23 de septiembre, 2018
Pero ahora
la ley ya no puede controlarnos. Es como si estuviéramos muertos. Somos libres,
y podemos servir a Dios de manera distinta.
Romanos 7.6a, Traducción
en Lenguaje Actual
Uno de los temas en los
que más se concentró y por los que más se apasionó el apóstol Pablo fue el de
la libertad obtenida por medio de Jesucristo. Puede tomarse nota de los
diversos registros con que lo abordó, especialmente en sus cartas a los
Romanos, a los Corintios y a los Gálatas. Los énfasis son, en efecto,
diferentes en cada carta, pero el tono es claro y directo: en la primera, va a
las raíces mismas de la necesidad de la libertad, especialmente en su relación
con la ley antigua; en las segundas, especifica los resultados inmediatos de la
libertad conseguida por Jesucristo (I Co 7.22; II Co 3.17-18; 6.2); y en la
tercera, advierte acerca de los riesgos de menospreciarla ante los avances extraordinarios
de la fe en Él en contraste con la religión judía (Gál 2.4; 5.1, 13). Por ello,
no es casualidad que grandes pensadores contemporáneos (Jacob Taubes, Alain
Badiou, Elsa Tamez, Enrique Dussel) se ocupen de Pablo desde perspectivas que valoran su
vigencia dentro y fuera del ámbito de la fe.
Franz
Hinkelammert ha observado minuciosamente el proyecto paulino: “Pablo desarrolla
su concepto de lo que es el pecado sobre todo en los capítulos siete y ocho de
la carta a los Romanos. La ley de la cual habla sigue siendo por supuesto el
núcleo de la ley como lo ve Pablo, es decir, los mandamientos seis al diez”.[1]
Para Pablo, la muerte de Cristo ha hecho posible tomar distancia de la ley para
ejercer la plena libertad de aquellas cosas que ésta limita y castiga: “…esta
ley frente al mundo de las cosas está en el centro del mensaje de Jesús con la
problemática de la deuda, que sigue vigente. Eso permite ver en conjunto la
crítica de la ley de Pablo y de Jesús. Entonces se puede ver que ambas críticas de la ley coinciden
completamente”.[2]
La persona humana está atenazada por las exigencias de su voluntad y por las
prohibiciones de la ley. La libertad se vuelve un desafío exterior e interior
para cada ser humano.
De
la misma manera en que trabajó el asunto de la injusticia al principio de la
carta, acerca de la libertad parte de un ejemplo muy concreto que le sirve de
modelo práctico: cuando una mujer enviuda, queda completamente libre de la
voluntad de su esposo (Ro 7.1-2). La muerte de Cristo es eminentemente
liberadora en este proceso de distanciación de la ley. En el v. 4 dice,
literalmente, que gracias a ella es como si los redimidos por Cristo “cambiasen
de dueño”. La ley ya no tiene control sobre la persona. Ese cambio de “dueño”
es lo que posibilita dedicarse de otra manera a vivir, a dar un fruto distinto
(4b). la función de la ley era notoriamente paradójica: “sólo servía para que
deseáramos hacer más lo malo” (5a), lo que producía mayor alejamiento de Dios
(5b), del Dios de la libertad plena. “Eso es para Pablo el problema de la
libertad frente a la ley. Con eso comienza anunciando esta liberación (Ro.7.6)”,[3]
mediante tres énfasis bien definidos:
a) “Pero ahora la ley ya no
puede controlarnos”;
b) “Es como si estuviéramos
muertos. Somos libres, y podemos servir a Dios de manera distinta”; y
c) “Ya no lo hacemos como
antes, cuando obedecíamos la antigua ley, sino que ahora obedecemos al Espíritu
Santo”.
La
libertad y la liberación integral obtenida gracias a la mediación de Jesucristo
ha puesto en su verdadera dimensión el papel de la ley, sin negar su lugar
primordial, pero sin dejar de mostrar sus limitaciones intrínsecas. Ahora, al
liberarse del yugo de la ley, gracias a Cristo, la persona puede optar por el
bien con absoluta capacidad de decisión, sin las amenazas de la ley, tal como
enseñó y vivió el Señor Jesús y como lo expuso san Pablo: “Con eso vuelve a
algo que ya había dicho en el primer capítulo: la verdad es aprisionada por la
injusticia. Se trata ahora de que aquél que quiere vivir en la verdad, es
aprisionado en la injusticia. Esta injusticia es vista ahora en el hecho de que
la justicia es derivada del cumplimiento de la ley (de la ley escrita, por
tanto, de la letra de la ley), e identificada con este cumplimiento”.[4]
Que
lo bueno, el mandamiento, se transforme en causa de la muerte, ése es el gran problema
“de la justicia a través del cumplimiento de la ley”. La libertad debe brillar
por sí misma para desprenderse de los elementos negativos de la ley que, en sí
misma, sigue siendo un recurso para limitar el pecado (7.9-14), aun cuando por
el mismo pecado es tergiversada y conducida hacia propósitos perversos. La
lucha contra el pecado no termina, por el contrario, la libertad y liberación
integral en Cristo se vuelven los
instrumentos para que ahora todos los “miembros” (méle, “partes”, “componentes”) de la persona renovada se ocupen de
servir a la justicia (6.13). La libertad es un fruto insustituible de la obra
de Jesucristo en la vida de las personas, pero debe ser trabajada y establecida
claramente en la existencia humana, a fin de que no sirva como instrumento en
cuyo nombre se perpetren nuevos crímenes, tal como puntualiza Hinkelammert: “La
ley no permite matar, pero permite dejar morir y llevar a las personas a
situaciones en las cuales están, aunque lentamente, condenadas a morir. Son
víctimas de la libertad, porque la ley instrumentalizada por la codicia es
considerada ley de la libertad. Y la libertad tiene que ofrecer sacrificios
humanos para poder asegurar el bien de todos”.[5]
Por
eso el apóstol continúa su reflexión en el capítulo y se pregunta por el sujeto
de esta injusticia a través del cumplimiento de la ley (vv. 15-17) y su
conclusión es digna de destacarse por separado, pues la forma en que el ser
humano pecador busca la libertad, incluso aunque no pueda nombrarla: “Sinceramente,
deseo obedecer la ley de Dios, pero no puedo dejar de pecar porque mi cuerpo es
débil para obedecerla. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, que me
hace pecar y me separa de Dios? ¡Le doy gracias a Dios, porque sé que
Jesucristo me ha librado!” (vv. 22-25). La respuesta aparecerá, íntegra
y cabal, en el cap. 8, desde su inicio mismo: “…ninguna condenación hay para los
que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu”
(RVR1960). El triunfo de la libertad por medio de Jesucristo es una de las
grandes aportaciones de las cartas paulinas para la consolidación de la fe
cristiana.
[1] Franz Hinkelammert, La maldición que pesa sobre la ley. Las raíces del pensamiento crítico
en Pablo de Tarso. 2ª ed. ampliada. San José, Arlekín, 2013, p. 92, Colección
Virtual Franz Hinkelammert, http://coleccion.uca.edu.sv/franz-hinkelammert/items/show/2200.
[2] Ídem.
Énfasis agregado.
[3] Ibíd.,
pp. 92-93.
[4] Ibíd.,
p. 93.
[5] Ibíd.,
p. 105.
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