¡Ha sonado
la hora de poner a prueba la firmeza de los consagrados a Dios, de los que
cumplen los mandamientos de Dios y son fieles a Jesús!
Apocalipsis 14.12, La Palabra (Hispanoamérica)
La
mirada apocalíptica sobre la presencia y actuación del pueblo de Dios en el
mundo está dominada por un énfasis utópico y, al mismo tiempo, realista y
exigente. La capacidad del visionario de Patmos para advertir el escenario
final del juicio de Dios en la historia coloca a los testigos de Jesucristo en
el centro de la consumación de los planes de salvación de los fieles y condena
de los adversarios. El solemne y sobrecogedor anuncio de Ap 14.12 resuena como
un grito profundo que anuncia y afirma, simultáneamente, la fuerza espiritual
con que la iglesia de todos los tiempos debe hacer presente su compromiso con
la obra redentora en el mundo. Ese testimonio atraviesa todas las esferas: la
política, lo social y lo cultural, en igualdad de condiciones, y abarca todas
las épocas, de ahí que el eco de esas palabras llega hasta nosotros en todo
tiempo como un fuerte llamado a asumir la responsabilidad de presentar un testimonio
continuo de la fe en el Evangelio y de la obediencia a los mandatos del Señor,
tal como se revelaron en la vida y obra de su Hijo en el mundo.
Ap 14 es una demostración de cómo, a la luz de la eternidad inmutable
de Dios, la actuación histórica de su pueblo, al desarrollarse en medio de las
contradicciones temporales, es iluminada por esa visión escatológica, no catastrofista,
como se percibe en demasiadas ocasiones, sino más bien esperanzadora, a causa
de que la iglesia porta un mensaje de paz, amor y justicia, y no de condenación
o de alarma extrema ante determinados acontecimientos. Estos últimos, leídos
desde el prisma de la revelación definitiva de Dios, no solamente adquieren su
justa dimensión para situarse ante ellos con convicciones firmes y una actitud
de testimonio comprometido; además, se relativizan en el marco de las
dimensiones de los proyectos divinos que rebasan toda expectativa humana, aun
cuando el presente siga exigiendo tremendamente exigente para el pueblo de
Dios, en parte o en su conjunto.
El inquietante trasfondo del Apocalipsis sigue presente en nuestro
tiempo, puesto que los poderes terrenales, tal como lo fue Roma en su momento,
un imperio perseguidor y anti-cristiano que es presentado con toda crudeza en
el libro, constituyen una referencia insoslayable al momento de plantear las características
del testimonio cristiano en la historia. Luego de la visión de la guerra
cósmica (cap. 12) y de la aparición de las bestias (cap. 13), el cap. 14
incluye el centro temático de todo el libro: estamos delante del centro mismo
de la historia de la salvación: “En este centro del centro aparece el Pueblo de
Dios en la tierra, junto al Cordero [14.1]; es el pueblo que rechaza adorar al
Imperio Romano y que sigue a Jesús adondequiera que vaya”.[1] La
visión presenta al pueblo de Dios reunido con el Cordero en el monte Sión
después de presentar la trinidad perversa (cap. 13) y antes del juicio de los
que adoran a la Bestia (14.6-20). Esta comunidad terrenal tiene su paralelo con
la comunidad en el cielo de los vencedores de Satán (12.10-11) y de los
vencedores de la Bestia (15.2-4).
Quienes siguen a Jesús por dondequiera que va son su cortejo: el
seguimiento fiel que llevan a cabo (14.4) los convierte en una comunidad
alternativa a la idolatría imperante y los pone, literalmente, en el ojo del huracán.
