8 de junio, 2014
Y también ustedes,
los que han escuchado
el mensaje de la verdad,
la buena noticia de salvación,
al creer en Cristo
han sido sellados
con el Espíritu Santo prometido,
que es garantía de nuestra herencia,
en orden a la liberación
del pueblo adquirido por Dios,
para convertirse en himno de alabanza a
su gloria.
Efesios 1.13-14, La Palabra (Hispanoamérica)
En
un nuevo acercamiento a lo que la doctrina denomina el “orden de salvación”,
Efesios abre con una celebración y una serie de afirmaciones sobre la forma en
que Dios ha actuado para redimir a los integrantes de su pueblo. No hay que
olvidar que el orden de la salvación “…describe el proceso por medio del cual
la obra de salvación, producida en Cristo, se cumple en forma subjetiva en los
corazones y vidas de los pecadores. La expresión ordo salutis aspira a describir en su orden lógico, y también en
sus interrelaciones, los varios movimientos del Espíritu Santo en la aplicación
de la obra de redención. El énfasis no se pone en lo que el hombre hace al
apropiarse la grada de Dios, sino en lo que Dios hace al aplicar esa obra”.[1] El texto indaga en los
pasos o etapas que ha seguido Dios en su esfuerzo para aplicar la salvación:
a) “Él nos ha elegido en la persona de
Cristo/ antes de crear el mundo” (v. 4): elección intemporal
b)
“nos ha destinado de
antemano/ y por pura iniciativa de su benevolencia” (v. 5): predestinación
c)
“a ser adoptados como
hijos suyos/ mediante Jesucristo”: adopción en Jesucristo
Ciertamente, aquí el proceso está reducido a
solamente tres aspectos que las cartas paulinas desarrollan más ampliamente en
otros lugares, pero ello no resta mérito para que el autor coloque estas
realidades en una perspectiva litúrgica, pues lo realizado por Dios lo conduce
a alabar intensamente (v. 6b). La muerte de Jesús, agrega (v. 7) tiene
resultados liberadores y perdonadores, lo que conduce a maravillarse ante el
“derroche de gracia” (v. 8) que se ha manifestado en el hecho de otorgar
sabiduría e inteligencia (“teología”) para comprender semejante proceder
divino, pues se le permite a los creyentes “conocer sus designios más secretos”
(v. 9a), los que, por medio de Cristo conducen a la historia a su punto
culminante y conseguir que “todas las cosas,/ las del cielo y las de la tierra,/
recuperen en Cristo su unidad” (v. 10b). El autor del texto visualiza de manera
completa la plenitud de la acción redentora de Dios. ¡Los seguidores de Jesús
son capaces de comprender el kairós de
Dios!, es decir, la manera en que éste se comporta en términos salvíficos.
Mariano Ávila comenta que el texto habla de cómo Dios “administra su economía
salvífica en la plenitud [madurez] de los tiempos”[2] y ahora ha querido
compartir esa inmensa realidad con quienes siguen a su Hijo en el mundo.
Cristo comparte la herencia con su nuevo pueblo
(v. 11a), el que ha sido predestinado “según el designio soberano de Dios”, en
quien nadie puede influir en modo alguno. Quienes ponen su esperanza en el Mesías
se transforman, como se dijo líneas arriba, “en himno/ de alabanza a su gloria”
(v. 12b), o en el poema divino, como sugiere Ávila. Los continuadores en la
creencia, quienes han “escuchado el mensaje de la verdad”, la buena noticia de
salvación, reciben también “el Espíritu Santo prometido” (v. 13), tal como
sucedió en el “Pentecostés de los gentiles” de Hechos 10.44-48. El sello que
representa esa venida a sus vidas (13b) es la garantía de la herencia
liberadora, y la certeza de que perseverarán en la fe recibida y convertirse,
como se subraya por tercera vez en el pasaje, “en himno/ de alabanza a su
gloria” por ser un “pueblo adquirido por Dios” (v. 14).
Ávila
resume muy bien la metáfora utilizada:
Arras es un término
comercial al que se refiere un enganche, un depósito, un pago inicial y en ese
sentido es un adelanto que garantiza el pago del resto de la deuda. Por ello es
como una promesa y garantía del pago total. Es un compromiso que representa la
obligación del deudor a pagar la totalidad (véase 2 Co 1.22; 5.5). El Espíritu Santo es el pago inicial que
Dios nos ha dado como garantía de que recibiremos todo lo que Dios nos ha
prometido: “nuestra herencia”.[3]
Este lenguaje de origen económico y comercial
le sirve al apóstol para colocar en la mente y el corazón de sus lectores/as la
importancia del esfuerzo redentor de Dios que, no satisfecho con entregar la
vida de su Hijo Jesucristo, también proporciona los demás recursos para
garantizar la continuidad y perseverancia de quienes han de participar y
experimentar de los beneficios de la salvación. Perseverar en la fe es el
resultado de la conducción del Espíritu en medio de los avatares del mundo,
pues su presencia asegura que la obra salvífica llegará a su plenitud en todos
los niveles, desde el humano hasta el cósmico.
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