LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (XII)
Ana María Tepedino
Gracias a ella creemos
El profesor
R. Brown fue el primero que llamó la atención sobre el papel que las mujeres
desempeñan en el cuarto evangelio. Las mujeres aparecen como las heroínas de la
comunidad, que se percatan de que Jesús es el Cristo y se lo transmiten a los
demás. Aparecen en calidad de discípulas, de enviadas, como ya vimos en el caso
de María Magdalena y ahora en el de la samaritana.
El relato del
diálogo con la samaritana se desarrolla de acuerdo con la técnica juanina,
mediante el recurso a la incomprensión, para poder efectuar nuevas
reorganizaciones, con el fin de profundizar en el tema, es decir, la percepción
del revelador. El capítulo alcanza su clímax en la confesión de los samaritanos
de que Jesús es el “salvador del mundo”. Es probable que el dramático diálogo
se base en la tradición misionera que otorgaba un papel principal a la mujer
samaritana en la conversión de estos gentiles. Los exegetas concuerdan en que
la comunidad juanina sufrió una fuerte influencia de los samaritanos
convertidos, que pueden haber sido los catalizadores del desarrollo de la
elevada cristología del evangelio.
La mujer que
ungió a Jesús lo reconoce simbólicamente como el Mesías esperado. Ahora, la
samaritana recibe la revelación de que él mismo es quien había de venir (cf. Jn
4.26).
¿Por qué se
revela Jesús como Cristo a una mujer, más aún, a una samaritana? El evangelista
nos refiere la sorpresa y la admiración de los discípulos al verlo hablando con
una mujer (cf. Jn 4.17). La sorpresa fue grande, pero el respeto era aún mayor
y no tuvieron el valor de preguntarle: ¿Qué deseas? o ¿de qué hablas con ella?
Tales preguntas ponen de manifiesto el prejuicio y la falta de costumbre de
hablar en público con una mujer, lo que hace aún más fuerte el relato del
cuarto evangelio.
Desde el punto
de vista cultual, los judíos consideraban impuros y enemigos despreciados a los
samaritanos porque “eran descendientes de dos grupos:
a) el
resto de los israelitas nativos que no habían sido deportados a la caída del
reino del norte en el 722 a.C.;
b)
extranjeros traídos de Babilonia y de Media por los conquistadores asirios de
Samaría (cf. 2 Re 17.24s).
Existía una
oposición teológica entre estos nórdicos y los judíos del sur a causa de la
negativa de los samaritanos de ir a adorar a Jerusalén. Esta situación se vio
agravada por el hecho de que, después del exilio babilónico, los samaritanos
pusieron obstáculos en el camino de la restauración judaica de Jerusalén y, en
el siglo II a.C., los samaritanos ayudaron a los monarcas sirios en sus guerras
contra los judíos. En el 128 a.C., el sumo sacerdote judío quemó el templo
samaritano del Garizim”.
No obstante, el
cuarto evangelio presenta a la samaritana con una fe mayor que la de los judíos
del capítulo 2 y que la de Nicodemo, en el capítulo 3. En la sucesión de
reacciones ante Jesús que encontramos en los diálogos de los capítulos 2, 3 y
4, parece darse un cambio, partiendo de la increencia, pasando por la creencia
insuficiente, hasta llegar a una creencia más suficiente. Los “judíos” de la
escena del templo son abiertamente escépticos a las señales de Jesús (cf. Jn 2.18-20);
Nicodemo es un fariseo, uno de los que creen a causa de las señales de Jesús,
pero carecen de un concepto adecuado de él (cf. Jn 2.23s); la samaritana, al
demostrar una fe suficiente, es llevada a creer que Jesús es el Cristo (Mesías)
(cf. Jn 4.25-26.29) y a transmitirlo a los demás.
