SU PRESENCIA
Karl Barth, Instantes
Dice Jesús: “Yo estoy con vosotros
todos los días” (Mateo 28.20)
Jesucristo es inseparable de los
suyos. Él es el que es, en cuanto que está en medio de ellos: es el centro
salvador e iluminador en virtud del cual ellos constituyen el círculo salvado e
iluminado por él. No es posible, pues, que el ejercicio de nuestra libertad
tenga lugar en un campo en el que nuestra relación con Jesucristo quede
reducida a un puro mirar retrospectivo y a una perspectiva sobre su presencia pasada
y futura.
En especial, es imposible
tomar en consideración que Jesucristo pudiera depender, siquiera
provisionalmente, de su sustitución por un cristianismo todo lo digno que se
quiera. El ser humano no está, pues, abandonado a sí mismo, sino frente al
reconciliador que vuelve —también aquí y ahora— con su libertad superior, y
precisamente en esta confrontación es también sostenido, arropado, consolado,
nutrido y acompañado en todos sus problemas.
Al venir a nuestro encuentro
en medio de nuestro hoy, está con nosotros todos los días, es la esperanza de
todos nosotros. Nuestro día de hoy es también, con toda seguridad, un día de
Jesucristo vivo. Puede ser, por tanto, que el día en que pecamos sea también un
día en el que la tierra esté cubierta de sufrimiento, un día del diablo y de
los demonios. Pero lo decisivo es que también es un día de Jesucristo. Él, más
cercano que cualquier otro ser humano, es el más próximo (prójimo) a todo
hombre, el samaritano misericordioso de todos nosotros. Su hoy es realmente el nuestro;
nuestro hoy, el suyo.
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PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS Y SALVACIÓN
1. Evidencia bíblica
El quinto de los famosos “cinco
puntos del calvinismo”, también llamado preservación, seguridad eterna y la
doctrina de “una vez salvo, siempre salvo”, mejor expresada como la
“perseverancia de Dios con los santos”. Afirma que a quien Dios regenera
seguramente no permitirá que caiga de nuevo en la perdición sino que
permanecerá en el poder de Dios hasta su salvación eventual. Esto no excluye la
posibilidad de serios contratiempos que pueden requerir severos castigos por
parte de Dios, como sucedió con el monstruoso pecado de David “en el caso de
Urías, el heteo” (I R 15.5). Esta perspectiva se apoya en varios pasajes
bíblicos como:
· Juan 6.37,
39, 40, 44, 47, 51, 54, 56, 58
Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le
echo fuera. […] Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo
lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y
esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y
cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. […]
Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le
resucitaré en el día postrero. […] De cierto, de cierto os digo: El que cree en
mí, tiene vida eterna. […] Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si
alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi
carne, la cual yo daré por la vida del mundo. […] El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. […] El que
come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. […] Este es el pan
que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron;
el que come de este pan, vivirá eternamente.
· Romanos 11.29:
Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.
· Romanos 14.4: ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su
propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor
para hacerle estar firme.
· I Corintios 1.8-9: …el
cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el
día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a
la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.
· Filipenses 1.6: …estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la
buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo…
· I Pedro 1.3-5; 5.6-10:
Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande
misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de
Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e
inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el
poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada
para ser manifestada en el tiempo postrero. […]
Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte
cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene
cuidado de vosotros. Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo,
como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid
firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en
vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a
su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo,
él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.
· Judas 1.24: Y
a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha
delante de su gloria con gran alegría…
Dado que estos textos enfatizan la
acción de Dios para salvaguardar a sus hijos/as más que la propia acción humana
para mantenerse firmes y unidos a Dios, es apropiado hablar de la perseverancia
de Dios con los santos, pues expresa lo que sucede mejor que los demás
términos. Quizá el más fuerte de los pasajes sea Juan 10.28, adonde resulta
claro que la mano del pastor prevendrá que una oveja sea arrebatada y no
permitirá que ellas sean retiradas (¡y ninguna perecerá!). Un pastor que
explicara la pérdida de algunas ovejas por la excusa: "Se fueron por su
propia voluntad", ¡sería declarado seriamente como delincuente!
2. La tradición reformada: J. Calvino, Institución
de la Religión Cristiana
El único remedio es que Dios regenere nuestros corazones y nuestro espíritu
Es menester considerar, por el
contrario, cuál es el remedio que nos aporta la gracia de Dios, por la cual
nuestra natural perversión queda corregida y subsanada. Pues, como el Señor, al
darnos su ayuda, nos concede lo que nos falta, cuando entendamos qué es lo que
obra en nosotros, veremos en seguida por contraposición cuál es nuestra
pobreza.
