MÉTODO SENCILLO DE ORACIÓN PARA UN BUEN
AMIGO (1535)
Martín Lutero
De esta oración
constante habla Dios de hecho (Lc 11): “Hay que orar sin interrupción para
protegernos contra el pecado y la injusticia”, algo inasequible si no se teme a
Dios y si no se tienen delante sus mandamientos, como dice el Salmo 1: “Dichoso
el que día y noche medita la ley del Señor”.
Hay que andar con
cuidado, no obstante, para no desacostumbrarnos a la verdadera oración y para
no juzgar nosotros mismos como definitivamente buenas nuestras propias
acciones, cuando en realidad no lo son. Llegaríamos por este camino al
abandono, el emperezamiento, la frialdad y el disgusto hacia la oración; y no
olvidemos que el demonio no se empereza ni se abandona cuando de nosotros se
trata, ni que, por otra parte, nuestra carne anda muy viva y dispuesta al
pecado y es tan desafecta al espíritu de oración.
Una vez que tu
corazón se haya enfervorizado con estas palabras dichas verbalmente y se haya concentrado,
arrodíllate o ponte en pie, con las manos juntas y la mirada hacia el cielo, y
di o medita de la forma más breve posible: «Padre celestial, Dios mío querido;
soy un indigno, pobre pecador, que no merezco elevar mis ojos o mis manos hacia
ti ni dirigirte mi oración. Pero tú nos has ordenado a todos que oremos, has
prometido escucharnos y nos han enseñado, además, las palabras y la forma de
hacerlo por tu amado hijo, nuestro señor Jesucristo. Ateniéndome a este
precepto, aquí me tienes para obedecerte, acogido a tu graciosa promesa.
En el nombre de mi
señor Jesucristo te elevo mi oración en unión de todos los santos cristianos de
la tierra, como él me lo ha enseñado: «Padre nuestro, que estás en los cielos,
etc.”, y así hasta el final, palabra por palabra.
1. A continuación
repite una parte (o lo que mejor te parezca), como, por ejemplo, la primera
petición: “Santificado sea tu nombre”, y añade: “Sí, señor, padre amado,
santifica tu nombre en nosotros y en el mundo entero. Destruye y aniquila las
abominaciones, la idolatría y la herejía del turco, del papa y de todos los
falsos maestros y espíritus sectarios; porque llevan tu nombre en falso, abusan
de él tan descaradamente y le blasfeman sin ninguna vergüenza; porque andan
diciendo por ahí, y vanagloriándose de ello, que esto y esto es tu palabra y
precepto de la iglesia, cuando en realidad se trata de un engaño y de mentira
del demonio. Seducen miserablemente así y bajo el señuelo de tu santo nombre a
tantas pobres almas en todo el mundo; matan, derraman sangre inocente, decretan
persecuciones con la excusa de hacerte un servicio.
Señor, Dios
querido, vuélvete y resiste. Convierte a los que todavía han de convertirse
para que ellos con nosotros, y nosotros con ellos, santifiquemos y
glorifiquemos tu nombre con la verdadera y pura doctrina, al mismo tiempo que
con una vida buena y santa. Pero resiste a los que no quieren convertirse para
que cesen de profanar tu santo nombre, que no lo sigan avergonzando y
deshonrando y que dejen de seducir a las pobres gentes. Amén.
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¿QUÉ TIPO DE LITURGIA QUEREMOS DESARROLLAR?
Tesis principal
La Biblia nos
muestra que el carácter y las obras de Dios nos llevan a tener un culto solemne,
celebrativo, didáctico y comunitario.
Introducción
La verdadera
adoración es la más alta y noble actividad que el ser humano, por la gracia de
Dios, puede llevar a cabo. Sin embargo, la forma en la que adoramos refleja el conocimiento
que tenemos de Dios. El principio que dice: lex orandi, lex credendi
(“lo que se ora es lo que se cree”) nos muestra que adoración y teología
caminan juntas, y que gran parte de nuestra teología (correcta o incorrecta),
es influenciada por nuestra liturgia (forma de adoración) y viceversa.
