2 de octubre, 2016
Porque, sea
que yo vaya o no a verlos, quiero estar seguro de que todos ustedes viven muy
unidos y que se ponen de acuerdo en todo, y que luchan unidos por anunciar la
buena noticia.
Filipenses 1.27a, Traducción
en Lenguaje Actual
Dejarse reformar por el Espíritu Santo, el principal
reformador
La iglesia, como
toda institución humana, está llena de claroscuros, es decir, de momentos e
instantes luminosos y, al mismo tiempo, de actitudes, decisiones y acciones
sombrías. Y ello puede suceder simultáneamente, en periodos de tiempo
relativamente cortos. Al experimentar situaciones positivas, la iglesia puede
incurrir en el sentimiento de que la fuerza o el poder con que actúa en el
mundo le pertenecen a ella, lo que es motivo de un orgullo espiritual
pésimamente entendido, signo de lo cual es la arrogancia con que tantos líderes
actuales pontifican, decretan y declaran supuestas verdades y afirmaciones que
no coinciden, necesariamente, con el mensaje evangélico aun cuando estén
expresados en un lenguaje pomposo y autoritario. Pues si algo debe quedar a
salvo en los balances de la actuación de las iglesias es precisamente su fidelidad
al mensaje evangélico, algo que continuamente está en entredicho. Las iglesias
no son infalibles, pues están sujetas al juicio histórico y eterno de Dios,
prueba de lo cual son los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, en los que se
aprecia el trabajo permanente del Espíritu Santo para colocar en su justa
dimensión todo lo que piensan y hacen las comunidades cristianas. Mucho antes
de propiciar situaciones históricas de cambio y de levantar personas y
movimientos para ese propósito, el Espíritu promueve en el pueblo de Dios
diversas posibilidades de transformación, a veces imperceptibles para ella
mismas.
El apóstol Pablo,
en su carta a los Filipenses, da testimonio de una excepcional manera de
proclamación del Evangelio: nada menos que desde la prisión (igual que siglos más
tarde lo haría alguien como Dietrich Bonhoeffer) esboza un apasionado alegato que
pone en tela de juicio la forma en que algunos predican el Evangelio de
Jesucristo. Mientras que, por un lado, se presenta a sí mismo como un adalid
del mensaje cristiano cuya situación presente está sirviendo para seguirlo
anunciando (1.12-14), por el otro observa y analiza cómo realizan la misma
labor otros colegas y compañeros suyos que están libres: algunos de ellos lo
hacen de corazón, pues aman a Cristo (1.15), pero otros lo hacen únicamente por
competir o por envidia (1.16). Si eso se dijo cuando la iglesia estaba apenas
en germen, ¿qué no podrá apreciarse hoy ante tamaña multiplicidad y desregulación
de las iglesias? El apóstol califica a quienes no actúan adecuadamente (1.17) y
encuentra que, paradójicamente, lo hagan como lo hagan, el anuncio de Cristo es
lo más importante (v. 18). Al ser liberado, él retomaría su labor (18-19) y se
previene de no actuar indecorosamente, pues esa es la razón de ser de su
ministerio (20).
Y es ahí donde su
famosa argumentación sobre la vida y la muerte sale a la luz, pues él no sabe
qué es mejor: si seguir en el mundo o vivir para servir al Señor (21-23). No
obstante, se impone la situación presente que vivía y advierte la necesidad de
seguir en su trinchera apostólica para así dar cumplimiento a la voluntad de
Dios, exactamente igual que los reformadores de toda la historia: “Pero yo sé
que ustedes me necesitan vivo. Por eso estoy seguro de que me quedaré, para
poder ayudarlos a tener más confianza en Dios y a vivir felices” (24-25). O en
otras palabras: el mejor apóstol es el apóstol vivo inserto en las complejas coyunturas
y vaivenes sociales, tal como los profetas antiguos lo estuvieron.
