domingo, 16 de septiembre de 2018

Letra 586, 16 de septiembre de 2018


LAS DISCÍPULAS DE JESÚS (XIV)
Ana María Tepedino

María de Betania, praxis de la auténtica discípula
Como vimos antes, el cuarto evangelio no muestra una oposición entre ambas hermanas, como hace el texto de Lucas (cf. Lc 10.38-42), sino la complementariedad. Aunque, en el texto de Jn 11.1-44, María quede en segundo plano, en Jn 12.1-8 aparece en primero. “Mientras Marta de Betania es la responsable de la primera expresión de la fe cristológica de la comunidad, María de Betania ejemplifica la praxis correcta del discípulo”.
El relato de Lc 10.38-42 la presenta como discípula sentada a los pies de Jesús, escuchando sus enseñanzas. Esta era la actitud propia de los discípulos de los rabinos, del mismo modo que Pablo aparece sentado a los pies de Gamaliel, escuchando sus enseñanzas (cf. Hch 22.3).
El texto nos dice que Jesús no sólo acepta que ella esté a sus pies, sino que aprueba su actitud, como vemos en la respuesta que da a Marta: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. Sí, María ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará” (Lc 10.41-42). Esa parte consiste en escuchar la palabra y ponerla en práctica. De este modo, se participa en la vida de Jesús, en lo que es definitivo y que nadie puede quitar. J. Dupont nos dice que la actitud de María está vinculada a quienes consagran su tiempo y sus fuerzas al estudio de la Palabra de Dios.
La palabra que escucha María es comprometedora y exige que salga de sí para ponerse al servicio de los demás.
Esto parece ser lo que nos revela el relato de Juan (cf. Jn 12.1-8). El texto dice que María unge los pies de Jesús con sus lágrimas y los enjuga con sus cabellos. Esa actitud tan extraña debe tener alguna explicación. Normalmente, se ungía el rostro de una persona para perfumarla, pero la unción de los pies sólo se hacía después de la muerte, como ya vimos; por eso, ¿tendría acaso otro significado este hecho tan extraño en apariencia?
Como vimos, el cuarto evangelista toma elementos del relato de la pecadora (cf. Lc 7.22-28) que moja los pies de Jesús con sus lágrimas y los enjuga con sus cabellos, del mismo modo que toma elementos de la unción de Mc 14.3-9, en donde la mujer anónima unge la cabeza de Jesús. María moja los pies de Jesús con perfume y los enjuga con sus cabellos, quedando la casa llena del aroma de este perfume. De este modo, ella expresa de forma radical su amor y su humildad. ¿Acaso con este gesto el evangelista quisiera hacer un anuncio de la última cena de Jesús, en la que él lava los pies de los discípulos y los seca con una toalla? Así, ella se anticiparía a la recomendación que Jesús hace a los discípulos para que se lavasen unos a otros los pies, con el fin de significar la praxis del agapé, que debe ser la práctica de todo verdadero discípulo.
Llevando a cabo esa acción, por la que se reconocería a los discípulos de Jesús, el autor quiere presentarla como discípula amada que supo creer y amar.
Podemos resaltar también que parece haber un paralelo entre la posición de María y la de Judas en las cenas de unción. Parece que el evangelista procura poner en evidencia la diferencia entre la auténtica discípula María de Betania, y la infidelidad del discípulo Judas Iscariote.
Para concluir, los relatos estudiados sobre Marta y María nos revelan que, para ser discípulos, necesitamos escuchar la revelación y actuar, de acuerdo cada uno con su identidad y sus carismas.
Marta aparece como diákonos, preocupada por las necesidades de la comunidad y de los huéspedes, persona decidida que actúa e interpela, siempre confiada y llena de esperanza. Al mismo tiempo que recibe la suprema revelación de Jesús, profesa su fe y la fe de la comunidad creyente. Y, no pudiendo guardar para sí algo tan grande, llama a su hermana, para que lo comparta con ella y, de ese modo, su felicidad sea completa (cf. 1 Jn 1.1-4).
María, de temperamento más tímido, se pone a escuchar, ejecutando después una acción profética que será el símbolo de lo específico cristiano: el servicio, agapé, a los hermanos. Ambas ilustran la forma integral de ser discípulo, articulando el oír y el hacer, irradiando así la fragancia por toda la casa, de modo que lo que hiciera fuera conocido en todo el mundo. Sabían que escogían la mejor parte y ésta, hicieran lo que hicieran, no les sería quitada.
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EL CAMINAR DEL DISCÍPULO
DISCIPULADO Y SEGUIMIENTO DE JESÚS
Dietrich Bonhoeffer