Por otro lado, la
gran fuerza motora para el traslado de miembros de una iglesia a otra ya no es
más el aspecto doctrinario, geográfico o la enseñanza bíblica, sino el estilo de
adoración y culto. No debemos asumir que podemos elegir nuestro lugar de
adoración pública de la misma manera que elegimos nuestro lugar de compras,
solamente basado en nuestros derechos en lugar de nuestras responsabilidades.
Principios esenciales en la adoración pública
Toda adoración a
Dios debe tener una conciencia viva de la hermosura, de la majestad y de la
santidad del trino Dios. La forma en que adoramos debe cultivar nuestro conocimiento
y nuestra imaginación acerca de quién es Dios y de lo que Dios ha hecho. La
adoración nos infunde una conciencia profunda de la gloria, de la belleza y de
la santidad de Dios (Sal. 27:4; 63:2).
La adoración debe
tener la participación plena, consciente y activa de todos los fieles, en el
contexto de una comunidad plenamente multigeneracional. La liturgia no debe ser
llevada a cabo tan sólo por los pastores, músicos y otros líderes; sino que
debe ser participativa e integradora de todos los fieles, por medio de la obra
del Espíritu en la adoración. En una adoración viva, todos los fieles
participan en las acciones, en las palabras y en el significado del acto de
adoración. De esta manera, las promesas del pacto de Dios perduran “de una
generación a la otra”. Un acto de adoración que surge de una comunidad
intencionalmente multigeneracional, en que se acoge a gente de toda edad como
participantes plenos, y cuya participación resulta en un enriquecimiento mutuo,
refleja el hecho de que la adoración derriba las barreras de edad (Neh.
8:2,6,7,8,12; Sal. 148:12-13).
Nuestra adoración,
también, debe tener un profundo diálogo con las Sagradas Escrituras. La Biblia
es la fuente de nuestro conocimiento de Dios y de la redención del mundo en
Cristo. La Palabra de Dios como el medio de gracia más importante, ocupa un
lugar central por medio de la predicación fiel de la Biblia. Este es el momento
más importante, pues es el momento en que Dios habla a Su pueblo, lo exhorta, lo
desafía, lo anima, lo trasforma. Y de esta manera entabla un diálogo con los
que adoran mediante la práctica intencional de la lectura e interpretación de
la misma. No obstante, es necesario destacar que debe presentar y retratar el
ser, el carácter y las acciones de Dios en maneras que sean consistentes con las
enseñanzas bíblicas. Debe seguir los mandamientos bíblicos en cuanto a las
prácticas de la adoración y debe hacer caso a advertencias bíblicas sobre el
culto falso e impropio (Col. 3:16).
Es importante
también destacar la presencia imprescindible de los otros medios de gracia en
el culto cristiano. La celebración de los sacramentos debe ser gozosa y
solemne, firmemente enfocada en la obra redentora de Jesucristo en toda la
creación y profundamente consciente de cómo obra el Espíritu de Dios para
nutrir y fortalecer la fe por medio de estos actos de celebración.
Por último, por la
oración podemos aproximarnos delante del trono de la gracia y pedir, suplicar,
rogar algo a Dios y abrir nuestro corazón a Jesús, manifestándole nuestras
carencias, angustias, temores, frustraciones, y proyectos, junto con aquellos
que confiesan la misma fe que nosotros.
