sábado, 22 de diciembre de 2018

Dios nace en un pesebre, L. Cervantes-O.



23 de diciembre, 2018

¡Su Salvador acaba de nacer en Belén! ¡Es el Mesías, el Señor! Lo reconocerán porque está durmiendo en un pesebre, envuelto en pañales.
Lucas 2.11-12, TLA

Misterio, milagro, acontecimiento, llámese como se quiera, pero lo cierto es que el nacimiento de Jesús de Nazaret está rodeado de un halo de polémicas y conjeturas. Desde la conexión de lo sucedido en Belén de Judea con las festividades del nacimiento del Sol en el ámbito grecorromano hasta la comparación con otros dioses humanizados en otras religiones,[1] su persona continúa en el centro de diversas discusiones. Tal como lo explica hoy el historiador católico franco-mexicano Jean Meyer: “Anterior a las decisiones cronológicas de los dos césares, se había formado entre los cristianos la tradición de celebrar, en los primeros días de enero, o sea poco después del solsticio, las tres manifestaciones de Cristo en su naturaleza humana: nacimiento, adoración de los reyes magos, bautismo en el río Jordán. Fue en Roma, después de la decisión de Constantino, que se empezó a celebrar la navidad el día 25. San Juan Crisóstomo adoptó esa fecha en Antioquía, de ahí pasó a Constantinopla; Jerusalén y Alejandría tardaron hasta [el] 430”.

Los relatos “navideños” de los Evangelios, especialmente el de Lucas, han avivado siempre la imaginación de los creyentes al celebrar lo acontecido en ese lugar. Lucas, especialmente, redactó un conjunto narrativo pletórico de detalles significativos: desde el marco político concreto del imperialismo romano en sus dos niveles de gobierno (2.1-2) hasta las dificultades de traslado del matrimonio de María y José para cumplir con las exigencias burocráticas del momento (2.3-5), y lo sucedido ya en Belén, pomposamente llamada la “Ciudad de David” (6-7). Los cambios de escenario de Lucas, quien se mueve en la historia que investigó como pez en el agua, son fundamentales en el proyecto de recuperación de los entretelones de la historia de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo, nada menos que eso: de los espacios de máximo poder y, luego, la cotidianidad de una familia galilea, sin olvidar los trabajos de gente como los pastores (8), hasta llegar a la esfera celestial de donde vendrá, como una auténtica teofanía, la explicación de todo lo extraordinario que estaba sucediendo (9-12), además del fragmento de la liturgia cósmica que pudieron escuchar aquellos (13-14) y de su reacción inmediata para ir a conocer al recién nacido y unirse a la alegría de la pareja (16-17), sin dejar fuera el testimonio que dieron a otros (18). La conclusión se ocupa de la intimidad de María (19) y del regreso de los pastores a su trabajo, aunque ya con otra perspectiva (20).

Lo verdaderamente importante para Lucas y su comunidad “es que en un punto de la historia, del tiempo y del espacio, se verifica un nacimiento muy particular: el del Mesías” (Biblia de Nuestro Pueblo). Para él, eran muy importantes las circunstancias materiales en que nació Jesús, pues se trató “de un acto supremo de la voluntad divina”, pues así había querido Dios que se desarrollara este acontecimiento. La intervención de los mensajeros celestes es totalmente explicativa: anunciaron de forma exclusiva el nacimiento de Jesús de Nazaret, quien fue presentado como “Salvador”, “Mesías” y “Señor” (v. 11) en una sola manifestación. Lucas consigue contrastar la grandiosidad del hecho con la humildad del pesebre y no duda en asumir una postura completamente paradójica al afirmar, refiriéndose al niño que ostentaba esos tres títulos: “Lo reconocerán porque está durmiendo en un pesebre, envuelto en pañales” (12). El Hijo de Dios, Dios mismo, nació en un pesebre, vaya dilema, contradicción y profunda enseñanza teológica. Dios-pesebre-Mesías-salvación, una extrema combinación de contrarios en una sola imagen convertida en ícono absoluto de la fe cristiana.[2] “Éste es el mensaje central de la Navidad. Lo demás es ornamentación, aderezo, mitos de oropeles, leyendas decorativas, acicalamiento del Evangelio”.[3] Ésa es la esencia del nombre simbólico del Mesías: Emmanuel, Dios con nosotros, a nuestro lado, en nuestra circunstancia, en nuestra piel, en nuestra necesidad y en nuestra carencia llevada al colmo.

Podemos concluir con las palabras de dos pensadores cristianos acerca del pesebre, esa realidad inevitable que apareció en el centro del acontecimiento máximo de la historia y que fue el lugar de la revelación suprema del Hijo de Dios en su entrada al mundo:

¡Sí, gracias sean dadas a Dios por ese lugar oscuro, por ese pesebre, por ese establo presente también en nuestra vida! Ahí abajo lo necesitamos, y precisamente ahí puede también él necesitarnos a cada uno de nosotros. Ahí somos para él precisamente los justos. Ahí tan sólo aguarda a que lo veamos, lo reconozcamos, creamos en él y lo amemos. Ahí nos saluda. Ahí no tenemos ya más remedio que saludarlo a nuestra vez y darle la bienvenida. ¡No nos avergoncemos de estar ahí abajo, tan cerca del buey y del asno! Precisamente ahí los sujeta a ellos bien fuerte junto con todos nosotros.[4]

El nacimiento hace que “quisiéramos volver allá, a ese lugar donde las cosas son siempre así, bañadas por una luz antiquísima y, al mismo tiempo, acabada de nacer. Nosotros también somos de allá. […] Estamos encantados… Adivinamos que somos de otro mundo” [Octavio Paz, El arco y la lira].
Dentro de nosotros hay un nacimiento. En el pesebre duerme un niño. El nombre de ese niño es el nuestro. En nosotros duerme el Niño Dios.[5]


[1] Cf. Jean Meyer, “El Paraíso tiene un nombre”, en El Universal, 23 de diciembre de 2018, www.eluniversal.com.mx/articulo/jean-meyer/nacion/el-paraiso-tiene-un-nombre: “En el año 274 de nuestra era, el emperador Aureliano decretó celebrar en esa fecha la fiesta de clausura de las Saturnales y la nombró Natalis Solis Invicti. En el año 336, Constantino hizo coincidir la esta del sol invencible con la del nacimiento de Mitra, divinidad oriental en una gruta y de Cristo, también en una gruta; y en el pesebre —no olvidar el pesebre—, entre el burro y el buey. Ahí está la mujer, la madre, el infante”.
[2] Cf. R. Alves, “El Nacimiento”, en Si pudiera vivir mi vida de nuevo. México, Dabar, pp. 138-143. El texto original (“O presépio”) puede leerse en Folha de São Paulo, 23 de diciembre de 2008, www1.folha.uol.com.br/fsp/cotidian/ff2312200804.htm.
[3] J.A. Monroy, “Dios con nosotros” (I), en Protestante Digital, 22 de diciembre de 2017, http://protestantedigital.com/blogs/43678/dios_con_nosotros_i.
[4] K. Barth, “Navidad”, en Instantes. Textos para la reflexión escogidos por Eberhard Busch. Santander, Sal Terrae, 2005 (El Pozo de Siquem, 171), p. 40.
[5] R. Alves, “El Nacimiento”, p. 143.

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