Han resistido “con la esperanza de que Jesús se manifestará pronto para juzgar
a los adoradores de la Bestia”.[2] Son
los rescatados (“comprados”) de entre la humanidad como primicias para Dios y
el Cordero. El cántico nuevo entonado por estos militantes (14.3) nadie más lo
puede entonar pues es fruto de “palabras sinceras” y se basa en una “conducta
intachable” (14.5), es decir, en un testimonio irreprochable, impecable y fuera
de toda duda. Tres ángeles anuncian la venida del juicio: uno exhorta a temer a
Dios en toda la creación (v. 7b), el segundo proclama la caída de Babilonia (la
Roma imperial, 8) y el último, el que alza la voz estentóreamente, plantea el
gran dilema de todas las edades, la confrontación espiritual más profunda: si
se adora a la bestia y a su imagen, eso predispondrá a quien lo haga “a beber
el vino de la ira de Dios” (9) y a recibir la recompensa por tan desafortunada
decisión (10-11): “…cuando se adora la imagen de la Bestia, que es la
representación material de las fuerzas sobrenaturales del mal del Imperio,
entonces los adoradores de la imagen pierden su subjetividad, su identidad, su
espiritualidad. Su identidad (su marca)
es la identidad de la Bestia”.[3]
Tal es el trasfondo que precede al espectacular anuncio, dicho en
forma positiva, que está por hacerse, el cual refleja el enorme impacto que
debe producir el testimonio cristiano en el mundo concreto, histórico y tantas
veces contradictorio. Se trata de una exhortación, un anuncio y una afirmación:
ha llegado el tiempo, el momento climático, el kairós, para “poner a prueba” la firmeza (hupomoné), la capacidad de resistencia, de quienes siguen a Dios,
obedecen sus mandamientos “y son fieles a Jesús” (12). Es un gran paquete ideológico,
religioso, espiritual y cultural. Se espera de los redimidos una gran
creatividad y un sólido criterio para actuar en medio de las coyunturas: “es
cristiano quien sabe oponerse a las Bestias, recorriendo un camino alternativo
de vida sin violencia, cumpliendo las
obras de Dios […], siguiendo así a Jesús”.[4] La
resistencia incluye fe y obras, fortaleza en la prueba, firmeza de los “insumisos
creadores” que forman a la comunidad: “…no son guerreros de lucha militar sino
testigos (mártires) que regalan su vida por fidelidad al Evangelio de Dios (1.9;
12.17; 19.10)”.
He ahí el desafío para estos tiempos, pues es el mismo que
debieron enfrentaron aquellos creyentes. Ante las complicaciones terrenales es
preciso ofrecer respuestas y acciones meditadas, bien situadas, en tiempo y
forma, en las coordenadas actuales y alimentadas por todos los recursos
disponibles. Si la variable es política (que casi siempre lo es), es obligado
aprender a “leer los signos de los tiempos” mediante un claro discernimiento bíblico,
teológico y doctrinal que desemboque en sanas determinaciones que hagan
justicia a una juiciosa aplicación del Evangelio de Jesucristo, pues no cualquier
llamado epidérmico y sensacionalista a la acción es fruto de dicho
discernimiento. Un ejemplo de este esfuerzo es la sección final de la Institución de la Religión Cristiana acerca
de la “potestad civil”, es decir, del gobierno, las leyes y el pueblo (IRC, IV,
20),[5] un
auténtico texto de cabecera para los cristianos de hoy. El resultado debería
ser una verdadera “espiritualidad política reformada” que tenga clara la manera
de situarnos ante esas realidades para que la iglesia no deje la impresión de
ser solamente un grupo de alborotadores ingenuos o fanáticos.
Si la exigencia es
cultural, de la misma manera, se requiere un análisis completo, bien informado acerca
de los entretelones de cada problema y circunstancia. Es necesario acudir a las
bases, a los documentos esenciales de cada tradición cristiana para tener recursos
cada vez más específicos. Es evidente que lo elemental de la acción cristiana
es la oración y el recogimiento espiritual, resultado de la preocupación por
determinados sucesos. Pero ello debe ser seguido por una serie de acciones
responsables que fortalezcan el testimonio de la iglesia en todo lugar, tal
como lo subraya el Nuevo Testamento en diversos momentos. Porque, en efecto, “ha
sonado la hora…”.
[1] Pablo Richard, Apocalipsis: reconstrucción de la esperanza. San José, Departamento
Ecuménico de Investigaciones, 1994, p.
144.
[2] Ibíd.,
p.
145.
[3] Ibíd,
p.
151. Énfasis agregado.
[4] Xabier Pikaza Ibarrondo, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999
(Guías de lectura del Nuevo Testamento, 17), p. 174. Énfasis original.
[5] Recientemente, la profesora española
Marta García-Alonso ha traducido y comentado esta sección completa en el volumen
Textos políticos. Madrid, Tecnos,
2016, pp. 3-75. La traducción de Cipriano de Valera (1597) puede leerse en: www.iglesiareformada.com/Calvino_Institucion_4_20.html.
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