al polvo./
Les envías tu aliento y los creas,/ renuevas la faz de la tierra”.
La octava y última (31-35) es un cierre
digno a tamaña celebración. La tierra es objeto del amor divino y debido a tan
grandes acciones el poeta celebra al gran autor de la vida en todas suis
manifestaciones: “Que la gloria
del Señor sea eterna,/ que el Señor se goce en sus obras./ Él
mira la tierra y ella tiembla,/ toca las montañas y echan humo./ Mientras
viva cantaré al Señor,/ alabaré al Señor mientras exista./ Que mi
poema le agrade,/ que yo en el Señor me alegre./ Que sean los
pecadores extirpados de la tierra,/ que los malvados no existan más./
¡Bendice, alma mía, al Señor! ¡Aleluya!”.
Por todo ello, este
salmo como otros buscan reconciliar a la humanidad creyente con su creador y
con todas las demás criaturas, todos dominados por la certeza de que Dios es el
origen y sustentador de la vida.
En el
salmo 104, la vida de la creación está pensada en términos de una grandiosa e
incesante transformación de energías. Esa “encanto ecológico”. Sin embargo, no
está desconectado de la realidad histórica; el versículo final (v. 35) recuerda
la existencia de los impíos y con ello sitúa el pensamiento ecológico en medio
de las contradicciones históricas de la existencia conflictiva entre los pobres
(justos) y los opresores (impíos), celebradas en otras partes del salterio y
entendida bajo el dominio de Yahveh como Dios creador y liberador. (Idem.)
[1] G. von
Rad, Teología del Antiguo Testamento. I.
Teología de las tradiciones históricas de Israel. 5ª ed. Salamanca,
Sígueme, 1982 (Biblioteca de estudios bíblicos, 11), p. 185.
[2] Cf. Haroldo Reimer, “Espiritualidad ecológica
en los salmos”, en RIBLA, núm. 45, www.claiweb.org/ribla/ribla45/espiritualidad%20ecologica.html.
No hay comentarios:
Publicar un comentario