Los samaritanos
creen a causa de la palabra de la mujer (cf. Jn 4.39, 42: diá ton lógon pisteuein). Esta expresión es significativa porque
aparece en la «oración sacerdotal» de Jesús a los discípulos. “No te pido sólo
por éstos, te pido también por los que van a creer en mí mediante su mensaje” (diá ton lógon pisteuein: Jn 17.20). De
este modo, el evangelista muestra tanto a la mujer samaritana como a los
discípulos en la última cena o a María Magdalena dando testimonio de Jesús
mediante la predicación, llevando así al pueblo a creer en él en virtud de la
palabra de ellos. Podría objetarse que, en el capítulo 4, los samaritanos
llegan, en último término, a la fe por la palabra de Jesús, con independencia
de la palabra de la mujer (cf. Jn 4.42). Sin embargo, dice el profesor Brown,
esto no se debe en absoluto a algún tipo de inferioridad por ser mujer, sino de
la inferioridad en cualquier testimonio humano frente al encuentro con el mismo
Jesús. En el capítulo 17, encontramos una actitud semejante, cuando Jesús ora
para que quienes crean por la palabra de sus discípulos puedan al fin estar con
él para poder ver su gloria.
El diálogo entre
Jesús y sus discípulos (cf. Jn 4.17-24), que precede al final del relato de la
samaritana, deja bien claro, según Brown, que la samaritana tenía una función
misionera real. En Jn 4.38 tenemos uno de los más importantes usos del verbo apostellein en Juan. Jesús había acabado
de hablar de los campos que estaban maduros para la cosecha —referencia a los
samaritanos que salían de la ciudad para encontrarse con él por lo que la mujer
les había transmitido (cf. Jn 4.35, que sigue a 4.30)—. “Se trata de un
lenguaje misionero —dice Brown—, como vemos en el paralelo Mt 9.37-38: ‘La mies
es abundante y los braceros pocos; por eso, rogad al dueño que mande braceros a
su mies’. Curiosamente, la cosecha de los samaritanos confirma las palabras:
‘uno siembra y otro siega’” (Jn 4.38).
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Dietrich Bonhoeffer
Donde la obediencia sencilla es
eliminada fundamentalmente, se introduce un principio no evangélico de la
Escritura. Entonces el presupuesto para comprender la Escritura consiste en
disponer de una llave que sirva para esta comprensión. Pero esta llave no es ya
el mismo Cristo vivo, que juzga y da la gracia, ni su uso depende sólo del
Espíritu santo vivificador, sino que la llave de la Escritura resulta ser una
doctrina general de la gracia, de la que nosotros mismos podemos disponer.
El problema del
seguimiento también aparece aquí como un problema hermenéutico. Toda
hermenéutica evangélica debe saber claramente que no podemos identificarnos
inmediatamente, sin más ni más, con los que han sido llamados por Jesús; más
bien, los que han sido llamados en la Escritura toman parte en la palabra de
Dios y, con ello, en la predicación del Evangelio. En la predicación no oímos solamente
la respuesta de Jesús a la pregunta de un discípulo, pregunta que podría ser la
nuestra, sino que pregunta y respuesta, ambas juntas, son objeto de la
predicación en cuanto palabra de la Escritura. Por tanto, hermenéuticamente
interpretaríamos mal la obediencia sencilla si quisiéramos actuar y seguir de
forma directamente simultánea con el que ha sido llamado.
Pero el Cristo
que nos es anunciado en la Escritura es, a través de toda su palabra, un Cristo
que no da la fe más que al que le obedece. No tenemos el derecho ni la
posibilidad de volver en busca de los acontecimientos reales tras la palabra de
la Escritura, sino que, sometiéndonos a la palabra de la Escritura en su
totalidad, es como somos llamados al seguimiento, precisamente porque no queremos
violentar la Escritura en virtud de la ley, apoyándonos sobre el principio,
aunque este principio sea el de una doctrina de la gracia. […]
En sí, el
abandono de sus bienes, por ejemplo, no constituye de ningún modo la obediencia
exigida; muy bien podría suceder que semejante paso no significase la
obediencia a Jesús, sino la fijación completamente libre de un estilo de vida
personal, de un ideal cristiano, de un ideal de pobreza franciscana. Muy bien
podría suceder que, al abandonar sus bienes, el hombre se aceptase a sí mismo y
a un ideal, pero no al mandamiento de Jesús, quedando aún más prisionero de sí
mismo en lugar de verse liberado. Porque este paso hacia la situación no es un
ofrecimiento del hombre a Jesús, sino siempre la oferta graciosa de Jesús al
hombre. El paso sólo es legítimo cuando se da de esta forma, y entonces ya no
es una posibilidad libre del hombre.
