2 de diciembre de 2018
Jesús cerró el libro,
lo devolvió al encargado y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga se
quedaron mirándolo. Entonces Jesús les dijo: “Hoy se ha cumplido ante ustedes
esto que he leído”.
Lucas 4.20-21, Traducción en Lenguaje Actual
Un par
de volúmenes del autor estadunidense Jack Dean Kingsbury, especialista en los
evangelios, muestra, desde su título, buena parte de las dimensiones de lo
acontecido con la presencia de Jesús en su manifestación plena del Reino de
Dios en el mundo. Conflicto en Marcos y
Conflicto en Lucas son los títulos de
ambos,[1]
lo que da a entender cómo, en medio de la narración positiva de los evangelistas,
surgen a cada paso situaciones conflictivas a causa de la profunda oposición entre
“el vino nuevo” del Reino y los “odres viejos”, caducos, del mundo (Mr 2.21-22;
Lc 5.33-39). Un nuevo régimen no puede ser contenido por estructuras antiguas,
superadas, que deben cambiar radicalmente. Y si esto vale, incluso cuando se
habla de cambios de régimen político, cuanto más lo será para la enorme tensión
que existe entre el Reino de Dios, la máxima realidad anunciada por Dios, y el
mundo material, transitorio, sujeto a una gran variedad de condicionamientos y
coyunturas. Esa metáfora, la del vino nuevo, expresa muy bien la dificultad de
colocar la novedad absoluta de Dios entre la cotidianidad de injusticia de la
vida humana, estructurada alrededor de criterios sociales, políticos y
económicos contrarios a la iniciativa divina de instaurar relaciones
equitativas en todos los espacios humanos. Otra frase muy famosa es: “A los
suyos vino y los suyos no le recibieron…” (Jn 1.12) coincide plenamente con la
perspectiva de Mateo, en la que Jesús es abiertamente rechazado por los judíos
en conjunto.
En Lucas se presenta “el conflicto socio-religioso que genera la persona
de Jesús, en tres frentes: la recepción de su mensaje en sus propios
discípulos, la reacción del pueblo judío y sobre todo el conflicto con las
autoridades —judías y paganas— que conducen a la muerte (y resurrección) del
personaje central, el Nazareno”.[2]
Es importante tener en cuenta que aquí, según la narración de Lucas, que “el
Espíritu Santo y la Palabra son la chispa que enciende el fuego de la misión de
Jesús. Pero Lucas no se queda sólo en la importancia de la Palabra que adquiere
en Jesús esas características de concreción y cumplimiento; hay otros aspectos
que siempre estarán presentes en la vida de Jesús y que Lucas pone en esta
primera escena del ministerio público: el rechazo a Jesús y a su palabra” (Biblia de Nuestro Pueblo). Podría decirse
que Jesús tomó por sorpresa a los parroquianos de Nazaret cuando, luego de leer
el rollo de Isaías 61 afirmó, sobre sí mismo, que en ese momento estaba
alcanzando cumplimiento la profecía. Según Kingsbury, con ese pronunciamiento,
Jesús enfáticamente invitó al pueblo a reconocerlo como Mesías y a sumarse a su
causa, algo que estuvo muy lejos de suceder.
El rechazo de que fue objeto comenzó siendo simpatía y admiración (4.22)
pero que se transformó en clara hostilidad suscitada por la duda sobre su
persona: “¿No es éste el hijo de José?”, y sobre su poder (23). El conflicto aumentó
al momento de que Jesús recordó los milagros hechos en Capernaum, lo que inmediatamente
encendió los celos de los nazarenos (23b). Ése fue el momento en que pronunció
las palabras: “Pero les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su
propio pueblo” (24) que terminó por disminuir drásticamente las posibilidades
de una buena recepción y, literalmente, volteó a su auditorio en su contra,
especialmente cuando agregó dos relatos antiguos sobre la actuación de Dios
fuera de Israel: Elías y la viuda de Sarepta (Sidón) y Eliseo con Naamán, general
del ejército sirio (25-26). “Los dos ejemplos proféticos ofrecidos por Jesús
ilustran que ‘Dios ama al extranjero’ (Dt 10.18) y que la elección de un pueblo
no da a éste el derecho de controlar a Dios, sus enviados y sus beneficios,
excluyendo a los otros”.[3]
Sus paisanos intentan eliminarlo (28s), lo cual da pie a Jesús para
dejar claro que, si ellos rechazan su propuesta y su misión, de todos modos,
otros, que no son israelitas, estarán dispuestos a aceptarlo; para ello se vale
de la evocación de Elías y de Eliseo que realizaron signos divinos entre
paganos y lograron mejores frutos. “Jesús es mucho más que un enviado de Dios,
puesto que tiene como programa actuar en favor de los pobres, lo que suscita a
la vez adhesión y rechazo, como todos los profetas. Las gentes de Nazaret
habrían podido formar parte de los «testigos oculares» mencionados por Lucas en
su prefacio. En todo caso, cada lector puede actuar de modo que la Palabra de
Dios, escrita en el AT (como Isaías) o en el NT (como Lucas), ‘se cumpla hoy’
mediante su compromiso con el programa de Jesús”.[4]
Jesús es portador, representante y manifestación viva del Reino de Dios en el
mundo, de ahí las dificultades tan grandes que hay para recibirlo como tal. Ése
es el sentido de la temporada de Adviento: la preparación espiritual integral
para ser capaces de recibirlo en el mundo contradictorio con todas sus
implicaciones, esperanzas y juicio de por medio.
[1] J.D. Kingsbury, Conflicto en Marcos: Jesús, autoridades, discípulos. Córdoba, El Almendro, 1989 (En torno al Nuevo Testamento, 10)
y Conflicto en Lucas: Jesús, autoridades,
discípulos. Córdoba, El Almendro,
1992 (En torno al Nuevo Testamento, 15). Cf., del mexicano Carlos Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos en América Latina. México,
Centro de Reflexión Teológica, 1986, y Santander, Sal Terrae, 1986 (Presencia
teológica, 30).
[2] Antonio Piñero, “Conflicto en Lucas. Jesús, autoridades,
discípulos”, en Tendencias 21, 30 de marzo de 2010, www.tendencias21.net/crist/Conflicto-en-Lucas-Jesus-autoridades-discipulos-138_a435.html.
[3] Yves Saoot, Evangelio de Jesucristo según san Lucas. Estella,
Navarra, 2007 (Cuadernos bíblicos, 137),
p. 30, www.mercaba.org/SANLUIS/CUADERNOS_BIBLICOS/137%20Evangelio%20de%20Jesucristo%20seg%C3%BAn%20San%20Lucas%20(YVES%20SAOUT).pdf.
[4] Ídem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario