LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (XIII)
Ana María Tepedino
Muchas
mujeres se identifican con la Marta del relato
de Lucas (cf. Lc 10.38-42), aquella ama de casa que recibió a Jesús en su casa
y trabajaba en la cocina mientras su hermana María escuchaba las palabras de
Jesús sentada a sus pies.
El texto opone a
las dos hermanas y la tradición lo entendió en el sentido de una oposición
entre la vida contemplativa, representada por María, y la vida activa,
representada por Marta.
Pero, ¿acaso
ésta es la única imagen bíblica de Marta? No; en realidad, el retrato que nos
pinta el cuarto evangelio (cf. Jn 11.10-44) es en extremo positivo. Nos la
presenta como una discípula de fe muy fuerte.
Según el cuarto
evangelio, en las comunidades cristianas, la categoría fundamental es la del
discipulado. Discípulo es aquél que sigue al maestro, cree en Jesús y debe
vivir en el servicio gratuito y en el amor, dando testimonio de Jesús, que nos
amó hasta el último instante de su vida (cf. Jn 16.1). Por la práctica del agapé, todos sabrán que son discípulos
de Jesús. Para la comunidad, la máxima autoridad era el «discípulo amado» que
habría sabido amar y, por tanto, vivir la fe de forma adecuada.
Como vimos
anteriormente por el relato de la samaritana, la idea de discípulo incluye
tanto a hombres como a mujeres. Schüssler Fiorenza dice que “las mujeres
mencionadas en el cuarto evangelio son modelo de discípulos, tanto para los
hombres como para las mujeres”. Y Brown entiende que debía ser escandaloso que
el evangelio de Juan diese un papel tan prominente a las mujeres109. (cf. Jn 2:
María (madre); Jn 4: la samaritana; Jn 11: Marta; Jn 12: María de Betania; Jn
20: María Magdalena).
Es interesante
ver cómo nos presenta el cuarto evangelio la familia de Betania: Jesús amaba (agapán) a Marta, a su hermana y a
Lázaro. Parece que, cuando iba a Jerusalén, se hospedaba en esta casa (cf. Mc
11,11; 14,3)110. Allí se sentía en familia, en la “nueva familia” de quienes
hacen la voluntad del Padre (cf. Mc 10,28-30). Ellos son sus discípulos y Jesús
es su Maestro.
El evangelio nos
cuenta que cuando Jesús sabe de la muerte de Lázaro a quien amaba (aquí el
evangelista utiliza la palabra agapán),
se puso tan triste que lloró (cf. Jn 11.35), lo que demuestra la profunda
amistad y la sensibilidad de Jesús.
En esa
experiencia de amistad, de amor, se va produciendo un encuentro basado en la
revelación y en la acogida de las personas, que proporciona un conocimiento
mutuo, un reconocimiento de lo que cada una de ellas es en el fondo de sí
misma. De este modo, se va revelando el misterio de cada uno. En este ambiente
de Betania, en compañía de esas personas a las que amaba y que lo amaban, Jesús
hablaba de sí mismo, del Reino, de las alegrías y dificultades que iba
experimentando, así como también escucharía a sus amigos.
Tal vez esa
historia de convivencia, esa historia familiar, esa experiencia de diálogo que
profundiza la comunión sea la que prepara la revelación de Jesús a Marta, así
como la profunda fe que ella manifiesta.
El texto nos
dice que, al saber que Jesús llegaba, ella corre a su encuentro, en contra de
las reglas de la hospitalidad, que imponían esperar a que el huésped llegara a
la casa. A pesar de que hacía tres días que Lázaro había fallecido, espera
ansiosa y confiada, que Jesús actúe (Marta revela aquí que participa de la fe
de su pueblo en la resurrección de los muertos en el último día). En el diálogo
con Jesús se produce una profundización de su fe.
En contra del
estilo del cuarto evangelio, en el que Jesús lleva siempre la iniciativa del
diálogo, es ella quien lo inicia. Se nos presenta como una persona llena de
vida, de fe, con iniciativa, decidida, llena de esperanza.
Aunque en la
fuente original el centro del relato estuviese ocupado por el milagro de la
resurrección de Lázaro, el evangelista situó el diálogo y la confesión de fe de
Marta en el centro del texto. En realidad, lo más importante de la narración no
es la resurrección de Lázaro, sino la afirmación de que aquél que va a morir
(Jesús) es la resurrección y la vida y que quien cree en él y ama a los
hermanos ya ha pasado de la muerte a la vida. Así entendida, la resurrección de
Lázaro es un signo de la resurrección de Jesús.
Después de
decirle a la samaritana que era el Mesías esperado, pone de manifiesto a Marta
de qué tipo de Mesías se trata: el que da la vida y la vida nueva: «Yo soy la
resurrección y la vida: el que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá…; no morirá
nunca» (Jn 11.25).
Esta revelación
que hace Jesús a una mujer es el culmen de su ministerio público.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Dietrich Bonhoeffer
Dijo Jesús a sus discípulos: “Yo os aseguro que un rico
difícilmente entrará en el reino de los cielos. Os lo repito, es más fácil que
un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los
cielos”. Al oír esto, los discípulos se asombraban mucho y decían: «Entonces,
¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándoles fijamente, dijo: «Para los hombres
eso es imposible, mas para Dios todo es posible (Mt 19.23-26).
Del asombro de los discípulos a
propósito de estas palabras y de la pregunta que plantean para saber quién puede
salvarse, se deduce que no consideraban el caso del joven rico como un caso
especial, sino como el caso más corriente. En efecto, no preguntan: ¿Qué rico?,
sino, de forma general: ¿«Quién» podrá salvarse?, precisamente porque todo el
mundo, incluso los mismos discípulos, pertenecen a estos ricos para los que es
tan difícil entrar en el reino de los cielos. La respuesta de Jesús confirma la
interpretación que hacen los discípulos de sus palabras. Salvarse en el
seguimiento es imposible a los hombres, mas para Dios todo es posible.