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UN PREFACIO A LA BIBLIA HEBREA (III)
George Steiner
Al igual que
ninguna gran
biblioteca posee todas las
ediciones de la Biblia, ninguna puede jactarse de disponer de una lista
completa de libros sobre la Biblia ni de libros sobre libros sobre la Biblia desde
los comienzos del Talmud hasta la actualidad. Es inevitable que el estudioso
tenga hoy que consultar no sólo bibliografías sino también bibliografías de
bibliografías (la Biblia resuena en esta misma palabra). […]
En la actualidad
se multiplican las investigaciones económicas y sociológicas del trasfondo
bíblico, especialmente en referencia a su manera de presentar (o de borrar) a
las mujeres; al igual que los libros y monografías que ofrecen una aproximación
psicoanalítica a personajes y episodios de la Biblia. La etnografía y la
antropología bíblicas son ya ámbitos complejos por derecho propio.
Las líneas de
incidencia, además, no son solamente humanísticas. Hay enjundiosos libros y
revistas que se ocupan de la flora y la fauna en la Biblia y en torno a ella,
junto con las perennes y espectaculares funciones de la agricultura y la
meteorología en el relato y la imaginería bíblicos (considérense la zoología en
Job o la desconcertante perícopa de la higuera en el ministerio de Jesús). […]
Desde el siglo
XIX, pero a un ritmo en creciente aceleración, la arqueología bíblica ha venido
a ejercer su influencia en casi todas las facetas del entendimiento, la
interpretación y la traducción. El Antiguo Testamento es tan remoto como las
estrellas; es asimismo tan prosaico, tan local como un informe cartográfico.
Llévenlo en la mano y les guiará, codo a codo, podríamos decir, al campo de
Guilboa, al pozo de Siloe, al altozano, bajo un sol inalterable, de Ascalón.
Metan una pala en la tierra agostada, ya sea en la aparente desolación del
Néguev o en las concurridas colinas de Galilea, y el pasado bíblico surgirá
ingente ante ustedes.
La arqueología
de Jericó nos transporta seis mil años o más en el pasado; las “ciudades de la
llanura” con las que Dios desahogó su desagrado han recibido ahora “una morada
local y un nombre”; se están sacando a la luz las rampas de asedio con las que
los ejércitos de Senaquerib conquistaron Judea. El espectacular descubrimiento
de los pergaminos de Qumrán o la biblioteca de tablillas inscritas de Ebla ha
conducido a una reconsideración de las lenguas, la cronología y la imaginería
bíblicas.
El peso del
conocimiento es inmenso (y sigue aumentando). Los recursos analíticos e
interpretativos que tenemos a nuestra disposición son formidables. La
ordenación y restauración de diminutos fragmentos textuales, en ocasiones de un
solo grupo consonántico o de un versículo roto, rozan el virtuosismo. La
comprensión filológico-semántica de las lenguas y alfabetos arcaicos de Oriente
Próximo está en constante desarrollo.
Las teorías
modernas de la religión y de su matriz histórico-social, especialmente,
permiten una interrelación sin precedentes de elementos psicológicos y
materiales, del estudio combinado de las instituciones económicas y sociales,
la geografía física y la historia de la medicina, la ciencia política y la
poética. Un especialista bíblico o un editor de textos de la época de Erasmo y
Lutero, y aún más de la Edad Media, contemplaría nuestras técnicas con envidia
y perplejidad.
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