Cuando el apóstol dice a los
filipenses que él confía en que quien comenzó la buena obra en ellos, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil 1.6), no hay duda de que por
principio de buena obra entiende el origen mismo y el principio de la
conversión, lo cual tiene lugar cuando Dios convierte la voluntad. Así que Dios
comienza su obra en nosotros inspirando en nuestro corazón el amor y el deseo
de la justicia; o, para hablar con mayor propiedad, inclinando, formando y
enderezando nuestro corazón hacia la justicia; pero perfecciona y acaba su obra
confirmándonos, para que perseveremos. Así pues, para que nadie se imagine que
Dios comienza el bien en nosotros cuando nuestra voluntad, que por sí sola es
débil, recibe ayuda de Dios, el Espíritu Santo en otro lugar expone de qué vale
nuestra voluntad por sí sola. "Os daré" dice Dios, "corazón
nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne
el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré en vosotros mi
espíritu, y haré que andéis en mis estatutos” (Ez.36.26-27).
¿Quién dirá ahora que simplemente la
debilidad de nuestra voluntad es fortalecida para que pueda aspirar eficazmente
a escoger el bien, puesto que vemos que es totalmente reformada y renovada? Si
la piedra fuera tan suave que simplemente con tocarla se le pudiera dar la
forma que nos agradare, no negaré que el corazón del hombre posea cierta aptitud
para obedecer a Dios, con tal de que su gracia supla la imperfección que tiene.
Pero si con esta semejanza el Señor ha querido demostrarnos que era imposible
extraer de nuestro corazón una sola gota de bien, si no es del todo
transformado, entonces no dividamos entre Él y nosotros la gloria y alabanza
que Él se apropia y atribuye como exclusivamente suya. (II, iii, 6)
El llamamiento eficaz implica
la perseverancia final
Mas puede que alguno diga que debemos
estar solícitos y acongojados por lo que en el futuro nos pueda acontecer.
Porque así como san Pablo dice que Dios llama a aquellos que ha escogido (Ro 8.30),
también el Señor prueba que “muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22.14);
y el mismo san Pablo en otro lugar nos exhorta a estar seguros: “El que piensa
estar firme, mire que no caiga” (I Co 10.12). Y: “Tú por la fe estás en pie. No
te ensoberbezcas, sino teme” (Ro 11.20). Finalmente, la experiencia misma
muestra suficientemente que el llamamiento y la fe sirven de muy poco, si
juntamente no hay perseverancia, la cual se nos da a todos.
Pero Cristo nos ha librado de esta
solicitud. Porque sin duda estas promesas se refieren al futuro: “Todo lo que
el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene no le echo fuera”. Y: “Esta es
la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ye al Hijo y cree en él,
tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero” (Jn. 6.37, 40).
Igualmente: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les
doy la vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la
mano de mi Padre” (Jn 10.27-29). Y cuando dice que toda planta que su Padre no
plantó será arrancada (Mt 15.13), prueba por el contrario, que es imposible que
los que han echado vivas raíces en Dios puedan ser arrancados de Él.
Está de acuerdo con ello lo que dice
san Juan: “Si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros” (I Jn
2.19). Y ésta es la razón por la que san Pablo se atreve a gloriarse frente a
la muerte y la vida, frente a lo presente y lo por venir (Ro 8.38); gloria que
debe estar fundada sobre el don de la perseverancia. Y no hay duda que se
refiere a todos los elegidos al decir: “El que comenzó en vosotros la obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1.6). Y David, cuando titubeaba
en la fe, se apoyaba en este fundamento: “[Señor], no desampares la obra de tus
manos” (Sal. 138.8). Y el mismo Jesucristo, cuando ora por los elegidos no hay
duda de que en su oración pide lo mismo que pidió por san Pedro; a saber, que
su fe no falte (Lc 22.32). De lo cual concluimos que están fuera de todo
peligro de apartarse por completo de Dios, puesto que al Hijo de Dios no le fue
negada su petición de que sus fieles perseverasen constantes. ¿Que nos quiso
enseñar Cristo con esto, sino que confiemos en que seremos salvos para siempre,
puesto que Él nos ha recibido por suyos? (III, xxiv, 6)
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