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BIBLIA Y LIBERACIÓN
José Severino Croatto
Tratar del
tema bíblico de la "liberación" supone en principio que hay un
contenido querigmático. la Biblia no discute
"nociones" sino que enuncia y anuncia un mensaje, Si discute, son las
actitudes de los hombres las que interpela. Por. Tanto, cuantas veces leemos un
relato de liberación del pueblo de Israel somos advertidos sobre un llamado a nosotros
y somos provocados a una búsqueda del "sentido" de lo que Dios hizo
y, por eso, "dijo" como Palabra. Con todo esto queremos significar
que es muy serio y arriesgado conversar sobre la idea bíblica de
"liberación". Uno va teniendo en las manos una Palabra detonante: sirve
para "hacer" o mata al que no la usa…
“Liberación” es
un vocablo tan usado en estos tiempos, como lo era el de “salvación” (sotería) en la época de Cristo: no sólo
en Palestina sino también en todo el ámbito helenístico, era una de las
palabras claves que encierran toda una cosmovisión. Así también sería el término
“gnosis” en los primeros siglos cristianos, y fueron los de “humanismo”,
“existencialismo”, etcétera, en los últimos tiempos y es ahora el de “liberación”.
Todo el mundo lo usa, necesita usarlo, aun sin entenderlo, aun
”introyectándolo” en su propia cosmovisión antiliberadora (se necesita de todos
modos “usar” la palabra para quedar bien y no ser denunciado como anticuado o
reaccionario).
Cuando una palabra-clave y
cosmovisional se generaliza, pierde intensidad y se agota su poder
interpelante. Una vez más, ello nos indica que son los hechos los que recargan
de sentido a la palabra. Vale lo del Evangelio: “No todo el que dice ‘Señor, Señor’
... sino el que hace...” (Mateo 7.21). Será la realidad la que permitirá
discernir entre quien “habla” de liberación y el que está metido en su proceso.
Ahora bien, “liberación” es una palabra que todavía “habla” y “dice” mucho,
llena de esperanza por lo que trae desde su alumbramiento en la historia del
éxodo y por lo que puede ser “recargada” a partir de los genuinos hechos
liberadores, sobre todo en nuestra América Latina, que sufre un largo y penoso
cautiverio pero que tiene conciencia del llamado a ser una patria grande
liberada. […]
Liberación y libertad
Es fácil constatar en el hombre
actual una búsqueda y una afirmación de la libertad. En las últimas décadas se
intensificó una toma de conciencia de los valores personales en reacción contra
una maraña de mecanismos de opresión tejida a lo largo de siglos, a veces en
nombre de la misma religión, otras en el de una falsa "cultura" que
impone pautas opresoras de comportamiento o enaltece valores secundarios
sumergiendo los superiores. […]
En todos los
tiempos hubo injusticias (por algo se dio la primera ref0rma social que
conocemos, la del rey sumerio Urukagina, ya hacia el 2600 a.C.) y en todas las
épocas hubo intentos de liberación. Es una expresión de la historia humana...
Pero es en nuestra era cuando el hombre comenzó a atacar a la opresión en todos
sus frentes, el social (por los negros, los trabajadores, por las clases
desheredadas), en el político (por las naciones pobres y mantenidas en ¡el
subdesarrollo, por los sectores marginados dentro de un país), en el cultural
(contra una forma típica de colonialismo), en el psicológico (sobre todo por el
psicoanálisis) y religioso, esta vez por una independización de lo europeo y
jurídico a nivel de estructuras, y por una asunción en serio de la historia
como espacio-de-la-fe a nivel de praxis cristiana.
La lucha de
tantos pueblos oprimidos que buscan “decir su palabra”, que quieren “ser” lo
que ahora saben que pueden y deben ser, es el fenómeno tal vez característico
de nuestro tiempo. Hay una nueva valoración de la libertad, en el sentido de
una vocación a “ser” con todas las posibilidades que el hombre intuye en sí
mismo y en su momento histórico.
Mas al
descubrirse "llamado a la libertad”, el hombre, o un pueblo, toma
conciencia al propio tiempo de que no la posee; ante el riesgo de frustración y
ante el reclamo de aquella vocación, inicia un proceso de liberación. Por
tanto, lo más importante no es la liberación sino la libertad. Aquélla es un
proceso “hacia” ésta, que es el “lugar” ontológico en que el hombre puede
realizarse. Veremos que el éxodo es una gesta de “liberación”, pero no la
posesión de la libertad. La “salida” de Egipto es el primer paso que mueve
hacia la “entrada” en la tierra de la Promesa.
Las luchas de
nuestros pueblos latinoamericanos no son una condición de su ser sino de su
camino hacia la independencia real (sólo “programada” en las gestas patrióticas
de 1800). Este inmenso clamor de la humanidad, que de pronto se siente gimiendo
bajo el yugo del “ser-de-otro” fabricado por los propios hombres, adquiere
ahora un volumen antes inaudito gracias a los nuevos métodos de “concientización”
instrumentados por las ciencias sociales y de comunicación.
Ahora bien, como
el grado de madurez a que ha arribado el hombre de nuestro siglo no le permite
ya atribuir sus males al destino sino al egoísmo o al afán de poder de sus
hermanos, sabe también que su propia libertad “vocacional” es también su
“libertad” presente para desatar su propio proceso de liberación. Este hecho
tiene su incidencia en la reflexión bíblica que queremos establecer.
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