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EL FRENTE NACIONAL POR LA FAMILIA Y EL
MOMENTO TRUMP (I)
Rodrigo Negrete
La Jornada
Aguascalientes,28 de
septiembre de 2016
El sábado 10, así
como el pasado 24 de septiembre, tomaron la calle quienes no acostumbran
hacerlo por las otras razones o motivos que aquejan a este país sino,
esencialmente, para negarle un derecho a una minoría de la población. Una
lectura fodonga o comodina verá en esto la confrontación entre extremos o entre
posiciones más o menos extravagantes; entre conservadores persignados y
coloridos radicales anti-conservadores cuando, en el fondo, es un asunto que a
todos atañe pues lo que pone en juego son definiciones básicas sobre los
principios que nos gobiernan: un Estado laico u otra cosa definida desde
pronunciamientos que trascienden la polis, la condición de ciudadanía y
la república misma.
En el trasfondo
subyace si lo que define nuestra convivencia son decisiones humanas o supra
humanas. Estamos pues ante una confrontación que nos toca a todos, estemos o no
involucrados en el performance que sucede en la plaza pública.
Ya ha pasado en otras ocasiones. El
pronunciamiento sobre la igualdad ante la ley de la minoría negra en Estados
Unidos terminó definiendo su Estado Moderno. Quienes quedaron involucrados en
su guerra civil (1861-1865) no fueron nada más esclavistas y pintorescos
militantes antiesclavistas: fue la población toda. El drama de las minorías
obliga tarde o temprano a pronunciamientos mayores entre quienes comparten una
nación.
Se dice que el Frente Nacional por la Familia
(FNF de aquí en adelante) movilizó más de un millón de personas. Es posible que
así fuera y también, hay que mencionarlo, haciendo uso del derecho legítimo a
manifestarse, ejerciéndolo de manera ordenada y no vandálica. Pero más
allá de las formas, al manifestarse no sólo contra la iniciativa de ley sobre
matrimonio igualitario promovido desde la presidencia de la república a
mediados de este año sino, asimismo, contra una resolución de la suprema corte
de justicia de la que parte esta iniciativa (resolución en la que se establece
que la Constitución de la República no define al matrimonio exclusivamente en
términos de pareja heterosexual y que, tampoco, su fin único y exclusivo sea la
procreación) se convierte de facto en un movimiento que se declara en rebeldía,
no sólo frente a una ley específica y el gobierno que la sustenta, sino frente
al Estado mismo. Son nuestros rebels
confederados. No es precipitado pensar de pasada que haya una tercera rebelión
en curso orquestada por la jerarquía católica mexicana contra el pontificado de
Francisco, quien notoriamente se ha apagado desde que visitó México. Por ello,
no está de más preguntarse si los movilizados están plenamente conscientes de
la magnitud de su rebelión.
Es posible también que desde la perspectiva de
la Iglesia mexicana y otras iglesias cristianas que en esto la acompañan lo que
se presenta como una defensa sea, en realidad, una ofensiva cuyo objetivo
estratégico es la educación pública, de la que nunca han aceptado su carácter
laico. La consigna movilizadora del FNF “no te metas con mis hijos” es tan
efectiva como demagógica en la medida en que en ninguna parte de la iniciativa
de ley hay tal cosa que sugiera o siquiera insinúe que los alumnos en las
escuelas públicas serán inmersos en la subcultura gay, pero tal gancho no deja
de confesar la meta que se tiene por delante. Dios salve a las iglesias de
salirse con la suya en esta, porque habría que ver que se pongan de acuerdo en
qué tanta instrucción católica o evangélica habrá de impartirse o, una vez
abierta la caja de pandora, cuántas denominaciones tendrán derecho al pupitre
del profesor ¿también, los testigos de Jehová y, por qué no, el Islam? ¿Cómo
decidirán las iglesias cuál será la religión natural, ya que insisten que no se
puede ir contra natura?
Pero el problema no son sólo las confusiones y
contrasentidos de un movimiento básicamente visceral. Si la educación puede
hacer a un niño o niña gay ¿cómo se explica en primer lugar que aparecieran los
gays en este mundo cuando se concede que la educación nunca ha abordado hasta
ahora el asunto de las preferencias sexuales?
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