Las bienaventuranzas
Resultado de imagen para bonhoeffer bethge biographJesús en la cima del monte, la multitud, los discípulos. El pueblo ve: ahí está Jesús con los discípulos que se le han unido. Los discípulos pertenecían completamente, hasta hace poco, a la masa del pueblo. Eran como todos los demás. Pero llegó la llamada de Jesús; abandonaron todo y le siguieron. Desde entonces pertenecen a Jesús por completo. Van con él, viven con él, le siguen a dondequiera que los lleve.  Les ha sucedido algo que los otros no han experimentado. Se trata de un hecho muy inquietante y sorprendente que no pasa desapercibido al pueblo. Los discípulos ven: ese es el pueblo del que proceden, las ovejas perdidas de la casa de Israel. La comunidad elegida por Dios. El pueblo de la Iglesia.
Cuando fueron segregados de este pueblo por el llamamiento de Jesús, hicieron l0 que era natural y necesario para las ovejas perdidas de la casa de Israel: siguieron la voz del buen pastor, porque la conocían. Pertenecen, pues, a este pueblo, vivirán en él, se moverán en su ambiente y le predicarán la llamada de Jesús a la gloria del seguimiento. Pero ¿qué sucederá al final? Jesús ve: ahí están sus discípulos. Se han unido a él visiblemente. Ha llamado a cada uno en concreto. Al oír su llamada han renunciado a todo.
Ahora viven en desprendimiento y escasez, son los más pobres entre los pobres, los más combatidos entre los combatidos, los más hambrientos entre los hambrientos. Sólo le tienen a él. Y con él no tienen nada en el mundo, absolutamente nada, pero lo tienen todo en Dios. Es una pequeña comunidad que ha encontrado; y cuando contempla al pueblo, ve la gran comunidad que busca. Discípulos pueblo están íntimamente relacionados; los discípulos serán sus y encontrarán también aquí y allá oyentes y fieles. embargo, existirá hasta el fin una enemistad entre ellos. Toda la Ira contra Dios y su palabra recaerá en los discípulos y serán repudiados junto con ella. La cruz se hace visible. Cristo, los discípulos, el pueblo constituyen el cuadro completo de la historia sufriente de Jesús y de su comunidad 1.
Por eso, bienaventurados. Jesús habla a los discípulos (cf. Lc 6.20s). Habla a los que se encuentran bajo el poder de su llamada. Esta llamada los ha hecho pobres, combatidos, hambrientos. Los proclama bienaventurados, no por su escasez o su renuncia. Ni la una ni la otra constituyen un fundamento de cualquier clase para la bienaventuranza. El único fundamento válido es la llamada y la promesa, por las que viven en escasez y renuncia. Carece de interés la observación de que en algunas bienaventuranzas se habla de la escasez de los discípulos y en otras de una renuncia consciente, es decir, de virtudes especiales. La carencia objetiva y la renuncia personal tienen su fundamento común en el llamamiento y la promesa de Cristo. Ninguna de ellas tiene valor en sí misma ni puede presentar reivindicaciones.
Jesús proclama bienaventurados a sus discípulos. El pueblo lo oye y es testigo asombrado de lo que sucede. Lo que según la promesa de Dios pertenece a todo el pueblo de Israel, recae aquí sobre la pequeña comunidad de los elegidos por Jesús. “Vuestro es el reino de los cielos”. Pero los discípulos y el pueblo están de acuerdo en que todos forman la comunidad elegida de Dios. Por eso, la bienaventuranza de Jesús debe convertirse para todos en motivo de decisión y salvación.
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FALLECIÓ ANA MARIA TEPEDINO
Entrevista, Redação SRzd
21 de junio de 2008

