31 de diciembre, 2018
Ha acompañado siempre a su pueblo,
lo ha acompañado en su lucha contra los opresores.
Alentó al pueblo con su Espíritu,
lo hizo fuerte contra la esclavitud.[1]
Salmo 135.8-9
Los grandes recuentos
históricos de la historia del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento son
recorridos, a veces muy detallados, por la memoria espiritual, social y
política. Los salmos 44, 78 y 136 son ejemplos de esos recuentos en los que,
paso a paso, el pueblo afirma la intervención de Dios en su historia colectiva.
En cada uno de ellos se combina el esfuerzo interpretativo de los
acontecimientos con la forma en que la fe comunitaria pudo tener un avance en
relación con lo acontecido en el pasado. Es posible comparar el inicio de cada
uno para apreciar el énfasis con que se acercan a una nueva reconstrucción de
los hechos, incluso si éstos se repiten al momento de cantar y celebrar las
acciones divinas.
Así, el 44 comienza con una reflexión desde una generación
diferente que valora los sucesos históricos en otra época: “Dios mío, / nuestros
padres nos han contado / las grandes maravillas / que tú hiciste en el pasado.”
(44.1); el 78 se sitúa en la perspectiva didáctica para aprender de la historia
y de la ley de Yahvé: “Dios fijó una ley permanente / para su pueblo Israel, / y
a nuestros abuelos les ordenó / instruir en ella a sus hijos” (78.5); el 136 es
una antífona que celebra la intervención de Dios a cada paso de la historia con
un sonoro “¡Porque para siempre es su misericordia!”.
La estructura del
salmo 135 es muy clara: a) vv. 1-4,
exhortación/invitación a la alabanza; b) vv.
5-7, afirmación de la superioridad de Yahvé; c) vv. 8-12, recuerdo de la liberación de Egipto; d) vv. 13-18, reflexión sobre el apoyo
divino y crítica de la idolatría; y e) vv.
19-21, exhortación para bendecir y obedecer al Señor. La primera parte, en la
paráfrasis oracional de M. Regal Ledo, subraya el esfuerzo de Dios por acompañar
siempre a su pueblo y a toda la humanidad (…el Señor ha acompañado al pueblo de
Israel, / como hace con todos los pueblos”, v. 4). La segunda parte subraya que
Dios es incomparable, como creador de todas las cosas y dueño soberano de lo
creado (“Todo lo que quiere el Señor / lo hace en el cielo y en la tierra, / en
el mar y en los abismos”, v. 6). En la tercera, los vv. 8 y 9, anclados en la
experiencia de la liberación de la esclavitud, son expandidos hacia una
experiencia más universal, aplicable a todo creyente en la historia: “Ha acompañado
siempre a su pueblo, / lo ha acompañado en su lucha contra los opresores. / Alentó
al pueblo con su Espíritu, / lo hizo fuerte contra la esclavitud”.
El verbo acompañar es fundamental en el Antiguo
Testamento, desde los momentos en que Moisés sintió la necesidad de asegurar la
cercanía de Dios. El diálogo entre ambos es ejemplar:
Dios le contestó: —Yo mismo voy a acompañarte y te haré estar tranquilo. Moisés le dijo: —Si no vas a acompañarnos, no nos pidas que salgamos de aquí. Acompáñanos, y seremos diferentes de los otros pueblos de esta tierra. ¿Cómo van a saber los israelitas que tú confías en mí, si no vienes con nosotros? Dios le respondió: —Está bien, voy a acompañarlos, porque realmente te amo y confío en ti (Éx 33.14-17).
Levítico (26.11-12) y Deuteronomio (6.15-16) hablan de ese acompañamiento como parte de las promesas de la alianza. El profeta Hageo (2.5) también lo recuerda: “Cuando ustedes salieron de Egipto, yo les prometí que los acompañaría; y así ha sido siempre: ¡mi espíritu los acompaña! Por eso, no tengan miedo”.
Dios le contestó: —Yo mismo voy a acompañarte y te haré estar tranquilo. Moisés le dijo: —Si no vas a acompañarnos, no nos pidas que salgamos de aquí. Acompáñanos, y seremos diferentes de los otros pueblos de esta tierra. ¿Cómo van a saber los israelitas que tú confías en mí, si no vienes con nosotros? Dios le respondió: —Está bien, voy a acompañarlos, porque realmente te amo y confío en ti (Éx 33.14-17).
Levítico (26.11-12) y Deuteronomio (6.15-16) hablan de ese acompañamiento como parte de las promesas de la alianza. El profeta Hageo (2.5) también lo recuerda: “Cuando ustedes salieron de Egipto, yo les prometí que los acompañaría; y así ha sido siempre: ¡mi espíritu los acompaña! Por eso, no tengan miedo”.
“El Salmo 135 es
un cántico de la comunidad que adora y alaba. Pero lo más característico del
salmo es el claro contraste: Yahvé ha demostrado en grandes hazañas su poder y
su gracia, mientras que los dioses —como obras que son de manos de hombre—
revelan su impotencia. En todo ello se trata supremamente de la verdadera y
recta confianza (v. 18)”.[2]
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