LA VOZ CONTRADICTORIA: LA ORACIÓN
(II)
Rubem Alves
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Por qué se
ora? Cada creyente ora, si y sólo si, él cree que, de alguna forma misteriosa, sus deseos son capaces de mover a una voluntad suprema, que
permanecería impasible si la voz de la oración no fuese articulada. Él ora
porque cree que su oración tiene el poder para poner en acción una eficacia
extra que no existiría si permaneciese en silencio.
La oración, por lo tanto,
revela algo sorprendente: un creyente que no cree en la Providencia como
causalidad de hierro, y un Dios diferente que acoge los deseos humanos y altera
el curso de las cosas. En un universo rigurosamente determinista, en que las
acciones son impotentes frente a lo real, la oración es una imposibilidad. ¿Se
puede orar realmente cuando se confía totalmente en la Providencia divina? ¿No
será el silencio tranquilo, comprensivo y confiado, la única actitud adecuada
para la creencia de que todo sucede en virtud de los designios misteriosos y
bondadosos de Dios?
Estamos delante de una
contradicción. Dice la Providencia: “Todo lo que ocurre es efecto de una
causalidad trascendente inflexible”. La Providencia y la oración no pueden
armonizarse lógicamente. ¿Cómo explicar tal contradicción? Es necesario echar
mano de recursos ajenos a la racionalidad protestante. […]
Ahora, en el universo protestante, ¿qué es lo
que define al “principio de la realidad”? Es la doctrina de la Providencia. La
oración, por el contrario, es una mansa y murmurante protesta contra este orden
cerrado, contra una providencia obcecada por la “gloria de Dios”, de tal forma
que no hay lugar para la felicidad humana. Veo a la oración como un lapsus
freudiano: un lenguaje reprimido y prohibido que, a pesar de la prohibición, se
hace expresar incluso dentro del mismo lenguaje que lo prohíbe. La oración nos
informa que el rebelde aún no muere. La conciencia aún no se inclinó,
totalmente, hacia la Providencia. El alma todavía es capaz de expresar sus
deseos, en oposición a la fatalidad.
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BIBLIA Y SECULARIZACIÓN
Luis González-Carvajal
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DIOS, EL QUE ES
Honorio Cadarso
Ecupres, 25 de julio de 2016
“No tomarás el
nombre de Dios en vano”, proclama el segundo mandamiento. A tono con ese
mandamiento, la religión judía da a Dios el nombre de “El que es”, prohíbe su
representación en imágenes. Algo parecido hace el islamismo, la otra religión
del libro.
La cultura medieval
abandona esos hábitos respetuosos y prodiga el nombre de Dios por activa y por
pasiva. Pero a raíz de la Ilustración francesa y el desarrollo autónomo de la
ciencia y la tecnología, Dios va desapareciendo cada vez más del panorama
cultural de Occidente. Del silencio con que se rodea su palabra, Dios, se pasa
a la negación o la desaparición de Dios en las actividades culturales y en la vida
entera de la persona y de la sociedad, y a un debate
durísimo sobre su existencia, o al menos sobre su presencia en el mundo y en
nuestras vidas.
El debate de la
cultura europea es asumido por la teología, la pastoral y catequesis cristiana.
Uno de los exponentes de ese debate y apertura a las nuevas corrientes de la
cultura occidental es Dietrich Bonhoeffer, el pastor luterano alemán que,
empujado por su compromiso religioso que le lleva a implantar en este mundo,
sin esperar al más allá, el Reino de Dios, conspira con otros compatriotas para
derrocar al Führer Hitler, y termina ahorcado por el dictador.
En el exterior de
la cultura europea, occidental y musulmana, la filosofía china se construye
desde sus orígenes, milenios atrás, hasta nuestros días en que ha pasado por el
marxismo, sobre la más absoluta indiferencia ante el problema de Dios y el
misterio del más allá de la muerte.
Sorprende un tanto
llegar a descubrir en la mística cristiana tal como la expresa uno de sus
más excelsos representantes, San Juan de la Cruz, en la Noche oscura de la
Subida al Monte Carmelo, la búsqueda de Dios en la más oscura oscuridad de una
Noche oscura, tal como lo expresa el santo en estos versos: “En una noche
oscura/ Con ansias, en amores inflamada/ Oh dichosa ventura!/ Salí sin ser
notada/ estando ya mi casa sosegada”. Repite estos mismos conceptos en el
comienzo del Cántico espiritual.
El santo carmelita
se explana en describir la oscuridad que envuelve al creyente ante Dios, con
acentos que de alguna manera le acercan a los no creyentes, por cuanto el Supremo
Ser al que busca desaparece de sus ojos y le deja hundido en la más absoluta
indigencia, angustia, silencio y oscuridad.
“Digo que el alma, por haberse de guiar bien
por la fe a este estado, no solo se ha de quedar a oscuras según aquella parte
que tiene respecto a las criaturas y a lo temporal, que es la sensitiva e
inferior, sino que también se ha de cegar y oscurecer según la parte que tiene
respecto a Dios y a lo espiritual, que es lo racional y superior. […]
Y así el hombre, si estriba en algún saber
suyo o gustar o sentir de Dios, comoquiera que ello, aunque más sea, sea muy
poco y disímil de lo que es Dios para ir por este camino, fácilmente yerra o se
detiene, por no se querer quedar bien ciega en fe, que es su verdadera guía. Noche activa del espíritu, Libro II.
capítulo IV.
Más cerca de
nosotros, Dietrich Bonhoeffer proclama que esa condición de orfandad y ausencia
de Dios que siente el santo de Ávila le es común e inseparable en la vida de
todo creyente:
Al igual que en el campo científico, también
en la vida diaria de los hombres retroceder a Dios cada vez más lejos y más
fuera de la existencia, también aquí Dios está perdiendo terreno…
Nosotros no podemos ser honrados sin reconocer
que hemos de vivir en este mundo etsi
Deus non daretur (como si Dios no existiese). Y esto es precisamente lo que
reconocemos ante Dios. Es el mismo Dios el que nos obliga a este
reconocimiento. Nuestro ser, que se ha hecho adulto, nos lleva a reconocer
realmente nuestra situación ante Dios. Él nos hace saber que hemos de vivir
como seres que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios
que nos abandona! El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de
trabajo de Dios es el mismo Dios ante el cual nos hallamos permanentemente.
Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo
expulsen del mundo, Dios es impotente y débil en el mundo y precisamente así y
solo así está con nosotros y nos ayuda.
Esta es la diferencia decisiva con respecto a
todas las demás religiones.
Del libro Resistencia y sumisión.
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