En 1988 tenía mucha más esperanza que hoy en relación con esto. Es verdad que algunos teólogos de la liberación tomaron conciencia de la situación de discriminación de la mujer y también que la situación mejoró, aunque no todo lo que era necesario. En teoría, en el discurso es como habla el papa, pero en la práctica cotidiana, en las iglesias, la cosa es muy diferente. Ya no hay más el terror de antes, pero infelizmente el peso cultural está tan internalizado que se trata de un cambio muy difícil. En 1958, el papa Juan XXIII apuntó en la encíclica Pacem in Terris el surgimiento de la mujer en la sociedad y en la iglesia como uno de los signos de los tiempos. Ellas ingresaron al espacio público y están presentes en todos los sectores de la vida sociopolítica, económica y cultural. En lo eclesial estamos más atrasadas. Pero ahí estamos como teólogas, profesoras, catequistas, ministras, predicadoras de retiro, etcétera. Falta mucho para la paridad dentro de la Iglesia Católica. Desde el Vaticano II, aunque no abiertamente, hubo un cambio cuando se habla de laicos, y ahí entraron también las mujeres, pues al final somos la mayoría en las iglesias. Hoy no diría que el cambio de discurso del magisterio deriva sólo de la concientización de las mujeres y de su praxis. Creo que, además, el protagonismo social de las mujeres ha creado una atmósfera favorable. Con respecto a la teología feminista, ella provoca una reacción negativa dentro de la iglesia y con las autoridades eclesiásticas.
En los orígenes cristianos, las mujeres tuvieron un papel de protagonistas en el ministerio de Jesús y en la predicación de la Buena Nueva. El teólogo Rene Laurentin afirmó que ésta fue una batalla perdida, porque fue dejada de lado para poder llevar adelante la evangelización. Sería muy difícil enfrentar dos batallas, entonces abandonaron a las mujeres, el peso cultural fue y sigue siendo más fuerte. La antropóloga mexicana Marcela Lagarde afirma que el feminismo no entra en las generaciones como leche materna. Es como si tuviéramos que empezar de nuevo en cada nueva generación. El hecho de que yo sea feminista no garantiza que mis hijas lo sean. Incluso en la teología hemos experimentado y nos frustró eso. […] Una nueva praxis, tranquila, va siendo vivenciada y podrá cambiar la práctica eclesial. No discursos inflamados y contestatarios, sino una vivencia eclesial semanal valorada por el pueblo. Por supuesto que preferían al sacerdote, pero ya que no tiene... Pienso que el futuro está en los laicos y en las laicas.
Las mujeres cuando celebran los cultos demuestran su amor y su dedicación. El pueblo sigue haciendo la misma pregunta: ¿por qué esta mujer, que conoce y participa de nuestra vida, ayudándonos, no puede celebrar la misa? Aquí tenemos un problema eclesiológico serio: la vida cristiana depende de la Palabra y de la Eucaristía. Aunque en las celebraciones mencionadas los fieles participan en la Eucaristía, no hay consagración, lo que es serio para los cristianos católicos. Pero a muchos les gustan mucho las “misas” de las ministras.
Ya no se sostiene el argumento de que no había mujeres discípulas. Primero, porque había, incluso, algunas que eran jefas de las iglesias domésticas como sabemos por Priscila, Junia, Cloe, Lidia y otras que permanecen anónimas. Mucho ha cambiado, sin embargo, este cierre permanece lo mismo para los católicos. Hoy, sólo el argumento de la Tradición se sostiene. Roma no quiere dialogar sobre el tema. Es asunto cerrado. Sin embargo, yo aseguro que la Iglesia Católica experimentará un florecimiento enorme si se abre el sacerdocio a la mujer.
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