domingo, 29 de junio de 2014

Letra 374, 29 de junio de 2014

SU PRESENCIA
Karl Barth, Instantes

Dice Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mateo 28.20)

Jesucristo es inseparable de los suyos. Él es el que es, en cuanto que está en medio de ellos: es el centro salvador e iluminador en virtud del cual ellos constituyen el círculo salvado e iluminado por él. No es posible, pues, que el ejercicio de nuestra libertad tenga lugar en un campo en el que nuestra relación con Jesucristo quede reducida a un puro mirar retrospectivo y a una perspectiva sobre su presencia pasada y futura.
En especial, es imposible tomar en consideración que Jesucristo pudiera depender, siquiera provisionalmente, de su sustitución por un cristianismo todo lo digno que se quiera. El ser humano no está, pues, abandonado a sí mismo, sino frente al reconciliador que vuelve —también aquí y ahora— con su libertad superior, y precisamente en esta confrontación es también sostenido, arropado, consolado, nutrido y acompañado en todos sus problemas.
Al venir a nuestro encuentro en medio de nuestro hoy, está con nosotros todos los días, es la esperanza de todos nosotros. Nuestro día de hoy es también, con toda seguridad, un día de Jesucristo vivo. Puede ser, por tanto, que el día en que pecamos sea también un día en el que la tierra esté cubierta de sufrimiento, un día del diablo y de los demonios. Pero lo decisivo es que también es un día de Jesucristo. Él, más cercano que cualquier otro ser humano, es el más próximo (prójimo) a todo hombre, el samaritano misericordioso de todos nosotros. Su hoy es realmente el nuestro; nuestro hoy, el suyo.

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PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS Y SALVACIÓN

1. Evidencia bíblica

El quinto de los famosos “cinco puntos del calvinismo”, también llamado preservación, seguridad eterna y la doctrina de “una vez salvo, siempre salvo”, mejor expresada como la “perseverancia de Dios con los santos”. Afirma que a quien Dios regenera seguramente no permitirá que caiga de nuevo en la perdición sino que permanecerá en el poder de Dios hasta su salvación eventual. Esto no excluye la posibilidad de serios contratiempos que pueden requerir severos castigos por parte de Dios, como sucedió con el monstruoso pecado de David “en el caso de Urías, el heteo” (I R 15.5). Esta perspectiva se apoya en varios pasajes bíblicos como:

·       Juan 6.37, 39, 40, 44, 47, 51, 54, 56, 58
Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. […] Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. […] Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. […] De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. […] Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. […] El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. […] El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. […] Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.
·       Romanos 11.29: Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.
·       Romanos 14.4: ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.
·       I Corintios 1.8-9: …el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.
·       Filipenses 1.6: …estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo…
·       I Pedro 1.3-5; 5.6-10: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. […]
Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.
·       Judas 1.24: Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría…

Dado que estos textos enfatizan la acción de Dios para salvaguardar a sus hijos/as más que la propia acción humana para mantenerse firmes y unidos a Dios, es apropiado hablar de la perseverancia de Dios con los santos, pues expresa lo que sucede mejor que los demás términos. Quizá el más fuerte de los pasajes sea Juan 10.28, adonde resulta claro que la mano del pastor prevendrá que una oveja sea arrebatada y no permitirá que ellas sean retiradas (¡y ninguna perecerá!). Un pastor que explicara la pérdida de algunas ovejas por la excusa: "Se fueron por su propia voluntad", ¡sería declarado seriamente como delincuente!

