23 de diciembre, 2018
¡Su Salvador acaba de
nacer en Belén! ¡Es el Mesías, el Señor! Lo reconocerán porque está durmiendo
en un pesebre, envuelto en pañales.
Lucas 2.11-12, TLA
Misterio, milagro,
acontecimiento, llámese como se quiera, pero lo cierto es que el nacimiento de
Jesús de Nazaret está rodeado de un halo de polémicas y conjeturas. Desde la
conexión de lo sucedido en Belén de Judea con las festividades del nacimiento del
Sol en el ámbito grecorromano hasta la comparación con otros dioses humanizados
en otras religiones,[1]
su persona continúa en el centro de diversas discusiones. Tal como lo
explica hoy el historiador católico franco-mexicano Jean Meyer: “Anterior a las
decisiones cronológicas de los dos césares, se había formado entre los
cristianos la tradición de celebrar, en los primeros días de enero, o sea poco
después del solsticio, las tres manifestaciones de Cristo en su naturaleza
humana: nacimiento, adoración de los reyes magos, bautismo en el río Jordán.
Fue en Roma, después de la decisión de Constantino, que se empezó a celebrar la
navidad el día 25. San Juan Crisóstomo adoptó esa fecha en Antioquía, de ahí
pasó a Constantinopla; Jerusalén y Alejandría tardaron hasta [el] 430”.
Los relatos “navideños”
de los Evangelios, especialmente el de Lucas, han avivado siempre la
imaginación de los creyentes al celebrar lo acontecido en ese lugar. Lucas,
especialmente, redactó un conjunto narrativo pletórico de detalles
significativos: desde el marco político concreto del imperialismo romano en sus
dos niveles de gobierno (2.1-2) hasta las dificultades de traslado del
matrimonio de María y José para cumplir con las exigencias burocráticas del
momento (2.3-5), y lo sucedido ya en Belén, pomposamente llamada la “Ciudad de
David” (6-7). Los cambios de escenario de Lucas, quien se mueve en la historia
que investigó como pez en el agua, son fundamentales en el proyecto de recuperación
de los entretelones de la historia de la encarnación del Hijo de Dios en el
mundo, nada menos que eso: de los espacios de máximo poder y, luego, la
cotidianidad de una familia galilea, sin olvidar los trabajos de gente como los
pastores (8), hasta llegar a la esfera celestial de donde vendrá, como una
auténtica teofanía, la explicación de todo lo extraordinario que estaba
sucediendo (9-12), además del fragmento de la liturgia cósmica que pudieron
escuchar aquellos (13-14) y de su reacción inmediata para ir a conocer al
recién nacido y unirse a la alegría de la pareja (16-17), sin dejar fuera el testimonio
que dieron a otros (18). La conclusión se ocupa de la intimidad de María (19) y
del regreso de los pastores a su trabajo, aunque ya con otra perspectiva (20).
Lo verdaderamente importante
para Lucas y su comunidad “es que en un punto de la historia, del tiempo y del
espacio, se verifica un nacimiento muy particular: el del Mesías” (Biblia de Nuestro Pueblo). Para él, eran
muy importantes las circunstancias materiales en que nació Jesús, pues se trató
“de un acto supremo de la voluntad divina”, pues así había querido Dios que se
desarrollara este acontecimiento. La intervención de los mensajeros celestes es
totalmente explicativa: anunciaron de forma exclusiva el nacimiento de Jesús de
Nazaret, quien fue presentado como “Salvador”, “Mesías” y “Señor” (v. 11) en
una sola manifestación. Lucas consigue contrastar la grandiosidad del hecho con
la humildad del pesebre y no duda en asumir una postura completamente paradójica
al afirmar, refiriéndose al niño que ostentaba esos tres títulos: “Lo
reconocerán porque está durmiendo en un pesebre, envuelto en pañales” (12). El
Hijo de Dios, Dios mismo, nació en un pesebre, vaya dilema, contradicción y
profunda enseñanza teológica. Dios-pesebre-Mesías-salvación, una extrema
combinación de contrarios en una sola imagen convertida en ícono absoluto de la
fe cristiana.[2] “Éste
es el mensaje central de la Navidad. Lo demás es ornamentación, aderezo, mitos
de oropeles, leyendas decorativas, acicalamiento del Evangelio”.[3]
Ésa es la esencia del nombre simbólico del Mesías: Emmanuel, Dios con nosotros,
a nuestro lado, en nuestra circunstancia, en nuestra piel, en nuestra necesidad
y en nuestra carencia llevada al colmo.
Podemos concluir con las
palabras de dos pensadores cristianos acerca del pesebre, esa realidad
inevitable que apareció en el centro del acontecimiento máximo de la historia y
que fue el lugar de la revelación suprema del Hijo de Dios en su entrada al mundo:
¡Sí, gracias sean
dadas a Dios por ese lugar oscuro, por ese pesebre, por ese establo presente
también en nuestra vida! Ahí abajo lo necesitamos, y precisamente ahí puede
también él necesitarnos a cada uno de nosotros. Ahí somos para él precisamente
los justos. Ahí tan sólo aguarda a que lo veamos, lo reconozcamos, creamos en
él y lo amemos. Ahí nos saluda. Ahí no tenemos ya más remedio que saludarlo a
nuestra vez y darle la bienvenida. ¡No nos avergoncemos de estar ahí abajo, tan
cerca del buey y del asno! Precisamente ahí los sujeta a ellos bien fuerte
junto con todos nosotros.[4]
El nacimiento hace
que “quisiéramos volver allá, a ese lugar donde las cosas son siempre así, bañadas
por una luz antiquísima y, al mismo tiempo, acabada de nacer. Nosotros también somos
de allá. […] Estamos encantados… Adivinamos que somos de otro mundo” [Octavio
Paz, El arco y la lira].
Dentro de nosotros
hay un nacimiento. En el pesebre duerme un niño. El nombre de ese niño es el
nuestro. En nosotros duerme el Niño Dios.[5]
[1] Cf. Jean Meyer, “El
Paraíso tiene un nombre”, en El
Universal, 23 de diciembre de 2018, www.eluniversal.com.mx/articulo/jean-meyer/nacion/el-paraiso-tiene-un-nombre:
“En el año 274 de nuestra era, el emperador Aureliano decretó celebrar en esa
fecha la fiesta de clausura de las Saturnales y la nombró Natalis Solis Invicti. En el año 336, Constantino hizo coincidir la
esta del sol invencible con la del nacimiento de Mitra, divinidad oriental en
una gruta y de Cristo, también en una gruta; y en el pesebre —no olvidar el
pesebre—, entre el burro y el buey. Ahí está la mujer, la madre, el infante”.
[2] Cf. R. Alves, “El
Nacimiento”, en Si pudiera vivir mi vida
de nuevo. México, Dabar, pp. 138-143. El texto original (“O presépio”)
puede leerse en Folha de São Paulo, 23 de
diciembre de 2008, www1.folha.uol.com.br/fsp/cotidian/ff2312200804.htm.
[3] J.A. Monroy, “Dios
con nosotros” (I), en Protestante
Digital, 22 de diciembre de 2017, http://protestantedigital.com/blogs/43678/dios_con_nosotros_i.
[4] K. Barth, “Navidad”,
en Instantes. Textos para la reflexión
escogidos por Eberhard Busch. Santander, Sal Terrae, 2005 (El Pozo de
Siquem, 171), p. 40.
[5] R. Alves, “El Nacimiento”,
p. 143.
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