sábado, 30 de julio de 2016

Letra 479, 31 de julio de 2016

LA VOZ CONTRADICTORIA: LA ORACIÓN (II)
Rubem Alves


¿
Por qué se ora? Cada creyente ora, si y sólo si, él cree que, de alguna forma misteriosa, sus deseos son capaces de mover a una voluntad suprema, que permanecería impasible si la voz de la oración no fuese articulada. Él ora porque cree que su oración tiene el poder para poner en acción una eficacia extra que no existiría si permaneciese en silencio.
La oración, por lo tanto, revela algo sorprendente: un creyente que no cree en la Providencia como causalidad de hierro, y un Dios diferente que acoge los deseos humanos y altera el curso de las cosas. En un universo rigurosamente determinista, en que las acciones son impotentes frente a lo real, la oración es una imposibilidad. ¿Se puede orar realmente cuando se confía totalmente en la Providencia divina? ¿No será el silencio tranquilo, comprensivo y confiado, la única actitud adecuada para la creencia de que todo sucede en virtud de los designios misteriosos y bondadosos de Dios?
Estamos delante de una contradicción. Dice la Providencia: “Todo lo que ocurre es efecto de una causalidad trascendente inflexible”. La Providencia y la oración no pueden armonizarse lógicamente. ¿Cómo explicar tal contradicción? Es necesario echar mano de recursos ajenos a la racionalidad protestante. […]
Ahora, en el universo protestante, ¿qué es lo que define al “principio de la realidad”? Es la doctrina de la Providencia. La oración, por el contrario, es una mansa y murmurante protesta contra este orden cerrado, contra una providencia obcecada por la “gloria de Dios”, de tal forma que no hay lugar para la felicidad humana. Veo a la oración como un lapsus freudiano: un lenguaje reprimido y prohibido que, a pesar de la prohibición, se hace expresar incluso dentro del mismo lenguaje que lo prohíbe. La oración nos informa que el rebelde aún no muere. La conciencia aún no se inclinó, totalmente, hacia la Providencia. El alma todavía es capaz de expresar sus deseos, en oposición a la fatalidad.

__________________________________

BIBLIA Y SECULARIZACIÓN
Luis González-Carvajal

________________________________

DIOS, EL QUE ES
Honorio Cadarso
Ecupres, 25 de julio de 2016

Cadarso“No tomarás el nombre de Dios en vano”, proclama el segundo mandamiento. A tono con ese mandamiento, la religión judía da a Dios el nombre de “El que es”, prohíbe su representación en imágenes. Algo parecido hace el islamismo, la otra religión del libro.
    La cultura medieval abandona esos hábitos respetuosos y prodiga el nombre de Dios por activa y por pasiva. Pero a raíz de la Ilustración francesa y el desarrollo autónomo de la ciencia y la tecnología, Dios va desapareciendo cada vez más del panorama cultural de Occidente. Del silencio con que se rodea su palabra, Dios, se pasa a la negación o la desaparición de Dios en las actividades culturales y en la vida entera de la persona y de la sociedad, y a un debate durísimo sobre su existencia, o al menos sobre su presencia en el mundo y en nuestras vidas.
El debate de la cultura europea es asumido por la teología, la pastoral y catequesis cristiana. Uno de los exponentes de ese debate y apertura a las nuevas corrientes de la cultura occidental es Dietrich Bonhoeffer, el pastor luterano alemán que, empujado por su compromiso religioso que le lleva a implantar en este mundo, sin esperar al más allá, el Reino de Dios, conspira con otros compatriotas para derrocar al Führer Hitler, y termina ahorcado por el dictador.
En el exterior de la cultura europea, occidental y musulmana, la filosofía china se construye desde sus orígenes, milenios atrás, hasta nuestros días en que ha pasado por el marxismo, sobre la más absoluta indiferencia ante el problema de Dios y el misterio del más allá de la muerte.
Sorprende un tanto llegar a descubrir en la mística cristiana tal como la expresa uno de sus más excelsos representantes, San Juan de la Cruz, en la Noche oscura de la Subida al Monte Carmelo, la búsqueda de Dios en la más oscura oscuridad de una Noche oscura, tal como lo expresa el santo en estos versos: “En una noche oscura/ Con ansias, en amores inflamada/ Oh dichosa ventura!/ Salí sin ser notada/ estando ya mi casa sosegada”. Repite estos mismos conceptos en el comienzo del Cántico espiritual.
El santo carmelita se explana en describir la oscuridad que envuelve al creyente ante Dios, con acentos que de alguna manera le acercan a los no creyentes, por cuanto el Supremo Ser al que busca desaparece de sus ojos y le deja hundido en la más absoluta indigencia, angustia, silencio y oscuridad.
“Digo que el alma, por haberse de guiar bien por la fe a este estado, no solo se ha de quedar a oscuras según aquella parte que tiene respecto a las criaturas y a lo temporal, que es la sensitiva e inferior, sino que también se ha de cegar y oscurecer según la parte que tiene respecto a Dios y a lo espiritual, que es lo racional y superior. […]
Y así el hombre, si estriba en algún saber suyo o gustar o sentir de Dios, comoquiera que ello, aunque más sea, sea muy poco y disímil de lo que es Dios para ir por este camino, fácilmente yerra o se detiene, por no se querer quedar bien ciega en fe, que es su verdadera guía. Noche activa del espíritu, Libro II. capítulo IV.
Más cerca de nosotros, Dietrich Bonhoeffer proclama que esa condición de orfandad y ausencia de Dios que siente el santo de Ávila le es común e inseparable en la vida de todo creyente:
Al igual que en el campo científico, también en la vida diaria de los hombres retroceder a Dios cada vez más lejos y más fuera de la existencia, también aquí Dios está perdiendo terreno…
Nosotros no podemos ser honrados sin reconocer que hemos de vivir en este mundo etsi Deus non daretur (como si Dios no existiese). Y esto es precisamente lo que reconocemos ante Dios. Es el mismo Dios el que nos obliga a este reconocimiento. Nuestro ser, que se ha hecho adulto, nos lleva a reconocer realmente nuestra situación ante Dios. Él nos hace saber que hemos de vivir como seres que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona! El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo de Dios es el mismo Dios ante el cual nos hallamos permanentemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo expulsen del mundo, Dios es impotente y débil en el mundo y precisamente así y solo así está con nosotros y nos ayuda.
Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas las demás religiones.
Del libro Resistencia y sumisión.




No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...