2. La tradición reformada: J. Calvino, Institución de la Religión Cristiana

El único remedio es que Dios regenere nuestros corazones y nuestro espíritu
Es menester considerar, por el contrario, cuál es el remedio que nos aporta la gracia de Dios, por la cual nuestra natural perversión queda corregida y subsanada. Pues, como el Señor, al darnos su ayuda, nos concede lo que nos falta, cuando entendamos qué es lo que obra en nosotros, veremos en seguida por contraposición cuál es nuestra pobreza.
Cuando el apóstol dice a los filipenses que él confía en que quien comenzó la buena obra en ellos, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil 1.6), no hay duda de que por principio de buena obra entiende el origen mismo y el principio de la conversión, lo cual tiene lugar cuando Dios convierte la voluntad. Así que Dios comienza su obra en nosotros inspirando en nuestro corazón el amor y el deseo de la justicia; o, para hablar con mayor propiedad, inclinando, formando y enderezando nuestro corazón hacia la justicia; pero perfecciona y acaba su obra confirmándonos, para que perseveremos. Así pues, para que nadie se imagine que Dios comienza el bien en nosotros cuando nuestra voluntad, que por sí sola es débil, recibe ayuda de Dios, el Espíritu Santo en otro lugar expone de qué vale nuestra voluntad por sí sola. "Os daré" dice Dios, "corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré en vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis estatutos” (Ez.36.26-27).
¿Quién dirá ahora que simplemente la debilidad de nuestra voluntad es fortalecida para que pueda aspirar eficazmente a escoger el bien, puesto que vemos que es totalmente reformada y renovada? Si la piedra fuera tan suave que simplemente con tocarla se le pudiera dar la forma que nos agradare, no negaré que el corazón del hombre posea cierta aptitud para obedecer a Dios, con tal de que su gracia supla la imperfección que tiene. Pero si con esta semejanza el Señor ha querido demostrarnos que era imposible extraer de nuestro corazón una sola gota de bien, si no es del todo transformado, entonces no dividamos entre Él y nosotros la gloria y alabanza que Él se apropia y atribuye como exclusivamente suya. (II, iii, 6)

El llamamiento eficaz implica la perseverancia final
Mas puede que alguno diga que debemos estar solícitos y acongojados por lo que en el futuro nos pueda acontecer. Porque así como san Pablo dice que Dios llama a aquellos que ha escogido (Ro 8.30), también el Señor prueba que “muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22.14); y el mismo san Pablo en otro lugar nos exhorta a estar seguros: “El que piensa estar firme, mire que no caiga” (I Co 10.12). Y: “Tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme” (Ro 11.20). Finalmente, la experiencia misma muestra suficientemente que el llamamiento y la fe sirven de muy poco, si juntamente no hay perseverancia, la cual se nos da a todos.
Pero Cristo nos ha librado de esta solicitud. Porque sin duda estas promesas se refieren al futuro: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene no le echo fuera”. Y: “Esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ye al Hijo y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero” (Jn. 6.37, 40). Igualmente: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy la vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Jn 10.27-29). Y cuando dice que toda planta que su Padre no plantó será arrancada (Mt 15.13), prueba por el contrario, que es imposible que los que han echado vivas raíces en Dios puedan ser arrancados de Él.

Está de acuerdo con ello lo que dice san Juan: “Si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros” (I Jn 2.19). Y ésta es la razón por la que san Pablo se atreve a gloriarse frente a la muerte y la vida, frente a lo presente y lo por venir (Ro 8.38); gloria que debe estar fundada sobre el don de la perseverancia. Y no hay duda que se refiere a todos los elegidos al decir: “El que comenzó en vosotros la obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1.6). Y David, cuando titubeaba en la fe, se apoyaba en este fundamento: “[Señor], no desampares la obra de tus manos” (Sal. 138.8). Y el mismo Jesucristo, cuando ora por los elegidos no hay duda de que en su oración pide lo mismo que pidió por san Pedro; a saber, que su fe no falte (Lc 22.32). De lo cual concluimos que están fuera de todo peligro de apartarse por completo de Dios, puesto que al Hijo de Dios no le fue negada su petición de que sus fieles perseverasen constantes. ¿Que nos quiso enseñar Cristo con esto, sino que confiemos en que seremos salvos para siempre, puesto que Él nos ha recibido por suyos? (III, xxiv, 6)

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