sábado, 23 de julio de 2016

Un testimonio cristiano consistente para un mundo en crisis, L. Cervantes-O.

24 de julio, 2016

Tú, en cambio, me has seguido asiduamente en mis enseñanzas, conducta, planes, fe, paciencia, caridad, constancia, […] Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste.
II Timoteo 3.10, 14, Biblia de Jerusalén

1. La preocupación eclesial
La preocupación por el estado general del mundo ha sido una constante en el ámbito cristiano durante la historia de la iglesia. Todos los días se hacen alusiones directas a los conflictos, excesos y urgencias que se detectan por todas partes: se habla de depravación, de señales del fin del mundo, de condenas por la impactante presencia del pecado, individual y colectivo. Y así, la mirada cristiana sobre el “mundo caído” oscila entre la decepción total y la ansiedad por que las cosas cambien. Lo mismo aconteció durante el primer siglo de la llamada era cristiana: los representantes de la nueva fe observaban a su alrededor y advertían que el juicio de Dios vendría sobre quienes practicaban la iniquidad de manera desaforada. Muestra de ello es la segunda carta Timoteo, escrita en el espectro de los seguidores de Pablo, quienes sin caer en la desesperación constataron que, en efecto, el mundo se encontraba, ya desde entonces, en un estado de decadencia preocupante.
El horizonte de fe colocaba, en primer término, la certeza de que las cosas serían así, a las puertas de la manifestación de “los últimos tiempos”: “Debes saber también que en los últimos días, antes de que llegue el fin del mundo, la gente enfrentará muchas dificultades” (3.1). No se trataba, evidentemente, de acostumbrarse a esa situación sino. más bien, de estar advertidos acerca del grado de exigencia que se demandaría a los seguidores de Jesús de Nazaret en un mundo sumido en una crisis permanente. El perfil ético de los integrantes de la iglesia no permitía que ellos se “acostumbrasen” a ese ambiente, pues la esperanza que habitaba en sus corazones les hacía anhelar un mundo radicalmente nuevo, justo, lleno de paz y armónico. En otras palabras, su horizonte escatológico estaba dominado por la exigencia ética, no por una serie de mandamientos moralistas que, en ocasiones, resultan inaplicables, como vemos en la actualidad. “Levantar el grito al cielo” no era su actitud dominante sino una conciencia ética sólida que les permitiría resistir, en medio de ese mundo complejo, para advertir las “señales del fin” y actuar en consecuencia, que a fin de cuentas es lo más importante.

2. El estado de las cosas
La descripción de ese mundo vano y decadente no se limita al momento de mostrar sus aspectos generales. Un primer apunte abarca algunas actitudes de las personas:

a) “gente egoísta, interesada solamente en ganar más y más dinero” (3.2a): la avaricia y el lucro sin miramientos;
b) “gente orgullosa, que se creerá más importante que los demás”. (3.2b): la soberbia y la altivez de algunos grupos sociales;
c) “No respetarán a Dios ni obedecerán a sus padres, sino que serán malagradecidos y ofenderán a todos” (3.2c): ausencia de espiritualidad y de valores filiales.

En un segundo abordaje se describen otras actitudes individuales y sociales negativas:

d) Serán crueles y violentos” (3.3a): la presencia indudable de la violencia;
e) “no podrán dominar sus malos deseos, se llenarán de odio” (3.3b): una actitud negativa de fondo hacia los demás;
f) “dirán mentiras acerca de los demás, y odiarán todo lo que es bueno” (3.3b): la ausencia de la verdad y el rechazo de la justicia.

El panorama dominante es el de un orgullo desmedido y una desobediencia radical a la voluntad de Dios (3.4). Y los que digan que aman a Dios, serán incongruentes e inconsistentes, pues sus palabras y sus acciones corren por caminos separados y hasta contradictorios (3.5). Ante todo ese ámbito tan sobrecargado de negatividad, la instrucción es muy clara: “No te hagas amigo de esa clase de gente” (3.5b): es decir, no se deberían compartir ni sus valores ni sus expectativas, pues las prácticas derivadas de ellos, enumeradas en los versículos siguientes son una demostración de su invalidez ética y moral (3.6). El afán pernicioso por las novedades, por las modas pasajeras, también es aludido en este recuento de anti-valores (3.7), para dejar bien claro cómo la frivolidad es una mala consejera para la existencia. El riesgo más importante es señalado a continuación: el predominio de estas actitudes pone en riesgo “que se dé a conocer el verdadero mensaje de Dios” (8a). La corrupción de la “mente” (nous) impide a las personas confiar en Dios (8b). Esta situación, insiste el texto, no se podrá mantener durante mucho tiempo, pues todos habrán de darse cuenta de la insensatez de esta conducta (9).


3. La alternativa cristiana
La alternativa a todo esto es una orientación sana y clara a mantener clara la postura cristiana aprendida, a sostener firme y consistentemente la “manera de vivir y de pensar” (10). El ejemplo apostólico (10-11) debía ser la base para resistir y actuar congruentemente ante semejante crisis moral, pues el rechazo y la persecución sufrida por Pablo y sus acompañantes fue testimonio de la solidez del compromiso para promover el Evangelio en medio de las peores condiciones en diversos lugares. La advertencia también es firme, pero no debía prestarse al martirologio, puesto que más bien representa la claridad y la certeza con que se debe asumir el testimonio y la praxis del mensaje de Cristo en el mundo: “Bien sabemos que todo el que desee vivir obedeciendo a Jesucristo será maltratado” (12).
Dado que la crisis irá en aumento y la espiral de injusticia enredará a los implicados en ella (13), la iglesia debe mantenerse fiel a su mensaje original y al apego a la verdad de Dios (14), pero eso mismo implica que, a medida que avanzan los tiempos, las comunidades deberán realizar su tarea con pasión indeclinable, creatividad fecunda y fervor profético ante un mundo omiso y adverso a su trabajo y misión.

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