29 de junio, 2014
Mas el que persevere hasta el fin, éste será
salvo.
Mateo 24.13, RVR 1960
Estamos, pues, rodeados de una ingente
muchedumbre de testigos. Así que desembaracémonos de todo impedimento,
liberémonos del pecado que nos cerca y participemos con perseverancia en la
carrera que se nos brinda.
Hebreos 12.1, La Palabra (Hispanoamérica)
Dentro
del “orden de salvación” la perseverancia es una realidad presente que apunta
hacia el futuro permanente de Dios puesto que mantenerse en la “primera línea”
de la fe es algo que se espera de todo discípulo/a de Jesús. Cuando él habló de
las calamidades y desastres que preludiarán su segunda venida, incorporó unas
palabras sumamente esperanzadoras: “Pero el que persevere (júpomeinas) hasta el fin, será salvo”, es decir, que quien soporte verdaderamente
los conflictos, las pruebas, las contradicciones, no con un falso estoicismo o
con una actitud martirial autocomplaciente, alcanzará la plenitud de la
salvación. Ciertamente, el horizonte de estas palabras de Jesús tiene un tono
apocalíptico, de advertencia, pero precisamente él consideró necesario alcanzar
un genuino discernimiento de la fe para poder situarse no solamente en el rigor
de la obediencia sino en el de la madurez espiritual, ideológica y cultural que
le permita al creyente sobrellevar todas las mareas y vicisitudes para salir adelante
en su lucha personal para mantenerse fiel al Evangelio del Reino de Dios.
La perseverancia, se subraya en una lectura
entre líneas de este pasaje tan impactante, se da dentro de la historia,
justamente frente a aquellas circunstancias que complican la realidad y la
práctica de la fe, porque la cadena de situaciones negativas posibles es
notable: “En aquellos días a ustedes los maltratarán y matarán. Todo el mundo
los odiará por causa de mí. Serán días en que la fe de muchos correrá peligro,
mientras otros se traicionarán y se odiarán mutuamente. Aparecerán por todas
partes falsos profetas, que engañarán a muchos. La maldad reinante será tanta
que el amor de mucha gente se enfriará” (Mt 24.9-12). Persecución, rechazo,
traición, falsos mensajes, maldad desatada: Jesús no engaña a sus seguidores
con falsas esperanzas de éxito absoluto en todas sus empresas o proyectos, en
la misión cristiana o incluso en la militancia de la fe. El riesgo está latente,
pues la fe puede enfriarse y hasta desaparecer. Las contingencias históricas
son eso mismo, situaciones impredecibles en las que no se puede anticipar
totalmente la actitud que se tomará en los momentos críticos. La fidelidad
estará a prueba invariablemente y la historia es el escenario de la misma.
En pleno discurso sobre
el fin del mundo, se percibe de nuevo una conmovedora exposición de lo que
interesa a los discípulos de Jesús. A pesar de los peligros de fuera y de
dentro es posible salvarse. Para conseguirlo sólo se requiere perseverancia y
paciente firmeza. Pero quien se mantenga firme hasta el final, éste se salvará.
La salvación del individuo es obra de Dios, en él debemos abandonarnos con pura
confianza, porque para Dios todo es posible (cf. 19,26). Ya hubo tiempos en la
historia de la Iglesia que estuvieron colmados de tal obscuridad e incluso los
mejores se sintieron asaltados por la duda. Pero también ellos perseveraron y,
a pesar del desamparo en que se hallaban y el fracaso de lo que intentaron
hacer, se mantuvieron firmes y no vacilaron (www.mercaba.org/FICHAS/BIBLIA/Mt/24_MATEO.htm).
Por todo ello, el autor de la carta a los
Hebreos se vio en la necesidad de recurrir a la historia para demostrar cuánta
perseverancia necesitaron los antepasados en la fe para imponer su fe por
encima de los avatares y las vacilaciones que les sobrevinieron en circunstancias
muy concretas. La “multitud de testigos” atravesó la historia con su fe de por
medio y alcanzaron una alta calificación, con todo y que sus decisiones
parecerían cuestionables en algunos casos. No obstante, al convertirse en
campeones o modelos de la fe probada históricamente, aparecen ahora como
testigos de un gran valor para las generaciones subsecuentes. Estos testigos de
la fe fueron perseverantes, constantes y frecuentemente desafiaron la muerte
con tal de salir adelante en su compromiso con los proyectos divinos. La enumeración
de sus pruebas (Heb 11.33-37) es espeluznante y aleccionadora, puesto que al
llegar a extremos heroicos ponen de manifiesto la hondura y calidad de sus
convicciones. Y a pesar de todo, subraya el texto, “ninguno alcanzó la promesa”
(v. 39b), por lo que, quienes vienen más adelante, ya en el conocimiento de la
promesa, están llamados a una forma de perseverancia acompañada de esa promesa
cumplida.
Esta es la razón por la cual, la perseverancia
de Dios en lo santos, como algunos han creído que debe enunciarse, es más una
realidad en marcha basada en la fidelidad del propio Dios y en la presencia de
su Espíritu, que una doctrina meramente entresacada de los textos bíblicos
referidos a ella para colocarla como colofón obligatorio en la práctica
salvífica humana en el mundo. El llamado a practicarla se basa, según Heb
12.1-3, en el ejemplo mismo de Jesús, quien también históricamente superó todas
las pruebas enfrentadas y consiguió el galardón gracias a la obediencia y la fidelidad
a los planes de Dios. La línea argumental es clara: se trata, primero, de
quitarse de encima aquellos lastres que puedan impedir la buena carrera (v. 1a),
liberarse del pecado restante que nos acecha (1b), y de “participar con
perseverancia”, sin desmayar, en la carrera propuesta (1c), todo ello con la
mirada puesta, no en las expectativas de éxito, como si tratase de un triunfo
personal, sino en el propio Jesús, “origen y plenitud de nuestra fe” (2a). Todo
ello, en medio de la historia que acechará siempre al pueblo de Dios.
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