Mantener la fidelidad en la proclamación del Evangelio:
legado de la Reforma
Cuántas veces en
estos años recientes se ha estado repitiendo, una y otra vez el gran lema
reformado sobre la vida, naturaleza y misión de la iglesia en el mundo, así
como acerca de la actitud con que ella debe asumir el papel asignado por el
propio Dios para la expansión de su Reino: “La Iglesia reformada siempre
reformándose” (Ecclesia reformata et Semper
reformanda est), aunque muy bien ha hecho el doctor Juan Stam al recordar
que el espíritu de la frase se refuerza cuando se agrega el enunciado “según la
Palabra de Dios” (secundum Verbum Dei).[1]
Ya no importa tanto indagar en el origen de la frase, pues lo relevante es la
manera en que ella rescató el sentido profundo de las transformaciones que la
palabra divina quiere hacer en la iglesia continuamente: “Esta consigna expresa
una realidad: los Reformadores no pretendían tener toda la verdad ni ser dueños
de un sistema final de conceptos absolutos”. Surgida en los Países Bajos
en 1674, la consigna es una muestra de la sana comprensión que la Reforma
alcanzó en muchos de sus espacios geográficos.[2]
La sumisión de la iglesia reformada a la enseñanza de la Palabra de Dios
es una aplicación profunda de los grandes principios de la Reforma: el libre
examen y la libre interpretación. En el caso del primero, reconociendo
claramente el trabajo del Espíritu divino para acompañar a cada creyente en su
acercamiento a los textos bíblicos. En el segundo caso, contribuyendo a que la
labor bíblica, exegética y teológica de la iglesia alcanzase grandes niveles de
análisis al redactar credos, confesiones y catecismos que, estrictamente
hablando, sustituirían al tradicional magisterio antiguo de la iglesia y harían justicia a los dones suscitados por el Espíritu, quien vendría a "enseñarles todas las cosas" (Jn 14.26; 16.13) a la iglesia, en clara alusión al surgimiento del ministerio teológico.
El apóstol insiste en varios aspectos que, vistos a la
luz de la exigencia evangélica, siguen vigentes hasta nuestros días: a) vivir dignamente (27a); b) estar unidos (27b); y c) luchar unidos fielmente, por anunciar
el Evangelio (27c). En cada uno de ellos es posible encontrar lineamientos para
el caminar de las iglesias reformadas en el mundo, pues al resumir cada
postulado se encuentra claridad teológica para conformar la presencia eclesial
con firmeza y sentido profético. La vida digna apela al buen testimonio y la certeza
del testimonio cristiano en todas sus opciones y posibilidades; la unidad de la
iglesia es una condición obligatoria para que dicho testimonio cause el impacto
necesario; y el esfuerzo unido por proclamar el mensaje manifiesta la honda
preocupación cristiana por hacer visible la capacidad transformadora del
Evangelio de Jesucristo. De esa manera, subraya el apóstol, será posible mostrar
al mundo una intachable fidelidad al mensaje evangélico como realidad impactante
en medio de todas las circunstancias.
[1] J. Stam, “La Reforma y la iglesia
protestante de hoy”, en Lupa Protestante,
26 de octubre de 2015, www.lupaprotestante.com/blog/la-reforma-y-la-iglesia-protestante-de-hoy-2/
[2] L.J. Koffeman, 2015, “Ecclesia
reformata semper reformanda. Church renewal from a Reformed perspective”, en
HTS Teologiese Studies/Theological Studies, vol. 71, núm. 3, 2015, 5 pp.; Cf. Myk Habets y Bobby Grow, “Introduction.
Theologia reformata et semper reformanda:
toward an evangelical calvinism”, en
M. Habets y B. Gorw, eds., Evangelical
calvinism. Essays resourcing the continuing Rfeormation of the Church. Eugene,
Oregon, Wipf and Stock, 2012, p. 6.
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